HISTORIA DE LA BIBLIOFILIA EN MEXICO
Bibliofilia en incunables de México
México, desde sus orígenes, tiene la fortuna de poseer una historia bibliográfica. El amor al libro, el cuidado e importancia de la escritura y la necesidad de transmitir su memoria, llevaron, a los antiguos mexicanos a elaborar códices, siempre admirados y respetados. No obstante, con el descubrimiento de América y la conquista de México, el concepto y uso del libro cambió, pues en ese momento escritura y libro, sirvieron como medio de comunicación para lograr la evangelización, enseñanza e implantación de una nueva cultura.
La cultura novohispana gozó de privilegios que enaltecieron su grandeza. Entre éstos se encuentra, haber sido el primer país en América en poseer el prodigioso invento de la imprenta, tener la primera universidad, publicar la primera bibliografía americana y contar con las primeras y más ricas bibliotecas del nuevo continente. Aunado a esto, hubo brillantes hombres de letras que siempre hicieron patente su amor y respeto por los libros, naciendo así los bibliófilos americanos como Carlos de Sigüenza y Góngora, José de Eguiara y Eguren, Joaquín García Icazbalceta o José Fernando Ramírez, conocidos por sus invaluables bibliotecas de las cuales poco queda de ellas.
El bibliófilo, según el diccionario de la Real Academia Española es aquella “persona que se apasiona por los libros, especialmente por los raros y curiosos”. Para otros, como Francisco Mendoza Díaz-Maroto el bibliófilo es “el amante, apasionado y estudioso de los libros, especialmente de los antiguos, raros, de las ediciones difíciles de encontrar y de las bellas encuadernaciones”, (vid. La pasión por los libros, p.40), es pues el bibliófilo el que adquiere, cuida y sobre todo lee y aprende de los libros.
Sin embargo, el bibliófilo no se debe confundir con aquel que acumula libros por alguna manía, pues el bibliófilo tiene reglas para la selección y obtención de obras, ya que la biblioteca reflejará su sabiduría, buen gusto y respeto por la letra escrita. Por ello, los materiales que deberá tener un buen bibliófilo en su acervo, de acuerdo con Francisco Mendoza Díaz-Maroto, son:
manuscritos de un autor, de una época, de un tema o país.
autógrafos de reyes, o de un determinado autor, tema, época, o álbumes o libros con dedicatoria.
por materiales: impresos en vitela, corcho, plástico, tela o en algún soporte especial.
por técnicas: libros xilográficos, en tipografía gótica, romana, cursiva, en tipos especiales o en otros alfabetos.
por épocas: incunables o impresos del siglo XVI.
por impresores: Gutemberg, Koberger, Polonus, Schöfer, Froben, Aldo Manuzio y sus descendientes.
por lugares de impresión.
por temas.
por su condición de efímeros.
por su carácter popular.
por formato.
por autores.
por obras: ediciones de la Biblia, Ad usum Delphini, etcétera.
por difusión: ediciones privadas o limitadas.
por su condición de primeras ediciones.
por su carácter de obras prohibidas o ejemplares expurgados por alguna de las diversas Inquisiciones.
por lenguas.
por encuadernaciones.
por procedencia, atestiguada normalmente por ex libris.
por grabados (vid. La pasión por los libros, pp. 45-47)
En consecuencia y con base en esta lista, el bibliófilo antes de obtener o comprar un libro lo analizará por su contenido, material, existencia y originalidad. Esto se debe al alto precio que en algunas ocasiones tendrá que pagar o al largo tiempo que invertirá para hallar ese libro especial.
Es, entonces, el bibliófilo, un hombre culto, apasionado por el presente y pasado escrito, que dedicará tiempo y dinero para la selección del libro que desea poseer. Motivos por los cuales, sus volúmenes deberán distinguirse de los demás, y es aquí, cuando su sentido de pertenencia lo obligó a ponerles señas personales de identidad como ex libris, marcas de fuego y sellos, con lo que dió a sus libros un valor agregado, que con el tiempo ayudaró a la reconstrucción de la historia bibliográfica e intelectual de un momento y de un país, y que son pruebas de su pasión por la lectura y el libro.
