SOCIEDAD DE BIBLIÓFILOS CHILENOS, fundada en 1945

Chile, fértil provincia, y señalada / en la región antártica famosa, / de remotas naciones respetada / por fuerte, principal y poderosa, / la gente que produce es tan granada, / tan soberbia, gallarda y belicosa, / que no ha sido por rey jamás regida, / ni a extranjero dominio sometida. La Araucana. Alonso de Ercilla y Zúñiga

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Editor: Neville Blanc

Sunday, May 08, 2011

EDWARDS BELLO, VOLUMEN III




La Tercera domingo 08 de mayo de 2011
Edwards Bello, el inmortal
Crónicas reunidas volumen III comprende sus textos de 1931 a 1933. No solo ofrece un fresco de la sociedad de la época, también perfila al autor y sus obsesiones.
por Marcelo Simonetti

"Mi mayor preocupación cuando escribo es la de no ser latero", sostiene Joaquín Edwards Bello en una de sus crónicas. Lo dice porque, en los días que le tocó vivir, existía la idea extendida de que los libros locales eran una lata. "Lo malo en algunos escritores chilenos es que escriben para ganar el Premio Nobel. Se diría que se dirigen a un público pedante; nunca tienen en cuenta al hombre del tranvía", afirma en una suerte de declaración de principios que, de algún modo, explica esa inmortalidad de la que goza, ahora más que nunca, considerando la publicación del tercer volumen de sus crónicas hecha por Ediciones Universidad Diego Portales.

Comprendidos entre 1931 y 1933, este compendio de textos a cargo de Roberto Merino no solo sirve para hacer un fresco de la sociedad de la época, también para perfilar al propio autor en sus obsesiones, ideas y mirada del mundo.

"A Joaquín Edwards Bello le gustaba pensarse como el escritor indómito que profana el altar de los clásicos y reniega de la pompa elitista de la alta cultura", dice en el prólogo el historiador Manuel Vicuña. A lo largo de estas 732 páginas, crónicas que abordan la importancia de la máquina de coser Singer, el gallinero, el hombre ideal de la mujer chilena, el hipódromo, la perrera o el Cabro Eulalio, sitúan al autor de La chica del Crillón mucho más cerca del hombre del tranvía que de la academia.

En ese plan, Edwards Bello no se ocupa de la inmortalidad del cangrejo sino de las cuestiones cotidianas.

"Creo, pues, que la máquina Singer ha sido una benefactora de las clases menesterosas. '¡Ah! Si yo tuviera mi máquina Singer', dice la mujer arrepentida, 'podría ganar lo suficiente…'. Porque la máquina de coser fabrica chauchas y pesos", escribe en una de sus crónicas.

"El pueblo chileno se alimenta mal; toma este acto de alimentarse sin seriedad, desconociéndole su función social de primera clase (…) He visto padres que mandaban a sus hijos semidesnudos, en invierno, a comprar litros de vino al despacho, a las once de la noche, sin recordar que era hora de comer y que esos niños estaban hambreados", detalla en otra.

La pluma de Edwards nunca fue complaciente. Afilada e incisiva disparó contra lo que se le vino en gana. "Nuestro país ha sido presa del conquistador, del negrero y del especulador; por eso el pueblo no tiene nunca nada", decía. Y le daba caña a esta idea al apuntar que: "Los europeos que llegan a Chile no se confunden con el pueblo, ni pasan a ser masa obrera como en Argentina y Brasil, sino que se vuelven patrones, remiten sus ganancias a sus lejanas patrias y en muchos casos regresan con ellas (…). El obrero expresa este fenómeno en uno de sus melancólicos y desalentadores aforismos: 'Dejan el hoyo y se van'".

También las emprende contra el Estado, al que responsabiliza de mimar y regalonear a sus hijos. Acostumbrado a que este cubra sus necesidades, el chileno carece del espíritu de lucha que identifica a los italianos, palestinos, turcos y españoles, por nombrar a algunos de los inmigrantes que llegan al país. "El Estado debe prepararse a formar otros hijos menos regalones y pedigüeños. La generación actual fue educada para esto y un solo millonario extranjero sin educación ocupa a sueldo a siete abogados chilenos que lo ayudan a engañar al Estado", sentencia.

Edwards Bello detiene su mirada en tópicos disímiles y también es ahí donde estas crónicas fundan su valía. Porque si en un capítulo se aboca a detallar la forma en que se vocean los diarios o las nocivas "mentiras y falsedades" que Hollywood inculca a las jovencitas ("una niña que sale de ver a esos héroes de la pantalla mirará, sin duda, a los hombres vulgares y sin adobo que pasan por la calle cual si fueran poco menos feos que murciélagos"); en otro detalla el difícil momento que vive el mundo: con el resurgimiento de Alemania, liderado por Hitler; la crisis en La Habana o la guerra del Chaco, entre Bolivia y Paraguay.

