SOCIEDAD DE BIBLIÓFILOS CHILENOS, fundada en 1945
Chile, fértil provincia, y señalada / en la región antártica famosa, / de remotas naciones respetada / por fuerte, principal y poderosa, / la gente que produce es tan granada, / tan soberbia, gallarda y belicosa, / que no ha sido por rey jamás regida, / ni a extranjero dominio sometida. La Araucana. Alonso de Ercilla y Zúñiga
About Me
- Name: EDITOR
- Location: Santiago de Chile, Región Metropolitana, Chile
Editor: Neville Blanc
Monday, February 28, 2011
Sunday, February 27, 2011
PILAR SORDO
Domingo 27.02.2011, 12:19 hs l Montevideo, Uruguay
EL PAIS
La nueva gurú latinoamericana
En sus conferencias no entra un alfiler y todos sus libros se vuelven best seller. La psicóloga chilena Pilar Sordo habla de hombres, mujeres y sus 14 diferencias. "Nosotras precisamos sentirnos necesarias, ellos, admirados".
GABRIELA VAZ
"Las mujeres tenemos que saber separar las cosas, pensar en objetivos y jugar. Ellos deben aprender a detenerse en los detalles, a comunicar lo que sienten".
Las separaciones amorosas disparan reacciones de todo tipo. A Pilar Sordo se le dio por tratar de entender. Recién divorciada, quiso meterse en la cabeza de hombres y mujeres, encontrar motivos, explicarse su propio proceso. Al ser psicóloga clínica, tenía varios elementos para comenzar y sumó dos apuntes que hacía un tiempo llamaban su atención: que cada vez más varones llegaban a la consulta y que las mujeres se quejaban constantemente. Esos fueron los puntapié iniciales para una investigación que terminó siendo mucho más ambiciosa (duró ocho años e involucró a 4.000 personas de entre 5 y 90 años, de países, culturas y niveles socioeconómicos distintos) y que cambió el rumbo de su carrera.
Plasmado en el libro ¡Viva la diferencia! (...y el complemento también) en 2005, el estudio se convirtió en un best seller y permaneció como el texto más vendido de su país, Chile, durante 114 semanas. Asimismo, las conferencias donde expone los resultados de la investigación se atiborraron al punto que los asistentes comenzaron a subirlas a YouTube y las visitas se multiplicaron en forma exponencial.
Una década, cuatro libros y cientos de charlas después, esta psicóloga ha sido catalogada como una de las 21 personalidades más influyentes de Chile, donde el año pasado el presidente Sebastián Piñera manejó su nombre para el cargo de ministra de Estado, al frente del Servicio Nacional de la Mujer. Hoy, brinda asesoría para esa dependencia -tal como lo hizo antes a pedido del gobierno de Michelle Bachelet-, da charlas en colegios y empresas, es columnista de medios escritos y portales web, panelista de programas de televisión, y este año retomará su trabajo clínico en la consulta con pacientes.
¿El motivo de tamaño éxito? Para ella, el trabajo serio, la simplicidad a la hora de exponerlo y el sentido del humor. Madre de dos hijos adolescentes, separada, viuda desde hace menos de dos años, Sordo no muestra recelo a la hora de poner sobre la mesa su propia historia de vida para ilustrar los conceptos que desea volcar, y tampoco duda en reírse de los conflictos.
Este sábado volverá a presentarse en el hotel Conrad de Punta del Este con una conferencia basada en la investigación que la catapultó a la fama y que supo echar nueva luz sobre un tema acerca del que parecía estar todo dicho.
halle las 14 diferencias. Esquivando conceptos vagos o lugares comunes, el estudio, que la psicóloga llamó La magia de ser mujer. La realidad de ser hombre, desmenuza diferencias muy específicas entre las estructuras de pensamiento y acción masculinas y femeninas. Concretamente, encontró 14, que se desarrollan en el libro ¡Viva la diferencia! y son protagonistas de sus charlas. No obstante, Sordo considera que algunas son más determinantes que otras y existe sobre todo una que entiende como el cimiento para las demás.
Cuando inició las entrevistas para la investigación, la terapeuta pidió a los participantes que nombraran palabras que asociaran a los términos "esperma" y "útero, óvulo u ovario". Hubo de todo, pero de pronto apareció un patrón: "salir", "soltar" o "largar" para el primero, y "guardar", "retener" y "cuidar" para el segundo. A partir de entonces, con la suma de más testimonios y experiencias, la psicóloga elaboró una teoría que le cerró por todos lados. "Las mujeres somos retentivas y estamos diseñadas para retenerlo todo: líquido, celulitis, gases. Guardamos cosas materiales, tenemos una gran memoria, preguntamos, insistimos. Los hombres están diseñados para liberar, para soltar y avanzar, para olvidarse", explica en conversación telefónica desde su hogar en el país trasandino. Hay un complemento pero también una polarización que dificulta la comprensión entre las dos partes. Por eso, dice Sordo, cada lado debe aprender a tomar un poco del otro.
"Las mujeres necesitamos sentirnos necesarias, los hombres necesitan sentirse admirados. Por lo tanto, para aprender a soltar como mujer, tengo que disminuir mi tendencia a sentirme indispensable, y los hombres, para aprender a retener, deben disminuir su tendencia a sentirse reconocidos. Y eso deriva en otra diferencia, para mí fundamental, y es que el hombre funciona en base a objetivos o a metas, y las mujeres lo hacen en base a procesos. Si un hombre considera que su mujer es un objetivo cumplido, la va a perder, pues la va a dejar de cuidar. La mujer, como es de trayectos y de detalles, necesita que la cuiden todos los días pero también necesita avanzar, aprender de los hombres y su estructura para pensar en metas y objetivos cumplidos".
Ciertas diferencias surgieron de un análisis pormenorizado, pero otras saltaron más a la vista de la terapeuta, por la simple observación en su consultorio. Sordo se dio cuenta de que, cuando un hombre salía de su primera sesión, ella lo sabía objetivamente todo de él: quién era, qué hacía, qué lo preocupaba, qué días pensaba ir. Sin embargo, cuando una mujer se iba de su consulta por primera vez, la psicóloga tenía claro cómo eran sus hijos, su marido, su ex, su niñera, su jefe, pero "no tenía idea de quién era ella" o qué quería.
"Los hombres tienen la tendencia a tener la cabeza separada como en compartimentos, las mujeres tenemos todo mezclado como en nuestras carteras", sostiene al detallar otra de sus 14 diferencias: ellos son monofocales; ellas, multifocales. Es decir, eso de que las mujeres pueden hacer varias cosas a la vez y los hombres no, para Sordo no es broma.
Otro concepto interesante que maneja es el de pensamiento mágico. "Es una estructura de pensamiento adicional que las mujeres sentimos mucho más que los hombres. Algunos hombres lo tienen, pero en absoluta minoría". Consta de tener en la cabeza una suerte de mundo perfecto en oposición constante con el mundo real. "Por tanto, cada vez que comparo el mundo real con ese mundo perfecto, todo parece insuficiente, incomprensible, y somos infelices. Por eso las mujeres nos quejamos tanto. El `pero` aparece desde esa estructura: `tengo el pelo lindo pero las puntas florecidas`, `las vacaciones estuvieron bien pero hubo dos días nublados`, `los niños están bien pero resfriados`. Estoy diciendo que mi concepto de niños bien son niños perfectos".
Para la psicóloga, la que posee esta estructura es la clásica mujer que siempre está centrada en lo que le falta y no en lo que tiene. "Por eso siempre digo que todas las mujeres estamos dentro de nuestras cabezas enamoradas del mismo hombre y el que tenemos es un premio de consuelo, ya que pasamos comparando a ese hombre real con el `hombre mágico` y en esa competencia el hombre real siempre pierde y por lo tanto nos quejamos de él". Desde ese lugar, es que ellas siempre quieren que él sepa o adivine mágicamente qué es lo que ella desea. Preguntas como ¿por qué nunca me regalas flores? son un síntoma: a él probablemente nunca se le ocurra porque no es ese hombre imaginario.
En sus conferencias, disponibles en YouTube, la psicóloga lo grafica con ejemplos mundanos, a los que agrega reproducciones de charlas con impostaciones de voz e imitación de gestos que suelen despertar la hilaridad de los asistentes. Desdramatizar parece la clave.
Asimismo, Sordo apunta que una de "las grandes maravillas que tiene la investigación" es que no muestra a ningún género como superior al otro, sino que los ve desde la complementariedad o desde el aprendizaje, "que es desde donde yo mejoro". "Las mujeres tenemos que aprender de los hombres: separar las cosas, pensar en objetivos, quedarnos calladas, jugar -otra cosa maravillosa que tiene la conducta masculina que a las mujeres nos cuesta mucho desarrollar-. Los hombres deben aprender de nosotras a pensar en procesos, a pensar en detalles, a retener cosas, a comunicar lo que sienten y decir lo que les está pasando".
parejas perdidas o salvables. Todas estas diferencias, ¿atentan contra la estabilidad de la pareja? No. Lo que sí lo hace es el desconocimiento de las diferencias. "Cuando uno no sabe, espera cosas del otro porque supone que actúa, piensa y siente igual que yo, y eso no es así. Siempre he dicho que la pareja, para mantenerse, requiere de cuatro patas, como si fuera una mesa: una es el amor -condición necesaria pero no suficiente para que una pareja dure toda la vida-, otra es la voluntad -que es la más importante de las cuatro: la decisión de amar y trabajar para eso. Todos hemos hecho miles de esfuerzos para mantener nuestro trabajo, y no necesariamente aguantamos con la misma tolerancia las relaciones afectivas-, la tercera pata es el sentido del humor -si una pareja no se ríe de sí misma y de las cosas que le pasan en la vida difícilmente pueda evolucionar y durar en el tiempo- y el cuarto es el sentido de trascendencia -creer en alguien o en algo que de alguna manera te haga sentir pequeño y con la condición necesaria de humildad. Creo que son las cuatro cosas que a la larga hacen que la diferencia tenga sentido".
¿Cuándo uno se da cuenta que la relación no va más? ¿Cuál es la línea que separa a una relación salvable de una que ya no tiene solución? "Cuando al menos una de las cuatro patas desaparece para siempre. Cuando desaparece el amor y no hay marcha atrás. Cuando desaparece la voluntad o la fuerza para trabajar por esa relación. Cuando ya el sentido del humor no existe. Y cuando creer en Dios o en algo superior ya no te ayuda. Tiene que ver con cuotas de realidad y poder evaluar esas cosas. Cuando el amor se apaga -porque no fue cuidado, porque no fue tomado en cuenta como decisión- es tan difícil como encender un auto sin aceite. Creo que la intersección de esos cuatro mecanismos puede, con sus altos y bajos, determinar que la relación ya no funcione. A mí me sucedió descubrir que tenía una concepción super inmadura del amor. Estaba más enamorada del amor, en términos de decisión, que de él. Creo que eso, a lo largo del tiempo, por inmadurez, por historias de vida, te termina pasando la cuenta".
Jóvenes se alejan de la infelicidad adulta
La única salvedad que Pilar Sordo halló en su investigación -en la que participaron miles de personas de países diferentes- no tuvo que ver con las diferencias culturales, los lugares de origen ni el estatus socioeconómico, sino con la edad. Las generaciones más jóvenes actúan distinto y la psicóloga se interesó en entender por qué. Curiosamente, encontró la respuesta en el comportamiento adulto.
En primer lugar, Sordo notó que entre los más chicos se da una inversión de roles, por ejemplo una masculinización de la mujer (que suelta todo y ya no retiene nada). Así lo explica ella: "Creo que les estamos mostrando a los jóvenes un mundo adulto super poco gratificante. Todo es tremendo, estamos siempre cansados, siempre agobiados, poco contentos, siempre suspirando. Eso, a la larga, los hace sentir que el adulto es un ser infeliz. Entonces, para alejarme de ese mundo infeliz, no quiero comprometerme ni hacer nada de lo que los adultos hacen: por lo tanto no quiero trabajar mucho, no me quiero casar, no quiero tener hijos. Creo que ese es el testimonio que estamos pasando".
La terapeuta profundizó el análisis de las generaciones más jóvenes en otra investigación que aparece en su tercer libro, No quiero crecer (2009). Allí aborda la relación entre padres e hijos y descubre las razones por las que el entendimiento entre ambas partes se vuelve hoy en día difícil en tantas ocasiones.
"Yo grafico un poco el mundo adolescente y el mundo adulto joven desde esa falta de compromiso, desde ese tedio permanente, desde esa generación `sin hambre`, como digo yo, a los que les cuesta buscar información, proponerse hacer cosas, ser más pro-activos, porque de alguna manera han tenido todo hecho. Hay un error conceptual de los padres en el tema de asumirse amigos de sus hijos y no padres, y por lo tanto perder la autoridad de poner reglas. De alguna manera, hablar de amistad con los hijos es como redundante: si yo amo a alguien tengo que desarrollar vínculos de confianza, eso es como obvio. Pero yo no puedo ser cómplice, yo tengo que educar. Y por lo tanto tengo que estar permanentemente alerta de este fenómeno", concluye Sordo.
Inevitable dolor, elegible sufrimiento
"Bienvenido dolor" puede ser, para muchos, una figura del contrasentido, casi un oxímoron. Pero así se llamará el quinto libro de Pilar Sordo, en el que aún está trabajando y que se hallará en las bateas literarias a mitad de año. "Tiene que ver con los procesos de pérdida y de duelo, pero a partir de ahí derivé en una investigación que tiene que ver con el manejo de las emociones, con cómo vivimos los dolores los latinoamericanos", explica.
Bienvenido porque, ya que se trata de una emoción inevitable, al menos se le puede sacar provecho. La psicóloga no tiene problemas en exponer su propia historia como ejemplo. Divorciada, viuda, sobreviviente de dolores varios, reivindica el sentido del humor como base de la resiliencia. Pero, ¿es algo que cualquiera puede desarrollar? "Sí, se desarrolla y se va a aprendiendo en la medida que tienes una actitud frente a las cosas que te pasan en la vida como un aprendizaje. Por ahí va el tema. Todos estamos llamados a reinventarnos. Hay temas que a algunos les costará más que a otros. Pero todos tenemos esa posibilidad y esa alternativa. Lo terrible es cuando uno supone que viene construido así y que nada puede cambiar. Yo creo en eso: todos tenemos la posibilidad de decidir. El dolor es inevitable. Llega a tu casa igual que una encomienda que no puedes eludir. Lo que puedes elegir (padecer o no) es el sufrimiento, que es quedarse pegado en eso sin determinar un proceso de aprendizaje. Eso sí es elegible".
EL PAIS
La nueva gurú latinoamericana
En sus conferencias no entra un alfiler y todos sus libros se vuelven best seller. La psicóloga chilena Pilar Sordo habla de hombres, mujeres y sus 14 diferencias. "Nosotras precisamos sentirnos necesarias, ellos, admirados".
GABRIELA VAZ
"Las mujeres tenemos que saber separar las cosas, pensar en objetivos y jugar. Ellos deben aprender a detenerse en los detalles, a comunicar lo que sienten".
Las separaciones amorosas disparan reacciones de todo tipo. A Pilar Sordo se le dio por tratar de entender. Recién divorciada, quiso meterse en la cabeza de hombres y mujeres, encontrar motivos, explicarse su propio proceso. Al ser psicóloga clínica, tenía varios elementos para comenzar y sumó dos apuntes que hacía un tiempo llamaban su atención: que cada vez más varones llegaban a la consulta y que las mujeres se quejaban constantemente. Esos fueron los puntapié iniciales para una investigación que terminó siendo mucho más ambiciosa (duró ocho años e involucró a 4.000 personas de entre 5 y 90 años, de países, culturas y niveles socioeconómicos distintos) y que cambió el rumbo de su carrera.
Plasmado en el libro ¡Viva la diferencia! (...y el complemento también) en 2005, el estudio se convirtió en un best seller y permaneció como el texto más vendido de su país, Chile, durante 114 semanas. Asimismo, las conferencias donde expone los resultados de la investigación se atiborraron al punto que los asistentes comenzaron a subirlas a YouTube y las visitas se multiplicaron en forma exponencial.
Una década, cuatro libros y cientos de charlas después, esta psicóloga ha sido catalogada como una de las 21 personalidades más influyentes de Chile, donde el año pasado el presidente Sebastián Piñera manejó su nombre para el cargo de ministra de Estado, al frente del Servicio Nacional de la Mujer. Hoy, brinda asesoría para esa dependencia -tal como lo hizo antes a pedido del gobierno de Michelle Bachelet-, da charlas en colegios y empresas, es columnista de medios escritos y portales web, panelista de programas de televisión, y este año retomará su trabajo clínico en la consulta con pacientes.
¿El motivo de tamaño éxito? Para ella, el trabajo serio, la simplicidad a la hora de exponerlo y el sentido del humor. Madre de dos hijos adolescentes, separada, viuda desde hace menos de dos años, Sordo no muestra recelo a la hora de poner sobre la mesa su propia historia de vida para ilustrar los conceptos que desea volcar, y tampoco duda en reírse de los conflictos.
Este sábado volverá a presentarse en el hotel Conrad de Punta del Este con una conferencia basada en la investigación que la catapultó a la fama y que supo echar nueva luz sobre un tema acerca del que parecía estar todo dicho.
halle las 14 diferencias. Esquivando conceptos vagos o lugares comunes, el estudio, que la psicóloga llamó La magia de ser mujer. La realidad de ser hombre, desmenuza diferencias muy específicas entre las estructuras de pensamiento y acción masculinas y femeninas. Concretamente, encontró 14, que se desarrollan en el libro ¡Viva la diferencia! y son protagonistas de sus charlas. No obstante, Sordo considera que algunas son más determinantes que otras y existe sobre todo una que entiende como el cimiento para las demás.
