SOCIEDAD DE BIBLIÓFILOS CHILENOS, fundada en 1945

Chile, fértil provincia, y señalada / en la región antártica famosa, / de remotas naciones respetada / por fuerte, principal y poderosa, / la gente que produce es tan granada, / tan soberbia, gallarda y belicosa, / que no ha sido por rey jamás regida, / ni a extranjero dominio sometida. La Araucana. Alonso de Ercilla y Zúñiga

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Location: Santiago de Chile, Región Metropolitana, Chile

Editor: Neville Blanc

Monday, March 30, 2009

EL EPIGRAMA




Juan de Iriarte, siglo XVIII:


El señor don Juan de Robres,
con caridad sin igual,
hizo este santo hospital...
y también hizo los pobres.

Él mismo dio del género una definición que ha pasado a ser popular:

A la abeja semejante,
para que cause placer,
el epigrama ha de ser
pequeño, dulce y punzante.

BIBLIOVAGANDO - BIBLIOTECA DELL'EREMO DI CAMALDOLI

Rubrica televisiva, in onda su Teletruria, dedicata alla scoperta delle raccolte librarie antiche delle Biblioteche di conservazione della Provincia di Arezzo. Il progetto, ideato da Simone Allegria e Caterina Tristanoe promosso dal CISLAB dell'Università di Siena/Arezzo e dalla Istituzione Biblioteca Città di Arezzo, intende infatti mettere in mostra a un grande e variegato pubblico, alcuni volumi di notevole pregio e di rilevanza storica che però, per motivi di sicurezza o conservazione, non possono essere consultati da un numero elevato di lettori.
Category: Education
Tags:
Biblioteca libro stampa Arezzo CISLAB televisione Simone Allegria Caterina Tristano

Sunday, March 29, 2009

Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán






El autor del


En las composiciones anteriores merece llamar la atención la naturalidad con que el autor ha pulsado su lira, preocupándose más de lo que tenía que decir que de la manera de hacerlo, logrando, sin embargo, dar a sus pensamientos una forma bastante agradable. Pero no escapó del todo a la influencia de aquellos autores, por desgracia harto comunes en la época, que todo lo sacrificaban a la disposición de sus frases, esforzando la imaginación y el ingenio por producir curiosas combinaciones de letras y palabras, en forma de acrósticos, rimas de pie forzado, etc. Bascuñán tradujo también una vez su devoción a la Virgen en otro soneto que, en contraposición al anterior, no tiene más mérito que el de completar con las iniciales de los versos las palabras Santísima María:

Sin fin el que es i fue sin haber sido
Al principio crió el voluble cielo;
Negó hasta el cuarto día dar al suelo
Tan próvido planeta el sol lucido
Inmóvil por entonces fue tenido,
Si después, jeneroso en su desvelo,
I la tierra cambiándole el consuelo,
Mostró su campo verde entre florido.
A semejanza el cielo de María
Mayores glorias cifra para el hombre
Al recibir el sol que en sí no cabe.
Reconocidos, pues aqueste día
Invoquemos, Señora, vuestro nombre:
Ave, María, todos digan, Ave.

Saturday, March 28, 2009

PARIS MATCH: 60 ANIVERSARIO


ELPAIS.com
Seis décadas de 'Paris Match'
El principal semanario francés estrena una nueva 'web'
ELPAIS.com - Madrid - 28/03/2009
El principal semanario francés cumple hoy 60 años con un número especial en los quioscos y una versión rejuvenecida en la web. Paris Match ha reunido en su celebración a 34 actrices del cine mundial en una producción fotográfica inspirada en el cabaret berlinés de los años 30. El número probablemente se volverá objeto de coleccionistas, ya que las portadas son su gran especialidad.
El lema El peso de las palabras, el impacto de las fotos muestra la importancia de las imágenes en el semanario. Aunque a veces sean de origen y uso polémicos. Hace una semana, la ex candidata socialista a la presidencia de Francia, Ségolène Royal, ganó la batalla judicial que emprendió contra la revista, que había publicado unas fotos suyas mientras paseaba del brazo de un acompañante por las calles de Marbella. Un tribunal condenó la publicación a pagarle una indemnización de 16.000 euros, con lo que no ha satisfecho la petición de Royal, que exigía 50.000 euros.
La revista aborda en su número 3.123 los cambios que ha experimentado Francia en los últimos 60 años, dedica dos reportajes al cambio climático y repasa las figuras del presidente de Estados Unidos Barack Obama, del primer ministro del Reino Unido, Gordon Brown, y del presidente francés, Nicolas Sarkozy.
Paris Match fue creada en 1949 por el industrial Jean Prouvost a partir del semanario Match, una antigua publicación deportiva. Luego fue transformada en revista de actualidad inspirada en la estadounidense Life, un semanario de información general con grandes reportajes y producciones de fotos exclusivas. Las tres personas que más han aparecido en la primera página de Paris Match son Alain Delon (45 veces), Brigitte Bardot (39 veces) y François Mitterrand (34 veces). Las portadas se pueden consultar en su web.

Alonso de Ercilla y la épica virreinal - Página principal

Supuesto retrato de Ercilla atribuido a El Greco
Hermitage Museo Estatal, San Petersburgo


Friday, March 27, 2009

http://www.pagina12.com.ar

MARTIN FIERRO


Vigencia del Martin Fierro
Por Jorge Isaías

Pagina12
La leyenda quiere que el periodista federal José Hernández Pueyrredón, -para aliviar el fastidio del hotel-, se haya dispuesto a perpetrar -sin proponérselo, como dice la cultura hegemónica? uno de los textos más corrosivos, conmovedores, originales y aceptados por grandes masas no precisamente letradas, muchas veces.
¿Qué llevó a este luchador político a esconderse a escasos metros de la Casa de Gobierno, donde moraba su acérrimo enemigo, a escribir "los males que conocen todos pero que naides contó"?
El problema de escribir sobre un libro canónico o un poema que al parecer representa "lo argentino" o "el ser nacional", suponiendo que esto no fuera discutible, es mellarse contra una tradición que nos subsume en un juego de lanzas y polvaredas y caballos atravesando el espacio, modo de vida rural que atraviesa gran parte del siglo XIX y al que no fue ajeno el autor de nuestro poema mayor.
Muchas veces aluciné pensando a este hombrón generoso y lleno de humor, tal lo describen los que lo trataron, fatigando gran parte del litoral y no sólo argentino sino brasileño y oriental.
Suponer que el gaucho que inventó fue siempre un rebelde es no haber leído con detenimiento las dos partes ("La Ida" y "La vuelta", como simplificadamente se metaforiza a "El Gaucho Martín Fierro" y "La vuelta de Martín Fierro", de 1872 y 1879, respectivamente.
¿Dónde fue y de dónde vino el gaucho de Hernández?
De la frontera.
Es decir de la tierra de los "infieles" (infieles a la religión católica apostólica romana, se entiende).
Hernández trató muy mal al aborigen, como toda la literatura de su siglo, salvo el paternalismo del coronel Mansilla. Echeverría en esto también fue un precursor, aunque mediocre poeta.
Desaparecidas las condiciones políticas que le dieron origen, ¿qué hace del Martín Fierro un poema actual?
Tal vez los desheredados de siempre vean en el héroe hernandiano a un perseguido del poder, un receptor de las injusticias que perviven en el espacio que media entre los que mandan y los que deben ?fatalmente? obedecer.
Si bien es cierto que entre una y otra parte del poema existe la distancia que hay entre un conspirador y un próspero adaptado al sistema, el lector común tal vez privilegie esa rebeldía anárquica del hombre que se promete, al ser despojado de todo, "ser más malo que una fiera". Es decir: oponerse a ese sistema corrupto e injusto que expulsa a ese sector marginal de la producción de su tiempo. Por eso el regreso del héroe nos devuelve un ser reflexivo, que viene para contar el infierno de la "barbarie", que da consejos y elude -cosa insólita en la primera parte del poema? una pelea.
Si bien es cierto que el enigmático final donde se separan los cuatro (Martín Fierro, Hijo Mayor, Hijo Menor y Picardía) nada menos que a los cuatro vientos, a los cuatro puntos cardinales, hace que sea abierto a interpretaciones disímiles y aún contradictorias, pero nos deja algo seguro: no hay lugar ya para esa clase social desheredada en el proyecto que sigue a la Conquista del Desierto.
Los cuatro personajes en ese final, ¿adónde van? ¿A llevar qué mensajes? ¿O a perderse en la nada de los tiempos, en el mar de otros miles de hombres y mujeres de ojos azules y pelo de trigo que venían a suplantarlos?
Despedida. "Después, a los cuatro vientos/ Los cuatro se dirigieron/ Una promesa se hicieron/ Que todos debían cumplir;/ Mas no la puedo decir,/
Pues secreto prometieron.// Les advierto solamente,/ Y esto a ninguno asombre,/ Pues muchas veces el hombre/ Tiene que hacer de ese modo:/ Convinieron entre todos/ En mudar allí el nombre".
Probablemente Martínez Estrada tenga razón y el libro de José Hernández destruya la gauchesca anterior y la sature para siempre, en lugar de perfeccionarla como quieren algunos.
Veamos un poco: si bien nos guiamos por los temas -como toda tradición literaria que se precie? escribir con toda la tradición significa que Hernández (tratándose de sus antecesores "gauchescos" y también cultos como Echeverría) es decir transitar la frontera, el indio, el gaucho, el desierto, el malón, el contrapunto, la cautiva, la injusticia, la guerra, la cumplió con creces.
Le incluye la injusticia de las levas y la demonización del juez de paz -la autoridad? la ley del embudo, en fin, lo que sabemos. Borges ironizó con crueldad diciendo que el libro estaba escrito contra el ministro de Guerra Gainza, el Ganza del poema. Es una verdad a medias, pero cierta.
Por otra parte convulsiona -desde el nivel de la lengua? la posibilidad del género y enfrenta la oralidad a la escritura.
No es casual que el Martín Fierro en general se lea (salvo los críticos y los profesores) como una especie de "Biblia gaucha" (palabra de Dios), llena de consejos y frases de ingenio que la mnemotecnia de la rima ayuda a no olvidar fácilmente, versos que parecen hechos a propósito para situaciones de la vida cotidiana, para las injusticias vigentes por más Internet y revolución de las comunicaciones que los brujos de la tecnología exhiben como un logro (y lo es), pero siguen existiendo las tolderías y la "barbarie".
La vigencia del Martín Fierro, hoy tiene que ver con estos tópicos. Allí donde se juega una referencialidad contemporánea que hace vivos a los textos aunque ya nadie hable esa lengua arcaica aún en los tiempos del siglo XIX en que se compuso el Poema, pero en algunos de sus refranes y consejos pueden identificarse vastos sectores de este país donde el gaucho es una leyenda y un mito y no una realidad llena de remezclas raciales que contribuyó en su momento a deponer su altiva figura y reemplazarla por millares de espaldas inclinadas ala tierra recibiendo semillas.
Algo que el gaucho, sin dudar, despreció.
Es fama que el gobierno le encomendó al senador por Buenos Aires, José Hernández, un viaje a Australia para estudiar las posibilidades de la agricultura y sus mejoras para el país. El senador omitió viajar para "no cargar con gastos el erario público", y escribió su famosa Instrucción del estanciero en su casa de Belgrano, donde murió el 21 de octubre de 1886. Había nacido en las Chacras de Pueyrredón -ex caserío de Perdriel? el 10 de noviembre de 1834. (Eran otros hombres y otros funcionarios, claro.)

