Entrevista a Matías Rivas, director de Ediciones Universidad Diego Portales.
Por
Patricio Zunini.
Durante más de diez años Matías Rivas mantuvo una columna de crítica literaria en el diario
El Mercurio. Desde allí pudo leer y comentar los diálogos que se daban entre las diferentes generaciones de escritores, cuando Chile comenzaba a acostumbrarse a la vida democrática. Antes, mientras estudiaba Lingüística en la facultad, trabajó en la librería Altamira, donde entendió que no hay reseña que funcione mejor que la recomendación de un librero. Y también fue colaborador de la prestigiosa revista
The Clinic. Con ese background se hizo cargo de la dirección de Ediciones Universidad Diego Portales, una editorial que funciona bajo el paraguas de la universidad y que publica más de 40 libros al año. Ediciones UDP apostó por una estrategia que excede los textos académicos y mira “hacia fuera”. El catálogo hoy incluye poesía, ensayos, crónicas. Es indudable que esa apertura fue exitosa: los libros de UDP figuran siempre en los rankings de los más vendidos.
Cómo se plantea el negocio de una editorial que forma parte de un ámbito universitario, qué riesgos se toman, qué redes se desarrollan, cómo es plan de publicaciones. Sobre estas cuestiones hablamos con Matías Rivas.
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¿Qué se tiene en cuenta en el catálogo de UDP?
—En algún momento la editorial tomó, mediante una política académica, la determinación de dar el salto y dejar de publicar a académicos propios para pasar a ser una editorial con un rol público. La mitad de los libros que hacemos son académicos, la otra mitad de los libros son patrimoniales, literarios.
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¿Cómo se tomó esa decisión?
—La universidad tiene una vocación pública y, consecuente con esa mirada, se ha hecho cargo de temas que otras editoriales —las grandes— no se ocupan porque creen que no son comerciales. Por ejemplo, la poesía. Pero es un error: en Chile se vende mucha poesía. Entonces nosotros publicamos por primera vez después de 25 años a Nicanor Parra. Fue un golpe muy importante. Lo transformó a Parra, lo convirtió en una especie de rockstar. Y lo seguimos publicando, somos su editorial. Había muchas cosas que eran famosas pero que no se encontraban, como los poemas de Enrique Lihn, porque las editoriales grandes no se hacían cargo.
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Aparecieron ustedes para los rescates.
Sí, pero no sólo para eso. En Chile —y en toda Latinoamérica— hay muy poca tradición biográfica: cómo no va a haber una biografía de Bolaño. Entonces creamos una colección de esa índole y tenemos un libro de Rafael Gumucio, vamos a lanzar uno de Mariana Enriquez sobre Victoria Ocampo, otro de Leila Guerriero sobre Idea Vilariño y más.
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Un negocio como el de una editorial que pertenece a una universidad, ¿tiene un colchón con el que se arriesga con menos dificultad en términos económicos?
—Evidentemente la universidad invierte en eso. Es importante. Invierte también porque la editorial tiene un trato híper digno con quienes publican. Por supuesto, hay un apoyo importante de la universidad, pero hay que decir que nos ha ido bien: en Chile, los libros de Lemebel o de Leila Guerriero empiezan a agotarse. Gumucio lleva 16 semanas entre los más vendidos. Entonces hay una inyección evidente de la universidad, pero también la editorial gana dinero.
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¿Cómo es la estrategia de llegar a Buenos Aires?
—Los chilenos, a diferencia de otros países, teníamos la idea de que Buenos Aires era el centro editorial. Todavía persiste esa idea porque tienen un mercado más grande, porque leemos autores argentinos, porque hay un vínculo. Un vínculo fuerte. Y me pareció que era interesante explotarlo. Me interesa todo lo latinoamericano, pero lo argentino me parece central. Hemos entrado en el mercado, tenemos un distribuidor —Waldhuter—, la prensa ha recibido muy bien los libros y ya empiezan a llegar a los lectores. Es una gran oportunidad porque, al tener una buena cantidad de autores argentinos importantes —Martín Kohan, Alan Pauls, César Aira, Leila Guerriero, María Moreno—, también hay una buena cantidad de libros interesantes para los argentinos. Me parece que Argentina está viviendo un momento literario híper interesante.
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¿Cómo seleccionás los libros que llegan a la Argentina?
—Ahora que tenemos un intermediario, es él quien fundamentalmente los selecciona. Pero está trayendo casi todos los libros y espero que traiga cada vez más.
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¿La experiencia de Argentina se replica en otros países?
—Sí, en España: mandamos libros a Barcelona y Madrid. Allí está La Central que tiene todo nuestro catálogo. También en Perú y en México, donde nos distribuye Sexto Piso. De alguna manera todo un grupo editorial circula por estos países. Todos apuntamos a un público que no es tan masivo; yo creo que el mercado finalmente nos ha ido ordenando y nos ha juntado a través de algunos distribuidores.
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¿Cómo es tu relación con las librerías de Santiago?
—Yo fui librero en los años que estudié en la facultad. Trabajé en la librería Altamira durante los primeros años de la democracia. Ahí conocí a mucha gente y conocí a muchos que luego fueron libreros y que todavía lo son. Me paseo a gusto por las librerías. Yo creo que el éxito de los libros depende en mucha mayor medida de los libreros que de los críticos.
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Aunque ahora también comenzaron a sacar libros chicos, los libros de UDP siempre se destacan por ser de un tamaño muy grande. ¿Qué buscan con ese diseño?
—Las dos colecciones de libros de gran tamaño, que son la colección de poesía y la colección “Huellas”, fueron mis primeras colecciones y yo necesitaba ganar espacio en las mesas de novedades de las librerías. Las dos colecciones están hechas por Carlos Altamirano, que es un artista visual chileno, un artista muy importante. Entonces la gente compra la colección de poesía como para regalar a un matrimonio, es un objeto para la casa. Si tienes que comprar para tu hijo Altazor o a Nicanor Parra, que lo tiene que leer en el colegio, te dan ganas de quedártelo. Esa era la idea. En el libro de poesía, que en Chile es algo muy importante, subyace una idea que es bastante real, que es que la poesía necesita espacio, blancos, cosas que hagan justificable el tamaño. Y ese tamaño también te permite publicar libros de crónicas o ensayos, que necesitan de espacio. Yo veo que en general las editoriales se quedan cortas. Pero los libros de biografías necesitan cierta intimidad, entonces hemos sacado esta nueva colección más pequeña. Son lecturas para leer en la cama.
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e nota que para vos el libro es un todo.
—¡Sí! Es un asunto muy personal. Incluso me intimida cuando me preguntan qué estoy leyendo, son cosas que sólo se hablan entre amigos. Me gusta pensar en el hombre que está solo en su casa, leyendo. En ese lector súper fanático que empezó de niño. Siempre pienso en los niños, que leen libros grandes, que les gusta el tamaño de las letras, que enganchan por los títulos y quieren ver la cara del autor en la portada. Yo siempre digo que a un libro le va más o menos bien cuando un chico de 16 años querría comprarlo de todas maneras, aunque no tenga la plata o no sepa que existe. Esa es la idea. Es como el rock. El disco más cool de Ozzie lo tiene en la portada diciendo “Aquí estoy yo”. Eso, que sería algo que podría pensar un niño, en el fondo lo pensamos todos. Estamos más viejos, pero, hay que reconocerlo, para seguir leyendo libros a esta altura tenemos que tener algo infantil.