Cuando inició las entrevistas para la investigación, la terapeuta pidió a los participantes que nombraran palabras que asociaran a los términos "esperma" y "útero, óvulo u ovario". Hubo de todo, pero de pronto apareció un patrón: "salir", "soltar" o "largar" para el primero, y "guardar", "retener" y "cuidar" para el segundo. A partir de entonces, con la suma de más testimonios y experiencias, la psicóloga elaboró una teoría que le cerró por todos lados. "Las mujeres somos retentivas y estamos diseñadas para retenerlo todo: líquido, celulitis, gases. Guardamos cosas materiales, tenemos una gran memoria, preguntamos, insistimos. Los hombres están diseñados para liberar, para soltar y avanzar, para olvidarse", explica en conversación telefónica desde su hogar en el país trasandino. Hay un complemento pero también una polarización que dificulta la comprensión entre las dos partes. Por eso, dice Sordo, cada lado debe aprender a tomar un poco del otro.
"Las mujeres necesitamos sentirnos necesarias, los hombres necesitan sentirse admirados. Por lo tanto, para aprender a soltar como mujer, tengo que disminuir mi tendencia a sentirme indispensable, y los hombres, para aprender a retener, deben disminuir su tendencia a sentirse reconocidos. Y eso deriva en otra diferencia, para mí fundamental, y es que el hombre funciona en base a objetivos o a metas, y las mujeres lo hacen en base a procesos. Si un hombre considera que su mujer es un objetivo cumplido, la va a perder, pues la va a dejar de cuidar. La mujer, como es de trayectos y de detalles, necesita que la cuiden todos los días pero también necesita avanzar, aprender de los hombres y su estructura para pensar en metas y objetivos cumplidos".
Ciertas diferencias surgieron de un análisis pormenorizado, pero otras saltaron más a la vista de la terapeuta, por la simple observación en su consultorio. Sordo se dio cuenta de que, cuando un hombre salía de su primera sesión, ella lo sabía objetivamente todo de él: quién era, qué hacía, qué lo preocupaba, qué días pensaba ir. Sin embargo, cuando una mujer se iba de su consulta por primera vez, la psicóloga tenía claro cómo eran sus hijos, su marido, su ex, su niñera, su jefe, pero "no tenía idea de quién era ella" o qué quería.
"Los hombres tienen la tendencia a tener la cabeza separada como en compartimentos, las mujeres tenemos todo mezclado como en nuestras carteras", sostiene al detallar otra de sus 14 diferencias: ellos son monofocales; ellas, multifocales. Es decir, eso de que las mujeres pueden hacer varias cosas a la vez y los hombres no, para Sordo no es broma.
Otro concepto interesante que maneja es el de pensamiento mágico. "Es una estructura de pensamiento adicional que las mujeres sentimos mucho más que los hombres. Algunos hombres lo tienen, pero en absoluta minoría". Consta de tener en la cabeza una suerte de mundo perfecto en oposición constante con el mundo real. "Por tanto, cada vez que comparo el mundo real con ese mundo perfecto, todo parece insuficiente, incomprensible, y somos infelices. Por eso las mujeres nos quejamos tanto. El `pero` aparece desde esa estructura: `tengo el pelo lindo pero las puntas florecidas`, `las vacaciones estuvieron bien pero hubo dos días nublados`, `los niños están bien pero resfriados`. Estoy diciendo que mi concepto de niños bien son niños perfectos".
Para la psicóloga, la que posee esta estructura es la clásica mujer que siempre está centrada en lo que le falta y no en lo que tiene. "Por eso siempre digo que todas las mujeres estamos dentro de nuestras cabezas enamoradas del mismo hombre y el que tenemos es un premio de consuelo, ya que pasamos comparando a ese hombre real con el `hombre mágico` y en esa competencia el hombre real siempre pierde y por lo tanto nos quejamos de él". Desde ese lugar, es que ellas siempre quieren que él sepa o adivine mágicamente qué es lo que ella desea. Preguntas como ¿por qué nunca me regalas flores? son un síntoma: a él probablemente nunca se le ocurra porque no es ese hombre imaginario.
En sus conferencias, disponibles en YouTube, la psicóloga lo grafica con ejemplos mundanos, a los que agrega reproducciones de charlas con impostaciones de voz e imitación de gestos que suelen despertar la hilaridad de los asistentes. Desdramatizar parece la clave.
Asimismo, Sordo apunta que una de "las grandes maravillas que tiene la investigación" es que no muestra a ningún género como superior al otro, sino que los ve desde la complementariedad o desde el aprendizaje, "que es desde donde yo mejoro". "Las mujeres tenemos que aprender de los hombres: separar las cosas, pensar en objetivos, quedarnos calladas, jugar -otra cosa maravillosa que tiene la conducta masculina que a las mujeres nos cuesta mucho desarrollar-. Los hombres deben aprender de nosotras a pensar en procesos, a pensar en detalles, a retener cosas, a comunicar lo que sienten y decir lo que les está pasando".
parejas perdidas o salvables. Todas estas diferencias, ¿atentan contra la estabilidad de la pareja? No. Lo que sí lo hace es el desconocimiento de las diferencias. "Cuando uno no sabe, espera cosas del otro porque supone que actúa, piensa y siente igual que yo, y eso no es así. Siempre he dicho que la pareja, para mantenerse, requiere de cuatro patas, como si fuera una mesa: una es el amor -condición necesaria pero no suficiente para que una pareja dure toda la vida-, otra es la voluntad -que es la más importante de las cuatro: la decisión de amar y trabajar para eso. Todos hemos hecho miles de esfuerzos para mantener nuestro trabajo, y no necesariamente aguantamos con la misma tolerancia las relaciones afectivas-, la tercera pata es el sentido del humor -si una pareja no se ríe de sí misma y de las cosas que le pasan en la vida difícilmente pueda evolucionar y durar en el tiempo- y el cuarto es el sentido de trascendencia -creer en alguien o en algo que de alguna manera te haga sentir pequeño y con la condición necesaria de humildad. Creo que son las cuatro cosas que a la larga hacen que la diferencia tenga sentido".
¿Cuándo uno se da cuenta que la relación no va más? ¿Cuál es la línea que separa a una relación salvable de una que ya no tiene solución? "Cuando al menos una de las cuatro patas desaparece para siempre. Cuando desaparece el amor y no hay marcha atrás. Cuando desaparece la voluntad o la fuerza para trabajar por esa relación. Cuando ya el sentido del humor no existe. Y cuando creer en Dios o en algo superior ya no te ayuda. Tiene que ver con cuotas de realidad y poder evaluar esas cosas. Cuando el amor se apaga -porque no fue cuidado, porque no fue tomado en cuenta como decisión- es tan difícil como encender un auto sin aceite. Creo que la intersección de esos cuatro mecanismos puede, con sus altos y bajos, determinar que la relación ya no funcione. A mí me sucedió descubrir que tenía una concepción super inmadura del amor. Estaba más enamorada del amor, en términos de decisión, que de él. Creo que eso, a lo largo del tiempo, por inmadurez, por historias de vida, te termina pasando la cuenta".
Jóvenes se alejan de la infelicidad adulta
La única salvedad que Pilar Sordo halló en su investigación -en la que participaron miles de personas de países diferentes- no tuvo que ver con las diferencias culturales, los lugares de origen ni el estatus socioeconómico, sino con la edad. Las generaciones más jóvenes actúan distinto y la psicóloga se interesó en entender por qué. Curiosamente, encontró la respuesta en el comportamiento adulto.
En primer lugar, Sordo notó que entre los más chicos se da una inversión de roles, por ejemplo una masculinización de la mujer (que suelta todo y ya no retiene nada). Así lo explica ella: "Creo que les estamos mostrando a los jóvenes un mundo adulto super poco gratificante. Todo es tremendo, estamos siempre cansados, siempre agobiados, poco contentos, siempre suspirando. Eso, a la larga, los hace sentir que el adulto es un ser infeliz. Entonces, para alejarme de ese mundo infeliz, no quiero comprometerme ni hacer nada de lo que los adultos hacen: por lo tanto no quiero trabajar mucho, no me quiero casar, no quiero tener hijos. Creo que ese es el testimonio que estamos pasando".
La terapeuta profundizó el análisis de las generaciones más jóvenes en otra investigación que aparece en su tercer libro, No quiero crecer (2009). Allí aborda la relación entre padres e hijos y descubre las razones por las que el entendimiento entre ambas partes se vuelve hoy en día difícil en tantas ocasiones.
"Yo grafico un poco el mundo adolescente y el mundo adulto joven desde esa falta de compromiso, desde ese tedio permanente, desde esa generación `sin hambre`, como digo yo, a los que les cuesta buscar información, proponerse hacer cosas, ser más pro-activos, porque de alguna manera han tenido todo hecho. Hay un error conceptual de los padres en el tema de asumirse amigos de sus hijos y no padres, y por lo tanto perder la autoridad de poner reglas. De alguna manera, hablar de amistad con los hijos es como redundante: si yo amo a alguien tengo que desarrollar vínculos de confianza, eso es como obvio. Pero yo no puedo ser cómplice, yo tengo que educar. Y por lo tanto tengo que estar permanentemente alerta de este fenómeno", concluye Sordo.
Inevitable dolor, elegible sufrimiento
"Bienvenido dolor" puede ser, para muchos, una figura del contrasentido, casi un oxímoron. Pero así se llamará el quinto libro de Pilar Sordo, en el que aún está trabajando y que se hallará en las bateas literarias a mitad de año. "Tiene que ver con los procesos de pérdida y de duelo, pero a partir de ahí derivé en una investigación que tiene que ver con el manejo de las emociones, con cómo vivimos los dolores los latinoamericanos", explica.
Bienvenido porque, ya que se trata de una emoción inevitable, al menos se le puede sacar provecho. La psicóloga no tiene problemas en exponer su propia historia como ejemplo. Divorciada, viuda, sobreviviente de dolores varios, reivindica el sentido del humor como base de la resiliencia. Pero, ¿es algo que cualquiera puede desarrollar? "Sí, se desarrolla y se va a aprendiendo en la medida que tienes una actitud frente a las cosas que te pasan en la vida como un aprendizaje. Por ahí va el tema. Todos estamos llamados a reinventarnos. Hay temas que a algunos les costará más que a otros. Pero todos tenemos esa posibilidad y esa alternativa. Lo terrible es cuando uno supone que viene construido así y que nada puede cambiar. Yo creo en eso: todos tenemos la posibilidad de decidir. El dolor es inevitable. Llega a tu casa igual que una encomienda que no puedes eludir. Lo que puedes elegir (padecer o no) es el sufrimiento, que es quedarse pegado en eso sin determinar un proceso de aprendizaje. Eso sí es elegible".
Saturday, February 26, 2011
MUERE ISIDORA AGUIRRE
Emol Cultura y Espectáculos
Gobierno decreta duelo oficial por muerte de dramaturga Isidora Aguirre
La medida anunciada por el ministro de Cultura, Luciano Cruz-Coke, regirá para la jornada de este lunes.
Emol Sábado 26 de Febrero de 2011 21:27
A los 92 fallece Isidora Aguirre, creadora de la "Pérgola de Las Flores"
SANTIAGO.- El Gobierno decretó duelo oficial por la muerte de la destacada dramaturga Isidora Aguirre Tupper, ocurrido durante la jornada de ayer viernes en la Clínica Santa María.
El anuncio fue dado a conocer por el ministro de Cultura, Luciano Cruz-Coke, indicando que la medida regirá para el próximo lunes 28.
La dictación de duelo oficial está regulada en el Decreto 537 del Ministerio de Relaciones Exteriores, que establece que "si falleciere una alta personalidad chilena o extranjera deberá determinarse, en mérito de circunstancias especiales, si corresponde la declaración de duelo nacional o duelo oficial".
Aguirre Tupper es reconocida como una de las más grandes exponentes del género en el país, especialmente tras la realización de la histórica obra "La Pérgola de Las Flores".
Los restos de la escritora han sido trasladados desde la Clínica Santa María hasta la Sala Agustín Siré, de la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile, donde desde esta tarde se realiza su velatorio.
Mañana a las 10:00 horas se realizará un cortejo simbólico que la trasladará hasta la Sala Antonio Varas del Teatro Nacional, donde se continuará recordando su relevancia en la historia cultural del país.
Finalmente, a las 17:00 horas, comenzará el cortejo hacia el cementerio para su funeral, pero en el trayecto se realizará una detención frente a la Pérgola de las Flores, donde se llevará a cabo el sentido homenaje de quienes se han sentido representadas por la obra de Aguirre.
El anuncio fue dado a conocer por el ministro de Cultura, Luciano Cruz-Coke, indicando que la medida regirá para el próximo lunes 28.
La dictación de duelo oficial está regulada en el Decreto 537 del Ministerio de Relaciones Exteriores, que establece que "si falleciere una alta personalidad chilena o extranjera deberá determinarse, en mérito de circunstancias especiales, si corresponde la declaración de duelo nacional o duelo oficial".
Aguirre Tupper es reconocida como una de las más grandes exponentes del género en el país, especialmente tras la realización de la histórica obra "La Pérgola de Las Flores".
Los restos de la escritora han sido trasladados desde la Clínica Santa María hasta la Sala Agustín Siré, de la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile, donde desde esta tarde se realiza su velatorio.
Mañana a las 10:00 horas se realizará un cortejo simbólico que la trasladará hasta la Sala Antonio Varas del Teatro Nacional, donde se continuará recordando su relevancia en la historia cultural del país.
Finalmente, a las 17:00 horas, comenzará el cortejo hacia el cementerio para su funeral, pero en el trayecto se realizará una detención frente a la Pérgola de las Flores, donde se llevará a cabo el sentido homenaje de quienes se han sentido representadas por la obra de Aguirre.
ULTIMAS CARTAS DE MORO
Tomás Moro: caída, muerte y liberación de un mártir
Llega Ultimas cartas, con las misivas finales del político inglés ejecutado en 1535 tras entrar en conflicto con Enrique VIII.
por Juan Ignacio Brito
Llega Ultimas cartas, con las misivas finales del político inglés ejecutado en 1535 tras entrar en conflicto con Enrique VIII.
por Juan Ignacio Brito
La Tercera sábado 26 de febrero de 2011
El hombre estaba a punto de perder la cabeza, pero conservó el humor. Le rogó a su verdugo que le ayudara a subir al cadalso, "porque para bajar, podré valérmelas por mí mismo". Así dejó este mundo, el 6 de julio de 1535, Tomás Moro: santo mártir de la Iglesia Católica, amante padre, esposo y abuelo, destacado político, jurista, poeta, sabio filósofo y culpable de haber violado el Acta de Traición de 1534.
La sanción por desafiar al rey era la muerte. El castigo era brutal: al condenado lo ahorcaban y, mientras aún vivía, le cortaban los miembros, lo castraban, lo abrían, le extraían las entrañas (las que eran quemadas ahí mismo) y, finalmente, lo degollaban. En un gesto de clemencia, Enrique VIII accedió a que Moro sólo lo decapitaran. Como escarnio, la cabeza fue expuesta durante un mes. Luego debía ser lanzada al río Támesis, pero Margaret Roper, la hija más querida de Moro, la recuperó tras sobornar a un guardia.
La historia de Tomás Moro es la de una caída y un triunfo liberador. Trayecto que queda elocuentemente reflejado en Ultimas cartas (1532-1535). Además de las misivas entre Moro y sus familiares, amigos y autoridades, el traductor y editor Alvaro Silva ha incluido una muy lúcida introducción y notas que entregan el contexto en el que se produce el intercambio epistolar.
El 6 de mayo de 1532, Enrique VIII aceptó la renuncia de Moro a su cargo de Lord Canciller de Inglaterra. El epistolario abre con una carta escrita un mes después por el político retirado a su amigo Erasmo de Rotterdam. Se muestra feliz porque, dice, siempre había querido verse "eximido de todos los deberes oficiales" y "ser, por fin, capaz de dedicar algún tiempo a Dios y a mí mismo". Esperaba gozar de la compañía de su esposa, hijos y nietos en la espléndida casa que se había construido en Chelsea, en las afueras de Londres.
No sería, sin embargo, posible. Aunque Moro escribió a Erasmo que su dimisión se debió a motivos de salud, es obvio que estaba muy incómodo con la conducta de Enrique VIII. El monarca, nombrado en 1521 defensor de la fe católica por el Papa León X, había roto con Roma debido a su caprichoso deseo de anular su matrimonio con Catalina de Aragón, la hija de los Reyes Católicos de España repudiada tras el encandilamiento del rey con la cortesana Ana Bolena. Ante la negativa del Pontífice a acceder a la aspiración de Enrique VIII, éste desafió la autoridad papal y se declaró cabeza de la Iglesia de Inglaterra. En 1533 se casó con Ana Bolena (la segunda de sus seis bodas), convirtiéndola en reina. Aunque Tomás Moro se cuidó de no censurar en público el enlace, no asistió a la coronación, detalle que no pasó inadvertido en la corte.