Cristóbal Pérez Barra de la Sociedad de Bibliófilos Chilenos obtiene firmas en primeras ediciones

Enrique Inda y Cristóbal Pérez Barra en la
Sociedad de Bibliófilos Chilenos


Luego de su visita a Chile, Javier Marías viajará a Buenos Aires, donde conversará con la prensa y dará una entrevista pública en la Boutique del Libro de Palermo. Foto:EFE







Ayer (26 de marzo), en una ceremonia realizada en el Teatro Regional del Maule, el escritor español, Javier Marías, recibió un reconocimiento a su obra con el premio Iberoamericano de Letras José Donoso.



Cristóbal Pérez Barra, nuestro consocio de la SBCH logro anoche, en un interesante encuentro con el autor, que Javier Marías le firmara ocho primeras ediciones de sus libros.


Javier Marías en Chile
Por L.P.
El connotado escritor español estará en nuestro país este jueves 26 de marzo. Un imperdible.
Publicado en Paula 1019, 21 de marzo de 2009.
El jueves 26 de marzo, a las 18:00 hrs, el connotado escritor español Javier Marías –de visita en Chile para recibir el premio José Donoso– será entrevistado por el escritor Gonzalo Garcés en el marco del programa La ciudad y las palabras de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Estudios Urbanos de la Universidad Católica (El Comendador 1916, Pedro de Valdivia Norte.
Inscripción gratuita en el mail lvillar@uc.cl). A continuación, Garcés explica por qué hay que tratar de no perderse este encuentro: → Porque Marías es el escritor español más importante desde Miguel de Cervantes. Inventó una manera nueva de hacer novelas que ha influido en escritores de todo el mundo.→ Casi nunca viaja en avión, porque les tiene terror. Muy pocas veces estuvo en Latinoamérica, y nunca en Chile. Ésta puede ser la única ocasión de conocer en persona al máximo escritor español vivo.→ Acaba de terminar la obra más ambiciosa de su carrera: la trilogía Tu rostro mañana. Liberado de esa pesada carga, está de ánimo expansivo, con ganas de compartir historias y cambiar ideas. Quizás nunca un público vuelva a encontrar a este gran escritor en un estado de ánimo tan accesible.

Escritor español Javier Marías inaugura año académico 2009 en la Universidad de Talca
Fecha: el 25/03/2009 Horas: 11 horas
Lugar: Teatro Regional del Maule ( Región del Maule )
Descripción
En la ocasión, se hará entrega de 20 mil dólares, medalla y diploma del galardón que otorga la Corporación en conjunto con el Banco Santander, al ganador del Premio Iberoamericano de Letras “José Donoso”, el escritor español y autor de “Corazón tan blanco”, Javier Marías.
País: Chile
Institución: Universidad de Talca

Javier Marías: "He tenido un vínculo político-sentimental con Chile"
El escritor español Javier Marías llegó por primera vez a nuestra región y también a nuestro país para recibir el premio Iberoamericano de Letras “José Donoso” 2008, galardón que hace ocho años entrega la Universidad de Talca.
por Cristina Espinoza
Elamaule.cl
Respecto de que significado tiene para él este galardón que lleva el nombre del afamado y recordado escritor chileno, Marías señaló que "para mi ha sido un honor recibir un premio con su nombre en la medida que su vida me causó gran impresión como escritor y además con la particularidad, siempre agradable, que tuve un poquito de trato con él". A Donoso lo recuerda, porque en su juventud leyó "creo que tres de sus libros más conocidos" y pudo conocerlo en el año 1978, cuando el escritor chileno que en ese entonces vivía en España, presentó en Madrid su libro Casa de Campo, ocasión en la que Marías participó invitado por Donoso, del que señaló le pareció "en su momento un escritor deslumbrante". El novelista español, dijo no tener claro el por qué recibió el reconocimiento, pero que espera no sea sólo por diplomacia. "Quiero creer que más allá de ser una cuestión de diplomacia, de que toca un español, más bien espero que a los jurados les gustara mi obra lo suficiente". La dificultad de contar Para Marías el lenguaje es insuficiente para reproducir todos los puntos de vista y todos matices de algo sucedido, "a veces la única manera que tenemos de contar algo es fabularla o bien, incluso inventarla", pues considera que es casi imposible tener la certeza que las cosas han ocurrido como se cuentan. Por ello, cree que quizá una de las funciones que tiene la ficción en la novela es mostrar que "necesitamos que de vez en cuando, algo sea completo, algo se acabado y no este sujeto ni a la duda nia la incertidumbre... y en una novela nadie podrá decir, no esto no fue así". Las posibilidades de un Nobel El escritor turco ganador del Nobel de Literatura en 2006, Orhan Pamuk, en más de una ocasión ha señalado a Marías como uno de los que podrían ganar el premio, sin embargo el novelista español con una sonrisa en sus labios dice estar convencido que en esto no tiene posibilidades, a pesar de que otros escritores le han hecho saber que lo consideran como uno de los candidatos. Cercanía con Chile Si bien ésta es la cuarta vez que visita Latinoamerica, es la primera en nuestro país. Según nos relató, sin haber estado en Chile antes, sintió una cercanía y se interesó a partir del Golpe de Estado del año '73, cuando a sus 22 años cursaba sus últimos años de estudio. "Para la jóvenes de entonces en España fue muy impresionante, que nos afectó mucho por las reminiscencias que nos traía de lo que había sucedido en España en el '66 con el Golpe de Estado de Franco y la Guerra Civil", expresó Marías. Desde entonces para él, Chile es un país, "con el que me siento muy cercano, con el que me sentí muy solidario, cuya historia posterior me ha interesado siempre. Digamos que he tenido un vínculo político sentimental en bastante mayor medida que con otros países de América Latina".. Su obra El novelista español José Marías, nacido en Madrid, es además traductor y miembro de la Real Academia Española (RAE) desde 2006. Entre sus novelas destacan Los dominios del lobo (1971), El monarca del tiempo (1978), El hombre sentimental (1986), Todas las almas (1989), Corazón tan blanco (1992), y su obra más reciente es la trilogía que le tomó cinco años escribir denominada Tu rostro mañana (2002 - 2007), cuyos títulos son Fiebre y lanza (2002), Baile y sueño (2004) y Veneno y sombra y adiós (2007). Si bien pensó se demoraría un tiempo más en retomar la escritura, luego del cansancio que le dejó la trilogía Tu rostro mañana, en los últimos meses comenzó a trabajar en su nuevo libro, el que dijo es una novela más sencilla y que " estoy dejando que se haga sola. Ya veremos como resulta".