Esta es la historia de algunos incunables que se hallan en acervos mexicanos, que ostentan dichas señas, siendo, posiblemente, la más antigua, la marca del fuego del Convento de San Buenaventura de Valladolid, que proviene de uno de los primeros colegios novohispanos fundando en Patzcuaro en 1540 por don Vasco de Quiroga, quien lo llamó Colegio de San Nicolás Obispo, cuyo acervo bibliográfico, cuarenta año después, en 1580, fue trasladado a Valladolid (Morelia, Michoacán) al citado convento de San Buenaventura, del cual provienen los siguientes incunables:
Liber sextus decretalium de Bonifacio VIII, 1499.
Constituciones de Clemente V, 1499.
Sermones cuadragesimales de Miguel Carcano, 1492.
Liber differentiarum veterum Testamenti cum quibusdam alijs additionibus de Nicolás de Lira, 1490.
Liber chronicarum o Crónica de Nuremberg de Hartmann Schedel, 1493.
Liber sententiarum de san Buenaventura, 1499.
Junto a éstos, se hallan también los Sermones cuadragesimales de Miguel Carcano, y la Ciudad de Dios de San Agustín, impresos en 1492 y 1494, respectivamente, provenientes, de acuerdo con el ex libris manuscrito que tienen, del convento de Zinzunza de Michoacán, fundado, de igual manera, por Vasco de Quiroga en el siglo XVI, quien junto con Fray Alonso de la Veracruz y Juan de Zumárraga trajeron libros a México, creando las primeras bibliotecas en América, haciendo, a su vez, a los conventos centros bibliófilos.
En el siglo XVII entre los bibliófilos más célebres está Carlos de Sigüenza y Góngora, cuya biblioteca gozó de fama por poseer importantes códices sobre antigüedades mexicanas y por su riqueza bibliográfica en torno a los temas científicos más avanzados de su tiempo. Los libros de su biblioteca se distingue por llevar su firma y junto a ésta el precio que pagó por la obra. Los incunables que resguarda la Biblioteca Nacional de México que le pertenecieron son De nativitatibus de Julio Firmico y De architectura libri X de Vitruvio, impresos en Venecia en1497. De ellos sobresale en la historia intelectual de Sigüenza, la obra de Vitruvio, ya que su libro V titulado De astronomica le sirvió, como a otros, para escribir almanaques, actividad a la que dedicó gran parte de su tiempo.
La bibliofilia mexicana como la tecnología avanzó con el paso de los años y a mediados del siglo XVIII se manifestó a través de los ex libris en estampa. Tal es el caso del elegante ex libris de la Biblioteca Turriana, compuesto por el escudo de armas de sus fundadores y la leyenda Ex Bibliotheca Turriana, cuyo libros fueron resguardados en la Catedral de México durante 63 años, 17 de ellos abarcaron la época novohispana y los demás al México Independiente.
La Biblioteca Turriana debe su nombre a sus fundadores, siendo el primero Luis Antonio de Torres Muñón, chantre de la Catedral y después Cayetano y Luis Antonio quienes en 1756 formaron la biblioteca, la cual se diferenció, en su tiempo, por ser la primera abierta a todo el público y por su riqueza bibliográfica. Ignacio Osorio en Historia de las bibliotecas novohispanas, pp. 250-251, la describe así:
“El catálogo muestra una biblioteca valiosa en materias humanísticas y religiosas... La mayor parte de los libros se encuentran en latín, pero también los hay en francés, griego y castellano. Hay un gran número de autores filosóficos y literarios grecolatinos, generalmente en ediciones bilingües en griego y latín... muchos de los autores de la literatura grecolatina están en la colección Ad usum Delphini, también se encuentra ... la Bibliotheca veterum patrum... los principales humanistas del Renacimiento: Erasmo, Scaligero, Vives, Budeus, Valla, Longolius y Justo Lipsio. Se encuentran también autores de los siglos posteriores: Descartes..., Voltaire… J. Locke... Isaac Newton. Toda la obra de Atanasio Kircher, Marsillo Ficino y la Minerva del Brocense. Nueve tomos de las obras de Racine y ocho de Molière. Hay también obras de literatura castellana: Cervantes, Lope de Vega, Góngora, Quevedo, Calderón de la Barca y muchos otros; es igualmente rica en ediciones novohispanas... como joya... valiosa están los siete tomos manuscrito de la Bibliotheca Mexicana de Juan José de Eguiera y Eguren”.