De ahí en más, todo fue caída para un hombre que, pese a no tener origen noble, había logrado ascender hasta lo más alto, ocupando importantísimos cargos de confianza del soberano inglés desde 1518. En abril de 1534 se le exigió jurar lealtad al rey y al acta que declaraba nulo y "contrario a las leyes de Dios" el matrimonio entre Enrique VIII y Catalina de Aragón. Como rehusó hacerlo, fue enviado a la Torre de Londres. Desde ahí mandó una carta a su hija Margaret, en la que señalaba que no actuaría en contra de su conciencia, pues "no podía aceptar el juramento que ahí se me ofrecía sin poner mi alma en peligro de condenación eterna". Puesto en la encrucijada de elegir entre el rey temporal y el Rey Eterno, Tomás Moro supo escoger. "No estoy obligado a cambiar mi conciencia para conformarla con el consejo de un reino que se halla en contra del consejo general de la cristiandad", escribió.
Moro mantuvo su férrea voluntad basado en su fe y en la reflexión profunda. En agosto de 1534, Margaret Roper remitió una larga carta (la más famosa de las 30 que reproduce el libro, y que dio pie al Diálogo de la fortaleza contra la tribulación, escrito por Moro en su celda de la Torre de Londres) a Alice Alington, hijastra de Moro. En ella reproducía una extensa conversación, llena de amor y respeto, en la que Margaret trataba infructuosamente de persuadir a su padre de ceder y él le exponía sus razonados argumentos para no hacerlo.
Margaret le pide encontrar una salida que, "siendo del gusto de Dios, pueda también dar contento y gusto al rey". Moro responde que no es un asunto que haya "mirado ligeramente, sino que por muchos años lo he estudiado y consultado", pero que "mi conciencia se interpone". La hija replica que muchos hombres sabios se han sometido, pero él retruca que "no me propongo prender mi alma con un alfiler a la espalda de otro hombre". Tampoco se muestra dispuesto a acatar una ley inocua ni menos a dejarse llevar por el miedo.
Varios calificaron la actitud de Moro de terca. "Ojalá tu padre no fuera tan escrupuloso de conciencia", le dijo a Alice Alington el Lord Canciller Thomas Audley, según contaba ésta en una desesperada misiva dirigida a Margaret Roper. A quien quiso convencerlo de aceptar el juramento, Moro le explicó que no podía traicionar su conciencia y defraudar a Dios. Sabía bien que la acusación que pesaba sobre él podía costarle la vida y no la miró con frivolidad. Su postura no fue fruto de la obstinación y el prejuicio, sino expresión de consecuencia y meditación acabada. Es eso lo que le da valor universal a la prueba que enfrentó el mártir inglés y que lo convierte en un ejemplo recordado hasta hoy. La fe verdadera no es un impulso sentimental, sino una reflexión seria y consciente que hace elegir a Dios, porque quien opta por El "puede ser decapitado y aun así no sufrir daño alguno".
En mayo de 1535 Moro eludió pronunciarse ante la exigencia de Enrique VIII de expresar opinión acerca del acta de fundación de la Iglesia Anglicana, la cual declaraba al soberano "la sola cabeza suprema en la tierra de la Iglesia de Inglaterra". Las evasivas indignaron al rey y sellaron la fortuna de Moro, quien fue condenado a muerte. En la víspera de su ejecución escribió a Margaret Roper, despidiéndose de ella y del resto de su familia: "Ve con Dios, querida hija, y reza por mí, y yo rezaré por ti y por todos tus amigos, para que nos reunamos alegremente en el cielo".
Detrás de la correspondencia
La cabeza de Moro
Fue degollado en 1535 por haber desafiado el rey Enrique VIII. Su cabeza sería lanzada al río Támesis, pero su hija la recuperó mediante un soborno,
Misiva clave
El Diálogo de la fortaleza contra la tribulación, escrito por Moro poco antes de morir, fue gatillado por una carta de su hija incluida en este volumen.
Cartas y contexto
Además de la correspondencia de los últimos años de su vida, el libro incluye una lúcida introducción de Alvaro Silva, que contextualiza las cartas.
El hombre estaba a punto de perder la cabeza, pero conservó el humor. Le rogó a su verdugo que le ayudara a subir al cadalso, "porque para bajar, podré valérmelas por mí mismo". Así dejó este mundo, el 6 de julio de 1535, Tomás Moro: santo mártir de la Iglesia Católica, amante padre, esposo y abuelo, destacado político, jurista, poeta, sabio filósofo y culpable de haber violado el Acta de Traición de 1534.
La sanción por desafiar al rey era la muerte. El castigo era brutal: al condenado lo ahorcaban y, mientras aún vivía, le cortaban los miembros, lo castraban, lo abrían, le extraían las entrañas (las que eran quemadas ahí mismo) y, finalmente, lo degollaban. En un gesto de clemencia, Enrique VIII accedió a que Moro sólo lo decapitaran. Como escarnio, la cabeza fue expuesta durante un mes. Luego debía ser lanzada al río Támesis, pero Margaret Roper, la hija más querida de Moro, la recuperó tras sobornar a un guardia.
La historia de Tomás Moro es la de una caída y un triunfo liberador. Trayecto que queda elocuentemente reflejado en Ultimas cartas (1532-1535). Además de las misivas entre Moro y sus familiares, amigos y autoridades, el traductor y editor Alvaro Silva ha incluido una muy lúcida introducción y notas que entregan el contexto en el que se produce el intercambio epistolar.
El 6 de mayo de 1532, Enrique VIII aceptó la renuncia de Moro a su cargo de Lord Canciller de Inglaterra. El epistolario abre con una carta escrita un mes después por el político retirado a su amigo Erasmo de Rotterdam. Se muestra feliz porque, dice, siempre había querido verse "eximido de todos los deberes oficiales" y "ser, por fin, capaz de dedicar algún tiempo a Dios y a mí mismo". Esperaba gozar de la compañía de su esposa, hijos y nietos en la espléndida casa que se había construido en Chelsea, en las afueras de Londres.
No sería, sin embargo, posible. Aunque Moro escribió a Erasmo que su dimisión se debió a motivos de salud, es obvio que estaba muy incómodo con la conducta de Enrique VIII. El monarca, nombrado en 1521 defensor de la fe católica por el Papa León X, había roto con Roma debido a su caprichoso deseo de anular su matrimonio con Catalina de Aragón, la hija de los Reyes Católicos de España repudiada tras el encandilamiento del rey con la cortesana Ana Bolena. Ante la negativa del Pontífice a acceder a la aspiración de Enrique VIII, éste desafió la autoridad papal y se declaró cabeza de la Iglesia de Inglaterra. En 1533 se casó con Ana Bolena (la segunda de sus seis bodas), convirtiéndola en reina. Aunque Tomás Moro se cuidó de no censurar en público el enlace, no asistió a la coronación, detalle que no pasó inadvertido en la corte.
De ahí en más, todo fue caída para un hombre que, pese a no tener origen noble, había logrado ascender hasta lo más alto, ocupando importantísimos cargos de confianza del soberano inglés desde 1518. En abril de 1534 se le exigió jurar lealtad al rey y al acta que declaraba nulo y "contrario a las leyes de Dios" el matrimonio entre Enrique VIII y Catalina de Aragón. Como rehusó hacerlo, fue enviado a la Torre de Londres. Desde ahí mandó una carta a su hija Margaret, en la que señalaba que no actuaría en contra de su conciencia, pues "no podía aceptar el juramento que ahí se me ofrecía sin poner mi alma en peligro de condenación eterna". Puesto en la encrucijada de elegir entre el rey temporal y el Rey Eterno, Tomás Moro supo escoger. "No estoy obligado a cambiar mi conciencia para conformarla con el consejo de un reino que se halla en contra del consejo general de la cristiandad", escribió.
Moro mantuvo su férrea voluntad basado en su fe y en la reflexión profunda. En agosto de 1534, Margaret Roper remitió una larga carta (la más famosa de las 30 que reproduce el libro, y que dio pie al Diálogo de la fortaleza contra la tribulación, escrito por Moro en su celda de la Torre de Londres) a Alice Alington, hijastra de Moro. En ella reproducía una extensa conversación, llena de amor y respeto, en la que Margaret trataba infructuosamente de persuadir a su padre de ceder y él le exponía sus razonados argumentos para no hacerlo.
Margaret le pide encontrar una salida que, "siendo del gusto de Dios, pueda también dar contento y gusto al rey". Moro responde que no es un asunto que haya "mirado ligeramente, sino que por muchos años lo he estudiado y consultado", pero que "mi conciencia se interpone". La hija replica que muchos hombres sabios se han sometido, pero él retruca que "no me propongo prender mi alma con un alfiler a la espalda de otro hombre". Tampoco se muestra dispuesto a acatar una ley inocua ni menos a dejarse llevar por el miedo.
Varios calificaron la actitud de Moro de terca. "Ojalá tu padre no fuera tan escrupuloso de conciencia", le dijo a Alice Alington el Lord Canciller Thomas Audley, según contaba ésta en una desesperada misiva dirigida a Margaret Roper. A quien quiso convencerlo de aceptar el juramento, Moro le explicó que no podía traicionar su conciencia y defraudar a Dios. Sabía bien que la acusación que pesaba sobre él podía costarle la vida y no la miró con frivolidad. Su postura no fue fruto de la obstinación y el prejuicio, sino expresión de consecuencia y meditación acabada. Es eso lo que le da valor universal a la prueba que enfrentó el mártir inglés y que lo convierte en un ejemplo recordado hasta hoy. La fe verdadera no es un impulso sentimental, sino una reflexión seria y consciente que hace elegir a Dios, porque quien opta por El "puede ser decapitado y aun así no sufrir daño alguno".
En mayo de 1535 Moro eludió pronunciarse ante la exigencia de Enrique VIII de expresar opinión acerca del acta de fundación de la Iglesia Anglicana, la cual declaraba al soberano "la sola cabeza suprema en la tierra de la Iglesia de Inglaterra". Las evasivas indignaron al rey y sellaron la fortuna de Moro, quien fue condenado a muerte. En la víspera de su ejecución escribió a Margaret Roper, despidiéndose de ella y del resto de su familia: "Ve con Dios, querida hija, y reza por mí, y yo rezaré por ti y por todos tus amigos, para que nos reunamos alegremente en el cielo".
Detrás de la correspondencia
La cabeza de Moro
Fue degollado en 1535 por haber desafiado el rey Enrique VIII. Su cabeza sería lanzada al río Támesis, pero su hija la recuperó mediante un soborno,
Misiva clave
El Diálogo de la fortaleza contra la tribulación, escrito por Moro poco antes de morir, fue gatillado por una carta de su hija incluida en este volumen.
Cartas y contexto
Además de la correspondencia de los últimos años de su vida, el libro incluye una lúcida introducción de Alvaro Silva, que contextualiza las cartas.
CONTRA LA MUERTE DE ROJAS
La Gaceta 26 de febrero de 2011, 21:38
El poeta chileno Gonzalo Rojas "de extremo gravedad" tras un infarto cerebral
El poeta chileno Gonzalo Rojas, Premio Cervantes de Literatura 2003, sufrió un infarto cerebral el pasado 22 de febrero. Está considerado el poeta vivo más importante de Chile.
El poeta chileno Gonzalo Rojas, Premio Cervantes de Literatura 2003, se encuentra en una situación "de extrema gravedad", tras sufrir un infarto cerebral, informó la Fundación que lleva su nombre.
Rojas sufrió el infarto cerebral el pasado 22 de febrero y actualmente está en su domicilio en la sureña ciudad de Chillán, "estable dentro de su gravedad, tranquilo y con soporte médico las 24 horas del día", informó la fundación en su web.
El también ganador del Premio Nacional de Literatura 1992 y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 1992 permanece acompañado de su familia en Chillán, a 401 kilómetros de Santiago, indicó la entidad.
El poeta vivo más importante de Chile
Una familiar del autor confirmó la información y precisó que Rojas no fue llevado a un hospital a raíz del infarto y fue atendido en todo momento en su casa.
El autor de "La miseria del hombre" (1948), "Contra la muerte" (1964), "Poesía Esencial" (2006) y "Del Agua" (2007), entre muchas otras obras, permaneció hospitalizado una semana el pasado septiembre, a causa de una neumonía.
Nacido el 17 de diciembre de 1917 en Lebu, a 660 kilómetros al sur de Santiago, Rojas es considerado, junto con Nicanor Parra, el poeta vivo más importante de Chile.
El 18 de junio del año pasado, Rojas se sorprendió al enterarse del fallecimiento del portugués José Saramago, al que consideraba "sólo un muchacho".
"¿Cuántos años tenía José? 87 años... era un muchacho. Imagínese, yo tengo 93 y me siento como un jovenzuelo", dijo entonces el poeta a EFE con una admirable jovialidad.
El poeta chileno Gonzalo Rojas "de extremo gravedad" tras un infarto cerebral
El poeta chileno Gonzalo Rojas, Premio Cervantes de Literatura 2003, sufrió un infarto cerebral el pasado 22 de febrero. Está considerado el poeta vivo más importante de Chile.
El poeta chileno Gonzalo Rojas, Premio Cervantes de Literatura 2003, se encuentra en una situación "de extrema gravedad", tras sufrir un infarto cerebral, informó la Fundación que lleva su nombre.
Rojas sufrió el infarto cerebral el pasado 22 de febrero y actualmente está en su domicilio en la sureña ciudad de Chillán, "estable dentro de su gravedad, tranquilo y con soporte médico las 24 horas del día", informó la fundación en su web.
El también ganador del Premio Nacional de Literatura 1992 y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 1992 permanece acompañado de su familia en Chillán, a 401 kilómetros de Santiago, indicó la entidad.
El poeta vivo más importante de Chile
Una familiar del autor confirmó la información y precisó que Rojas no fue llevado a un hospital a raíz del infarto y fue atendido en todo momento en su casa.
El autor de "La miseria del hombre" (1948), "Contra la muerte" (1964), "Poesía Esencial" (2006) y "Del Agua" (2007), entre muchas otras obras, permaneció hospitalizado una semana el pasado septiembre, a causa de una neumonía.
Nacido el 17 de diciembre de 1917 en Lebu, a 660 kilómetros al sur de Santiago, Rojas es considerado, junto con Nicanor Parra, el poeta vivo más importante de Chile.
El 18 de junio del año pasado, Rojas se sorprendió al enterarse del fallecimiento del portugués José Saramago, al que consideraba "sólo un muchacho".
"¿Cuántos años tenía José? 87 años... era un muchacho. Imagínese, yo tengo 93 y me siento como un jovenzuelo", dijo entonces el poeta a EFE con una admirable jovialidad.
Thursday, February 24, 2011
Javier Argüello (Santiago de Chile, 1972) nació en Chile, pero es argentino
ACN/M Amengual
ACN/Sarah Rivera
Javier Argüello, II Premio Internacional de Ensayo Palau i Fabre
Alan Riding es galardonado en la categoría de Mejor Obra Publicada en el Extranjero por 'And the Show Went On'
La Vanguardia Libros 24/02/2011 - 11:55h
Barcelona (ACN/,Amengual) .- 'La música del mundo', de Javier Argüello, es la obra ganadora del II Premio internacional de ensayo Palau i Fabre, convocado por la Fundación Palau y Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. El jurado ha destacado que 'La música del mundo' es un excelente ensayo centrado en la variación que ha tenido, a lo largo de la historia, la imaginación narrativa. El Premio, en la modalidad de mejor obra publicada en el extranjero a lo largo de 2010, ha recaído en el libro 'And the Show Went On', de Alan Riding. Las dos obras ganadoras serán editadas por Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores y serán presentadas en un acto público a lo largo de la primera quincena de septiembre.
El jurado, formado por el sociólogo alemán Wolf Lepenies, el catedrático de Teoría de la Literatura Jordi Llovet, el profesor Tomás Nofre, presidente de la Fundación Palau, el lingüista, historiador y pensador francés de origen búlgaro Tzvetan Todorov y el escritor Enrique Vila -Matas, ha señalado que 'La música del mundo' es un excelente ensayo centrado en la variación que ha tenido, a lo largo de la historia, la imaginación narrativa. Recurriendo a autores clásicos, modernos y contemporáneos, La música del mundo sitúa la creación literaria de nuestros días en un lugar que es al mismo tiempo herencia e invención.
El II Premio Internacional de Ensayo Palau i Fabre, en la modalidad de mejor obra publicada en el extranjero a lo largo de 2010, ha recaído en el libro And the Show Went On, de Alan Riding. El Jurado ha valorado la claridad expositiva y analítica del autor para explicar un período histórico, el de la ocupación alemana de París entre 1940 y 1944, visto desde el prisma de los escritores y artistas franceses (Camus, Sartre, Chanel, Céline, Malraux, Mauriac, Piaf, Colette, Aragón o el propio Picasso, tan importante próximos años en la obra de Palau i Fabre), que sostuvieron posiciones enfrentadas, que iban desde la resistencia activa a la colaboración entusiasta.
Javier Argüello (Santiago de Chile, 1972) es un escritor argentino, residente en Barcelona. Licenciado en Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires. Ha realizado estudios de guión, teatro y teoría musical. Ha publicado los libros 'Siete cuentos imposibles' (Lumen, 2001) y 'El mar de Todos los muertos' (Lumen, 2008) y ha preparado varias antologías de poesía. Colabora esporádicamente en el diario 'El País' y es profesor de la Escuela de Letras del Ateneu Barcelonès.