El vuelo a Chile de Javier Marías

El escritor español aterriza hoy en nuestro país para recibir el premio José Donoso 2008, entregado por la Universidad de Talca. En 7 días, y con su ritmo particular, dará conferencias al público, se reunirá con escritores y recorrerá parte del país.
CONSTANZA ROJAS V.
El Mercurio, 21 de marzo de 2009
No quería una agenda muy apretada. No más almuerzos ni comidas de las estrictamente necesarias. En esto hubo pocas concesiones, pero Javier Marías ya había cedido en un gran punto para venir a Chile: volar en avión, cosa que lo asusta profundamente. La promesa del viaje se gestó en agosto de 2008, cuando se le comunicó que había obtenido el Premio José Donoso entregado por la Universidad de Talca. Telefónicamente se comprometió a venir en persona a recibirlo, en lo que será su primera visita a Latinoamérica. Luego, Javier Pinedo, coordinador del premio, viajó a España a conversar con él: "Marías defiende mucho su intimidad, no sé si es cierta timidez. No usa mucho el mail o el teléfono, y me parece que tiene la necesidad de dedicarle todo su tiempo a la escritura. No está muy expuesto al mundo público, las entrevistas, esto que da la fama", comenta Pinedo. Javier Marías, en entrevista a "El Mercurio", confiesa: "Sé que he tenido éxito, es como si tuviera el dato, pero no lo siento. No me doy cuenta nunca si alguien me mira por la calle". ¿Por qué, entonces, estará desde hoy y hasta el viernes en Chile? "Notó que había una admiración hacia él acá por parte de escritores, gente joven, y eso ameritaba el viaje. La verdad es que no me costó convencerlo", explica Pinedo. La primera actividad agendada del escritor tiene como escenario los cerros porteños. En España había escuchado hablar bastante de Valparaíso, por lo que mañana recorrerá sus calles junto a su amigo, el escritor argentino Gonzalo Garcés. El lunes tendrá rondas de entrevistas, y el martes 24 viajará a Talca para recibir el miércoles el premio José Donoso, que consiste en 20 mil dólares. Luego dará la conferencia "El escritor como traductor", en que abordará su rol en ambas áreas y con la que inaugurará el año académico de la Universidad de Talca. Al día siguiente, ya en Santiago, el español hablará a las 18 horas en la Facultad de Arquitectura de la U. Católica como parte del ciclo "La ciudad y las palabras". Luego, se reunirá en una comida con escritores y críticos chilenos: Jorge Edwards, Rafael Gumucio, Arturo Fontaine, Camilo Marks, Germán Marín, Juan Manuel Vial y Pablo Dittborn son algunos de los que compartirán la mesa con Marías. El tiempo entre actividad y actividad Javier Marías lo reservó para él. Pinedo relata: "Se quiere perder en la ciudad, andar solo, ver edificios históricos sin guía". Viajar a su manera.
ESCRITOR Y EMULADOR
Javier Marías (1951) escribe desde niño, y publicó su primera novela "Los dominios del lobo" a los 19 años. "Cuando me preguntan por qué empecé a escribir, yo contesto: para leer más, y no es que me faltaran libros, pues viví en una casa con una gran biblioteca, pero cuando se me acabaron las lecturas de niños, por ejemplo, las novelas de mosqueteros... me puse a escribir unos cuentecillos, una cosa mimética, me puse a emular... que es distinto a copiar, pues emular es querer parecerse a aquello que uno admira", dijo a "El Mercurio". Hoy es novelista, ensayista y traductor, y desde 2008 forma parte de la Real Academia Española.
MOVIMIENTOS EDITORIALES
Las editoriales que manejan la obra de Javier Marías en Chile se han preparado para su visita con nuevos materiales: Random House Mondadori editó en formato bolsillo 16 de sus títulos, entre los que se encuentran "Mañana en la batalla piensa en mí" y "Tu rostro mañana". Este último se compone de tres volúmenes e incluye una extensa entrevista al autor realizada por Elide Pittarello, amiga de Marías. Alfaguara, por su parte, editó por primera vez en Chile libros que compilan artículos periodísticos y ensayos escritos por Marías. Algunos títulos son "Mano de sombra", "El oficio de oír llover" y "Seré amado cuando falte".