Pero es sin duda en el retrato que hace del chileno donde su agudeza alcanza las cotas más altas. Sin compasión, Edwards Bello trapea con las "virtudes" nacionales confeccionando un perfil descarnado: "Porque -es preciso convencernos- el mal de Chile es el chileno. Somos irreductiblemente malazos. Entre nosotros no hay gloria, ni prestigio, ni respeto posible: lo destruimos, lo aniquilamos, lo apagamos todo. (…) Sostengo que en esta Copia Feliz, el civilismo, el militarismo, el socialismo, todo acaba en canibalismo, a causa de lo mal educados que estamos".

A la hora de señalar los rasgos del carácter nacional, Edwards Bello no tiene duda en ubicar a la envidia en el primer lugar, haciendo la salvedad que esta es mayor en la clase alta que en el pueblo, que tiene más desarrollada la facultad de admirar. "Por la envidia se acortan considerablemente las posibilidades que traemos al mundo para ser felices. Deseando lo que poseen los vecinos, comparando nuestro estado con el de otras personas, deseando el desastre de los que tienen más y son felices, labramos poco a poco nuestra propia ruina".

Ese rasgo patrio lo ha vivido en carne propia, a la luz de los ataques que sufre. Las acusaciones de superficial que recibe de sus detractores lo llevan a hilvanar la siguiente explicación: "Es que estoy pagando, estoy purgando simplemente el delito de ser chileno. Porque el delito mayor de un hombre que nace para hacer y pensar es ser chileno. Aquí reinará constantemente lo que llamó un escritor español 'la igualdad repugnante de los cementerios'. Igualdad en la nada, en la inercia, en la podredumbre o la muerte".

En ese ambiente a Edwards Bello le preocupa también la situación física de los compatriotas, cómo se alimentan, qué desayunan. Compara las dietas de los alemanes y los argentinos con la chilena y a partir de esas diferencias alimentarias colige los niveles de desarrollo que nos separan.

"El chileno ha vivido casi siempre emboticado y hambriento. La talla de los habitantes ha disminuido por ausencia de alimentos (…) Recuerdo que estando en París nos llamaba la atención el mal humor, el carácter funerario de la mayoría de los chilenos (…) Todos eran enfermos del hígado, de los riñones, de los nervios. Todos hablaban de cosas truculentas. Ahora bien: un pueblo que marcha y conquista en cualquier terreno es un pueblo que come bien", dice.

Escritas hace casi 80 años, estas crónicas siguen siendo reveladoras y mantienen la frescura de un escritor que nunca aspiró a quedar en letras de molde y que alcanzó el reconocimiento con una receta simple: escribiendo de lo que ocurría en la superficie se hizo profundo, escribiendo de lo cotidiano se hizo eterno.

Años agitados

Edwards Bello escribió estas crónicas en años convulsos de la historia nacional. Entre 1931 y 1933, Chile vivió una crisis económica tremenda, dos golpes de Estado, sublevaciones, la instauración de una República Socialista, y la rotación de varios gobernantes que debieron asumir el poder transitoriamente.

Luego de la caída de Carlos Dávila, que debió exiliarse en Estados Unidos en 1932, Edwards Bello escribe: "Yo no sé qué será, pero cuando todo ese público cruel y soez se ceba con el caído, cualquiera que él sea, a mí me agrada gritar: ¡No! ¡Viva Dávila! (…) La situación es igual a la de 1828: anarquía, desorden, confusión. El chileno sabe mandar y no obedecer. Todos están peleados, actores, profesores, estudiantes, críticos literarios, músicos, pintores, comerciantes, todos, todos. Chile tuvo cuerda desde Portales y Bello hasta 1891. Nada más. Después todo es embrollo. ¡Viva Dávila!".

Luego que Arturo Alessandri ganara las elecciones y llegara al poder en diciembre de 1932, Edwards Bello apunta: "En cinco meses de estabilidad el país progresa en forma asombrosa; el comercio gana confianza, las calles se ven descongestionadas de mendigos día por día. No queremos decir que hayamos llegado a la meta ideal, pero carecemos del ansia de populachería, basada en la terca y sistemática oposición para negar que, dentro de un universo desquiciado, desorientado y vicioso, somos un país excepcional (…) El estadista de molde antiguo ha ganado la partida sobre las ilusiones de los salvadores de la patria, basados en textos y experimentos exóticos. Nosotros también creímos en esas sirenas…".

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