Alan Riding nació en Brasil de padres ingleses y fue educado en Gran Bretaña como economista y abogado. Más tarde optó por la carrera de periodista, que lo llevó de Londres a Nueva York, con la agencia Reuters, y luego a México, con el Financial Times. Una vez en México se pasó al New York Times, diario en el que estuvo durante 30 años.
Al terminar su estancia en México, Riding se publica 'Distant Neighbours: A Portrait of the Mexicanos' (Knopf), un libro que vendió 450.000 ejemplares en todo el mundo y que hoy es considerado como un clásico sobre el México moderno. Después de la etapa mexicana, cubrió toda Sudamérica, con base en Río de Janeiro, antes de retornar a Europa, primero en Roma y luego en París, en 1989.
Después de cinco años como jefe de la oficina del New York Times en París, desempeñó el papel de corresponsal cultural europeo de este mismo diario. Durante este periodo escribió libros sobre Shakespeare y sobre ópera, antes de acometer el trabajo monumental sobre la vida cultural parisina durante la ocupación nazi. Riding, que ha recibido muchos premios por sus libros y su actividad periodística, vive actualmente en París.
El Premio Internacional de Ensayo Josep Palau i Fabre tiene la voluntad de potenciar el ensayo como género literario y como herramienta de reflexión en unos momentos en que se hace patente la necesidad de analizar y comprender el mundo que nos rodea. Tres años después de la muerte del escritor, con la obra de Palau i Fabre en la memoria, y en particular para reivindicar también el importante legado ensayístico del autor de los 'Poemes de l'Alquimista', la concesión de este premio, abierto a autores de todo el mundo, es un homenaje a Palau ya la vez una puerta abierta a la creación literaria en cualquier disciplina del pensamiento, preferentemente de carácter humanista.
Wednesday, February 23, 2011
El Misterio de Alma Rossi, novela que será publicada por Alfaguara después del verano y está ambientada en Santiago, Viña del Mar, Reñaca y Zapallar
Peru21.pe Ciudad Lun. 03 ene '11
Los chilenos
Autor: Jaime Bayly
Los chilenos
Autor: Jaime Bayly
Echado en su cama del hotel Ritz, agobiado de ver los programas de bailes simiescos en la televisión chilena, harto de ver los noticieros que hacen alarde de algún mínimo triunfo deportivo de algún chileno en alguna competencia internacional, apelmazado por las noticias espesas de El Mercurio y levemente irritado por el aire arribista y trepador de La Tercera, hastiado en fin del aire chileno enrarecido que respira a la espera de que aparezca su víctima más preciada, esa mujer esquiva y misteriosa, Alma Rossi, que no aparece y que tal vez nunca aparecerá, Javier Garcés piensa que no tiene nada en particular contra los chilenos, pero tiene mucho en general contra los chilenos. No he sido nunca un peruano con fobia a lo chileno, lastrado por el viejo rencor de la guerra perdida, acomplejado porque ellos prosperaron y nosotros seguimos rezagados y debatiendo con aspereza asuntos que ellos ya zanjaron con inteligencia. No soy antichileno, se dice Garcés. Pero estos días en Santiago, unos días en los que ya he matado a dos chilenos con tan exquisita fruición, me han permitido tener una percepción más exacta de lo que son en promedio los chilenos, y me han permitido por tanto sentir que los chilenos naturalmente me caen mal, aunque no tan mal como mis compatriotas, los peruanos. Pero los chilenos me caen mal, esto está claro ahora y no estaba claro antes, cuando solía venir a menudo a Santiago, a Viña, a Cachagua, a Valparaíso, a Zapallar, a presentar mis libros y dar conferencias sosas. Me caen mal porque son falsos, hipócritas, fariseos, taimados. Me caen mal porque simulan ser conservadores cuando son libertinos. Me caen mal porque fingen ser honrados cuando son tan tramposos como los argentinos (sólo que más discretamente). Me caen mal porque son por naturaleza pérfidos, desleales. No puedes creer en ellos. No te dicen nunca lo que están pensando. Te dicen algo retorcido y fraudulento para obtener algún beneficio generalmente monetario. Les gusta demasiado el dinero. Venden a su madre por dinero (yo no vendo a mi madre por dinero porque la amo y porque vivo del dinero de mi madre, que es una razón más para amarla). Son trepadores, arribistas, y lo peor es que han trepado y ya se sienten más arriba que los demás y te miran para abajo. Y si bien han sabido hacer dinero y sobre todo ahorrarlo, esconden dos defectos que me resultan particularmente despreciables: son avaros, tacaños, miserables, son roñosos, son trémulos y cobardes para gastar, guardan la plata por falta de audacia, por pusilánimes, porque piensan en su jubilación, no en darse la gran vida, como los argentinos, que no ahorran un carajo pero se divierten mucho más. Y luego me irrita que los chilenos miren ahora para abajo a sus vecinos sólo por esa sensación de bonanza que los embarga cuando antes debieran mirarse al espejo. Perdón por la franqueza, pero si elijo a un chileno al azar, es feo, es un guiñapo, es un enano contrahecho, es sujeto de facciones como cuchillos afilados, es feo como una patada en los testículos. Y a pesar de eso, se sienten lindos, se sienten regios, se sienten estupendos, se sienten Primer Mundo. Primer Mundo, los cojones. Son sólo una tribu más, una tribu como la argentina, como la peruana, como la uruguaya, sólo que, como les da miedo divertirse y gastar el dinero, como ahorran por instinto conservador, son ahora una tribu pujante que sale a comprar negocios en las tribus vecinas. Pero eso no los hace mejores, los hace más odiosos porque se permiten un aire de superioridad, una mirada condescendiente, y son sólo unos rotos culiaos, con perdón por la ordinariez. No tengo nada contra los chilenos en particular, y tengo amigos chilenos, y conozco a chilenos encantadores en Santiago y en Lima y en Madrid, pero tantos días de reclusión en el Ritz y de minuciosa contemplación de los hábitos y costumbres chilenos me llevan a esta severa conclusión: en general, los chilenos me caen como el culo y cuando los escucho hablar con esa tonadilla tan insoportable me caen aún peor. Prefiero mil veces a los argentinos. Prefiero mil veces a los colombianos. Prefiero cien mil veces a los uruguayos. Los chilenos suelen ser falsos, lambiscones, desleales, buenos para la intriga y el chisme, ensimismados contando sus pesitos revaluados, de pronto orgullosos de la tribu a la que pertenecen porque un tenista gana un puto partido o porque van al mundial de fútbol y vuelven a perder con Brasil, tanto nadar para morir ahogados. Javier Garcés piensa que un chileno promedio es tan feo como un peruano promedio y tan mentiroso como un peruano promedio aunque menos haragán que un peruano promedio, pero eso que algunos encuentran meritorio, el espíritu laborioso y pujante y emprendedor del chileno promedio, es lo que a Garcés le inflama o irrita un tanto los cojones. Porque, se dice Garcés, el chileno no es bueno como amigo, te traiciona casi siempre, y tampoco es bueno como socio, te quiere sacar ventaja casi siempre, y tampoco es bueno para el vicio, porque les sale el pudor y la mojigatería y cada tres calles hay una estatua al fascista santificado de Escrivá de Balaguer. Lo que no sé, piensa Garcés, es si la mujer chilena es buena para culear. Y está claro que, en promedio, una chilena está más buena que una peruana, aunque nunca más buena que una argentina, pero sí he visto estos días en Santiago a no pocas chilenas a las que les empujaría la verga, gustoso. En conclusión, los chilenos me caen como el culo pero me gustaría darle por el culo a una chilena y hacerla mi rota culiá, piensa Garcés, y toma una copa de champagne, y piensa a cuál de sus amigas chilenas debería llamar para invitarla a cenar y tratar de llevársela a la cama. El problema es que todas están casadas, se detiene a pensar. Aunque esto, bien mirado, puede no ser un problema en modo alguno, porque si hay una tribu llena de cornudos es la chilena: hay que ver lo papanatas que son los chilenos para dejarse engañar por sus mujeres, hay que ver lo astutas y mitómanas y putitas que son las ricas chilenas casadas para buscar un buen pedazo de verga fuera de casa, habrá que ir llamando a mis amigas chilenas a ver cuál me presta un rato su culito, piensa Garcés. Chilenos del orto: ¿todo el puto día tienen que estar bailando tonadillas afiebradas brasileras en televisión? Tengo que salir a caminar, piensa Garcés, y seca la copa de champagne y apaga el televisor, harto de esa chusma de putas y maricas y animadores vocingleros y concursos de bailes simiescos. Y después dicen que son alemanes o ingleses estos huevones, piensa Garcés, en el ascensor: los chilenos son tan bárbaros y feos como nosotros los peruanos, basta de hipocresías.
(Fragmento de Morirás Mañana 2, El Misterio de Alma Rossi, novela que será publicada por Alfaguara después del verano y está ambientada en Santiago, Viña del Mar, Reñaca y Zapallar).
(Fragmento de Morirás Mañana 2, El Misterio de Alma Rossi, novela que será publicada por Alfaguara después del verano y está ambientada en Santiago, Viña del Mar, Reñaca y Zapallar).
LAS CONSECUENCIAS DEL TERRORISMO
Cuando el mundo se nos cae encima
Cómo superar barreras
“Saber que se puede” es el grito de esperanza de Irene Villa
Qué difícil nos resulta la vida cuando nos sentimos atrapados por los problemas cotidianos. Imagínate cuando debes salvar una barrera extra: una tragedia personal, un problema grave o una vivencia terrible.
Irene Villa conoce la situación. Todos la recordamos como la niña que a los 12 años perdió las piernas en un atentado de ETA. Hoy con 25, parece imparable. Ha estudiado periodismo, psicología, humanidades y practica deportes de riesgo. Es delegada en Madrid de la Asociación Víctimas del Terrorismo, colabora con asociaciones de discapacitados y asegura que el motor de su vida es la esperanza en el ser humano.
Después de todo, parece tener alguna clave para superar barreras, ¿cuál es? “Todos somos capaces de transformar una vida de tristezas en una de esperanza y alegría. Lo fundamental es Saber que se puede, como reza el título de mi libro. A muchos les cuesta, no lo pongo en duda, pero otros no lo intentan. Creen estar condenados a sufrir. El problema radica en la falta de confianza y eso, como todo, se aprende”.
Aun así, nadie dice que el camino hasta el final del túnel sea sencillo. “Tras las malas experiencias suelen aparecer alteraciones en el estado de ánimo (ansiedad, depresión...) que nos impiden ver las cosas con claridad”, explica Carmen Canterla, psicóloga y directora de Vidacer Huelva, centro para el tratamiento de postraumáticos.
“A pesar de ello, si conseguimos un buen control de nuestros pensamientos, lograremos ser dueños de nuestras emociones y transformar los sucesos adversos en buenas oportunidades para desarrollar nuevas habilidades y recursos”, añade la experta.
Irene coincide. “El proceso nace de reconsiderar que puedes vivir con esto y que lo vas a intentar. Si lo intentas, te juro que lo consigues. Claro, que ayuda quererse a uno mismo. En aquel momento yo tenía 12 años y no deseaba malgastar mi vida llorando por haber perdido las piernas. Quería estudiar, conocer mundo, bucear, esquiar, hacer parapente... Estaba comenzando a vivir”.
DE TODO SE APRENDE
Habrá quien piense que tanto optimismo no puede aprenderse, que es una cualidad innata. “Puede ser. Ojalá pudemos pasar toda la vida preguntándonos por qué a mí, o pensar que hemos nacido así”. Ese fue el motor de arranque. Y sin duda, fue una frase llena de razón”.
Cómo superar barreras
“Saber que se puede” es el grito de esperanza de Irene Villa
Qué difícil nos resulta la vida cuando nos sentimos atrapados por los problemas cotidianos. Imagínate cuando debes salvar una barrera extra: una tragedia personal, un problema grave o una vivencia terrible.
Irene Villa conoce la situación. Todos la recordamos como la niña que a los 12 años perdió las piernas en un atentado de ETA. Hoy con 25, parece imparable. Ha estudiado periodismo, psicología, humanidades y practica deportes de riesgo. Es delegada en Madrid de la Asociación Víctimas del Terrorismo, colabora con asociaciones de discapacitados y asegura que el motor de su vida es la esperanza en el ser humano.
Después de todo, parece tener alguna clave para superar barreras, ¿cuál es? “Todos somos capaces de transformar una vida de tristezas en una de esperanza y alegría. Lo fundamental es Saber que se puede, como reza el título de mi libro. A muchos les cuesta, no lo pongo en duda, pero otros no lo intentan. Creen estar condenados a sufrir. El problema radica en la falta de confianza y eso, como todo, se aprende”.
Aun así, nadie dice que el camino hasta el final del túnel sea sencillo. “Tras las malas experiencias suelen aparecer alteraciones en el estado de ánimo (ansiedad, depresión...) que nos impiden ver las cosas con claridad”, explica Carmen Canterla, psicóloga y directora de Vidacer Huelva, centro para el tratamiento de postraumáticos.
“A pesar de ello, si conseguimos un buen control de nuestros pensamientos, lograremos ser dueños de nuestras emociones y transformar los sucesos adversos en buenas oportunidades para desarrollar nuevas habilidades y recursos”, añade la experta.
Irene coincide. “El proceso nace de reconsiderar que puedes vivir con esto y que lo vas a intentar. Si lo intentas, te juro que lo consigues. Claro, que ayuda quererse a uno mismo. En aquel momento yo tenía 12 años y no deseaba malgastar mi vida llorando por haber perdido las piernas. Quería estudiar, conocer mundo, bucear, esquiar, hacer parapente... Estaba comenzando a vivir”.
DE TODO SE APRENDE
Habrá quien piense que tanto optimismo no puede aprenderse, que es una cualidad innata. “Puede ser. Ojalá pudemos pasar toda la vida preguntándonos por qué a mí, o pensar que hemos nacido así”. Ese fue el motor de arranque. Y sin duda, fue una frase llena de razón”.
Entrevistas
SABER QUE SE PUEDE
Artículo Hna. María del Carmen Aceituno Algaba.
“Saber que se puede” es el título de un libro de una joven llamada Irene Villa. Como es de suponer ese nombre no os dice nada. Aquí en España la conocemos muy bien. Os la voy a presentar.
Irene es una joven madrileña de 28 años, con altura moral y humana suficiente como para dejarnos pequeñito. Guapa, sus ojos rebosan vida y optimismo, su voz es armoniosa, agradable, una sonrisa encantadora y permanente, respira frescura, sus labios cantan a la vida, es amable, simpática y lo más importante tiene “la cara pintada color esperanza”, como dice la canción de Diego Torres.
Hasta aquí todo normal. Pero no se puede decir que la vida de Irene haya sido normal. Han pasado quince años desde que Irene Villa sufrió un atentado de ETA. Las imágenes de ella y de su madre malheridas en el suelo por una bomba lapa abrieron los informativos de televisión en todo el mundo. Nos conmovieron a todos los españoles, perdón, no a todos, el corazón de los que lo hicieron y quienes les apoyaron, quedó frío y sin sentimiento y desde entonces para desgracia de ellos así sigue.
Tenía 12 años. Hace 15 años ETA la dejó sin piernas y sin algunos dedos de una mano, en el mismo atentado en el que su madre perdió una pierna y el brazo derecho. Pero hoy puedo asegurar que eso es lo menos importante en su vida, a pesar de todo el sufrimiento y dolor humano que esto ha supuesto.
Ahora, esta joven de 28 años, licenciada en Comunicación Audiovisual, Psicología y Humanidades, experta en deportes de riesgo, nos cuenta su experiencia como víctima del terrorismo. La invitamos a dar una conferencia en casa para las chicas de la residencia y algunos padres de los niños del colegio. Recibimos una lección magistral de coraje, sensibilidad y amor a la vida.
Al escuchar su testimonio de vida las cosas parecen diferentes. Lo que para muchos en su momento pensamos que era algo terrible, una desgracia imposible de superar, para ella ha sido una gracia, un torrente de bendiciones. Lo que para muchos es rencor, odio deseos de venganza ella lo ha convertido en amor y esperanza. Es una mujer libre que aún cree en el amor y confía en el ser humano. Ha sabido sacar vida de un acto de muerte. Los terroristas que ese día pretendía cercenar cruel y cobardemente la vida no cumplieron su objetivo, con su acto lograron impulsar más vida, una vida preciosa sin lugar a dudas, que hoy nos recuerda que se sí se puede, con lo que sea.
Decidió embarcarse en una nueva vida junto con su madre, no perdieron el tiempo en reconres, odios, deseos de venganza, sabían que no había respuesta posible. Se llevaron parte de sus cuerpos, pero sus espíritus recibieron un impulso que les llevó no tirar la toalla. No se rindieron. No se imagina ni se plantea como hubiera sido su vida sin el atentado. Con su 1,70 de estatura y sus doce años, según ella volvió a nacer, en su nuevo nacimiento no tenía piernas, como otra mucha gente que nace así, tenía que volver a comenzar. Esto lo pudo hacer gracias a la ayuda de su madre, que le dijo a bocajarro que tenía dos posturas: lamentarse eternamente y ser una mujer amargada el resto de su vida, o considerar que había nacido así, sin piernas. El pasado no existía. Ella era así y tenía que conseguir ser feliz con su nuevo cuerpo. Lo consiguió, Irene es una joven feliz y su madre también. Pusieron esperanza donde, aparentemente, no había razones para tenerla. Y no consintieron, como dice Irene en este libro \"que unos fanáticos, además de robarme las piernas, me quitaran la alegría\".