Thursday, March 26, 2009

ESPERANDO A BECKETT


A Critic at Large
Waiting
Samuel Beckett’s life in letters.
by Anthony Lane March 30, 2009 TNY
Beckett thought about escaping the writing life and becoming a pilot or a filmmaker.
Keywords
Samuel Beckett;
“The Letters of Samuel Beckett, Volume I: 1929-1940” (Cambridge; $50);
Martha Dow Fehsenfeld;
Lois More Overbeck;
Thomas McGreevy;
Writers;
Playwrights
At the end of January, 1958, the first American production of Samuel Beckett’s “Endgame” opened, at the Cherry Lane Theatre. The idea of Beckett playing on Commerce Street is rich in irony, and the director, Alan Schneider, and his cast would have been all too aware of the fate that had befallen “Waiting for Godot” when that play received its national première, two years earlier. Advertised, perhaps unwisely, as “the laugh sensation of two continents,” “Godot” had opened at the Coconut Grove Playhouse, in Miami, and closed after two weeks, having led some viewers to inquire if one of the continents in question had been Antarctica. Beckett himself had been not just stoical but positively braced, as was made clear in a letter to Schneider:
Success and failure on the public level never mattered much to me, in fact I feel much more at home with the latter, having breathed deep of its vivifying air all my writing life up to the last couple of years.
Such can be the privilege of a poet and prose writer, especially one with ambitions as fearsome and uningratiating as Beckett’s; but it is small comfort to anyone in the theatre business, and Schneider was determined that the first-night fiasco of “Godot” was not to be repeated. With that in mind, he sent queries to the author about various cruces in the text, to which Beckett responded in detail; his replies covered everything from pre-Socratic philosophers to brands of dog biscuit. Thus equipped, Schneider prepared an article on “Endgame,” to be printed in the Times on the weekend before the opening. The idea was to soften the ground for nervous newcomers, and incorporate some of Beckett’s advisory comments, from his correspondence with Schneider. The author was not pleased. “I do not like publication of letters,” he wrote Schneider. (The Times never ran the piece.) Later that year, Beckett toughened his position: “I prefer those letters not to be republished and quite frankly, dear Alan, I do not want any of my letters to anyone to be published anywhere, either in the petit pendant or the long après.” And here we are, more than half a century after the dog biscuits, with the petit pendant—the little now—dead and gone, and the long thereafter in full swing, and what do we find? Seven hundred pages of Beckett’s letters, nearly three pounds in weight, with another three bricks to come.
For a man of few words, Beckett wrote an awful lot of them. To date, some fifteen thousand letters have been found, and, from that trove, the more pertinent have now been plucked. The question is, to what do they pertain? First came “No Author Better Served: The Correspondence of Samuel Beckett and Alan Schneider,” published in 1998, nine years after the author’s death, and revolving mostly around the staging of the plays. This month, we have “The Letters of Samuel Beckett, Volume I: 1929-1940” (Cambridge; $50), edited by Martha Dow Fehsenfeld and Lois More Overbeck, who, in an introduction, give us the lowdown: “The four volumes of selected letters will present about 2,500 letters with another 5,000 quoted in the annotations.” As for the criteria by which that selection has been arrived at, it was Beckett himself who laid the trail, in 1985. Reasoning, perhaps, that if it were done then ’twere well it were done by those who take trouble, he reconsidered his stubborn stance of the nineteen-fifties and authorized an edition of his correspondence. The editing, he explained, would involve “its reduction to those passages only having bearing on my work.” That sounds so simple, but the ambiguity is fiendish enough to keep the hounds confused. How, for instance, does the following bear on his work?
When I’ve posted this I’ll go & have a Turkish bath & stupefy my nerves in sweaty duration. My person is developing dirty habits.
The editors’ footnote to this letter of 1931 is hygienically exact: “At this time, Trinity College Dublin did not have bathing facilities; the Turkish bath on Lincoln Place and another on Leinster Street were the two nearest to TCD.” That is good to know, but, still, where does “my person” end and the business of writing begin? Should we adhere to a Cartesian division of the two, or is it not more honest to admit that the making of literature, at the nib’s end, is not so much a noble calling as one of the “dirty habits” to which an author is compelled, no more or less mysterious than the call of the bathroom or the temptations of the fridge? When the letter was written, Beckett was twenty-four, in the first stirrings of his creative prose, and about to plunge into “Dream of Fair to Middling Women,” the headlong novel that he completed the following year. Its hero, Belacqua, who reappeared in “More Pricks Than Kicks,” Beckett’s 1934 collection of linked tales, is a fetid fellow: “He sat not looking, his head sunk, plucking vaguely at his filthy old trousers.” He is, in short, a precursor of those who populate the books of Beckett’s maturity: the encased, the unwashed, the mendicant, and all those curled up as if against the onset of a kicking. So, yes, maybe that “sweaty duration” of 1931 is of scholarly interest after all.
In which case, why start this volume in 1929? There are no reports here from Beckett’s boyhood; nothing from his well-to-do rearing in a middle-class Protestant home in Dublin, or his attendance at Portora Royal School, a boarding school in County Fermanagh, where he excelled not just academically but in sports, too—rugby, swimming, boxing, and cricket. In 1923, he moved on to Trinity College Dublin. From there, too, one imagines, he would have written letters home: to his mother, May, his father, William, or his beloved brother, Frank. But, if they have survived, they are not in this book; is it really an impertinence to wish that they were? The events, or the peaceful non-events, of a writer’s first two decades can do more than the impress of adult life to forge and brand the published work, and Beckett is no exception—as someone who wrote a study of Proust, in 1931, he was well versed in the unearthing of a buried young self. Much of his later work harks back to earlier years, even if the harking is riven with pain or regret; “Company,” for instance, from 1980, recasts a fitful set of incidents from Beckett’s farthest past, as he confessed to his authorized biographer, James Knowlson. Even one letter from that time, as plain as can be, would have been invaluable—a godsend, you might say, although Beckett would have disputed the existence of the sender. He was once asked, when testifying in a libel case, whether he was a Christian, a Jew, or an atheist. “None of the three,” he replied.
As it is, our story begins in 1929. It is a peripatetic one: Beckett, having triumphed in examinations and graduated from Trinity College Dublin, at the end of 1927, taught first in a Belfast school and then in Paris as a lecturer in English at the École Normale Supérieure, which is far more superior than normal. He also met Joyce, reading aloud to him in his gathering blindness, and contributing to a book of essays on “Finnegans Wake.” In 1930, Beckett returned to Trinity as a lecturer in French; his parents would have been as proud of this prestigious appointment as they were aghast when he resigned from it, in January, 1932, slipping the moorings of a regular profession in favor of more uncertain waters. Henceforth, his time was split largely between Dublin, Paris, and London, with a spell in Germany from the fall of 1936 to the spring of the following year. The year 1938 was notable for the publication of his first novel, “Murphy,” and for a French pimp by the misleading name of Prudent, who stabbed Beckett in the street, just missing the heart. “I don’t know why, sir, I’m sorry,” he said, when his victim inquired about a motive. When war was declared, on September 3, 1939, Beckett was with his mother in Ireland, which was and would remain a neutral country. The next day, he returned to France.
Laid upon this bare outline, in the course of the letters, is a palimpsest of all the other things that Beckett could have done, or sought to do, but never did. He put in for lectureships at Cape Town and Milan, though with little expectation, or even hope, of success. “Now that I have assembled testimonials,” he wrote of the South African plan, in 1937, “I am in a position to abstain from applying.” He also toyed with the notion of becoming an airline pilot. How any of his passengers could have been confident of reaching their destination, or indeed of taking off in the first place, is open to grave debate, but Beckett was bent on flying:
I hope I am not too old to take it up seriously, nor too stupid about machines to qualify as a commercial pilot. I do not feel like spending the rest of my life writing books that no one will read. It is not as though I wanted to write them.
Three months beforehand, in March, 1936, he had written—and this is hard to believe, even as one reads it—to Sergei Eisenstein, in Moscow, confessing to an interest in “the scenario and editing end” of cinema. “I am anxious to make contact with your mastery of these, and beg you to consider me a serious cinéaste worthy of admission to your school,” he added. There was no reply, and we are left to ponder what unholy offspring might have resulted from their collaboration, and what the director of “Battleship Potemkin” would have made of Beckett’s hope that “the industrial film will become so completely naturalistic, in stereoscopic colour and gramophonic sound, that a back water may be created for the two-dimensional silent film that had barely emerged from its rudiments when it was swamped.”
As has been documented elsewhere, Beckett also devoted extensive thought and reading to a play about Dr. Johnson; in particular, about his long companionship with Hester Thrale and the fracture between them caused by her being widowed and remarried—“she had none of that need to suffer, or necessity of suffering, that he had,” Beckett remarks in a letter of 1937. He filled three notebooks with preparations for the play, “Human Wishes,” of which fewer than twelve pages were eventually composed. But it was not time wasted, because the modern melancholic had found a kindred low spirit, someone equally mortified by the ease with which life could waste away. The Johnson to whom he was drawn was not the “snappy or wisecracky” Doctor who emerged, he thought, from the “wit and wisdom machine” of Boswell but the “tragic figure” that we find in the more private reckonings: “there can hardly have been many so completely at sea in their solitude as he was or so horrifiedly aware of it,” Beckett writes to his great friend Thomas McGreevy, adding, “Read the Prayers & Meditations if you don’t believe me.” Do what Beckett says, and you come upon passages like this: “A kind of strange oblivion has overspread me, so that I know not what has become of the last year; and perceive that incidents and intelligence pass over me without leaving any impression.” That is Johnson, in 1764, and the young Irishman of 1937, who in the same letter to McGreevy writes that “I am really indifferent about where I go or what I do, since I don’t seem able to or want to write any more,” has clearly stumbled along the same road of lassitude, and found himself in the same slough of self-disgust.
Johnson, though, whatever his terrors, had confidence in the language that he used to articulate them, whereas Beckett, coming after Joyce, was prey to a further fear—namely, the suspicion that the currency of common language was devalued, and thus no longer adequate to meet the case of his distress. “More and more my language appears to me like a veil which one has to tear apart in order to get to those things (or the nothingness) lying behind it,” he wrote in 1937. He would have to forge something new, or dig into old hoards, as in this plaint from the year before: “I can’t imagine anything worse than the mental marasmus, in which I totter & sweat.” “Marasmus,” which Dr. Johnson’s Dictionary of 1755 defines as “a consumption, in which persons waste much of their substance,” joins company in these letters with “quiptificates,” “faex,” “gress,” and “desquamation”—Beckett was fond of the Latinate and the technical—as well as with more gracious inventions, such as “eyedew” for tears, or “daymare” for his waking life. He was also, even more than Joyce, an unrepenting scatologist, and we are treated to an endless, often tiresome flow of fecal puns, some of them embedded in prose too deeply mired in private nudges and expostulations to be enjoyable:
My friends here esquivent the Bones for the more part, which means the bolus has gone home. What shall they say, my not even enemies. May it stick in their anus. “I am sure you were not born with a pop.” But am I not sparkling? Then how should the birth be still? Sois calme, ô mon soûleur. Andersen was the byblow of a Frenchman from the Marne. Ça explique Dieu.
There are lighter equivalents elsewhere, but they are scarcely easier to fathom:
Saw A. and B. last night. Napoleon Danton and Louis quatorzes red heels! Dining with Nancy tomorrow. She says Little Red Riddensnood is selling, but I don’t believe her.
