Publicación: 22/07/2011 1:11 am
Autor: pijamasurf
El Logos de Marshall McLuhan, profeta del Internet y místico de la comunicaciónA 100 años del nacimiento de Marshall McLuhan celebramos al más grande teórico de la comunicación: un hombre capaz de ver el futuro, con inclinaciones místicas y una lucidez aún inapreciada en su entendimiento del paisaje de fusión entre el hombre y su comunicación.
Cuando en las décadas de los 40s y 50s la gente veía televisión y escuchaba la radio hipnotizada, muy pocos sabían que estos medios estaban transformando radicalmente el mundo, al punto de programar mentalmente una nueva sociedad y generar un nuevo ambiente planetario. Una persona más lúcida y preclara que las demás lo estaba diciendo pero pocos eran los que lo escuchaban (precisamente porque estaban embotados, embebidos en ese nuevo ambiente). Hoy sabemos que lo que un profesor de literatura de Edmonton estaba diciendo en un lenguaje electrizante y a veces hermético, es lo que ha sucedido en gran medida sobre la faz del planeta —solo con el surgimiento de Internet hemos podido por fin dimensionar lo que decía McLuhan.
El escritor Norman Mailer alguna vez observó que Mcluhan “tenía el cerebro más veloz que jamás le he conocido a alguien, y nunca sabía si lo que estaba diciendo era profundo o sólo basura”. La velocidad mental de Marshall McLuhan y la profundidad de lo que era capaz de captar puede ser apreciada en la siguiente afirmación, escrita en 1962:
«El nuevo medio, cualquiera que sea —puede ser la extensión de la conciencia— incluirá a la televisión como su contenido, no como su ambiente. Una computadora como un instrumento de comunicación aumentaría la recuperación [de información], haría obsoleta la organización masiva de las bibliotecas, recuperaría la función enciclopédica del individuo y la haría girar en una línea privada de datos comercializables rápidamente personalizados».
Antes que Steve Jobs hiciera el parangón entre las computadoras y el Gran Hermano con su famoso lanzamiento de la primera Mac, Marshall McLuhan, quien también acuñó el término “surfear” para referirse a navegar en la información, dijo hace 20 años: “las computadoras serán el LSD del mundo de negocios” (curiosamente el LSD fue lo que alimentó la imaginación de Jobs y de Bill Gates para crear este modelo de negocio global).
Asimismo, hoy todos entendemos que vivimos en una “aldea global” como resultado de las nuevas tecnologías, pero Mcluhan lo había vislumbrado hace casi 50 años:
«En vez de dirigirse hacia una vasta librería de Alejandría, el mundo se ha convertido en una computadora, un cerebro electrónico, exactamente como una pieza de ciencia ficción infantil. Y al exteriorizarse nuestros sentidos, el Gran Hermano se coloca en nuestro interior. Así que, al menos de que estemos conscientes de esta dinámica, nos moveremos hacia una fase de terror pánico, exactamente habitando un mundo pequeño de tambores tribales, interdependencia total y coexistencia superimpuesta».
Quien quiera otra prefiguración más del Internet puede poner el minuto 1:20 de este video:
Es justamente la conciencia de McLuhan lo que le permite percibir el futuro, que en realidad es el presente, porque, como la sociedad pre-alfabetizada que describe, McLuhan accede al espacio acústico de la cultura oral donde todo sucede al mismo tiempo, de forma holográfica y estereoscópica. Este experto en James Joyce y ferviente católico converso (curiosamente es también otro católico, Pierre Teilhard de Chardin, el otro gran anticipador de Internet con la noósfera) no solo es el más brillante teórico de la comunicación, es un artista en el sentido de que «el artista siempre está involucrado en escribir una historia detallada del futuro porque es la única persona consciente de la naturaleza del presente [...]. Suyo es el poder no tanto de prever como la alerta de reconocer lo que ya está inmediatamente presente».