Con una naturalidad increíble dice que “los daños sólo fueron físicos, lo psicológico, que es lo importante, me lo dejaron intacto”, “Una chica normal y corriente” “que sufriéramos amputaciones y graves daños físicos, pero no perdimos lo más valioso; la vida”. Y desde entonces así continúa, con ilusión, con ganas de hacer cosas, con espíritu de lucha, porque una de las cosas que tiene Irene es mucha voluntad.
La pregunta es, ¿cómo se puede tomar la vida con tanto optimismo y dejar a un lado el rencor, que humamente puede aflorar en casos como este?. Responde: “si te paras a pensar en lo que tenías, a lamentarte por lo que te han hecho, a buscar culpables y a odiar, es imposible superarlo” (…) “Para mí la clave fue pensar que tenía toda una vida por delante y que quería ser feliz”. El odio, asegura, “sólo perjudica a quien lo siente, a quienes odias no les duele, en ocasiones, incluso les engrandece”. “Perdono para vivir”, afirma.
En el momento en que se da cuenta que la gente se deprime, “de que muchas personas no consiguen superar los baches y por eso pensé en escribir algo con lo que trasmitir ilusión, un libro cargado de esa motivación y alegría que a mí me ha permitido salir adelante”. “Intento decirle a todo el mundo que si se quiere y se tiene voluntad, se puede: se puede superar un atentado, un trauma, una discapacidad, un problema amoroso…”.
Después de todo, parece tener alguna clave para superar barreras, ¿cuál es?. “Todos somos capaces de transformar una vida de tristezas en una de esperanza y alegría. Lo fundamental es Saber que se puede, como reza el título de mi libro. A muchos les cuesta, no lo pongo en duda, pero otros no lo intentan. Creen estar condenados a sufrir. El problema radica en la falta de confianza y eso, como todo, se aprende”.
Aprendió con pensamientos positivos ser dueña de sus emociones hasta el punto de transformar este terrible suceso en una magnifica oportunidad para desarrollar nuevas habilidades, infinidad de recursos. Así lo expresa ella, “El proceso nace de reconsiderar que puedes vivir con esto y que lo vas a intentar. Si lo intentas, te juro que lo consigues. Claro, que ayuda quererse a uno mismo. En aquel momento yo tenía 12 años y no deseaba malgastar mi vida llorando por haber perdido las piernas. Quería estudiar, conocer mundo, bucear, esquiar, hacer parapente... Estaba comenzando a vivir”.
No podemos perder de vista el camino recorrido hasta aquí. Lo doloroso y complicado que fue todo, heridas, prótesis, primeros pasos con muletas. Camino difícil que no ha terminado, acaban de operarla en Suecia para una oseointegración, se trata de un implante de titanio en el fémur, una nueva pierna artificial injertada en su propio hueso. La recuperación difícil, ha tenido que aprender a andar de nuevo.
El título del libro está inspirado en el canto de Diego Torres, “color esperanza”. “Saber que se puede, querer que se pueda”… podemos decir que Irene lo hizo vida. Se quitó los miedos, que debieron ser muchos, los sacó de su vida, se pintó la cara color esperanza, y se lanzó al futuro, dejando el pasado para otros. Se embarcó en la vida y nunca dejó de intentarlo, aunque tenemos la certeza que no fue fácil empezar de nuevo a los 12 años. Su vida nos dice que lo imposible se puede lograr, desalojó la tristeza y cambió su vida sintiendo como su alma volaba enseñando a otros también a volar.
Nunca hubiera pensado que se puede sentir “envidia” de alguien que no tiene dos piernas, que le faltan algunos dedos de la mano… después de conocerla, y oir de sus labios sus experiencias, sus sentimientos, no puedo dejar de admirarla. Cuando yo realmente me ahogo en vaso de agua y muchas veces por motivos insignificantes no veo la vida color esperanza… yo lo confieso “me gustaría ser Irene Villa”.
SABER QUE SE PUEDE
Artículo Hna. María del Carmen Aceituno Algaba.
“Saber que se puede” es el título de un libro de una joven llamada Irene Villa. Como es de suponer ese nombre no os dice nada. Aquí en España la conocemos muy bien. Os la voy a presentar.
Irene es una joven madrileña de 28 años, con altura moral y humana suficiente como para dejarnos pequeñito. Guapa, sus ojos rebosan vida y optimismo, su voz es armoniosa, agradable, una sonrisa encantadora y permanente, respira frescura, sus labios cantan a la vida, es amable, simpática y lo más importante tiene “la cara pintada color esperanza”, como dice la canción de Diego Torres.
Hasta aquí todo normal. Pero no se puede decir que la vida de Irene haya sido normal. Han pasado quince años desde que Irene Villa sufrió un atentado de ETA. Las imágenes de ella y de su madre malheridas en el suelo por una bomba lapa abrieron los informativos de televisión en todo el mundo. Nos conmovieron a todos los españoles, perdón, no a todos, el corazón de los que lo hicieron y quienes les apoyaron, quedó frío y sin sentimiento y desde entonces para desgracia de ellos así sigue.
Tenía 12 años. Hace 15 años ETA la dejó sin piernas y sin algunos dedos de una mano, en el mismo atentado en el que su madre perdió una pierna y el brazo derecho. Pero hoy puedo asegurar que eso es lo menos importante en su vida, a pesar de todo el sufrimiento y dolor humano que esto ha supuesto.
Ahora, esta joven de 28 años, licenciada en Comunicación Audiovisual, Psicología y Humanidades, experta en deportes de riesgo, nos cuenta su experiencia como víctima del terrorismo. La invitamos a dar una conferencia en casa para las chicas de la residencia y algunos padres de los niños del colegio. Recibimos una lección magistral de coraje, sensibilidad y amor a la vida.
Al escuchar su testimonio de vida las cosas parecen diferentes. Lo que para muchos en su momento pensamos que era algo terrible, una desgracia imposible de superar, para ella ha sido una gracia, un torrente de bendiciones. Lo que para muchos es rencor, odio deseos de venganza ella lo ha convertido en amor y esperanza. Es una mujer libre que aún cree en el amor y confía en el ser humano. Ha sabido sacar vida de un acto de muerte. Los terroristas que ese día pretendía cercenar cruel y cobardemente la vida no cumplieron su objetivo, con su acto lograron impulsar más vida, una vida preciosa sin lugar a dudas, que hoy nos recuerda que se sí se puede, con lo que sea.
Decidió embarcarse en una nueva vida junto con su madre, no perdieron el tiempo en reconres, odios, deseos de venganza, sabían que no había respuesta posible. Se llevaron parte de sus cuerpos, pero sus espíritus recibieron un impulso que les llevó no tirar la toalla. No se rindieron. No se imagina ni se plantea como hubiera sido su vida sin el atentado. Con su 1,70 de estatura y sus doce años, según ella volvió a nacer, en su nuevo nacimiento no tenía piernas, como otra mucha gente que nace así, tenía que volver a comenzar. Esto lo pudo hacer gracias a la ayuda de su madre, que le dijo a bocajarro que tenía dos posturas: lamentarse eternamente y ser una mujer amargada el resto de su vida, o considerar que había nacido así, sin piernas. El pasado no existía. Ella era así y tenía que conseguir ser feliz con su nuevo cuerpo. Lo consiguió, Irene es una joven feliz y su madre también. Pusieron esperanza donde, aparentemente, no había razones para tenerla. Y no consintieron, como dice Irene en este libro \"que unos fanáticos, además de robarme las piernas, me quitaran la alegría\".
Con una naturalidad increíble dice que “los daños sólo fueron físicos, lo psicológico, que es lo importante, me lo dejaron intacto”, “Una chica normal y corriente” “que sufriéramos amputaciones y graves daños físicos, pero no perdimos lo más valioso; la vida”. Y desde entonces así continúa, con ilusión, con ganas de hacer cosas, con espíritu de lucha, porque una de las cosas que tiene Irene es mucha voluntad.
La pregunta es, ¿cómo se puede tomar la vida con tanto optimismo y dejar a un lado el rencor, que humamente puede aflorar en casos como este?. Responde: “si te paras a pensar en lo que tenías, a lamentarte por lo que te han hecho, a buscar culpables y a odiar, es imposible superarlo” (…) “Para mí la clave fue pensar que tenía toda una vida por delante y que quería ser feliz”. El odio, asegura, “sólo perjudica a quien lo siente, a quienes odias no les duele, en ocasiones, incluso les engrandece”. “Perdono para vivir”, afirma.
En el momento en que se da cuenta que la gente se deprime, “de que muchas personas no consiguen superar los baches y por eso pensé en escribir algo con lo que trasmitir ilusión, un libro cargado de esa motivación y alegría que a mí me ha permitido salir adelante”. “Intento decirle a todo el mundo que si se quiere y se tiene voluntad, se puede: se puede superar un atentado, un trauma, una discapacidad, un problema amoroso…”.
Después de todo, parece tener alguna clave para superar barreras, ¿cuál es?. “Todos somos capaces de transformar una vida de tristezas en una de esperanza y alegría. Lo fundamental es Saber que se puede, como reza el título de mi libro. A muchos les cuesta, no lo pongo en duda, pero otros no lo intentan. Creen estar condenados a sufrir. El problema radica en la falta de confianza y eso, como todo, se aprende”.
Aprendió con pensamientos positivos ser dueña de sus emociones hasta el punto de transformar este terrible suceso en una magnifica oportunidad para desarrollar nuevas habilidades, infinidad de recursos. Así lo expresa ella, “El proceso nace de reconsiderar que puedes vivir con esto y que lo vas a intentar. Si lo intentas, te juro que lo consigues. Claro, que ayuda quererse a uno mismo. En aquel momento yo tenía 12 años y no deseaba malgastar mi vida llorando por haber perdido las piernas. Quería estudiar, conocer mundo, bucear, esquiar, hacer parapente... Estaba comenzando a vivir”.
No podemos perder de vista el camino recorrido hasta aquí. Lo doloroso y complicado que fue todo, heridas, prótesis, primeros pasos con muletas. Camino difícil que no ha terminado, acaban de operarla en Suecia para una oseointegración, se trata de un implante de titanio en el fémur, una nueva pierna artificial injertada en su propio hueso. La recuperación difícil, ha tenido que aprender a andar de nuevo.
El título del libro está inspirado en el canto de Diego Torres, “color esperanza”. “Saber que se puede, querer que se pueda”… podemos decir que Irene lo hizo vida. Se quitó los miedos, que debieron ser muchos, los sacó de su vida, se pintó la cara color esperanza, y se lanzó al futuro, dejando el pasado para otros. Se embarcó en la vida y nunca dejó de intentarlo, aunque tenemos la certeza que no fue fácil empezar de nuevo a los 12 años. Su vida nos dice que lo imposible se puede lograr, desalojó la tristeza y cambió su vida sintiendo como su alma volaba enseñando a otros también a volar.
Nunca hubiera pensado que se puede sentir “envidia” de alguien que no tiene dos piernas, que le faltan algunos dedos de la mano… después de conocerla, y oir de sus labios sus experiencias, sus sentimientos, no puedo dejar de admirarla. Cuando yo realmente me ahogo en vaso de agua y muchas veces por motivos insignificantes no veo la vida color esperanza… yo lo confieso “me gustaría ser Irene Villa”.
Tuesday, February 22, 2011
De libros y libreros
Del blog Libreros, domingo, octubre 04, 2009
Libreros, especie en peligro...
Es difícil contar como verídico algo como lo que sigue, sin humillar a un prójimo anónimo pero existente, sin parecer pedante y sin sonar nostálgico (o, peor, reaccionario): en las últimas semanas pregunté en alguna que otra librería de la ciudad, de esas que pertenecen a las consabidas cadenas multinacionales y que venden también discos compactos y películas, si tenían algo de Samuel Beckett. Me refería (como debería saberse) a uno de los narradores y dramaturgos más célebres del siglo XX, que además de activista clandestino de la Resistencia antinazi y asistente de James Joyce, fue Premio Nobel de Literatura en 1969. Los voluntariosos chicos que me atendieron se vieron obligados a pedirme que les deletreara el apellido, pero no como quién dice "¿cómo era que se escribía Beckett?", sino como quien dice "¿Bécquer?" porque cree recordar que, de ese, de ese sí recuerda -o sospecha recordar- de quién se trata. De Godot en el ángulo obscuro...
Si el comentario y la crítica de libros son géneros en desuso, uno no debería sorprenderse de que la profesión de librero también se encuentre en vías de extinción. El librero aún no del todo extinto -lector compulsivo y profesional a la vez- es una subespecie del crítico literario, o mejor: una mezcla de crítico con editor. Pero su oficio es mucho más riesgoso que el de éstos: no sólo debe convencernos de que a su juicio un libro es bueno para que lo compremos y lo leamos. Debe hacerlo de tal modo que -como un novio, un criminal o un cartero- volvamos, volvamos indefectiblemente, y volvamos por más (y, por tanto, debe evitar que volvamos con reclamos en lugar de satisfacciones).
El librero debe saber recomendar no sólo lo que le guste o quiera vender, sino lo que su cliente necesite o esté buscando: es no sólo un experto en libros sino, a la vez, en lectores. Pero al mismo tiempo, los buenos libreros saben negociar paulatina y taimadamente con las ignorancias y los candores de sus clientes menos sofisticados: son, a su manera, formadores del gusto y también, con menos pretensiones, de lo que antes se llamaba "cultura general" de las personas. Recomendar lo que necesite su cliente significa, para un buen librero, saber que hay libros que las editoriales necesitan vender pero nadie necesita leer. Por eso, por supuesto, para mí es evidente que el librero es un enemigo del mercado editorial globalizado, un mercado que apenas necesita lectores y acaricia en sueños la pesadilla imposible de un mundo repleto de compradores de libros pero vacío de lectores (un mundo de consumidores de libros idénticos al personaje que componía el pistolero Charlton Heston en The Naked Jungle, doblada como Cuando ruge la marabunta: un despiadado propietario colonialista que para terminar de decorar la residencia campestre desde donde dominaba plantaciones y servidumbres sudamericanas, había mandado comprar varias decenas de kilos de libros que, por supuesto, jamás leería).
El librero es una especie en extinción por muchas razones, pero una de ellas es sin dudas que a los accionistas de las grandes editoriales (que son apenas parte, además, de emporios de negocios de lo más diversos) les viene como anillo al dedo que los libreros se extingan. Se los reemplaza por publicistas como a los reseñistas de libros por listas de los títulos más vendidos.
Quienes encontramos en la lectura una perturbadora e irreprimible forma de la dicha, solemos ser deudores de más de un librero. Y no sólo por lo que nos dieron de leer, sino también por todo lo que -con buenas razones- evitaron que leyésemos. En mi caso, tengo en la ciudad acreedores ilustres en ese gremio: Perla Zagalski, Jorge Muiña, Jorge Boreán, entre los principales. Si alguien de entre quienes lean esta nota tiene menos de, digamos, 35 años de edad y puede agregar un nombre a esa terna, acaso no todo esté perdido. Puede que algunos de los chicos voluntariosos que atienden en las cadenas estén no aprendiendo a despachar ventas, como parece, sino a identificar y recomendar libros, a distinguir entre Jane Austen y Paul Auster, entre Beckett y Bécquer.
Miguel Dalmaroni
Libreros, especie en peligro...
Es difícil contar como verídico algo como lo que sigue, sin humillar a un prójimo anónimo pero existente, sin parecer pedante y sin sonar nostálgico (o, peor, reaccionario): en las últimas semanas pregunté en alguna que otra librería de la ciudad, de esas que pertenecen a las consabidas cadenas multinacionales y que venden también discos compactos y películas, si tenían algo de Samuel Beckett. Me refería (como debería saberse) a uno de los narradores y dramaturgos más célebres del siglo XX, que además de activista clandestino de la Resistencia antinazi y asistente de James Joyce, fue Premio Nobel de Literatura en 1969. Los voluntariosos chicos que me atendieron se vieron obligados a pedirme que les deletreara el apellido, pero no como quién dice "¿cómo era que se escribía Beckett?", sino como quien dice "¿Bécquer?" porque cree recordar que, de ese, de ese sí recuerda -o sospecha recordar- de quién se trata. De Godot en el ángulo obscuro...
Si el comentario y la crítica de libros son géneros en desuso, uno no debería sorprenderse de que la profesión de librero también se encuentre en vías de extinción. El librero aún no del todo extinto -lector compulsivo y profesional a la vez- es una subespecie del crítico literario, o mejor: una mezcla de crítico con editor. Pero su oficio es mucho más riesgoso que el de éstos: no sólo debe convencernos de que a su juicio un libro es bueno para que lo compremos y lo leamos. Debe hacerlo de tal modo que -como un novio, un criminal o un cartero- volvamos, volvamos indefectiblemente, y volvamos por más (y, por tanto, debe evitar que volvamos con reclamos en lugar de satisfacciones).