The editors try to soothe us with news that the Riddensnood refers to “Whoroscope,” Beckett’s prize-winning poem of 1930, but somehow that doesn’t help. At moments like these, even hardened Beckettians may feel their thoughts drift toward the peerless parody of a typical writer’s letter, as devised by James Thurber: “B— dropped in yesterday (Icky was out at the time) and gave some sort of report on Neddy but I am afraid I didn’t listen (ut ediendam aut debendo!). He and Liddy are in Venice, I think I gathered, or Newport. What in the world do you suppose came over Buppa that Great Night? ? ?” Thurber even supplied some matching explanatory footnotes, such as “Probably Harry Boynton or his brother Norton.” The first volume of the Beckett correspondence can do better than that: “It may have been Douglass ffrench-Mullen (1893-1943) who was boarding with Cissie Beckett in Moyne Road, Rathgar; Mt. Venus, near Woodtown, Co. Dublin, is a cromlech.” You bet it is.
How, then, does one start to recommend this dense agglomeration of ire and indecision? Beckett was no Byron; nobody could maintain that the letters brim with a zest that exceeds the range of the printed works. A day spent with “Murphy” will give you a sharper, funnier portrait of the artist as a young man. Still, if you want to trace the tributaries of that book’s mournful wit to their source, the letters are invaluable; the beautiful kite-flying scene that ends the novel—“the ludicrous fever of toys struggling skyward, the sky itself more and more remote, the wind tearing the awning of cloud to tatters”—is lifted from the elderly Londoners whom Beckett saw at the Round Pond in Kensington Gardens, doing much the same. He reported his vision to McGreevy in 1935: “They fly them almost out of sight, yesterday it was over the trees to the south, into an absolutely cloudless viridescent evening sky.” The correspondent’s phrasing has a natural, gusty soar to it, but the novel takes it higher.
This happens time and again in the letters, sometimes pointing to a leap of many years. When Beckett calls someone a morpion—originally a crab louse, and thus a term of irritated scorn—we are spirited ahead to Act II of “Godot,” in which Estragon flicks the word at Vladimir. Likewise, we have always known that when Winnie, sifting through scraps of memory in “Happy Days,” plucks out the words “beechen green,” she is quoting Keats’s “Ode to a Nightingale”; but now we know that, three decades before, the playwright was admitting to McGreevy that “I like that crouching brooding quality in Keats—squatting on the moss, crushing a petal, licking his lips & rubbing his hands.” The attraction, he added, lay in the “thick soft damp green richness” of the poems. These connections matter not just because they will excite the herds of hunter-gatherers who cluster, rather too zealously, around the field of Beckett studies but because, to any reader who can spare a little sweat, the prospect of “Word-storming in the name of beauty,” as Beckett labels it here, is enough to quicken the heart—or, at any rate, what Hamm, in “Endgame,” calls the “heart in my head.”
What we have here is not historically uncommon: the early progress of an intensely clever, emotionally febrile figure, whose worries are further chafed by his dismay at seeing how directionless that progress feels. When Beckett turns to Schopenhauer (again, a traditional path), in 1930, it is for the philosopher’s “intellectual justification of unhappiness—the greatest that has ever been attempted.” There is more than a tinge of Goethe’s Young Werther, who would have been lost without his sorrows; except that his were triggered by frustrated love, whereas the Beckett who stalks through these letters seems almost indecently loveless. True, there are fleeting mentions of his cousin Peggy Sinclair, to whom he had been close in the late nineteen-twenties. In “Damned to Fame: The Life of Samuel Beckett,” James Knowlson claims that she had “initiated, then led, their sexual explorations,” and that Beckett’s urge to explore further, with other women, is confirmed by “the less discreet parts” of his correspondence, but, if so, these have been filed away by the finer discretion of the editors. “I had a nice friendly postcard from Peggy from the North Sea” is about as stormy as we get. She died, of tuberculosis, less than three years later, earning a frighteningly austere tribute from Beckett to McGreevy: “It appears that she and her fiancé had lately been indulging in regular paroxysms of plans of what they would do when they were married. She has been cremated.” The fiancé is said to be “inconsolable,” although whether Beckett himself required consoling, or whether he was striving to present himself as someone with no such needs, is impossible to gauge.
The Beckett who appears before us, in other words, in his middle to late twenties is already fully formed in his froideurs: another reason for one’s annoyance at the starting date of this edition, for one would dearly like to know if there was ever a time when his narrow-eyed distrust of worldly conventions—and what many of us would embrace as conventional pleasures—was not in place. “This life is terrible and I dont understand how it can be endured,” he writes to McGreevy in 1930. “Quip—that most foul malady—Scandal & KINDNESS.” Unpacked, this means two things. First, he was encountering the gossipy, keen-witted backchat of the Common Room at Trinity; and, second, he was living at home, in the Dublin suburb of Foxrock, while he taught. There are worse things than a family trying to be decent and encouraging toward its brilliant son, but, for Beckett, what he endured at Cooldrinagh—the family home, with its summerhouse, servants, and tennis court—was purgatorial.
What lit the flame, and never ceased to fuel it, was Beckett’s relationship with his mother, May. All we glimpse here is the occasional flare; there is not a single letter addressed to her, but whether that absence is by editorial decree, or because the pages were lost or destroyed, there is no way of telling. One thing seems certain: without his mother’s influence, some of Beckett’s most consuming contributions to literature, including “Happy Days,” “Company,” and the short plays “Rockaby” and “Footfalls” (which has a character named May), would not exist. You do not have to construe all storytelling as memoir to be startled by the immediacy of “From an Abandoned Work,” a curt masterpiece from 1957, whose first sentence reads, “Up bright and early that day, I was young then, feeling awful, and out, mother hanging out of the window in her nightdress weeping and waving.” What we derive, from the letters, is a record of the anxiety attacks that descended on Beckett when he was under the same roof as May, and of the plentiful sessions of psychotherapy that he underwent in London, in the hope of a cure—sessions that were paid for by Mrs. Beckett. (A delicious circular irony, for Freudians who relish such things.) “Mother’s whole idea of course is to get me committed to life here,” he writes from Foxrock in 1936, the word “committed” dangerously poised between “dedicated” and “put away,” as in a mental asylum. Very occasionally, he states the matter with a clarity that knocks the breath out of you: “I am what her savage loving has made me, and it is good that one of us should accept that finally.” According to Knowlson, the explosion between them that preceded this confession (the details of the scene remain obscure) was sufficient to propel May away from the family home for a while, and Beckett away for good. Soon afterward, he moved to Paris.
Not all was crushed. “The only plane on which I feel my defeat not proven is the literary,” he had written the previous year, and what renders this collection, for all its tics and indulgences, far more of a spur than a letdown is the slowly welling sense of a writer mustering his powers. The letters that stir me most are not those in which Beckett grapples with family tensions, or rues the indifference of publishers, but those which find him at recitals, in front of paintings, or drowned in a book. That is no mean affair; the only thing that separates the writer from ordinary folk—and, far from making him or her a better or wiser person, let alone a more amenable one, it can redouble the force of solitude, “one’s ultimate hard irreducible inorganic singleness”—is that the reading of a poem, or the pondering of a Crucifixion, becomes an event. Not a diversion, a flight, or a release from chores but an experience no less transformative than a day in bed with a lover—especially if, as in Beckett’s case, lovers were scarce. So it is, with unfeigned envy, that we find him in Berlin, in 1937, discerning “love’s epilepsy” in a passage of Beethoven’s “Leonore” Overture, or in London, in 1934, listening to the Busch Quartet play Beethoven’s String Quartet No. 13, Op. 130, and hymning the “calm finality” of the Cavatina. (Almost forty years later, his play “Ghost Trio” would be folded around snatches of a Beethoven trio.) Beckett was blessed to be alive when regular concertgoers could catch performances by Vladimir Horowitz, Jacques Thibaud, and Alfred Cortot, or a production of Falla’s “The Three-Cornered Hat” with set and costumes by Picasso and choreography by Massine. Being Beckett, of course, he did not always count those blessings, belittling the Cortot program as “a disappointment” and unleashing his sarcasm at the Berlin Philharmonic, under Wilhelm Furtwängler, when they came to London in 1934 and played Schumann’s Fourth Symphony. Their 1953 performance of the same work is among the crown jewels of recorded sound, but to Beckett’s ears the conductor was “murderous” with the score. “Mr Furtwängler, like the good Nazi he is, cannot tolerate mysteries,” he wrote.
It was partly in pursuit of mysteries that Beckett travelled to Germany two years later. Some readers will be amazed at how seldom he stands back and surveys the wider convulsions of the society that he has entered. How could one be there, so close to war, and not see—or, at least, not record—any acts of repression or shows of force? Should we not blame the bespectacled Beckett for his short moral sight? The fact is that, at this juncture, his was still a fearful nature, his focus of interest tight, his spirits mounting only in the contemplation of the two-dimensional sublime; alone, he went from town to town, spending his days in galleries and sending back elaborate notes to McGreevy—on a self-portrait by Giorgione, for instance (“I visited him every day for a week”), and an Antonello da Messina, “the tiny figures of the quick in the background gossiping and making appointments, under a paradisal sky.” (In the foreground is the martyrdom of St. Sebastian.) That was in Dresden, and Beckett surely came across the Caspar David Friedrich of “Two Men Contemplating the Moon” in the same gallery, and its near-twin in Berlin, but, if so, he failed to comment: a shame, since he would later concede that the composition they enshrine was a source for his pair of tramps in “Waiting for Godot.”
Between the lines of art-historical notation, however, there was some registering of pressure. Beckett pursued (and sometimes found) modern German art, by painters such as Emil Nolde, that had been deemed degenerate by the Nazis and stored away from the eyes of a corruptible public. He also reported, in March, 1937, the “very terrified tone” of a Munich publisher from whom he attempted to buy a book of drawings that had been banned by the Bavarian Political Police. What we get, in other words, is the first hint of those engulfing shifts to which both his practical life and his consciousness would be subject in the coming years. This first volume ends in 1940; the last letter is dated June 10th, two days before he left Paris, and four days before the Germans arrived. Ahead lay Beckett’s work for the French Resistance, which he dismissed as “boy-scout stuff,” but which saw him barely escaping capture by the Gestapo when his cell of resisters was betrayed, and which later earned him the Croix de Guerre. Ahead, too, lay the decisive period in Saint-Lô, Normandy, where, in 1945, as part of an Irish Red Cross team, he worked to set up a hospital, in a place all but annihilated by the conflict. The desolation that he witnessed there, amid what the locals described as “the Capital of Ruins,” furnished the heavy, littered landscapes of his most celebrated plays and his most uncompromising fiction, and the unhappiness bred by the war required no “intellectual justification.” It was physically there, in bombed-out buildings, and it belonged to other souls, less fortunate than himself.
The youthful worrier of these compelling letters, who suggested that “the man condemned to death is less afraid than I,” was not lying; Beckett was neither a poser nor a hysteric, and there was precious little peacetime under his mother’s gaze. But from now on he would have friends condemned to real death, and would grow acquainted with forms of human behavior to which neither of his younger selves—the home-stricken solipsist and the frowning scholar—would have an answer. In a magnificent letter of 1932, to McGreevy, Beckett had chastised one of his own poems for being facultatif, or optional. It did not, he said, “represent a necessity.” These letters are a quest for necessity—for what must be written about, at whatever cost. As the long book closes, the necessities loom; in that respect, Samuel Beckett, for once, had nothing to fear. ♦

