DISCURSOS DEL PAPA JUAN PABLO II EN CHILE
Santiago de Chile Viernes 3 de abril, 1987
"Excelencias, señoras y señores:
Es para mí un gran placer tener este encuentro en la sede chilena
de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe y
deseo, en primer lugar, expresar mi más cordial saludo y agradecimiento
a todos los presentes, en particular al señor secretario ejecutivo
de la Cepal por la gentileza de invitarme y por sus amables palabras
de bienvenida.
Mi saludo se dirige igualmente a todo el personal de esta casa,
centro principal de las Naciones Unidas en la región, a los señores
representantes de organismos, agencias y entidades, así como a todos
los distinguidos invitados.
Mi presencia hoy aquí prolonga y reafirma la actitud de apoyo
y colaboración que mis predecesores, de feliz memoria, han do a la Organización de las Naciones Unidas, y que yo mismo quise
hacer patente desde el comienzo de mi pontificado.
Vuestra finalidad más importante es la de estudiar la situación
económico-social de la región, formular y sugerir políticas económicas
y realizar proyectos de cooperación internacional, para bien de
esta vastísima área del planeta, de cuya inicial evangelización nos
preparamos gozosamente a celebrar su quinto centenario.
El solo enunciado de vuestra tarea permite ya comprender el
gran interés que por ella siente la Iglesia. Compartimos un mismo
problema bajo perspectivas que, aunque sean diversas, no dejan de
ser a un tiempo complementarias. En efecto, lo que constituye una
preocupación para vuestro pensamiento, es también objeto de solicitud,
de continuo desvelo para la Iglesia, cuya misión se centra en
servir al hombre en la plenitud de sus dimensiones, como creatura
de Dios y como destinatario de la salvación en Cristo. Es bajo la luz
propia de la ley divina natural y de la doctrina social de la Iglesia
que deseo en esta tarde reflexionar con vosotros acerca de algunos
temas de particular urgencia, y que a todos nos afectan.
Vuestros estudios señalan que, no obstante la diversidad de las
economías nacionales, la crisis sufrida como conjunto, entre 1981 y
1985, ha sido la más seria y profunda del último medio siglo; y que,
a pesar de que no faltan signos de recuperación en el período más
reciente, sin embargo queda en pie un hecho dramático: durante ese
lapso de tiempo el producto interno bruto 'per cápita' de la región
bajó de modo preocupante en términos reales, mientras que aumentaba
considerablemente la población, y el servicio a la deuda externa
se hacía más exigente. Indicáis también que, como era previsible,
los sectores más duramente afectados por la crisis son los más pobres,
y que el fenómeno de la pobreza crítica tiende a la 'repetición
de sí mismo', como decís, en un desalentador 'círculo vicioso'. Es
cierto que no os habéis limitado a un diagnóstico solamente negativo.
Me alegro de saber que veis posibilidades de reajuste y progreso,
las mismas que con esperanzador denuedo encerráis en la fórmula
de un 'círculo virtuoso', de sentido inverso, entre producción, empleo,
crecimiento y equidad.
El Panorama es Sombrío
Mas el panorama general se presenta ciertamente sombrío. Al
igual que yo, estoy seguro de que, tras el lenguaje conciso de cifras
y estadísticas, vosotros descubrís el rostro viviente y doloroso de cada
persona, de cada ser humano indigente y marginado, con sus penas
y alegrías, con sus frustraciones, con su angustia y su esperanza
en un futuro mejor.
¡Es el hombre, todo el hombre, cada hombre en su ser único e
irrepetible, creado y redimido por Dios, el que se asoma con su rostro
personalísimo, su pobreza y marginalidad indescriptiblemente
concretas, tras la generalidad de las estadísticas! ¡Ecce homo. . .!
Ante esta perspectiva de dolor, no puedo menos que dirigir un
llamado a las autoridades públicas, a la iniciativa privada, a cuantas
personas e instituciones de toda la región puedan oírme, y por supuesto
a las naciones más desarrolladas, convocándolas a ese formidable
desafío moral que se formulaba hace un año en la Instrucción
Libertatis Conscientia, en los siguientes términos: 'La elaboración y
la puesta en marcha de programas de acción audaces con miras a la
liberación socioeconómica de millones de hombres y mujeres cuya
situación de opresión económica, social y política es intolerable'
(n. 81).
El Estado Subsidiario
A este respecto, y en línea de principio, se os plantea un primer
problema en relación con el protagonismo del Estado y de la
empresa privada. Como presupuesto doctrinal me limitaré a recordar
un postulado bien conocido de la enseñanza de la Iglesia en
materia social: la relación de subsidiariedad. El Estado no debe suplantar
la iniciativa y la responsabilidad que los individuos y los
grupos sociales menores son capaces de asumir en sus respectivos
campos; al contrario, debe favorecer activamente esos ámbitos de
libertad; pero, al mismo tiempo, debe ordenar su desempeño y velar
por su adecuada inserción en el bien común.