El librero debe saber recomendar no sólo lo que le guste o quiera vender, sino lo que su cliente necesite o esté buscando: es no sólo un experto en libros sino, a la vez, en lectores. Pero al mismo tiempo, los buenos libreros saben negociar paulatina y taimadamente con las ignorancias y los candores de sus clientes menos sofisticados: son, a su manera, formadores del gusto y también, con menos pretensiones, de lo que antes se llamaba "cultura general" de las personas. Recomendar lo que necesite su cliente significa, para un buen librero, saber que hay libros que las editoriales necesitan vender pero nadie necesita leer. Por eso, por supuesto, para mí es evidente que el librero es un enemigo del mercado editorial globalizado, un mercado que apenas necesita lectores y acaricia en sueños la pesadilla imposible de un mundo repleto de compradores de libros pero vacío de lectores (un mundo de consumidores de libros idénticos al personaje que componía el pistolero Charlton Heston en The Naked Jungle, doblada como Cuando ruge la marabunta: un despiadado propietario colonialista que para terminar de decorar la residencia campestre desde donde dominaba plantaciones y servidumbres sudamericanas, había mandado comprar varias decenas de kilos de libros que, por supuesto, jamás leería).
El librero es una especie en extinción por muchas razones, pero una de ellas es sin dudas que a los accionistas de las grandes editoriales (que son apenas parte, además, de emporios de negocios de lo más diversos) les viene como anillo al dedo que los libreros se extingan. Se los reemplaza por publicistas como a los reseñistas de libros por listas de los títulos más vendidos.
Quienes encontramos en la lectura una perturbadora e irreprimible forma de la dicha, solemos ser deudores de más de un librero. Y no sólo por lo que nos dieron de leer, sino también por todo lo que -con buenas razones- evitaron que leyésemos. En mi caso, tengo en la ciudad acreedores ilustres en ese gremio: Perla Zagalski, Jorge Muiña, Jorge Boreán, entre los principales. Si alguien de entre quienes lean esta nota tiene menos de, digamos, 35 años de edad y puede agregar un nombre a esa terna, acaso no todo esté perdido. Puede que algunos de los chicos voluntariosos que atienden en las cadenas estén no aprendiendo a despachar ventas, como parece, sino a identificar y recomendar libros, a distinguir entre Jane Austen y Paul Auster, entre Beckett y Bécquer.
Miguel Dalmaroni
Monday, February 21, 2011
LA SED DE LOS DIOSES
Grabado sobre la invención de la guillotina de la época revolucionaria
CRÍTICA: LIBROS - Narrativa Anatole France - Los dioses tienen sed
La oscuridad de todos
JESÚS FERRERO
El Pais, Babelia 19/02/2011
Anatole France (1844-1924) pensaba que la independencia del pensamiento era la más orgullosa de las aristocracias. "Por la boca muere el pez", debieron de pensar sus enemigos cuando por culpa de Los dioses tienen sed (título soberbio donde los haya) fue poco menos que expulsado de la historia de la literatura francesa. Eran otros tiempos, pero el castigo caló hondo, y el olvido se fue abatiendo sobre Anatole France gracias a una novela que no duda en hacer, por primera vez en Francia, una autopsia fina, profunda y soberanamente irónica de algunos de los "artistas" que colaboraron en las matanzas revolucionarias porque se creían guiados por la conciencia de la historia y su luz suprema. Y sin embargo, Pierre Michon en su espléndida novela Los once sigue acertadamente el camino de Anatole France y nos coloca delante de once intelectuales que van a pasar a la historia por las cabezas que cortaron más que por sus obras literarias. Proust admiró profundamente a Anatole France y su figura aparece camuflada tras el nombre de un escritor imaginario, y Pla dijo de él que ya no lo leíamos porque era demasiado perfecto, y ya no soportamos la perfección. Estoy de acuerdo con Pla, y sobre todo después de haber leído Los dioses tienen sed, una novela que da más luz sobre la Revolución Francesa que todas las hagiografías que se han escrito y se siguen escribiendo sobre ella, por eso la reivindicó Kundera y en algún aspecto también Michon. Decía Anatole France: "La oscuridad nos envuelve a todos, pero mientras el sabio tropieza con alguna pared, el ignorante permanece tranquilo en el centro de la habitación". Pues eso.
Los dioses tienen sed
Anatole France
Traducción de Luis Ruiz Contreras
Barril & Barral . Barcelona, 2010
235 páginas. 19,80 euros
Sunday, February 20, 2011
Roberto Bolaño
Pagina 12 Domingo, 20 de febrero de 2011
El séptimo sello
El séptimo sello
Desde que murió tempranamente a los 50 años, en junio de 2003, la obra y la figura de Roberto Bolaño terminaron de cobrar la dimensión mítica y renovadora de la literatura latinoamericana que se insinuaba en sus últimos años de vida. No fue ajeno a eso la publicación póstuma de la monumental novela 2666, sobre los crímenes de Ciudad Juárez, que superó incluso el prestigio que le había otorgado Los detectives salvajes. Pero el baúl no quedaba vacío, y desde entonces se han publicado seis libros póstumos que reunían poesía, cuentos, novelas enteras, fragmentos diversos y artículos. Ahora sale Los sinsabores del verdadero policía (Anagrama), un policial dejado de lado a medida que se internaba más y más en el infierno de Ciudad Juárez. Ignacio Echevarría, editor de algunos de los más importantes inéditos, repasa esta extraña relación de Bolaño con la posteridad, de la que él mismo ya hablaba en vida.
Por Ignacio Echevarria
Es ya célebre la respuesta que dio Roberto Bolaño a Mónica Maristain cuando ésta, en la que pasa por ser la última entrevista concedida por Bolaño, le preguntó:
–¿Qué le despierta la palabra póstumo?
–Suena a nombre de gladiador romano. Un gladiador invicto. O al menos eso quiere ser el pobre Póstumo para darse valor.
El pitorreo evidente de la respuesta no debe llamar a engaño. Ese “pobre Póstumo” al que Bolaño alude es una plausible representación de sí mismo. O es al menos una plausible encarnación de la idea que Bolaño se hacía del escritor.
BOLAÑO Y POSTUMO
Por Ignacio Echevarria
Es ya célebre la respuesta que dio Roberto Bolaño a Mónica Maristain cuando ésta, en la que pasa por ser la última entrevista concedida por Bolaño, le preguntó:
–¿Qué le despierta la palabra póstumo?
–Suena a nombre de gladiador romano. Un gladiador invicto. O al menos eso quiere ser el pobre Póstumo para darse valor.
El pitorreo evidente de la respuesta no debe llamar a engaño. Ese “pobre Póstumo” al que Bolaño alude es una plausible representación de sí mismo. O es al menos una plausible encarnación de la idea que Bolaño se hacía del escritor.
BOLAÑO Y POSTUMO
A una entrevista muy anterior, de 1999, corresponden las siguientes palabras, que cabe poner en relación con las citadas: “La literatura se parece mucho a las peleas de los samuráis; pero un samurái no pelea contra otro samurái: pelea contra un monstruo. Generalmente sabe, además, que va a ser derrotado. Tener el valor, sabiendo previamente que vas a ser derrotado, y salir a pelear: eso es la literatura”.
Habría mucho que decir sobre la naturaleza de ese monstruo. Pero sería un error identificarlo con la muerte simplemente, por mucho que también frente a ella esté condenado el escritor a ser derrotado.
A Bolaño parecía irritarlo –pero, ¿por qué tanto?– toda creencia en la inmortalidad de las obras literarias. Rodrigo Fresán cita un correo de Bolaño en el que éste le decía: “Yo no sé cómo hay escritores que aún creen en la inmortalidad literaria. Entiendo que haya quienes creen en la inmortalidad del alma, incluso puedo entender a los que creen en el Paraíso y el Infierno, y en esa estación intermedia y sobrecogedora que es el Purgatorio, pero cuando escucho a un escritor hablar de la inmortalidad de determinadas obras literarias me dan ganas de abofetearlo. No estoy hablando de pegarle sino de darle una sola bofetada y después, probablemente, abrazarlo y confortarlo”.
Ahora bien, la inmortalidad no equivale exactamente a la posteridad. Esta viene a ser una categoría mucho más relativa, más evaluable al fin y al cabo. ¿Y qué opinión le merecía la posteridad a Bolaño?
En 2666, en la parte de Archimboldi, se cuenta cómo el editor Bubis y sus colaboradores se burlan de los escritores que se revelan “dispuestos a usurpar cualquier reputación, con la certeza de que esto les proporcionaría una posteridad, cualquier posteridad”. La sola idea provoca “la risa de las correctoras y de los demás empleados de la editorial e incluso la sonrisa resignada de Bubis, pues nadie mejor que ellos sabía que la posteridad era un chiste de vodevil que sólo escuchaban los que estaban sentados en primera fila”.
¿Pensaría Bolaño que era él uno de los que estaban sentados en primera fila? Razones no le faltaban. Como sea, en otra de las entrevistas que concedió asegura que “aspirar a la posteridad es el mayor absurdo imaginable, son trabajos de amor perdidos, como diría Shakespeare”. Para añadir a continuación: “Pero precisamente por esto tiene también su lado hermoso...”.
Y es que Bolaño –y por aquí regresa el recuerdo del pobre Póstumo– sentía fascinación por el valor que manifiesta todo luchador dispuesto a enfrentarse con una fuerza que lo supera: “Yo soy de los que creen que el ser humano está condenado de antemano a la derrota, a la derrota sin apelaciones –declaraba en una entrevista del año 2003–, pero que hay que salir y dar la pelea; y darla, además, de la mejor forma posible, de cara y limpiamente, sin pedir cuartel (porque además no te lo darán) e intentar caer como un valiente, y que eso sea nuestra victoria”.
La idea del combate desigual, ya sea contra el tiempo, contra la muerte, contra el mal o contra cualquier otro monstruo invencible, obsesionaba a Bolaño, por lo que se ve. Lo cual invita a sospechar que su propio proyecto como escritor no podía permanecer indiferente a esta situación trágica.
La sospecha cobra entidad conforme se constata la importancia que en la obra de Bolaño tienen dos aspectos de orden muy distinto que a lo largo de toda ella se repiten con insistencia.
Por un lado, se halla la recurrencia del mito del escritor fugitivo, del escritor oculto, del escritor perdido cuyo rastro persiguen lectores, críticos, admiradores; un mito complementario del mito de los escritores olvidados que a Bolaño tanto le gusta inventariar.
Por el otro, esa poética de la inconclusión que permite dar por válidas piezas cuyo desarrollo permanece suspendido en la nada o en la pura inminencia de lo desconocido, y de las que resulta difícil, en consecuencia, no sólo decidir si el autor las daba por terminadas sino especular siquiera acerca de cuál es el género al que se adscriben.
Estas dos constantes –temática la una, estructural la otra– convienen muy bien a la posteridad de un escritor como Bolaño, fallecido tempranamente y que ha dejado un vasto legado inédito, constituido en buena parte por piezas y fragmentos que dejan un amplio margen para las dudas acerca de su acabamiento.
Da igual que sea deliberadamente o no (pues hay resortes que pueden haber intervenido inconscientemente en los designios de un escritor que escribió buena parte de su obra bajo la amenaza de no llegar a ser conocido, y el resto bajo la amenaza de no llegarla a concluir), lo cierto es que la posteridad de Bolaño se ofrece escudada por estas dos constantes, que intervienen de forma muy determinante en su fortuna.
La posteridad de Bolaño se alimenta, en efecto, del mito que él mismo segregó alrededor de sí mismo, tanto en su obra como en sus actitudes y declaraciones: mito del escritor salvaje, cabecilla de una banda de poetas insumisos, con aspiraciones de absoluto; mito del escritor furtivo, pero muy consciente de su valía, que perseveró en su vocación a pesar de todas las inclemencias, en lucha denodada contra la miseria, primero, luego contra la enfermedad y finalmente en dramática competencia con la muerte, que le mordía los talones.
Se alimenta además, la posteridad de Bolaño, de la naturaleza laberíntica de un legado monumental, producto de tres décadas empleadas fundamentalmente en escribir, y en hacerlo, a partir de un momento dado, siguiendo un plan diseñado con bastante nitidez, que se desarrolló conforme el principio de fractalidad. Este consiste, como es sabido, en la reiteración a diferente escala de configuraciones similares que se expanden con dinámica arborescente, sin que resulte evidente, a veces –y por lo demás qué importa–, el grado de dependencia de la parte con relación al todo.
Así que Póstumo, el gladiador, sale a la arena con el rostro cubierto por el casco (¿o es una máscara de luchador mexicano?), un tridente en el brazo derecho y en el izquierdo una red en la que se enmaraña su rival (un monstruo terrible, frente al que el pobre Póstumo no tiene ninguna oportunidad de salir victorioso). Durante el tiempo que el monstruo se entretiene en desenredarse, se prolonga la sensación de que Póstumo es, en efecto, un gladiador invicto, como no deja de repetirse a sí mismo para insuflarse valor.
El público, extasiado, aplaude y aguarda impaciente el desenlace de la pelea, que quizá no todos lleguen a presenciar, pues parece que va para largo.
Los sinsabores del verdadero policía.
Habría mucho que decir sobre la naturaleza de ese monstruo. Pero sería un error identificarlo con la muerte simplemente, por mucho que también frente a ella esté condenado el escritor a ser derrotado.
A Bolaño parecía irritarlo –pero, ¿por qué tanto?– toda creencia en la inmortalidad de las obras literarias. Rodrigo Fresán cita un correo de Bolaño en el que éste le decía: “Yo no sé cómo hay escritores que aún creen en la inmortalidad literaria. Entiendo que haya quienes creen en la inmortalidad del alma, incluso puedo entender a los que creen en el Paraíso y el Infierno, y en esa estación intermedia y sobrecogedora que es el Purgatorio, pero cuando escucho a un escritor hablar de la inmortalidad de determinadas obras literarias me dan ganas de abofetearlo. No estoy hablando de pegarle sino de darle una sola bofetada y después, probablemente, abrazarlo y confortarlo”.
Ahora bien, la inmortalidad no equivale exactamente a la posteridad. Esta viene a ser una categoría mucho más relativa, más evaluable al fin y al cabo. ¿Y qué opinión le merecía la posteridad a Bolaño?
En 2666, en la parte de Archimboldi, se cuenta cómo el editor Bubis y sus colaboradores se burlan de los escritores que se revelan “dispuestos a usurpar cualquier reputación, con la certeza de que esto les proporcionaría una posteridad, cualquier posteridad”. La sola idea provoca “la risa de las correctoras y de los demás empleados de la editorial e incluso la sonrisa resignada de Bubis, pues nadie mejor que ellos sabía que la posteridad era un chiste de vodevil que sólo escuchaban los que estaban sentados en primera fila”.
¿Pensaría Bolaño que era él uno de los que estaban sentados en primera fila? Razones no le faltaban. Como sea, en otra de las entrevistas que concedió asegura que “aspirar a la posteridad es el mayor absurdo imaginable, son trabajos de amor perdidos, como diría Shakespeare”. Para añadir a continuación: “Pero precisamente por esto tiene también su lado hermoso...”.
Y es que Bolaño –y por aquí regresa el recuerdo del pobre Póstumo– sentía fascinación por el valor que manifiesta todo luchador dispuesto a enfrentarse con una fuerza que lo supera: “Yo soy de los que creen que el ser humano está condenado de antemano a la derrota, a la derrota sin apelaciones –declaraba en una entrevista del año 2003–, pero que hay que salir y dar la pelea; y darla, además, de la mejor forma posible, de cara y limpiamente, sin pedir cuartel (porque además no te lo darán) e intentar caer como un valiente, y que eso sea nuestra victoria”.
La idea del combate desigual, ya sea contra el tiempo, contra la muerte, contra el mal o contra cualquier otro monstruo invencible, obsesionaba a Bolaño, por lo que se ve. Lo cual invita a sospechar que su propio proyecto como escritor no podía permanecer indiferente a esta situación trágica.
La sospecha cobra entidad conforme se constata la importancia que en la obra de Bolaño tienen dos aspectos de orden muy distinto que a lo largo de toda ella se repiten con insistencia.
Por un lado, se halla la recurrencia del mito del escritor fugitivo, del escritor oculto, del escritor perdido cuyo rastro persiguen lectores, críticos, admiradores; un mito complementario del mito de los escritores olvidados que a Bolaño tanto le gusta inventariar.
Por el otro, esa poética de la inconclusión que permite dar por válidas piezas cuyo desarrollo permanece suspendido en la nada o en la pura inminencia de lo desconocido, y de las que resulta difícil, en consecuencia, no sólo decidir si el autor las daba por terminadas sino especular siquiera acerca de cuál es el género al que se adscriben.
Estas dos constantes –temática la una, estructural la otra– convienen muy bien a la posteridad de un escritor como Bolaño, fallecido tempranamente y que ha dejado un vasto legado inédito, constituido en buena parte por piezas y fragmentos que dejan un amplio margen para las dudas acerca de su acabamiento.
Da igual que sea deliberadamente o no (pues hay resortes que pueden haber intervenido inconscientemente en los designios de un escritor que escribió buena parte de su obra bajo la amenaza de no llegar a ser conocido, y el resto bajo la amenaza de no llegarla a concluir), lo cierto es que la posteridad de Bolaño se ofrece escudada por estas dos constantes, que intervienen de forma muy determinante en su fortuna.
La posteridad de Bolaño se alimenta, en efecto, del mito que él mismo segregó alrededor de sí mismo, tanto en su obra como en sus actitudes y declaraciones: mito del escritor salvaje, cabecilla de una banda de poetas insumisos, con aspiraciones de absoluto; mito del escritor furtivo, pero muy consciente de su valía, que perseveró en su vocación a pesar de todas las inclemencias, en lucha denodada contra la miseria, primero, luego contra la enfermedad y finalmente en dramática competencia con la muerte, que le mordía los talones.
