NUESTROS HISTORIADORES
La Tercera domingo 21 de noviembre de 2010
Apocalipsis, según Gonzalo Vial
Chile: cinco siglos de historia es el libro póstumo del historiador fallecido el año pasado.
por Patricio Jara
Qué es la historiografía sino un intento constante y sistemático por administrar el pasado; una manera organizada de proponer, más que el relato memorioso y detallado, una forma concreta de mirar y de entender aquellos hechos fundamentales que marcan a las comunidades y su vínculo con el entorno donde les ha tocado desarrollarse. Este empeño, lo sabemos, no se trata de un acto desinteresado, objetivo ni menos inocente. Aquello, sin embargo, no lo exime de la obligación de recolectar una cantidad suficiente de fuentes y evidencias que le permitan a lo menos aspirar a una porción de lo que se conoce como "verdad perdurable".
Por eso no extraña, al final, que los libros de historia se parezcan tanto a los de filosofía o a los de álgebra: todos comparten su afán por demostrar y fijar la verdad, en lo posible dotándola de un esplendor capaz de perdurar por generaciones. Este impulso, por lo demás, se acrecienta cuando existe la sospecha de que determinada obra bien podría ser la última en la carrera de un investigador. Tal es el caso de Chile: cinco siglos de historia, de Gonzalo Vial (1930-2009), la entrega póstuma de este abogado e historiador que consagró su vida intelectual justamente a estos asuntos.
Desde luego, se trata de un libro de proporciones descomunales, que por lo menos en su tonelaje se condice con el subtítulo: Desde los primeros pobladores prehispánicos hasta el año 2006. Publicado por Zig-Zag, son casi 1.500 páginas divididas en dos tomos, los cuales, sin embargo, el autor no reconoce como parte de su megaproyecto al cual dedicó 30 años: narrar la historia de Chile desde 1891 hasta 1973 (en los cinco volúmenes aparecidos no avanzó más allá de 1938).
"Mi edad y otras circunstancias me hacen pensar que no la completaré", anota Vial en el prólogo de esta investigación, al tiempo que cree que en lugar de aquel proyecto incompleto "podía ser útil una historia breve de Chile, recorriendo sus distintos y sucesivos consensos históricos".
En efecto, acá asoma el foco y declaración de principios que cruzan estas páginas: cómo los acuerdos y beneplácitos han sido los engranajes por los que ha caminado el país desde tiempos remotos, asumiendo (a veces más, a veces menos) todas sus luces y sombras, todos sus vicios y virtudes pues, se afirma, "en cada uno hay gérmenes de progreso y también de destrucción".
Gonzalo Vial va desde Almagro y Lautaro hasta los siempre sabrosos desmanes de Catalina de los Ríos y la Monja Alférez; desde las causas de la Independencia ("que no son las que nos enseñaron") hasta los llamados "consensos autoritarios", con el correspondiente reparto de celebridades habituales en esta clase de libros: Bulnes, Montt, Prieto, Portales, Bello y muchos otros.
El segundo tomo, en tanto, se hace cargo del consenso oligárquico, la rebelión aristocrática, la llamada "república liberal" y concluye, naturalmente, con un repaso general a lo que conocemos como la democracia de los acuerdos o democracia tutelada, según el bando desde donde se vea. Indudablemente, Gonzalo Vial, un reconocido bastión de la historiografía conservadora, tiene su mirada. "Los chilenos hemos consensuado un régimen económico y uno político. Pero no todavía un régimen social basado en una ética común", anuncia el autor, para mil páginas después referirse al período de la UP como "la tercera anarquía". Aquí Vial recoge la hebra desde la mitad del gobierno de Frei Montalva hasta "el advenimiento del régimen militar", para concluir con los gobiernos democráticos de la Concertación.
Es en este último segmento cuando todo se vuelve prudentemente relativo y provisorio. Sin embargo, Vial no duda en explayar su profundo desasosiego por lo que considera el "bajón cultural" que, a su juicio, se instaló en el país a inicios de los años 90, cuando las formas artísticas que desde entonces representan la realidad nacional son "a veces de buena técnica, pero sin ninguna trascendencia y a menudo de insuperable vulgaridad".
En el apéndice final, el autor pareciera pronosticar que días aún más oscuros están por venir en estas materias. Un cataclismo en el que, según su juicio tremebundo, casi nada es bueno y, en consecuencia, nos encaminamos a una suerte de reino de tinieblas cultural y, por lo tanto, moral y ético. No son más de tres páginas, la verdad, pero dispuestas al término no pueden sino concentrar su mirada al estado de las cosas: el país de los próceres hoy es un reino de energúmenos vociferantes.
Más allá de todo tinte ideológico, que en el caso de Vial siempre ha sido nítido, es imposible no leer Chile: cinco siglos de historia como una forma de despedida de un autor que, en vez de enarbolar estandartes henchido de orgullo por la obra terminada, asume el noble fracaso al que se expone todo intento por explicar la realidad, ya sea desde la historiografía como desde cualquier otra disciplina más o menos sensata. "Es triste pensar que, probablemente, mi período de fecundidad como historiador ha concluido. Pero habiendo durado 60 años, no puedo extrañarme del hecho", anota. "Y hay una cierta satisfacción en saber que, ya no muy tarde, conoceré la verdad del pasado histórico -al interior de la otra Verdad, la inimaginablemente dulce y total-, que es el único objeto y acicate de la profesión que elegí".