Dentro de ese marco caben figuras muy diversas de correlación
entre la autoridad pública y la iniciativa privada. De cara al drama
de la extrema pobreza, importa sobremanera que entre ambas instancias
exista una mentalidad de decidida cooperación. ¡Trabajad
unidos, integrad vuestros esfuerzos, no antepongáis un factor ideológico
o un interés de grupo a la indigencia del más pobre!
Hay que Recurrir al Dinamismo y Creatividad
El desafío de la miseria es de tal magnitud que para superarlo
hay que recurrir a fondo al dinamismo y a la creatividad de la empresa
privada, a toda su potencial eficacia, a su capacidad de asignación
eficiente de los recursos y a la plenitud de sus energías renovadoras.
La autoridad pública, por su parte, no puede abdicar de la
dirección superior del proceso económico, de su capacidad para movilizar
las fuerzas de la nación, para sanear ciertas deficiencias características
de las economías en desarrollo y, en suma, de su responsabilidad
final con vistas al bien común de la sociedad entera.
Pero Estado y empresa privada están constituidos finalmente
por personas. Quiero subrayar esta dimensión ética y personalista
de los agentes económicos. Mi llamado, pues, toma la forma de un
imperativo moral: ¡Sed solidarios por encima de todo! Cualquiera
que sea vuestra función en el tejido de la vida económico-social,
¡construid en la región una economía de la solidaridad! Con estas
palabras propongo a vuestra consideración lo que en mi último saje de la Jornada Mundial de la Paz llamé 'un nuevo tipo de relación:
la solidaridad social de todos' (n. 2). A este propósito, deseo
repetir hoy aquí la convicción expresada en el reciente documento
de la Comisión Pontificia 'Iustitia et Pax' sobre la deuda externa:
'Una cooperación que supere los egoísmos colectivos y los intereses
particulares, puede permitir una gestión eficaz de la crisis del endeudamiento
y, más en general, señalar un progreso en el camino de la
justicia económica internacional' (Introd.).
Economía Solidaria
La solidaridad como actitud de fondo implica, en las decisiones
económicas, sentir la pobreza ajena como propia, hacer carne de
uno mismo la miseria de los marginados y, a la vista de ello, actuar
con rigurosa coherencia.
No se trata sólo de la profesión de buenas intenciones sino
también de la decidida voluntad de buscar soluciones eficaces en el
plano técnico de la economía, con la clarividencia que da el amor y
la creatividad que brota de la solidaridad.
Creo que en esa economía solidaria ciframos todos nuestras
mejores esperanzas para la región. Los mecanismos económicos más
adecuados son algo así como el cuerpo de la economía; el dinamismo
que les da vida y los torna eficaces —su 'mística interna'—, debe
ser la solidaridad. No otra cosa significa, por lo demás, la reiterada
enseñanza de la Iglesia sobre la prioridad de la persona sobre las estructuras,
de la conciencia moral sobre las instituciones sociales que
la expresan.
Los Pobres no Pueden Esperar
Vuestros informes técnicos merecen para mí una doble consideración.
Por una parte, el hecho de que no se divisen soluciones de
fondo a la extrema pobreza sin un aumento substancial de la producción
y, por tanto, un sostenido impulso del desarrollo económico
de la región entera. Por otra parte, el que esa solución, en virtud
de su largo plazo y de su dinámica interna, sea del todo insuficiente
de cara a las urgencias inmediatas de los desposeídos. La situación
de éstas, está pidiendo medidas extraordinarias, socorros impostergables,
subsidios imperiosos. ¡Los pobres no pueden esperar! Los
que nada tienen no pueden aguardar un alivio que les llegue por una
especie de rebalse de la prosperidad generalizada de la sociedad.
Sé bien que ambos imperativos dentro de la enorme complejidad
del fenómeno económico son sumamente difíciles de combinar,
de manera que no se anulen entre sí, sino que, por el contrario, se
potencien recíprocamente. El pastor que os habla no tiene soluciones
técnicas que ofrecer al respecto: ellas son de vuestra incumbencia
como expertos. El padre de tantos hijos desheredados está convencido
de que su adecuada articulación en una política económica
coherente es posible, debe ser posible, con la convergencia de tantas
voluntades moralmente solidarias y, por eso mismo, técnicamente
creativas.
Me consuela saber que vuestros últimos estudios contemplan
las estrategias para la conjunción de ambos imperativos económicos,
el de largo plazo y el de urgencia inmediata. También me alegra
saber que, en el centro mismo de tales estrategias, situáis la meta
prioritaria de superar los altos índices de desempleo de tantos países
de la región.
Contra la Cesantía
A las políticas de reducción del desempleo y de creación de
nuevas fuentes de trabajo se ha de dar una prioridad indiscutible.
Dicha prioridad, como se muestra en vuestros informes, podría decirse
que tiene a su favor incluso razones puramente técnicas: entre
la creación de trabajo y el desarrollo económico hay una relación
recíproca, una causalidad mutua, una dinámica fundamental del
'círculo virtuoso' antes señalado.