Se alimenta además, la posteridad de Bolaño, de la naturaleza laberíntica de un legado monumental, producto de tres décadas empleadas fundamentalmente en escribir, y en hacerlo, a partir de un momento dado, siguiendo un plan diseñado con bastante nitidez, que se desarrolló conforme el principio de fractalidad. Este consiste, como es sabido, en la reiteración a diferente escala de configuraciones similares que se expanden con dinámica arborescente, sin que resulte evidente, a veces –y por lo demás qué importa–, el grado de dependencia de la parte con relación al todo.
Así que Póstumo, el gladiador, sale a la arena con el rostro cubierto por el casco (¿o es una máscara de luchador mexicano?), un tridente en el brazo derecho y en el izquierdo una red en la que se enmaraña su rival (un monstruo terrible, frente al que el pobre Póstumo no tiene ninguna oportunidad de salir victorioso). Durante el tiempo que el monstruo se entretiene en desenredarse, se prolonga la sensación de que Póstumo es, en efecto, un gladiador invicto, como no deja de repetirse a sí mismo para insuflarse valor.
El público, extasiado, aplaude y aguarda impaciente el desenlace de la pelea, que quizá no todos lleguen a presenciar, pues parece que va para largo.
Los sinsabores del verdadero policía.
Roberto Bolaño
Anagrama
323 páginas
BOLAÑO POSTUMO
Desde su muerte en junio de 2003, se llevan publicados siete nuevos libros de Roberto Bolaño. De uno a otro, constituyen todo un muestrario de modalidades de publicación póstuma. Tiene interés inventariarlos, para calibrar de qué modo la posteridad de Bolaño viene nutriéndose de un legado tan rico como complejo, compuesto de diferentes estratos a los que acudir en busca de materiales aún inéditos. La calidad de estos materiales, aunque variable, justifica de sobras, al menos hasta el momento, una expectativa que no parece menguar.
El gaucho insufrible, aparecido pocos meses después de la muerte de Bolaño, el mismo año 2003, es un libro armado enteramente por su autor y entregado por él mismo al editor, como cualquiera de los anteriores. Su condición póstuma es, en cierto sentido, accidental: si Bolaño hubiese vivido un poco más de tiempo, el libro hubiera aparecido tal como es.
Entre paréntesis. Ensayos, artículos y discursos (1998-2003), publicado en 2004, apenas un año después de la desaparición de Bolaño, es un libro armado por mí mismo con toda conciencia de su necesidad e incluso de su urgencia. Se trataba de establecer, a partir de sus intervenciones públicas y colaboraciones en prensa, una cartografía lo más minuciosa posible de sus gustos, de sus afectos, de sus beligerancias, de sus posiciones; cartografía tanto más conveniente en cuanto la figura de Bolaño ya catalizaba, en vida del autor, la atención, el interés, la admiración de las nuevas generaciones de escritores latinoamericanos, para las cuales los materiales reunidos en este libro constituían un semillero de pistas y de consignas a seguir. El libro, por otro lado, procuraba un buen marco de recepción de la obra de Bolaño, en torno de la cual estaba redefiniéndose el mapa de la nueva literatura latinoamericana. No cabe dudar, como queda dicho en la presentación del libro, que tarde o temprano Bolaño hubiera reunido él mismo buena parte –no todos– de los materiales incluidos en Entre paréntesis, pero la decisión de priorizar este libro y de armarlo con toda la exhaustividad posible en aquel momento fue una decisión de editores comprometidos con la adecuada recepción de una obra a la que pronosticábamos la sólida posteridad de la que disfruta.
Poco se puede decir que no se haya dicho ya con relación a 2666, novela publicada también en 2004. Sobre ella se acumulaba la expectativa que iba a decidir, en mayor grado que ninguna otra, la posteridad de Bolaño, que por virtud de esta novela varió su signo: la obra maestra de su autor, la que iba a procurarle más reconocimiento y más adeptos, pertenecía de lleno a su posteridad, que, después de haber alumbrado este prodigio, se revelaba preñada de promesas. Ya no se trataba de la rutinaria administración de la memoria, y del legado más o menos accesorio que todo autor suele dejar a su muerte, sino de una obra mayor, a la que se aupaba toda la obra anterior de Bolaño, reordenándola bajo una nueva perspectiva, la que lo señalaba como uno de los autores centrales de la literatura contemporánea.
2666 es la obra póstuma que todo lector anhela del escritor al que admira. Su autor la dejó prácticamente acabada, si bien es lógico presumir que hubiera seguido trabajando aún en ella de haber vivido más. No hay que pensar que el resultado hubiese variado sustancialmente, ni mucho menos. Lo hubiera hecho, eso sí, de haberse seguido las instrucciones de Bolaño, que a última hora optó por publicar sus cinco partes independientemente. Nadie duda hoy de que la decisión de los editores de contravenir la voluntad del autor –decisión justificada por mí en la “Nota a la primera edición”– fue una medida adecuada. Reconocerlo contribuye a relativizar el rigor con que algunos se empeñan en respetar una voluntad sujeta a veces, como en este caso, a consideraciones extraliterarias, y que en otras muchas ocasiones ni siquiera ha quedado expresa de modo alguno, lo cual invita a someter toda especulación acerca de esa hipotética voluntad a la lógica interna de la obra, a menudo implacable.
El secreto del mal, aparecido en 2007, reúne piezas y esbozos narrativos espigados de los archivos de ordenador de Bolaño. Se trata de materiales en muy diferente estado de acabamiento, seleccionados entre otros muchos por virtud de su calidad –a menudo indiscutible– y de su aliciente. Algunos de los relatos de este libro sin duda hubieran integrado, a la larga, cualquiera de las múltiples colecciones que Bolaño se entretenía en tejer y destejer con los múltiples materiales que iba a acumulando. Pero el libro, en su totalidad, es un libro armado por su editor –yo mismo– conforme a un criterio personal, más o menos aventurado, en cualquier caso suficientemente explícito en la nota preliminar del volumen. El legado póstumo de un narrador, tanto más si es abundante, suele dar lugar a libros de este tipo, que asumen abiertamente su naturaleza residual, sometidos al único imperativo de mostrar boca arriba las cartas empleadas.
(Del mismo año 2007 es un libro excelente que por desgracia no ha alcanzado la difusión que le corresponde, pese a que en él se encuentra –con más inmediatez y sinceridad que en Entre paréntesis– la voz de Bolaño y su talante. Se trata de Bolaño por sí mismo, un volumen de entrevistas admirablemente seleccionadas y armadas por Andrés Braithwaite, hasta el extremo de que cabe considerarlo un libro más de Bolaño (de quien Andrés Braithwaite fue amigo y cómplice), imprescindible para un acercamiento cabal a su personalidad y a su ideario como escritor. El libro fue publicado por Ediciones Universidad Diego Portales, de Santiago de Chile, y lleva un estupendo prólogo de Juan Villoro. Por razones en las que resultaría penoso escarbar, la viuda de Bolaño puso un veto a su distribución, pese a que es dudoso que los derechos le pertenezcan. El temor a quedar vetados en las subastas que periódicamente se hacen de los nuevos inéditos de Bolaño ha disuadido a sus editores más acreditados a publicar este libro, que de momento sólo en Chile se tiene la oportunidad de conseguir.)
Con la publicación de La Universidad Desconocida, también en 2007, la edición de los materiales póstumos de Bolaño ingresa en el territorio de los libros aparcados por el autor, superados por el desarrollo de su propia obra. Conviene dejar bien claro que no caben dudas acerca de la legitimidad de publicar este tipo de materiales, tanto más cuando cunde un interés y una expectativa crecientes sobre el legado de un autor. El caso de Kafka resulta en este punto paradigmático. Todo lo que un escritor deja a su muerte sin preservar o sin destruir –tanto más si, como Bolaño, cuenta con la posibilidad de una muerte prematura– es susceptible de ser publicado, conforme a criterios que es inútil pretender que coincidan con los del autor. La muerte transfigura radicalmente las condiciones en que una obra es leída, y ello deja fuera de lugar muchos de los cálculos y las consideraciones que su autor pudiera haber hecho cuando estaba él con vida y su obra todavía en marcha. Lo único exigible, una vez más, es que los editores contextualicen debidamente los materiales, asunto a veces más difícil de lo que parece. Como sea, es más que improbable que Bolaño hubiera publicado La Universidad Desconocida tal y como se conoce en la actualidad: él mismo había procedido a fraccionar el libro y publicar algunas de sus partes, ya como libros de poesía (Tres, Los perros románticos, ambos en el año 2000), ya como narrativa (Amberes, 2002), sin que el camino así emprendido fuera para él reversible. La publicación de este libro, esencial en muchos aspectos, y que su autor dejó listo en 1993 sin resolverse a editarlo en los diez años siguientes, posee un interés indudable, pero es un interés en cierta medida arqueológico, en cuanto permite poner al descubierto las capas y cimientos enterrados bajo la obra que él sí publicó y quiso dar a la luz.
Caso parecido, pero no idéntico, es el de El Tercer Reich, novela primeriza que Bolaño acabó en su momento, pero a la que dio carpetazo, insatisfecho sin duda con el resultado. Sobre El Tercer Reich cabría sostener que, aun cuando Bolaño la concluyó, en el momento decisivo no acertó con la contraseña que le había de permitir el ingreso a la estructura diseñada tan precoz y clarividentemente por él, según se desprende de sus propias palabras: “La estructura de mi narrativa –declaraba Roberto en 2003– está trazada desde hace más de veinte años y allí no entra nada que no se sepa la contraseña”. El Tercer Reich no entró, al menos mientras Bolaño tuvo el poder de decidirlo. Lo cual no obsta para publicarla, así se sitúe, como tantas obras póstumas, en los aledaños de la obra en la que tardíamente ingresa. La edición de El Tercer Reich, sin embargo, incumplió el requisito de procurar al lector las informaciones necesarias para contextualizarla con relación al conjunto de una obra en la que ocupa una posición de segundo plano.
Finalmente, Los sinsabores del verdadero policía, cuya publicación hace sólo unas semanas en España y por estos días en la Argentina ha estado rodeada de una extraordinaria expectativa, sin duda satisfecha por la calidad realmente excepcional de buena parte de los materiales que contiene, no es tanto un libro “aparcado” –como La Universidad Desconocida y El Tercer Reich– como un proyecto abandonado. Pese a lo que dicen los textos que envuelven el libro, no se trata de una novela. No lo es al menos en el sentido cabal, por extenso que sea, que se suele conceder a este término. Los materiales reunidos bajo este título (del que me he ocupado ya en un artículo que aquí resumo) apuntan líneas narrativas que condujeron hacia 2666, mientras otras quedaron en suspenso, inservibles o pendientes de ser retomadas por el autor, de haber tenido ocasión y ganas de hacerlo. En este caso, lo hubiera hecho ya no para prolongarlas tal y como se ofrecen ahora sino para reelaborarlas en un marco nuevo, inevitablemente transfigurado por la hazaña que supuso la escritura de 2666.
El germen de Los sinsabores del verdadero policía es con toda seguridad anterior a la redacción de Los detectives salvajes. Quizá Bolaño retomara estos materiales al concluir esta novela, pero a partir de cierto momento (y me atrevería a especular sobre cuál es ese momento, muy ligado al abismo que se fue abriendo a los pies mismos de Roberto conforme se metió de lleno en el filón de los crímenes de Ciudad Juárez) se desvió por los derroteros que, sin apartarse del todo de personajes y motivos ya apuntados, lo conducirían finalmente a 2666.
El extravagante título de Los sinsabores del verdadero policía lo acarició Bolaño durante años. Estuvo siempre asociado al proyecto de una novela sobre un joven policía que en estas páginas sólo asoma lateralmente. Lo que ahora nos cabe leer tiene que ver sobre todo con Amalfitano, un Amalfitano bastante distinto al que da nombre a una de las partes –la más enigmática, ahora intuimos por qué– de 2666. Bastante menos con un embrionario J.M.G. Arcimboldi que para nada coincide con el Beno von Archimboldi (con ch) que protagoniza esa novela.
En el camino que lleva de Los detectives salvajes a 2666, Los sinsabores del verdadero policía viene a ser una vía muerta. Sólo parcialmente hubiera podido reintegrarse en la cadena de la que se desprendió. Tal y como se ofrece es un eslabón partido, que no por eso deja de arrojar destellos deslumbrantes, verdaderamente deslumbrantes por su audacia, por su comicidad, por su misterio, por su lirismo. La publicación de un libro así está justificada sin lugar a dudas, por numerosos que sean los equívocos que suscita la tendenciosa presentación del texto. No sólo documenta la forma en que nació 2666: testimonia además la altura vertiginosa a la que, en los últimos años de su vida, escribía Bolaño, dueño de unos recursos variadísimos que aquí se lo ve emplear con estremecedora libertad.
El gaucho insufrible, aparecido pocos meses después de la muerte de Bolaño, el mismo año 2003, es un libro armado enteramente por su autor y entregado por él mismo al editor, como cualquiera de los anteriores. Su condición póstuma es, en cierto sentido, accidental: si Bolaño hubiese vivido un poco más de tiempo, el libro hubiera aparecido tal como es.
Entre paréntesis. Ensayos, artículos y discursos (1998-2003), publicado en 2004, apenas un año después de la desaparición de Bolaño, es un libro armado por mí mismo con toda conciencia de su necesidad e incluso de su urgencia. Se trataba de establecer, a partir de sus intervenciones públicas y colaboraciones en prensa, una cartografía lo más minuciosa posible de sus gustos, de sus afectos, de sus beligerancias, de sus posiciones; cartografía tanto más conveniente en cuanto la figura de Bolaño ya catalizaba, en vida del autor, la atención, el interés, la admiración de las nuevas generaciones de escritores latinoamericanos, para las cuales los materiales reunidos en este libro constituían un semillero de pistas y de consignas a seguir. El libro, por otro lado, procuraba un buen marco de recepción de la obra de Bolaño, en torno de la cual estaba redefiniéndose el mapa de la nueva literatura latinoamericana. No cabe dudar, como queda dicho en la presentación del libro, que tarde o temprano Bolaño hubiera reunido él mismo buena parte –no todos– de los materiales incluidos en Entre paréntesis, pero la decisión de priorizar este libro y de armarlo con toda la exhaustividad posible en aquel momento fue una decisión de editores comprometidos con la adecuada recepción de una obra a la que pronosticábamos la sólida posteridad de la que disfruta.
Poco se puede decir que no se haya dicho ya con relación a 2666, novela publicada también en 2004. Sobre ella se acumulaba la expectativa que iba a decidir, en mayor grado que ninguna otra, la posteridad de Bolaño, que por virtud de esta novela varió su signo: la obra maestra de su autor, la que iba a procurarle más reconocimiento y más adeptos, pertenecía de lleno a su posteridad, que, después de haber alumbrado este prodigio, se revelaba preñada de promesas. Ya no se trataba de la rutinaria administración de la memoria, y del legado más o menos accesorio que todo autor suele dejar a su muerte, sino de una obra mayor, a la que se aupaba toda la obra anterior de Bolaño, reordenándola bajo una nueva perspectiva, la que lo señalaba como uno de los autores centrales de la literatura contemporánea.
2666 es la obra póstuma que todo lector anhela del escritor al que admira. Su autor la dejó prácticamente acabada, si bien es lógico presumir que hubiera seguido trabajando aún en ella de haber vivido más. No hay que pensar que el resultado hubiese variado sustancialmente, ni mucho menos. Lo hubiera hecho, eso sí, de haberse seguido las instrucciones de Bolaño, que a última hora optó por publicar sus cinco partes independientemente. Nadie duda hoy de que la decisión de los editores de contravenir la voluntad del autor –decisión justificada por mí en la “Nota a la primera edición”– fue una medida adecuada. Reconocerlo contribuye a relativizar el rigor con que algunos se empeñan en respetar una voluntad sujeta a veces, como en este caso, a consideraciones extraliterarias, y que en otras muchas ocasiones ni siquiera ha quedado expresa de modo alguno, lo cual invita a someter toda especulación acerca de esa hipotética voluntad a la lógica interna de la obra, a menudo implacable.
El secreto del mal, aparecido en 2007, reúne piezas y esbozos narrativos espigados de los archivos de ordenador de Bolaño. Se trata de materiales en muy diferente estado de acabamiento, seleccionados entre otros muchos por virtud de su calidad –a menudo indiscutible– y de su aliciente. Algunos de los relatos de este libro sin duda hubieran integrado, a la larga, cualquiera de las múltiples colecciones que Bolaño se entretenía en tejer y destejer con los múltiples materiales que iba a acumulando. Pero el libro, en su totalidad, es un libro armado por su editor –yo mismo– conforme a un criterio personal, más o menos aventurado, en cualquier caso suficientemente explícito en la nota preliminar del volumen. El legado póstumo de un narrador, tanto más si es abundante, suele dar lugar a libros de este tipo, que asumen abiertamente su naturaleza residual, sometidos al único imperativo de mostrar boca arriba las cartas empleadas.
(Del mismo año 2007 es un libro excelente que por desgracia no ha alcanzado la difusión que le corresponde, pese a que en él se encuentra –con más inmediatez y sinceridad que en Entre paréntesis– la voz de Bolaño y su talante. Se trata de Bolaño por sí mismo, un volumen de entrevistas admirablemente seleccionadas y armadas por Andrés Braithwaite, hasta el extremo de que cabe considerarlo un libro más de Bolaño (de quien Andrés Braithwaite fue amigo y cómplice), imprescindible para un acercamiento cabal a su personalidad y a su ideario como escritor. El libro fue publicado por Ediciones Universidad Diego Portales, de Santiago de Chile, y lleva un estupendo prólogo de Juan Villoro. Por razones en las que resultaría penoso escarbar, la viuda de Bolaño puso un veto a su distribución, pese a que es dudoso que los derechos le pertenezcan. El temor a quedar vetados en las subastas que periódicamente se hacen de los nuevos inéditos de Bolaño ha disuadido a sus editores más acreditados a publicar este libro, que de momento sólo en Chile se tiene la oportunidad de conseguir.)
