Mario Vargas Llosa dijo no
Por qué Vargas Llosa dijo no
El Nobel de Literatura rechaza por carta la propuesta de presidir el Cervantes y argumenta que pesa más su vocación literaria que las tentaciones políticas
Juan Cruz
El Pais Madrid 21 ENE 2012 - 05:15 CET
Mario Vargas Llosa dijo no a la propuesta de presidir el Cervantes y se lo explicó por carta al presidente Mariano Rajoy.
El premio Nobel no ha revelado el tenor de la misiva ni ha querido hacer declaraciones. Con respecto a la secuencia de la propuesta (revelada por EL PAÍS) y de la negativa solo pueden hacerse conjeturas.
En su carta, el Nobel dice que está dispuesto a seguir colaborando con el Cervantes, pero que asumir ese cargo, que le honraría, resulta imposible de conciliar con su vocación literaria.
Fue una apuesta audaz, que, según todos los indicios, halló el apoyo del Rey, con el que Vargas Llosa tiene una excelente relación. En 2000, cuando la Monarquía cumplía 25 años, escribió de don Juan Carlos en El País Semanal: "Todos le reconocen una sutil inteligencia para haber actuado (...) con una destreza, visión de futuro, sentido de la oportunidad, tacto e incluso maquiavelismo político fuera de la común".
Vargas Llosa tiene la nacionalidad española desde 1993; se la concedió Felipe González cuando al escritor, enfrentado abiertamente a la dictadura de Fujimori, le persiguió el sátrapa peruano por todo el mundo. "Por mi situación en Perú", dijo entonces Vargas Llosa, "me arriesgaba a convertirme en un paria". España acudió en su ayuda, y él rinde gratitud a ese gesto.
Así que la propuesta era audaz y plena de sentido; tenía también sentido que el Rey se sumara. Fanático de las buenas maneras, lo que resulta evidente es que si fue Rajoy el que recibió su carta de cortés rechazo del honor, es que probablemente fue el jefe de Gobierno el que se la hizo llegar. Y que el Rey la refrendó. En este sentido, el tiempo que se concedió el Nobel para pensárselo es una muestra más de la cortesía con la que todos (el Rey, Rajoy, Vargas) han llevado este asunto.
Pero aquí entra el factor humano ante el que chocó la audaz propuesta: es posible que ese tiempo de reflexión fuera una manera de retrasar una decisión que solo podía ser negativa teniendo en cuenta la vocación literaria de Vargas Llosa. En los años ochenta al escritor le salió al encuentro el político; se presentó a las elecciones (que ganó Fujimori), y aun en ese periodo (que él cuenta en El pez en el agua) terminaba sus jornadas de campaña leyendo los versos de Góngora. Cuando acabó ese temporal político (que a él lo dejó en los huesos) ya no quiso saber nunca más de lo que no fueran sus libros.
Así que los que han leído sus manifestaciones en torno a la distracción a la que lo han sometido acontecimientos como el Nobel saben que a Vargas Llosa esa tentación de presidir un organismo de la envergadura del Cervantes le podía causar una honra y un agudo dolor de cabeza. Y, muy probablemente, el no sería la palabra inmediata ante una propuesta tan audaz como comprometida.
Y dijo no. Vargas Llosa es escritor a tiempo completo desde que su agente Carmen Balcells lo rescató de Londres, con Patricia, su mujer, y sus dos hijos varones (Morgana nacería en Barcelona), le puso un sueldo y le ayudó a terminar sin interferencias económicas La Casa Verde. La leyenda cuenta que este hombre tenaz ("Porque no tengo imaginación trabajo tanto") se pasó muchas jornadas sin salir de su escritorio, y que en los momentos de mayor tensión hacía que el almuerzo esperara en la puerta. Sus jornadas son sistemáticas: corre o pasea con Patricia, lee dos o tres periódicos diarios y luego se encierra, sobre las 10 de la mañana, a escribir esforzadamente. Rara vez atiende llamadas en esas horas de plenitud, y por las tardes sale a escribir. Por la noche va al cine o al teatro, cena con amigos y a la medianoche, como un atleta, se va a reposar.
Ese Vargas que no usa móvil y que tampoco sabe qué es el correo electrónico es incompatible con un cargo de responsabilidad, aunque este se vista en algún ángulo de honorífico. Tampoco (decía ayer el director de la Academia, su amigo José Manuel Blecua) "es posible imaginarlo en un puesto para no ejercerlo con todas sus consecuencias".
Dijo no. Y ese no lleva ahora a alguna reflexión. ¿Qué porvenir le espera a la institución que le pidieron presidir? César Antonio Molina, que fue director del Cervantes y ministro de Cultura, cree que hubiera sido una buena idea la presencia de Vargas en ese puesto, pero que entiende su rechazo. "Ahora habría que aprovechar la idea y poner en marcha algo que dije entonces, como director del Cervantes, y luego como ministro: el Instituto debe incorporar a escritores hispanoamericanos a su estructura de centros. Hemos tenido en el Cervantes a Muñoz Molina, por ejemplo, en Nueva York, y Vargas Llosa le hubiera dado un gran prestigio a la institución. Pero la idea es buena: hay que hacer que en el Cervantes se sientan partícipes los intelectuales de nuestra lengua que no sean españoles".
Darío Villanueva, secretario de la Academia, que dio recientemente un curso sobre la obra de Vargas Llosa en Estados Unidos, cree "que Mario hubiera sido un gran embajador del Cervantes. ¡Pero ya lo era, y lo seguirá siendo! Es un intelectual al que se le escucha en todas partes". Ahora bien, esta institución, cree Villanueva, mueve un enorme potencial burocrático, "y precisa de una gestión muy exigente. Incorporar a una personalidad como la de Mario, y puede haber otros, no muchos, como él, obliga a una reestructuración que debe hacerse muy responsablemente".