CANTAR DEL MIO CID ESCRITO POR UN ARABE

El Cid, pintado por Velazanetti, en el Palacio de la Diputación de Burgos


LA TEORIA


de la académica española, que ha publicado en un libro, también sostiene que el Cantar no pudo ser compuesto ni en 1207 la que se considera la fecha oficial-, ni en 1140, como defendía el filólogo español Ramón Menéndez Pidal. A la derecha, uno de los folios del manuscrito de Per Abbat custodiado en la Biblioteca Nacional de España.


El "Cantar del Mío Cid" habría sido escrito por un poeta árabe, según una académica española
Luego de varios años de investigación, la catedrática Dolores Oliver sostiene que el poema épico fue escrito por el jurista árabe Abu I-Walid al-Waqqashi, como una obra de propaganda política.
El Cantar del Mio Cid está considerada la primera obra extensa de la literatura española en lengua romance.


Por: Emilia Pérez (EFE)

El Cantar del Mío Cid, considerada la primera obra extensa de la literatura española en lengua romance y que relata las gestas del célebre héroe castellano en plena Reconquista, no es tan español como se ha creído siempre, sino que fue creado por un poeta árabe, según una académica española.La profesora de Estudios Arabes e Islámicos Dolores Oliver sostiene en su libro El Cantar del Mío Cid: génesis y autoría árabe, que se presenta hoy en la Casa Arabe de Madrid, que fue el poeta y jurista árabe Abu I-Walid al-Waqqashi quien ideó el famoso poema épico como una obra de propaganda política. "Hay un pacto entre ellos" –afirma Oliver en una entrevista con la agencia Efe– según el cual el poeta crea el poema "para inmortalizar" al Cid y éste, a cambio, se compromete a "respetar las creencias de los musulmanes" de Valencia, conquistada por Rodrigo Díaz de Vivar a los árabes y de donde es nombrado señor. Al Waqqashi, al que cronistas cristianos y musulmanes describen "como uno de los hombres más inteligentes y sabios de su tiempo", compone en la corte valenciana la obra, que "se empezó a recitar en el 1095", después de que el Cid entrase en la ciudad, que había estado bajo dominio árabe desde el siglo VIII, según esta tesis.Oliver comenzó a estudiar la autoría del poema anónimo de forma "casual", tras ser invitada a participar en 1984 en un seminario. "Entonces me puse a leer el Cantar, que había leído en mis años de estudiante, y a medida que lo iba leyendo, empecé a decir: 'Esto ha salido de la mente de un árabe'", relata Oliver, que confiesa que ni ella misma se creía en principio esta teoría y que, incluso, estuvo durante dos años sin tocar el tema "porque le tenía miedo". Pero la tesis del autor árabe volvía de forma recurrente a su labor investigadora hasta que se embarcó en el reto de demostrarla convencida de que "la única respuesta a todos los contenidos del Cantar era un poeta árabe al servicio de un señor castellano". "Como poeta, su nacimiento y formación le permitía describir preciosas batallas, como son las del 'Cantar', y tocar tópicos de la poesía beduina", afirma la profesora. Entre los argumentos a favor de su teoría destaca, a juicio de la autora, el clima religioso descrito en el poema. "Un poema donde los cristianos no son los buenos y los musulmanes no son los malos, tiene que ser escrito en época de tolerancia, en época del Cid", afirma Oliver, que destaca que, tras la muerte del Campeador, en 1099, "empieza a haber un sentimiento de animadversión" hacia los musulmanes. Por ello, desde su punto de vista, el Cantar no pudo ser compuesto ni en 1207, que tradicionalmente se ha considerado la fecha oficial, ni en 1140, como defendía el filólogo e historiador español Ramón Menéndez Pidal. Otro argumento esgrimido por Oliver es que la existencia de poetas en las cortes que cantaran las gestas de los señores es una costumbre propia de Al Andalus (denominación de la zona de España ocupada por los árabes en la Edad Media), donde todos los soberanos "tienen un poeta que cante sus glorias". "El Cid, que había estado en la corte de Sevilla, en la de Zaragoza ¿va a ser tan tonto de no aprovecharse de ese arma política?", se pregunta la autora. Un tercer razonamiento es el arte de la guerra descrito en el poema, donde aparece una técnica ecuestre de lucha "que solamente realizaban con éxito los almorávides", definido en el Cantar como una "arrancada" y que, en opinión de Oliver, no es otra cosa que una "haraka". Oliver bromea sobre la recepción que ha logrado con su tesis –que ha sido "muy bien aceptada por medievalistas o gente que no se ha pasado la vida estudiando al Cid"–, aunque reconoce que también a ella le costó "muchos años" creerla.
Fuente. EFE

Dolores Oliver Pérez
San Sebastián, 1937
Es doctora en filología hispánica por la Facultad de Filosofía y Letras de Valladolid y licenciada en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid. Entre sus trabajos destacan diversas investigaciones sobre los arabismos de la documentación leonesa (siglos IX-XII) y los los autores del Ajbar maymu‘a. Sus diversos estudios sobre El Cantar del Mio Cid han dado como
resultado final el libro que ahora se presenta. La cuestión de la autoría ha sido siempre uno de los objetivos de la investigadora. Ha sido profesora titular en la Universidad de Valladolid impartiendo las asignaturas de lengua y literatura árabes y lengua árabe y su influjo en el español.

TAILS OF MANHATTAN


PIONERO. Allen es la primera celebridad del mundo de la cultura estadounidense que dispara creativamente contra Madoff, el mayor estafador de la historia.
Así escribe
"Los caminos del Señor son inescrutables", explicó Moe Silverman. "Mira a Phil Pinchuck. El tipo cayó en redondo debido a un aneurisma, y ahora es un hámster. Se pasa el día corriendo en la estúpida rueda. Durante años fue profesor en Yale. Lo que quería decir es que ha acabado tomándole gusto a la rueda. Pedalea y pedalea, corriendo hacia ningún lugar, pero él sonríe. (...) Cuando supe que estaba arruinado, me suicidé saltando del tejado de nuestro club de golf de Palm Beach (que frecuentaban muchos de los estafados). Tuve que esperar media hora para saltar. Era el número doce en la fila".
EN THE NEW YORKER
Woody Allen vs. Bernard Madoff

El cineasta neoyorquino se venga en un relato cómico del tristemente famoso estafador de Wall Street. El relato, protagonizado por dos langostas, tiene ecos kafkianos y retrata el mundo judío de Allen.
Por: Marc Bassets - Nueva York

Que Bernard Madoff, el responsable de la mayor estafa de la historia, se convirtiese en un personaje de ficción era cuestión de tiempo. El financiero Madoff hurtó casi 65.000 millones de dólares a miles de clientes de todo el mundo con un fraude piramidal. En diciembre fue puesto bajo arresto domiciliario. El 12 de marzo se declaró culpable e ingresó en prisión. La sorpresa es que el primer creador de calibre en atreverse con la figura de Madoff haya sido Woody Allen, conocido sobre todo por su trabajo como cineasta, pero también un excelente escritor humorístico.


En el último número de la revista The New Yorker,su hogar literario desde los años sesenta, Allen publica un cuento donde dos estafados por el financiero se vengan de él de la forma más inesperada.
"Hace dos semanas, Abe Moscowitz murió de un ataque al corazón y se reencarnó en langosta", empieza este relato kafkiano, cuyo título, Tails of Manhattan, es un juego de palabras. Tail,en inglés, significa cola, pero suena como tale, cuento. El tal Moscowitz acaba en la pecera de una marisquería del Upper East Side de Manhattan, y allí se encuentra con Moe Silverman, un viejo conocido. Ambos fueron estafados por Bernie Madoff y murieron como consecuencia de la estafa. Ambos se reencarnaron en langosta. "Al principio me decía que no tenía espacio para un nuevo inversor. Pero cuanto más me rechazaba, más quería yo entrar", dice Silverman, que se suicidó al descubrirse víctima del fraude. "El día que supe que él podía gestionar mis cuentas me emocioné tanto que recorté la cabeza de mi esposa de la foto de nuestra boda y puse la suya en su lugar". El caso es que un día Madoff burla el arresto domiciliario y aparece en el restaurante donde las langostas se pasan las horas filosofando. Es más, pide langosta y las elige a ellas. "¡Me timó hasta que me quedé sin los ahorros de toda una vida y ahora se me tragará con salsa de mantequilla! ¿Qué clase de universo es este?", llora Moscowitz. El desenlace es rocambolesco y puede servir para resarcir, aunque sea en la ficción, a las víctimas de Madoff, un prohombre de la comunidad judía que durante años engañó a casi todo el mundo - incluidas víctimas del holocausto-sin que su imagen se resquebrajase. Quizá no sea tan sorprendente que Woody Allen haya sido uno de los primeros en atreverse con Madoff, que se movía por los escenarios de sus películas y vivía en su barrio. Incluso recuerda a algún personaje suyo como el oftalmólogo de Delitos y faltas,que contrata a unos matones para asesinar a su amante y sigue con su vida de ciudadano honorable. Lleno de palabras yiddish como mensch y heimlich, Tails of Manhattan regresa al microcosmos de las mejores películas de Woody Allen: el Nueva York judío, el Upper East y el Upper West Side. Y recuerda, aunque sea con un divertimento, por qué está considerado una gran voz de la ficción judía neoyorquina, en la estirpe de Isaac Bashevis Singer.