Permitidme, sin embargo, que insista en la razón profundamente
moral de esta prioridad del máximo empleo. Los subsidios de
vivienda, nutrición, salud, etc., otorgados al más indigente, le son
del todo indispensables, pero él, podríamos decir, no es el actor, en
esta acción de asistencia, ciertamente loable. Ofrecerle trabajo, en
cambio, es mover el resorte esencial de su actividad humana en virtud
de la cual el trabajador se adueña de su destino, se integra en la
sociedad entera, e incluso recibe aquellas otras ayudas no como limosna,
sino, en cierta manera, como el fruto vivo y personal de su
propio esfuerzo.
Los estudios sobre la 'psicología del desempleado' confirman
vigorosamente esta prioridad. El hombre sin trabajo está herido en
su dignidad humana. Al convertirse otra vez en trabajador activo
no sólo recupera un salario, sino también aquella dimensión esencial
de la condición humana que es el trabajo, y que en el orden de
la gracia es, para el cristiano, su camino ordinario hacia la perfección.
Vuestros cuadros más recientes del desempleo en la región son
estremecedores. ¡No descansemos hasta no haber hecho posible, a
cada habitante de la región, el acceso a ese auténtico derecho fundamental
que es, para la persona humana, el derecho —correlativo al
deber— de trabajar!
Trabajo Estable y Justamente Remunerado
'El trabajo estable y justamente remunerado posee, más que
ningún otro subsidio, la posibilidad intrínseca de revertir aquel proceso
circular que habéis llamado 'repetición de la pobreza y de la
marginalidad'.
Esta posibilidad se realiza, sin embargo, sólo si el trabajador
alcanza cierto grado mínimo de educación, cultura y capacitación
laboral, y tiene la oportunidad de dársela también a sus hijos. Y es
aquí, bien sabéis, donde estamos tocando el punto neurálgico de todo
el problema: la educación, llave maestra del futuro, camino de
integración de los marginados, alma del dinamismo social, derecho
y deber esencial de la persona humana. ¡Que los Estados, los grupos
intermedios, los individuos, las instituciones, las múltiples formas de
la iniciativa privada, concentren sus mejores esfuerzos en la promoción
educacional de la región entera!
Las causas morales de la prosperidad son bien conocidas a lo
largo de la historia. Ellas residen en una constelación de virtudes:
laboriosidad, competencia, orden, honestidad, iniciativa, írugalidad,
ahorro, espíritu de servicio, cumplimiento de la palabra empeñada,
audacia; en suma, amor al trabajo bien hecho. Ningún sistema o estructura
social puede resolver, como por arte de magia, el problema
de la pobreza al margen de estas virtudes; a la larga, tanto el diseño
como el funcionamiento de las instituciones reflejan estos hábitos
de los sujetos humanos, que se adquieren esencialmente en el proceso
educativo y conforman una auténtica cultura laboral.
No al Aborto
Finalmente, permitidme una palabra a propósito del importante
trabajo desarrollado por el Centro Latinoamericano de Demografía
(Celade), organismo de la Cepal. Sé bien que el aumento
de la población parece sumarse a los problemas ya reseñados de la
región y sentirse como una pesada carga. Os repetiré, a este propósito,
las conocidas palabras del Papa Paulo VI a la FAO en 1970:
'Ciertamente, ante las dificultades que hay que superar, existe la
gran tentación de usar la autoridad para disminuir el número de los
comensales más que multiplicar el pan a repartir'.
Aun dentro del problemático contexto de la economía, la vida
humana conserva, en su núcleo más íntimo y sagrado, ese carácter
intangible que a nadie es dado manipular sin ofensa a Dios y daño
de la sociedad entera. Defendámoslo a toda costa ante la facilidad
de las 'soluciones', fundadas en la destrucción. ¡No a la anulación
artificial de la fecundidad! ¡No al aborto! ¡Sí a la vida! ¡Sí a la paternidad
responsable!
El desafío demográfico, como todo desafío humano, es ambivalente
y ha de llevarnos a redoblar esa concentración, que antes
formulé, de las mejores fuerzas de la solidaridad humana y de la
creatividad colectiva, para convertir el crecimiento de la población
en una formidable potencia de desarrollo económico, social, cultural
y espiritual.
De muchos otros temas, comunes a la Cepal y a la Sede Apostólica,
hubiera deseado hablaros en esta reunión. He querido centrarme
en la extrema pobreza, que está en el centro mismo de vuestra
solicitud, y que es una dolorosa espina clavada en mi corazón
de padre y pastor de tantos fieles, en los amadísimos países de esta
vasta región del mundo.
Os reitero mi agradecimiento por vuestra amable invitación,
que he aceptado con sumo gusto. Y elevo mi plegaria a Dios Padre
Todopoderoso, a Jesucristo, Señor de la historia, y al Espíritu
Santo Vivificador, mediante la intercesión de nuestra Señora de
Guadalupe, Patrona de América latina, para que sobreabunden las
luces y las energías de lo alto sobre cuantos os preocupáis del progreso
económico y social de los países en desarrollo, de tal modo
que sea posible esta magnánima concentración de inteligencias, voluntades
y trabajo creador, exigida imperiosamente por la actual encrucijada
de los países todos de América latina y el Caribe".