En esta concepción el artista es fundamentalmente alguien que ha depurado las puertas de la percepción, de la misma forma que el chamán de las culturas tribales acústicas. Y como decía William Blake, depurar la percepción le da acceso a “un mundo infinito”, es decir no-lineal, atemporal e inagotable. Por esto puede percibir el futuro, porque, al igual que el pasado, el futuro está cifrado también en la información del instante actual, como un fractal.El artista también es aquel capaz de sustraerse del ambiente o programa cultural para afianzar su individualidad y ejercer su conciencia arquimídea (abrir el ojo de águila):
«El anti-ambiente es una forma indispensable de percepción, ya que los ambientes, como tales, son imperceptibles. Su poder para imponer las reglas de piso de nuestra vida perceptual es tan completa que no hay espacio para el diálogo o la interfaz. Por esto la necesidad del arte o de anti-ambientes».
El ser humano tiene la tendencia a fundirse con el ambiente, a integrarse con el medio, precisamente porque no reconoce que está ahí, como el éter. Al no darnos cuenta de que la tecnología es una extensión de nosotros mismos, al no percibir que la TV amplía nuestros ojos pero también los amputa, caemos en un estado de narcosis narcisista, en la que nos enamoramos de nuestras prótesis, sin ejercer la crítica, es decir, nos infatuamos e hipnotizamos, disolviendo las fronteras y ahogando el diálogo con la alteridad. «Todos somos robots cuando nos involucramos acríticamente con nuestra tecnología, [...] nos convertimos en los órganos sexuales del mundo de las máquinas», decía McLuhan. Lo que ha ocurrido es que sin darnos cuenta nos hemos vueltos cyborgs mediáticos: la TV, la radio y e Internet no están haya afuera transmitiendo mensajes, están adentro de nuestra mente transmitiéndose a sí mismos.
Todos conocen una frase de McLuhan, “el medio es el mensaje” (y el masaje masivo). Si bien esta frase es una especie de holograma que, bien entendida, contiene toda la información de nuestra logósfera—al igual que la máxima hermética “como arriba, es abajo” cifra todo el universo— la obra de McLuhan ha sido reducida a un mero concepto, un tanto esotérico, que lo aleja convenientemente de la cultura que critica y al grueso de la población de su obra. McLuhan se volvió famoso como el incomprensible teórico de la comunicación en los sesenta y setenta, del cual todos sabían que era brillante (y que decía que “el medio era el mensaje”) pero que nadie leía a fondo o que si lo hacían no lo discutían porque amenazaba el statu quo de los medios de comunicación. Hace poco escribimos en Pijama Surf un ensayo sobre la televisión como una version actualizada del opio popular de Marx. La premisa de ese ensayo es que el ultimo tabú de la TV es hablar sobre sí misma (de sus características fisiológicas) justamente porque al colocarse enfrente de un espejo, como la Medusa, se autodestruiría en un loop infinito de intracomunicación. McLuhan amenaza el fundamento de los medios masivos de comunicación porque revela que son medios masivos de programación mental (al ser también extensiones de nuestra mente), sin importar su contenido, algo que en un inicio posiblemente, de saberse, habría limitado o al menos modificado la forma en la que se difundieron por el mundo.
He aquí la frase mítica (mística), que conecta a McLuhan con el dios mensajero Hermes:
«El medio es el mensaje. Esto es simplemente para decir que las consecuencias personales y sociales de cualquier medio —esto es, de cualquier extensión de nosotros mismos— son el resultado de la nueva escala que es introducida en nuestras vidas por cada extensión de nosotros mismos o por cada nueva tecnología».
Lo que McLuhan intuye es que nos convertimos en los medios de comunicación que creamos (¿autodevoración del golem: autogol?) porque no están separados de nosotros mismos, son extensiones de nuestro cuerpo, son modificaciones corporales que a su vez nos modifican (de la misma manera que la mujer que aumenta sus senos o quien se aplica cirugía plástica modifica su propia imagen corporal y afecta su psique). Esta es la gran conciencia de McLuhan: señalar la importancia de estudiar un medio por su propia anatomía y no tanto por lo que aparentemente transmite. La diferencia es como la de quien juzga a una persona solo por lo que dice y quien juzga a una persona por lo que es –integrando una percepción multidimensional que incluye tanto su lenguaje corporal, como su energía, porque eso es lo que está comunicando, ese es el verdadero mensaje. En este sentido la invitación es a reflexionar a propósito de los medios que tenemos, porque eso es lo que seremos (las prótesis nos hacen Proteos). En cierta forma son, como decía Terence McKenna, nuestro sistema operativo.