© La Vanguardia y Clarín

LA COLUMNA DEL JUEVES



El Mercurio, Jueves 26 de Marzo de 2009

El fin de la asimetría
Que este año sea decisivo para la política se debe tanto a la próxima elección presidencial como al hecho de que ingresamos en una nueva fase de nuestra democracia. Desde el regreso a ésta hemos vivido en un marco dominado por una asimetría primordial: la superioridad moral de la izquierda frente a la derecha por sus respectivos roles bajo el régimen militar. Desde 1990, una sensibilidad mayoritaria encomia a quienes respaldaron la recuperación de la democracia y censura a quienes justificaron la represión. Por años esto llevó a numerosos electores a entregar un cheque en blanco a la centroizquierda y tarjeta roja a la centroderecha, tendencia que a su vez acostumbró a la primera a reciclar argumentos para legitimarse en el poder y obligó a la segunda a renovarse para aspirar a él.
En la última década esa percepción ha ido cambiando. Por eso transitamos hoy de la asimetría a la simetría moral entre ambos sectores. En las elecciones cada vez cuenta menos la historia de hace 25 o 39 años, y más el aporte político reciente. En este sentido, la simetría plantea un desafío mayor para la centroizquierda, ducha en responder a la oposición no tanto en relación con sus propuestas del momento como con respecto a su nexo pretérito con Pinochet.
Mientras la oposición ha intentado relativizar la memoria y enfatizar temas de futuro, la coalición gubernamental tiende a insistir en el eje pinochetismo/antipinochetismo, postergando la agenda de futuro que vuelva a "encantar a la gente". La otrora efectiva "respuesta extemporánea" (tú me criticas hoy, te respondo que bajo Pinochet todo fue peor) pierde raigambre, pues elude el presente ante un electorado, cada vez más numeroso, que no participó en el antagonismo entre democracia y dictadura, ni entre allendistas y antiallendistas, y que observa hoy con agobio los desafíos del país y los déficits de la clase política.
Refuerza esta simetría el hecho de que la centroderecha, unida, presenta por primera vez un candidato que se opuso al régimen militar y que cosechó éxitos como empresario en la misma época en que lo hizo su principal contrincante. La nueva simetría se nutre también de la percepción de que alrededor del Gobierno aumentaron en la última década la corrupción, el tráfico de influencias, el apego al poder y la intolerancia. Alimentan este cambio, asimismo, dos asuntos algo paradójicos. Uno: el probable candidato de la centroizquierda donó recursos al gobierno militar en el álgido noviembre de 1973, aunque lo combatió a posteriori en forma decidida. Dos: mientras la centroderecha se identifica hoy con Sarkozy, Cameron o Merkel, líderes de innegable pedigrí democrático, en la izquierda simpatizan con Castro, Chávez y Ortega, caudillos sin esa reputación. El apoyo temporal de Frei Ruiz-Tagle a la Junta Militar no constituye un estigma, sino un mensaje que refuerza la simetría y la reconciliación, pues sugiere que, mientras se tenga las manos limpias, en política existe el derecho a equivocarse y cambiar de postura, un verdadero bálsamo para personas de la derecha e izquierda renovadas.
La simetría no desconoce que la recuperación democrática fue mérito de un sector político, pero subraya que la estabilidad democrática es obra del conjunto de ellos. En esta nueva fase aumentan los electores que esperan que los políticos, sin ignorar el pasado ni la violación de derechos humanos, se concentren en temas acuciantes -crisis, desempleo, delincuencia, pobreza, educación- y en la construcción de ese Chile moderno, próspero y equitativo, siempre tan distante. La simetría nos permite evaluar a los políticos no sólo por su pasado y legado, sino también por su capacidad, honestidad y aporte actuales. Como todo cambio estructural, éste traerá consigo consecuencias insospechadas.

Monday, March 23, 2009

FERIA DEL LIBRO EN BUENOS AIRES






23 de abril al 11 de mayo de 2009




La Rural, predio ferial de Palermo
Horarios de la Feria

Domingos a jueves de 14:00 a 22:00
Viernes y sábados de 14:00 a 23:00
Miércoles 30 de abril de 14:00 a 02:00
Jueves 1.º de mayo abierta en su horario habitual de 14:00 a 22:00

24ª Jornadas Profesionales del Libro
Lunes 21, martes 22 y miércoles 23 de 9:00 a 18:00
Jueves 24 de abril de 9:00 a 14:00


Cómo llegar

Dirección - Accesos a la Feria La Rural, Predio Ferial de Buenos Aires, ubicada en el barrio de Palermo Avda. Santa Fe 4201, frente a Plaza Italia Avda. Sarmiento 2704, y estacionamiento Avda. Cerviño 4474, y estacionamiento Principales avenidas: Avda. Santa Fe - Avda. Sarmiento - Avda. Las Heras - Avda. Colombia - Avda. Cerviño - Avda. J. F. Kennedy - Avda. Del Libertador Tren: Tren Metropolitano - Línea San Martín: Estación Palermo Colectivos: 10 - 12 - 15 - 29 - 37 - 39 - 41 - 55 - 57 - 59 - 60 - 68 - 93 - 95 - 111 - 118 - 128 - 141 - 152 - 160 - 161, y otros Subterráneos: Línea D - Estación Plaza Italia
Sitio web de la Feria: http://www.el-libro.org.ar/

MUERE EDITOR CHILENO EN ARGENTINA




Muere en Argentina el editor chileno Arturo Peña Lillo
El editor chileno Arturo Peña Lillo, quien impulsó la obra de grandes escritores argentinos en el siglo pasado, murió hoy en Buenos Aires, a los 91 años, informaron fuentes de la firma Ediciones Continente.
Clarin
UNA VIDA EN LIBROS. Peña Lillo editó unos 400 títulos con su propia editorial, hasta 1982, desde la que impulso el "pensamiento nacional" argentino de una generación de intelectuales que buscó diferenciarse de las influencias extranjeras.

foto = 'UNA VIDA EN LIBROS. Peña Lillo editó unos 400 títulos con su propia editorial, hasta 1982, desde la que impulso el "pensamiento nacional" argentino de una generación de intelectuales que buscó diferenciarse de las influencias extranjeras.'




El renombrado editor chileno, Arturo Peña Lillo, que falleció hoy en la ciudad de Buenos Aires había nacido el 30 de agosto de 1917 en la ciudad chilena de Valparaíso, pero a los dos años se mudó con su familia a Argentina.En 1939 se hizo conocido cuando se paró frente a la sede del diario Crítica, de Buenos Aires, se quitó el sobretodo y lució un cartel en su cuerpo con frases de pensadores modernos.Así consiguió un trabajo en los talleres de la revista Radiolandia, donde fue delegado sindical. El segundo trabajo de Peña Lillo fue en la editorial francesa Hachette, en la que también trabajaba Rodolfo Walsh, donde estuvo por siete años. En 1954 fundó una editorial desde la que impulsó la obra de autores argentinos, publicando textos considerados fundamentales dentro de la literatura local. Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, Rodolfo Puiggrós, José María Rosa, Ernesto Palacio, Norberto Galazo, Juan José Hernández Arregui y Jorge Abelardo Ramos fueron algunos de los intelectuales que encontraron en Peña Lillo un apoyo para la difusión de sus obras. Los primeros textos que editó fueron Instrucciones del Estanciero, de José Hernández, y El idioma de los argentinos, por el cual Jorge Luis Borges cobró su primer dinero por derechos de autor. Peña Lillo editó unos 400 títulos con su propia editorial, hasta 1982, desde la que impulso el "pensamiento nacional" argentino de una generación de intelectuales que buscó diferenciarse de las influencias extranjeras. También dio origen a algunas revistas que fueron tribuna y espacio libre para periodistas y políticos, como "Cuestionario" y "Quehacer nacional". Hasta antes de su muerte Peña Lillo co-editaba con Ediciones Continente.


Fuente: EFE


Pagina12

Viernes, 9 de Diciembre de 2005
ENTREVISTA AL LEGENDARIO EDITOR ARTURO PEÑA LILLO
“Nuestra historia debe leerse al revés para ser entendida”
Es uno de esos editores de raza que ya no abundan. Durante toda su larga vida se dedicó, al frente de la editorial que lleva su apellido, a publicar textos que juzgaba esenciales para comprender la historia argentina. Arturo Jauretche, Rodolfo Ortega Peña, Jorge Abelardo Ramos o Ernesto Palacio fueron algunos de los autores que encontraron en Arturo Peña Lillo el eco necesario para difundir sus pensamientos.