Con la publicación de La Universidad Desconocida, también en 2007, la edición de los materiales póstumos de Bolaño ingresa en el territorio de los libros aparcados por el autor, superados por el desarrollo de su propia obra. Conviene dejar bien claro que no caben dudas acerca de la legitimidad de publicar este tipo de materiales, tanto más cuando cunde un interés y una expectativa crecientes sobre el legado de un autor. El caso de Kafka resulta en este punto paradigmático. Todo lo que un escritor deja a su muerte sin preservar o sin destruir –tanto más si, como Bolaño, cuenta con la posibilidad de una muerte prematura– es susceptible de ser publicado, conforme a criterios que es inútil pretender que coincidan con los del autor. La muerte transfigura radicalmente las condiciones en que una obra es leída, y ello deja fuera de lugar muchos de los cálculos y las consideraciones que su autor pudiera haber hecho cuando estaba él con vida y su obra todavía en marcha. Lo único exigible, una vez más, es que los editores contextualicen debidamente los materiales, asunto a veces más difícil de lo que parece. Como sea, es más que improbable que Bolaño hubiera publicado La Universidad Desconocida tal y como se conoce en la actualidad: él mismo había procedido a fraccionar el libro y publicar algunas de sus partes, ya como libros de poesía (Tres, Los perros románticos, ambos en el año 2000), ya como narrativa (Amberes, 2002), sin que el camino así emprendido fuera para él reversible. La publicación de este libro, esencial en muchos aspectos, y que su autor dejó listo en 1993 sin resolverse a editarlo en los diez años siguientes, posee un interés indudable, pero es un interés en cierta medida arqueológico, en cuanto permite poner al descubierto las capas y cimientos enterrados bajo la obra que él sí publicó y quiso dar a la luz.
Caso parecido, pero no idéntico, es el de El Tercer Reich, novela primeriza que Bolaño acabó en su momento, pero a la que dio carpetazo, insatisfecho sin duda con el resultado. Sobre El Tercer Reich cabría sostener que, aun cuando Bolaño la concluyó, en el momento decisivo no acertó con la contraseña que le había de permitir el ingreso a la estructura diseñada tan precoz y clarividentemente por él, según se desprende de sus propias palabras: “La estructura de mi narrativa –declaraba Roberto en 2003– está trazada desde hace más de veinte años y allí no entra nada que no se sepa la contraseña”. El Tercer Reich no entró, al menos mientras Bolaño tuvo el poder de decidirlo. Lo cual no obsta para publicarla, así se sitúe, como tantas obras póstumas, en los aledaños de la obra en la que tardíamente ingresa. La edición de El Tercer Reich, sin embargo, incumplió el requisito de procurar al lector las informaciones necesarias para contextualizarla con relación al conjunto de una obra en la que ocupa una posición de segundo plano.
Finalmente, Los sinsabores del verdadero policía, cuya publicación hace sólo unas semanas en España y por estos días en la Argentina ha estado rodeada de una extraordinaria expectativa, sin duda satisfecha por la calidad realmente excepcional de buena parte de los materiales que contiene, no es tanto un libro “aparcado” –como La Universidad Desconocida y El Tercer Reich– como un proyecto abandonado. Pese a lo que dicen los textos que envuelven el libro, no se trata de una novela. No lo es al menos en el sentido cabal, por extenso que sea, que se suele conceder a este término. Los materiales reunidos bajo este título (del que me he ocupado ya en un artículo que aquí resumo) apuntan líneas narrativas que condujeron hacia 2666, mientras otras quedaron en suspenso, inservibles o pendientes de ser retomadas por el autor, de haber tenido ocasión y ganas de hacerlo. En este caso, lo hubiera hecho ya no para prolongarlas tal y como se ofrecen ahora sino para reelaborarlas en un marco nuevo, inevitablemente transfigurado por la hazaña que supuso la escritura de 2666.
El germen de Los sinsabores del verdadero policía es con toda seguridad anterior a la redacción de Los detectives salvajes. Quizá Bolaño retomara estos materiales al concluir esta novela, pero a partir de cierto momento (y me atrevería a especular sobre cuál es ese momento, muy ligado al abismo que se fue abriendo a los pies mismos de Roberto conforme se metió de lleno en el filón de los crímenes de Ciudad Juárez) se desvió por los derroteros que, sin apartarse del todo de personajes y motivos ya apuntados, lo conducirían finalmente a 2666.
El extravagante título de Los sinsabores del verdadero policía lo acarició Bolaño durante años. Estuvo siempre asociado al proyecto de una novela sobre un joven policía que en estas páginas sólo asoma lateralmente. Lo que ahora nos cabe leer tiene que ver sobre todo con Amalfitano, un Amalfitano bastante distinto al que da nombre a una de las partes –la más enigmática, ahora intuimos por qué– de 2666. Bastante menos con un embrionario J.M.G. Arcimboldi que para nada coincide con el Beno von Archimboldi (con ch) que protagoniza esa novela.
En el camino que lleva de Los detectives salvajes a 2666, Los sinsabores del verdadero policía viene a ser una vía muerta. Sólo parcialmente hubiera podido reintegrarse en la cadena de la que se desprendió. Tal y como se ofrece es un eslabón partido, que no por eso deja de arrojar destellos deslumbrantes, verdaderamente deslumbrantes por su audacia, por su comicidad, por su misterio, por su lirismo. La publicación de un libro así está justificada sin lugar a dudas, por numerosos que sean los equívocos que suscita la tendenciosa presentación del texto. No sólo documenta la forma en que nació 2666: testimonia además la altura vertiginosa a la que, en los últimos años de su vida, escribía Bolaño, dueño de unos recursos variadísimos que aquí se lo ve emplear con estremecedora libertad.
Saturday, February 19, 2011
HOPPER EN NUEVA YORK
Gran muestra reúne lo mejor de Hopper y sus contemporáneos
Modern life: Edward Hopper and his time está en el Whitney Museum de Nueva York hasta abril.
por Juan Manuel Vial
La Tercera 19 de febrero de 2011
A principios del siglo XX, las academias artísticas de Estados Unidos se caracterizaban por un conservadurismo extremo y por fomentar la creación de ciertos temas llamados aristocráticos, con el fin de satisfacer el gusto, o el mal gusto, de una clase compuesta por riquísimos industriales. Ellos, muy bien dispuestos a gastar fortunas en alhajar sus palacetes, admiraban especialmente todo lo que viniera de Europa y, en consecuencia, despreciaban a los pintores locales. La experimentación y la búsqueda de nuevas formas de expresión estaban vetadas en aquellas escuelas de arte y, en cierta forma, allí primaban los patrones estéticos impuestos por el dinero. Eso hasta que Gertrude Vanderbilt Whitney, la heroína de esta historia, arriesgase su prestigio, su patrimonio y su reputación al apoyar a una generación de pintores jóvenes que se rebelaron en contra de la academia. Entre ellos estaba Edward Hopper, el más grande de los modernistas americanos.
Sin el mecenazgo de la dama aludida, es difícil imaginar que el movimiento modernista hubiese realmente llegado a establecerse como lo hizo. La fundación en Nueva York del Whitney Museum, en el año 1931, significó un espaldarazo para los jóvenes artistas y fue crucial en el desarrollo de sus carreras. Es por eso que la actual exhibición en el Whitney, llamada Modern life: Edward Hopper and his time (Vida moderna: Edward Hopper y su época), tiene una importancia especial, además de ser francamente fenomenal: fue este mismo museo el que adquirió más de 2.500 obras de Hopper cuando él murió, en 1967, y fue en el embrión del museo actual, llamado en ese entonces Whitney Studio Club, en donde Hopper montó su primera exposición individual, el año 1920.
Modern life abarca un período de cuatro décadas, desde 1900, año en que Hopper arribó a la escena artística neoyorkina, hasta los albores de la Segunda Guerra Mundial. La muestra consiste en alrededor de 85 trabajos -mayoritariamente pinturas, aunque también se exhiben algunas fotografías, unos pocos grabados y una que otra escultura-, los cuales dan cuenta de una época gloriosa en la historia del arte estadounidense. Dividida en cuatro secciones separadas entre sí, Modern life revela cómo fue que algunos artistas afines consiguieron recrear el paisaje de una era especialmente dinámica tal cual lo veían desenvolverse ante sus ojos: sin filtros, sin concesiones optimistas y sin edulcorados ornamentos, la modernidad americana, tanto la citadina como la rural, quedó por primera vez plasmada en esas telas.
La sección inicial de Modern life muestra el trabajo temprano de Hopper junto al de algunos de los artistas que formaron parte de la célebre Escuela Ashcan. Este grupo se caracterizó por representar de manera bastante osada, y por lo general con una paleta de colores oscura, el caótico ambiente de los barrios bajos de Nueva York. Durante la primera década del siglo XX, Hopper estudió con Robert Henri y John Sloan, dos de los miembros más distinguidos del conglomerado Ashcan. De ellos aprendió lecciones imperecederas: la necesidad de pintar a diario, aunque fuesen temas cotidianos, y la pasión por capturar efectos de luz dramáticos.
La segunda parte examina la relación de Hopper con los artistas que representaron la bullente vida urbana durante "los locos años veinte". Tipos como George Bellows, famoso por sus cuadros de boxeo, o Guy Pène du Bois, autor de una serie de hombrunas mujeres divirtiéndose, habían sido también alumnos de Henri. Pero se habían alejado de los brochazos sueltos que proponía la estética Ashcan. Aunque no tan estilizadas como las composiciones de Bellows o Du Bois, las obras de Hopper de este período evidencian un punto de vista similar al de ellos: Hopper no estaba interesado en el bullicioso mundo social retratado por muchos de sus colegas, pero compartía el interés por capturar momentos de soledad y por utilizar formas simples para dar a sus escenas una monumentalidad dramática. Early sunday morning (Domingo temprano en la mañana), una de las pinturas más famosas de Hopper, da cuenta de lo recién dicho.
La siguiente sección de Modern life está dedicada a los temas rurales que pintó Hopper en los 30, en un contexto similar al de otros artistas que se retiraron al campo para escapar de la ruidanga urbana. En 1930 Hopper y su mujer comenzaron a vacacionar en Cape Cod, y ahí fue donde él comenzó a plasmar en sus cuadros el paisaje costero y el de los pequeños pueblos que visitaba. Junto a Charles Burchfield, Hopper fue la cara visible del movimiento conocido como Paisaje Americano. Ambos artistas extrajeron de la arquitectura tradicional de los pueblos un distinguible ánimo de desolación y melancolía, en parte debidas al rápido abandono que los habitantes de esos lugares emprendían hacia las grandes ciudades durante la Gran Depresión.
La exposición concluye en una serie de obras que Hopper pintó durante los años 30, pero esta vez en la ciudad. Junto a los suyos, se exhiben aquí los trabajos de los Realistas Sociales, grupo que formaron Reginald Marsh, Paul Cadmus y los hermanos Soyer. Si bien Hopper demostró amistad y cercanía con ellos, y tal vez por eso mismo en la época se le consideró como parte del círculo, sus imágenes difieren de las del resto en algunos puntos llamativos: Hopper, avanzado ya en lo que llegaría a ser la clave de su magnífica propuesta pictórica, utilizó la ciudad como un medio para explorar una obsesión lancinante, la de capturar momentos únicos de soledad, transformando ciertas escenas de la vida cotidiana en seductoras meditaciones acerca de la condición humana.
RR
Modern life: Edward Hopper and his time está en el Whitney Museum de Nueva York hasta abril.
por Juan Manuel Vial
La Tercera 19 de febrero de 2011
A principios del siglo XX, las academias artísticas de Estados Unidos se caracterizaban por un conservadurismo extremo y por fomentar la creación de ciertos temas llamados aristocráticos, con el fin de satisfacer el gusto, o el mal gusto, de una clase compuesta por riquísimos industriales. Ellos, muy bien dispuestos a gastar fortunas en alhajar sus palacetes, admiraban especialmente todo lo que viniera de Europa y, en consecuencia, despreciaban a los pintores locales. La experimentación y la búsqueda de nuevas formas de expresión estaban vetadas en aquellas escuelas de arte y, en cierta forma, allí primaban los patrones estéticos impuestos por el dinero. Eso hasta que Gertrude Vanderbilt Whitney, la heroína de esta historia, arriesgase su prestigio, su patrimonio y su reputación al apoyar a una generación de pintores jóvenes que se rebelaron en contra de la academia. Entre ellos estaba Edward Hopper, el más grande de los modernistas americanos.
Sin el mecenazgo de la dama aludida, es difícil imaginar que el movimiento modernista hubiese realmente llegado a establecerse como lo hizo. La fundación en Nueva York del Whitney Museum, en el año 1931, significó un espaldarazo para los jóvenes artistas y fue crucial en el desarrollo de sus carreras. Es por eso que la actual exhibición en el Whitney, llamada Modern life: Edward Hopper and his time (Vida moderna: Edward Hopper y su época), tiene una importancia especial, además de ser francamente fenomenal: fue este mismo museo el que adquirió más de 2.500 obras de Hopper cuando él murió, en 1967, y fue en el embrión del museo actual, llamado en ese entonces Whitney Studio Club, en donde Hopper montó su primera exposición individual, el año 1920.
Modern life abarca un período de cuatro décadas, desde 1900, año en que Hopper arribó a la escena artística neoyorkina, hasta los albores de la Segunda Guerra Mundial. La muestra consiste en alrededor de 85 trabajos -mayoritariamente pinturas, aunque también se exhiben algunas fotografías, unos pocos grabados y una que otra escultura-, los cuales dan cuenta de una época gloriosa en la historia del arte estadounidense. Dividida en cuatro secciones separadas entre sí, Modern life revela cómo fue que algunos artistas afines consiguieron recrear el paisaje de una era especialmente dinámica tal cual lo veían desenvolverse ante sus ojos: sin filtros, sin concesiones optimistas y sin edulcorados ornamentos, la modernidad americana, tanto la citadina como la rural, quedó por primera vez plasmada en esas telas.
La sección inicial de Modern life muestra el trabajo temprano de Hopper junto al de algunos de los artistas que formaron parte de la célebre Escuela Ashcan. Este grupo se caracterizó por representar de manera bastante osada, y por lo general con una paleta de colores oscura, el caótico ambiente de los barrios bajos de Nueva York. Durante la primera década del siglo XX, Hopper estudió con Robert Henri y John Sloan, dos de los miembros más distinguidos del conglomerado Ashcan. De ellos aprendió lecciones imperecederas: la necesidad de pintar a diario, aunque fuesen temas cotidianos, y la pasión por capturar efectos de luz dramáticos.
La segunda parte examina la relación de Hopper con los artistas que representaron la bullente vida urbana durante "los locos años veinte". Tipos como George Bellows, famoso por sus cuadros de boxeo, o Guy Pène du Bois, autor de una serie de hombrunas mujeres divirtiéndose, habían sido también alumnos de Henri. Pero se habían alejado de los brochazos sueltos que proponía la estética Ashcan. Aunque no tan estilizadas como las composiciones de Bellows o Du Bois, las obras de Hopper de este período evidencian un punto de vista similar al de ellos: Hopper no estaba interesado en el bullicioso mundo social retratado por muchos de sus colegas, pero compartía el interés por capturar momentos de soledad y por utilizar formas simples para dar a sus escenas una monumentalidad dramática. Early sunday morning (Domingo temprano en la mañana), una de las pinturas más famosas de Hopper, da cuenta de lo recién dicho.
La siguiente sección de Modern life está dedicada a los temas rurales que pintó Hopper en los 30, en un contexto similar al de otros artistas que se retiraron al campo para escapar de la ruidanga urbana. En 1930 Hopper y su mujer comenzaron a vacacionar en Cape Cod, y ahí fue donde él comenzó a plasmar en sus cuadros el paisaje costero y el de los pequeños pueblos que visitaba. Junto a Charles Burchfield, Hopper fue la cara visible del movimiento conocido como Paisaje Americano. Ambos artistas extrajeron de la arquitectura tradicional de los pueblos un distinguible ánimo de desolación y melancolía, en parte debidas al rápido abandono que los habitantes de esos lugares emprendían hacia las grandes ciudades durante la Gran Depresión.
La exposición concluye en una serie de obras que Hopper pintó durante los años 30, pero esta vez en la ciudad. Junto a los suyos, se exhiben aquí los trabajos de los Realistas Sociales, grupo que formaron Reginald Marsh, Paul Cadmus y los hermanos Soyer. Si bien Hopper demostró amistad y cercanía con ellos, y tal vez por eso mismo en la época se le consideró como parte del círculo, sus imágenes difieren de las del resto en algunos puntos llamativos: Hopper, avanzado ya en lo que llegaría a ser la clave de su magnífica propuesta pictórica, utilizó la ciudad como un medio para explorar una obsesión lancinante, la de capturar momentos únicos de soledad, transformando ciertas escenas de la vida cotidiana en seductoras meditaciones acerca de la condición humana.
RR