Hay una inevitabilidad del matrimonio entre el medio y el mensaje de los medios de comunicación: comunicar su forma, su fisionomía, su física (en el caso de la TV: los rayos catódicos, su ratio de 29 imágenes por segundo, sus ondas electromagnéticas que mimetizan nuestras ondas cerebrales). Lo que McLuhan logra comprender es que los medios en sí mismos son información —la materia es mente. Más que comunicar información sobre la última Guerra, la televisión está comunicándose a ella misma, su información (como diría Aeolus Kephas, en el fondo todas las cosas comunican lo que son), su propio código genético, por decir una metáfora. Si la televisión, está compuesta por programas, son sus átomos, es un medio cuya ontología es la programación, ergo, programa. Mucho menos importante que cuál es el programa que vemos es que es un programa —sin que esto sea bueno o malo— y como tal, al ser una extensión de nosotros mismos con la que interactuamos en un espejo narcisista, inserta un programa en nuestra psique (nos in-forma, literalmente). Y si la televisión es un medio que, como su nombre lo indica, ve a distancia, tele-ve, nos permite ver lo que no está aquí —al tiempo que dejamos de ver lo inmediato, el presente (y empeñamos nuestra capacidad de televidencia en una extensión y no en una intención).
Internet está comunicando su información también, comunicando su sí mismo. En este sentido, lo que se comunica es el Internet entero (no un bit o una página), una red de interconexión: un link no es sobre algo, es un vínculo en nuestro cerebro, es una red que se entreteje. Internet es la extensión del cerebro y en su retroalimentación regresa a nuestro cerebro todos los cerebros.
La luz también es información que se comunica a sí misma y crea un ambiente que habitamos, “un foco de luz crea un ambiente por su sola presencia” («Si estás viendo esta habitación, toda la habitación está envuelta en la luz que entra a tu pupila y se desenvuelve en la imagen y en tu cerebro. La luz en su sentido general es el medio por el cual el universo se desenvuelve en sí mismo», David Bohm). De manera genial McLuhan extrapola lo que la física cuántica estaba por comprender, que la ontología primigenia del mundo es la información (“la bomba atómica es información”, dijo controversialmente). En el fondo es la información la que se comunica a sí misma, una información que McLuhan veía como medio del espíritu o Logos: Cristo es tanto el hombre como el mensaje divino.
Hay algo místico en la fusión del medio con el mensaje. De nuevo como hiciera William Blake, McLuhan borra la división heredada de la cultura visual entre el cuerpo y el espíritu, entre el hardware y el software. Hay un impulso gnóstico en la tecnología —ya lo decía Arthur C. Clarke, “la tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”—, un deseo de imbuir en el planeta nuestro espíritu, de programar la naturaleza, de hacernos omnipresentes en el espacio. Se pueden argumentar que existen mejores medios para hacer esto, pero es innegable que estamos extendiendo no solo nuestros sentidos sino nuestra conciencia en el mundo —siempre de manera multilateral, ya que aquello a lo que dotamos de nuestra conciencia siempre entabla un loop de retroalimentación (quizás no haya sido advertido, pero McLuhan al señalar que los medios de comunicación y la tecnología son una extensión de nosotros mismos implica que no hay división entre lo externo y lo interno, que existe una subyacente unidad entre todas las cosas: tú eres tu TV que, a su vez, te ve).
«La civilización es completamente el producto de la alfabetización fonética y, al disolverse con la revolución electrónica, redescubrimos una conciencia tribal e integral que se manifiesta en un cambio radical de nuestras vidas sensoriales». Esta sociedad electrónica, dice McLuhan, habita en «un mundo resonante similar a la vieja cámara tribal de ecos donde la magia vive otra vez».