Por Cristian Vitale
Un cincuentón con barba obrera se para, emocionado, frente a otro hombre de 88 años y le dispara una remembranza. Le dice que él era uno de esos jóvenes que durante la década del sesenta recorría la avenida Corrientes revolviendo estantes en librerías viejas buscando “eso” que escuchaba en casas de viejos peronistas de base, pero que difícilmente encontraba en libros. “Sentíamos al movimiento nacional porque, como decía papá, era algo que los había dignificado... pero mucho no lo entendíamos.” El hombre de 88 años lo escucha, atento, y le da fuerzas para seguir. “Hasta que entré a trabajar en la Italo y ese empleo me posibilitó poder tener una conciencia clara del pensamiento nacional. A la vuelta, estaba su editorial y yo podía llevarme cinco o seis libros a sola firma, y pagarlos cuando pudiera. Esos libros, hoy, son los que leen mis hijos”, sigue. El encuentro transcurre en el día de la militancia y termina con un fuerte abrazo entre el hombre de 88 años, el infatigable editor Arturo Peña Lillo, y el obrero que aprendió a armar el rompecabezas de la patria grande leyendo libros que Don Arturo se jugó en editar a contramano de la intelligentzia. Cuando la hegemonía de la historia era –como casi siempre– mitrista y liberal. El obrero podía estar hablando de La historia de la nación latinoamericana de Jorge Abelardo Ramos, o de Baring Brothers y la historia política argentina, de Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Duhalde, o del libro de Alberto Belloni –Del anarquismo al peronismo–. O de cualquiera de los inevitables de Arturo Jauretche –El medio pelo en la sociedad argentina, el Manual de zonceras argentinas, Los profetas del odio y la yapa–. Un combo de abordajes revisionistas que hubiesen quedado relegados si no fuera por la labor de Peña Lillo Editor. “Yo sentí la necesidad que tenía el país de esclarecer la situación nacional de un momento –fines de la década del ’50– en el que los medios de comunicación se burlaban de los trabajadores, mientras la policía perseguía y encarcelaba. Y los militares fusilaban. Buena parte de Argentina había sido silenciada, mientras un grupo exquisito de formadores de opinión dividía al país y callaba a los descamisados, que habían luchado contra el sistema liberal burgués”, expresa Arturo revisitando su faena. “Nunca fui afiliado a ningún partido y, sin embargo, siempre me sentí militante. Expresaba mi militancia a través de la editorial, cuyo objetivo fue el de sistematizar el pensamiento nacional y popular disperso. Fue sencillamente lo que hice, y lo hice con mucho fervor. Muy poco sé de administración de empresas... mi único objetivo era sacar todos los días un libro, costara lo que costara. No me importaba. Felizmente, estuve recogiendo durante los últimos 20 años las expresiones que ustedes –el obrero y muchos más– me brindan. Es el reconocimiento que me justifica seguir viviendo.”Peña Lillo estuvo al frente de su editorial entre 1954 –cuando debutó con La historia de Argentina de Ernesto Palacio– y 1982. Editó unos 400 títulos y fue difusor insoslayable del pensamiento de una generación que intentó enfrentar a las fuerzas opresoras del establishment tecnocrático y extranjerizante. A la par, “gerenció” algunas revistas que fueron tribuna y espacio libre para periodistas y políticos, como Cuestionario y Quehacer Nacional. Puede decirse que generó las condiciones materiales para dar vuelta la pedagogía colonialista o que enfrentó las intenciones de las clases dominantes. O que trocó con su labor paciente una dicotomía que, pura, poco explica las realidades de los países del tercer mundo (izquierda-derecha) por otra mucho más eficaz y relevante, en tiempo y forma: civilización o barbarie. En este reverso del mundo, y Peña Lillo lo tenía claro, “civilizar” equivale a desnacionalizar. Y por eso actuó en consecuencia... por eso le quemaron parva de libros durante la dictadura. “Cuando fue el golpe de 1976, los libreros me empezaron a devolver muchísimos libros porque les volaban las librerías. Los militares pensabanque el de José María Rosa –La guerra del Paraguay y las Montoneras argentinas– aludía a los Montoneros de la época y lo quemaban. Una vez volaron una librería porque en la vidriera tenía el Medio pelo de Jauretche. Entonces yo aflojé y me fui acobardando.” –¿Y qué hizo?–Le dejé la editorial a empleados que la terminaron fundiendo. Y no pude disfrutar del dinero porque, la verdad, nunca tuve. Lo que ganaba con los más vendidos lo usaba para editar otros que se vendían menos. En 1982, cuando la dictadura estaba debilitada, saqué mi última revista –Quehacer nacional– y desde sus páginas por supuesto se criticaba a la dictadura, pero zafé porque en ese momento ya era difícil desaparecer a un conocido.–¿Cómo empezó su interés por los libros?–De chico iba a librerías viejas y revolvía libros de Alejandro Dumas, Víctor Hugo, Roberto Arlt, libros raros. Eran los años 30, cuando la radio era una cosa experimental y el medio de mayor influencia era el libro. A través de él se expresaban las grandes teorías políticas. En esa época el mercado estaba saturado de libros anarquistas, porque los diarios –La Razón, La Prensa o La Nación– eran completamente anodinos y comerciales. Expresaban los intereses de los grandes poderes económicos. Entonces, para expresar ideas al margen del sistema, tenías que escribir un libro.La infancia de Peña Lillo fue difícil. Su padre, un proletario español admirador de José Antonio Primo de Rivera y la España reaccionaria, enloqueció cuando él tenía 12 años y tuvo que salir a ganarse el pan desde chico. “Yo vengo de origen obrero, mi padre era foguista de la compañía Mihanovich, hasta que se volvió loco. Entonces, tuve que hacer lo que tenía que hacer para poder sobrevivir, mientras leía de manera informal, sin haber llegado a sexto grado”. Trabajó de lavacopas, de zapateador americano hasta que consiguió un puesto en una imprenta. “Andaba mucho en la calle. Mi formación fue determinada por las circunstancias. Nunca tuve una vida ordenada, organizada y sistemática. No tuve la oportunidad de ir al secundario y menos a la universidad.”–Era difícil acceder al mundo editorial en esas condiciones. ¿Cómo se involucró?–Un día, en 1939, me vestí con carteles llenos de pensamientos. Aproveché, porque era una época de escritores muy petardistas, que gustaban de la frase “la historia se escribe con sangre” de Nietzsche. Me puse un sobretodo, salí a la calle y me lo saqué frente al diario Crítica para llamar la atención. Al otro día, sacaron un montón de crónicas sobre mi actitud y conseguí un trabajo en los talleres de la revista Radiolandia. Fui delegado gremial y tenía participación activa en las huelgas, hasta que un día el dueño me llamó y me dijo “si el sueldo no le alcanza deje de ir al cine o apriétese el cinturón” y me rajó. En esa época no existía una organización en la que el delegado fuera intocable. Al primero que echaron fue a mí.El próximo escalón de Peña Lillo fue una editorial francesa en la que también trabajaba Rodolfo Walsh. Permaneció en ella siete años y vio pasar, desde ahí, la revolución de junio de 1943, el 17 de octubre del 1945 y el ingreso de las masas obreras a la arena política argentina. Pero él estaba del lado de la Unión Democrática. “Viví el 17 de octubre ajeno al movimiento de masas que se estaba gestando. Yo era empleado de la editorial y estaba comunicado con una organización de editoriales de izquierda. Fue una desgracia la actitud del Partido Comunista, porque no nos orientaba, no nos decía la expresión popular que tenía el peronismo. Ellos decían que era la barbarie que había salido a la calle. El partido estaba completamente despistado ideológicamente”, evoca.–¿Cuándo se inscribe dentro del pensamiento nacional, entonces?–Poco antes de la caída de Perón empecé a tener relación con pensadores del campo nacional y, cuando cayó, tomé partido. Fue una revelación para mí.–¿Por qué?–Porque Perón tomaba medidas que uno veía como macanudas, y sin embargo había que criticarlas. Era una gran paradoja, porque uno era obrero y estaba obligado a estar en contra de expresiones absolutamente obreras. Tenía que alinearse en la ideología liberal y cipaya. Era un contrasentido eso, y yo empecé a darme cuenta del error. En 1954, al editar la historia argentina de Palacio, me conecté con Jauretche, adherí a la causa nacional y me aislé de mis ex compañeros, que nunca más se me acercaron.–Después vino la Libertadora y, con ella, la persecución a los obreros, la resistencia, la censura y los fusilamientos. Buena época para editar libros de esa tendencia.–(Risas.) Era un desafío porque el peronismo, como vehículo mayoritario de liberación nacional, no tenía una bibliografía que expresara sus ideas independentistas. Todo se vivía de una manera muy espontánea, sentimental y mediante discursos oficiales. Pero intelectualmente era necesario analizar un fenómeno como ese fuera de los esquemas liberales y de los discursos. Es una tarea que inician Spilimbergo, Abelardo Ramos, Jauretche. Los análisis que hace la izquierda nacional son reveladores y apabullantes... son nuevas ideas que a uno lo apasionan y por eso las apoyé desde mi lugar.–¿Qué libros podría resaltar de los tantos que editó?–Uno es el de Palacio. El dato me lo pasó el anarquista español Diego Abad de Santillán en 1953. Me dijo que en el futuro iba a ser un best seller. Yo le dije “pero es una nacionalista” y me respondió “no importa, usted léalo igual”. Entonces fui a ver a Palacio, que no tenía un peso, le anticipé unos derechos y lo terminó de hacer. De hecho, se transformó en el libro más requerido durante toda la época que tuve la editorial. Cuando vino Perón en 1973, sacaba una edición por semana. Se agotaba enseguida. Otro podría ser Los profetas del odio y la yapa, de Jauretche.–El que habla de la colonización pedagógica y de la traición que llevó a Bernardo Houssay a ganar el Premio Nobel de Medicina.–Claro, porque Houssay era uno de los referentes intelectuales y científicos de la Unión Democrática y Jauretche denuncia que, en realidad, el descubrimiento real sobre la utilidad de la insulina no le correspondía a él sino a un integrante de su equipo, el doctor Alfredo Biassotti. Pero había que hacer figurar a Houssay, porque éste adhería a la UD y su supuesto descubrimiento dejaba bien parado al frente antiperonista ante el mundo. Nuestra historia debe leerse al revés para ser entendida. A esto le dediqué toda mi vida.

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