Apocalipsis, según Gonzalo Vial
Chile: cinco siglos de historia es el libro póstumo del historiador fallecido el año pasado.
por Patricio Jara
Qué es la historiografía sino un intento constante y sistemático por administrar el pasado; una manera organizada de proponer, más que el relato memorioso y detallado, una forma concreta de mirar y de entender aquellos hechos fundamentales que marcan a las comunidades y su vínculo con el entorno donde les ha tocado desarrollarse. Este empeño, lo sabemos, no se trata de un acto desinteresado, objetivo ni menos inocente. Aquello, sin embargo, no lo exime de la obligación de recolectar una cantidad suficiente de fuentes y evidencias que le permitan a lo menos aspirar a una porción de lo que se conoce como "verdad perdurable".
Por eso no extraña, al final, que los libros de historia se parezcan tanto a los de filosofía o a los de álgebra: todos comparten su afán por demostrar y fijar la verdad, en lo posible dotándola de un esplendor capaz de perdurar por generaciones. Este impulso, por lo demás, se acrecienta cuando existe la sospecha de que determinada obra bien podría ser la última en la carrera de un investigador. Tal es el caso de Chile: cinco siglos de historia, de Gonzalo Vial (1930-2009), la entrega póstuma de este abogado e historiador que consagró su vida intelectual justamente a estos asuntos.
Desde luego, se trata de un libro de proporciones descomunales, que por lo menos en su tonelaje se condice con el subtítulo: Desde los primeros pobladores prehispánicos hasta el año 2006. Publicado por Zig-Zag, son casi 1.500 páginas divididas en dos tomos, los cuales, sin embargo, el autor no reconoce como parte de su megaproyecto al cual dedicó 30 años: narrar la historia de Chile desde 1891 hasta 1973 (en los cinco volúmenes aparecidos no avanzó más allá de 1938).
"Mi edad y otras circunstancias me hacen pensar que no la completaré", anota Vial en el prólogo de esta investigación, al tiempo que cree que en lugar de aquel proyecto incompleto "podía ser útil una historia breve de Chile, recorriendo sus distintos y sucesivos consensos históricos".
En efecto, acá asoma el foco y declaración de principios que cruzan estas páginas: cómo los acuerdos y beneplácitos han sido los engranajes por los que ha caminado el país desde tiempos remotos, asumiendo (a veces más, a veces menos) todas sus luces y sombras, todos sus vicios y virtudes pues, se afirma, "en cada uno hay gérmenes de progreso y también de destrucción".
Gonzalo Vial va desde Almagro y Lautaro hasta los siempre sabrosos desmanes de Catalina de los Ríos y la Monja Alférez; desde las causas de la Independencia ("que no son las que nos enseñaron") hasta los llamados "consensos autoritarios", con el correspondiente reparto de celebridades habituales en esta clase de libros: Bulnes, Montt, Prieto, Portales, Bello y muchos otros.
El segundo tomo, en tanto, se hace cargo del consenso oligárquico, la rebelión aristocrática, la llamada "república liberal" y concluye, naturalmente, con un repaso general a lo que conocemos como la democracia de los acuerdos o democracia tutelada, según el bando desde donde se vea. Indudablemente, Gonzalo Vial, un reconocido bastión de la historiografía conservadora, tiene su mirada. "Los chilenos hemos consensuado un régimen económico y uno político. Pero no todavía un régimen social basado en una ética común", anuncia el autor, para mil páginas después referirse al período de la UP como "la tercera anarquía". Aquí Vial recoge la hebra desde la mitad del gobierno de Frei Montalva hasta "el advenimiento del régimen militar", para concluir con los gobiernos democráticos de la Concertación.
Es en este último segmento cuando todo se vuelve prudentemente relativo y provisorio. Sin embargo, Vial no duda en explayar su profundo desasosiego por lo que considera el "bajón cultural" que, a su juicio, se instaló en el país a inicios de los años 90, cuando las formas artísticas que desde entonces representan la realidad nacional son "a veces de buena técnica, pero sin ninguna trascendencia y a menudo de insuperable vulgaridad".
En el apéndice final, el autor pareciera pronosticar que días aún más oscuros están por venir en estas materias. Un cataclismo en el que, según su juicio tremebundo, casi nada es bueno y, en consecuencia, nos encaminamos a una suerte de reino de tinieblas cultural y, por lo tanto, moral y ético. No son más de tres páginas, la verdad, pero dispuestas al término no pueden sino concentrar su mirada al estado de las cosas: el país de los próceres hoy es un reino de energúmenos vociferantes.
Más allá de todo tinte ideológico, que en el caso de Vial siempre ha sido nítido, es imposible no leer Chile: cinco siglos de historia como una forma de despedida de un autor que, en vez de enarbolar estandartes henchido de orgullo por la obra terminada, asume el noble fracaso al que se expone todo intento por explicar la realidad, ya sea desde la historiografía como desde cualquier otra disciplina más o menos sensata. "Es triste pensar que, probablemente, mi período de fecundidad como historiador ha concluido. Pero habiendo durado 60 años, no puedo extrañarme del hecho", anota. "Y hay una cierta satisfacción en saber que, ya no muy tarde, conoceré la verdad del pasado histórico -al interior de la otra Verdad, la inimaginablemente dulce y total-, que es el único objeto y acicate de la profesión que elegí".
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