Aunado a estos volúmenes se hallaba el incunable Declamatio an orator sit philosopho et medico anteponendus. De optimo statu et principe escrito por Filippo Beroaldo e impreso en 1497, ejemplar único en México que lleva el ex libris en estampa de la Biblioteca Turriana.
En el siglo XIX hubo una pléyade de bibliófilos en México que enriquecieron sus acervos con libros provenientes de fondos conventuales, cuando éstos renunciaron a sus propiedades debido a la desamortización de bienes eclesiásticos. Entre quienes se beneficiaron con estos libros son notables Ignacio Manuel Altamirano, Luis Álvarez y Álvarez de la Cadena, Joaquín García Icazbalceta y José Fernando Rarmírez, quienes emplearon diferentes métodos para marcar sus libros.
Ignacio Manuel Altamirano usó el más tradicional, esto es, el ex libris manuscrito pero acompañado de notas que advertían el valor de la obra, por ejemplo en las Opuscula de san Agustín impresas en 1484, se lee: “Este libro es muy precioso es un incunabula de mucho precio y todo como que no se venda I. Altamirano”.
Luis Álvarez y Álvarez de la Cadena empleó el ex libris en estampa compuesto por su escudo de armas y su nombre, así se aprecia en la Expositio octo partium orationis escrita por Elio Dionato e impresa en 1499. Al igual que él, Joaquín García Icazbalceta hace uso del ex libris en estampa, sólo que con todos los elementos existen en la heráldica, ya que está integrado por una lechuza postrada sobre unos libros, el mote “in folia fructus” y su nombre. En esta composición se manifiesta la bibliofilia y filosofía hacia los libros de Joaquín García Icazbalceta, pues la lechuza simboliza la sabiduría y la paciencia, mientras que los libros la bibliofilia y su filosofía o importancia del libro se halla en el mote, cuya traducción al español dice: entre las hojas hallas el fruto, es decir el conocimiento. Dicho ex libris se encuentra en el Confessionale hispanice de San Antonino de Florencia, editado en 1492.
El único sello en tinta que se puede hallar en algunos incunables es el de José Fernando Ramírez, historiador, editor y político mexicano del siglo XIX, quien rescató documentos coloniales y códices prehispánicos, que enriquecieron su biblioteca, considerada una de las más importantes de México. Su sello es sencillo y sobrio, pues sólo tiene su nombre. Los incunables que se identifican como suyos son las siete partes en que está dividida la Lectura super decretalium de Nicolás de Tudeschis Panormitano, impresa en 1500 y en la Crónica de Nurembreg de Hartmann Schedel.
Del siglo XX sólo encontramos el ex libris en estampa de Jesús Reyes Heroles en las Quaestiones de quodlibet de Santo Tomás de Aquino, impresas en 1485 y como muchos otros bibliófilos mexicanos su ex libris sólo tiene su nombre. Sin embargo, no por eso deja de ser digno vestigio de la bibliofilia mexicana, sencilla en ornamentos, pero rica en sus textos, pues los ex libris como los libros que los ostentan son al mismo tiempo imagen y palabra, expresión de las signos personales de la identidad del poseedor, donde, sobre todo, se manifiesta la pasión por la lectura y el libro. En este sentido, los bibliófilos mexicanos, amantes de sus libros y bibliotecas, incluyen su escudo de armas, composiciones emblemáticas o únicamente su nombre, con lo cual se reconocen, se definen y sobre todo son inconfundibles como sus libros, legado y memoria de México.
CARREÑO Velázquez, Elvia, Catálogo de incunables, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2000.