Hay cierta ambivalencia en cómo se percibe la filosofía comunicacional de McLuhan, si como pesimista y apocalíptica o utopista y hasta ingenuamente entusiasta de la tecnología. McLuhan en realidad no define una postura, se dedica a percibir y analizar lo que sucede (y todo sucede simultáneamente: tanto el cielo como el infierno rezuman y se arremolinan en la unidad comunicacional).
Por una parte McLuhan observa los peligros del renacimiento del espacio acústico. Fue la radio la que posibilitó a Hitler y a otras figuras la persuasión de las masas y la creación de un comportamiento de tipo tribal (transmitirse a sí mismo de forma viral, apelando a zonas del cerebro reptileano). Es la disolución de las fronteras de la aldea global lo que permite que se difunda la publicidad, “una vasta operación militar para conquistar el espíritu humano”. McLuhan incluso llegó a prohibir a su nieto ver television, “ese gigante tímido” que “llevó la brutalidad de la Guerra de Vietnam a las salas de estar de Estados Unidos”, lugar donde se perdió la guerra y no “en los campos de batalla de Vietnam”. En una carta a Jaques Maritain, el McLuhan religioso expresa sus temores de que la era de la información está haciendo la labor del abogado del Diablo en su deseo de reemplazar a Dios, a través del simulacro:
«Los ambientes de información eléctrica siendo totalmente etéreos fomentan la ilusión del mundo como una sustancia espiritual. Es ya un facsímil del cuerpo místico [de Cristo], una manifestación descollante del Anti-Cristo. Después de todo el Príncipe de este mundo es un gran ingeniero eléctrico».
Pero al mismo tiempo los nuevos medios basados en un campo acústico y multisensorial, le transmitían destellos de un regreso al idilio de la comunión.
«El campo auditivo es simultáneo, el visual sucesivo. Los modelos de las personas no-alfabetizadas eran implícitos, simultáneos y discontinuos, y también mucho más ricos que los del hombre alfabetizado. En su dependencia a la palabra hablada para obtener información, las personas eran asimiladas en una red tribal; y ya que la palabra hablada tiene una carga más emocional que la escrita —comunicando por la entonación emociones tan ricas como la alegría, el enojo, el miedo, el sufrimiento— el hombre tribal era más espontáneo y pasionalmente volátil. El hombre audio-táctil participaba en el inconsciente colectivo, vivía en una mundo mágico integral ordenado por los patrones del mito y el rito, con sus valores divinos sin ser amenazados, mientras que el hombre alfabetizado o visual crea un ambiente altamente fragmentado e individualizado, explícito, lógico…».
Aquí yace la disyuntiva fundamental de la obra de McLuhan: ¿Interiorizaremos al Big-Brother como un avatar del Gran Ojo Electrónico que Todo lo Ve en nuestra psique o surgirá de nuevo el África interior, el paraíso feral, jardín de la sinestesia y de la sizigia?
McLuhan no parece decidirse (“no podría hacer un juicio de valor a tan grande escala”), pero tal vez si todavía estuviera aquí podría leer el futuro en el presente y decirnos hacia dónde nos dirigimos.
«Marshall McLuhan estaba en lo correcto al ver que la cultura planetaria humana sería de carácter tribal. El próximo gran paso a un holismo planetario es la fusión parcial entre el mundo humano tecnológicamente transformado con la arcaica matriz de inteligencia vegetal que es la supra-Mente del planeta».
Mckenna, él sí, no hay duda, era entusiasta de que lo que estábamos presenciando era básicamente la culminación del largo proceso alquímico de la materialización del espíritu, del momento en que la nave planetaria tomaría conciencia de sí misma, ante la explosión de la información. Su Dios era la Diosa, Gaia, en cuyo cuerpo el hombre encarnaría el Logos en la cópula radiante y psicodélica.
Para McLuhan el medio (que era el mensaje) era Cristo «la raza humana en particular ha sido asumida a la vida del Divino Logos, que es Cristo», escribió. ¿Puede extrañamente ocultarse en la antesala de la fusión con las máquinas la fusión con el Logos, la revelación del mensaje que atraviesa la historia, la comunión entre el Ser universal y su comunicación: su extensión (nosotros)?
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