Emilio Lledó va más al centro del español: "Hay que defenderlo, y el Instituto Cervantes puede, desde la humildad de la palabra, sin alharacas; la lengua es un tesoro escondido y cuidado; a eso debe tender la institución que la divulgue".
José Manuel Blecua apunta: "Era una buena idea. Mario tiene la dimensión de un gran embajador de la lengua; tiene empuje, simboliza la defensa de la lengua allá donde va. Y tiene un encanto especial para ganar voluntades. Pero entiendo su reacción. Yo trabajé en el Cervantes. Es una labor dura, diaria, constante, y llena de preocupaciones. Y Mario tiene muchos compromisos, aparte de su vocación. Y no lo veo haciendo de figura decorativa, dejando que las cosas se hagan sin su participación".
Vargas Llosa dijo que no. El factor humano pudo más que la tentación audaz.
El Nobel de Literatura rechaza por carta la propuesta de presidir el Cervantes y argumenta que pesa más su vocación literaria que las tentaciones políticas
Juan Cruz
El Pais Madrid 21 ENE 2012 - 05:15 CET
Mario Vargas Llosa dijo no a la propuesta de presidir el Cervantes y se lo explicó por carta al presidente Mariano Rajoy.
El premio Nobel no ha revelado el tenor de la misiva ni ha querido hacer declaraciones. Con respecto a la secuencia de la propuesta (revelada por EL PAÍS) y de la negativa solo pueden hacerse conjeturas.
En su carta, el Nobel dice que está dispuesto a seguir colaborando con el Cervantes, pero que asumir ese cargo, que le honraría, resulta imposible de conciliar con su vocación literaria.
Fue una apuesta audaz, que, según todos los indicios, halló el apoyo del Rey, con el que Vargas Llosa tiene una excelente relación. En 2000, cuando la Monarquía cumplía 25 años, escribió de don Juan Carlos en El País Semanal: "Todos le reconocen una sutil inteligencia para haber actuado (...) con una destreza, visión de futuro, sentido de la oportunidad, tacto e incluso maquiavelismo político fuera de la común".
Vargas Llosa tiene la nacionalidad española desde 1993; se la concedió Felipe González cuando al escritor, enfrentado abiertamente a la dictadura de Fujimori, le persiguió el sátrapa peruano por todo el mundo. "Por mi situación en Perú", dijo entonces Vargas Llosa, "me arriesgaba a convertirme en un paria". España acudió en su ayuda, y él rinde gratitud a ese gesto.
Así que la propuesta era audaz y plena de sentido; tenía también sentido que el Rey se sumara. Fanático de las buenas maneras, lo que resulta evidente es que si fue Rajoy el que recibió su carta de cortés rechazo del honor, es que probablemente fue el jefe de Gobierno el que se la hizo llegar. Y que el Rey la refrendó. En este sentido, el tiempo que se concedió el Nobel para pensárselo es una muestra más de la cortesía con la que todos (el Rey, Rajoy, Vargas) han llevado este asunto.
Pero aquí entra el factor humano ante el que chocó la audaz propuesta: es posible que ese tiempo de reflexión fuera una manera de retrasar una decisión que solo podía ser negativa teniendo en cuenta la vocación literaria de Vargas Llosa. En los años ochenta al escritor le salió al encuentro el político; se presentó a las elecciones (que ganó Fujimori), y aun en ese periodo (que él cuenta en El pez en el agua) terminaba sus jornadas de campaña leyendo los versos de Góngora. Cuando acabó ese temporal político (que a él lo dejó en los huesos) ya no quiso saber nunca más de lo que no fueran sus libros.
Así que los que han leído sus manifestaciones en torno a la distracción a la que lo han sometido acontecimientos como el Nobel saben que a Vargas Llosa esa tentación de presidir un organismo de la envergadura del Cervantes le podía causar una honra y un agudo dolor de cabeza. Y, muy probablemente, el no sería la palabra inmediata ante una propuesta tan audaz como comprometida.
Y dijo no. Vargas Llosa es escritor a tiempo completo desde que su agente Carmen Balcells lo rescató de Londres, con Patricia, su mujer, y sus dos hijos varones (Morgana nacería en Barcelona), le puso un sueldo y le ayudó a terminar sin interferencias económicas La Casa Verde. La leyenda cuenta que este hombre tenaz ("Porque no tengo imaginación trabajo tanto") se pasó muchas jornadas sin salir de su escritorio, y que en los momentos de mayor tensión hacía que el almuerzo esperara en la puerta. Sus jornadas son sistemáticas: corre o pasea con Patricia, lee dos o tres periódicos diarios y luego se encierra, sobre las 10 de la mañana, a escribir esforzadamente. Rara vez atiende llamadas en esas horas de plenitud, y por las tardes sale a escribir. Por la noche va al cine o al teatro, cena con amigos y a la medianoche, como un atleta, se va a reposar.
Ese Vargas que no usa móvil y que tampoco sabe qué es el correo electrónico es incompatible con un cargo de responsabilidad, aunque este se vista en algún ángulo de honorífico. Tampoco (decía ayer el director de la Academia, su amigo José Manuel Blecua) "es posible imaginarlo en un puesto para no ejercerlo con todas sus consecuencias".
Dijo no. Y ese no lleva ahora a alguna reflexión. ¿Qué porvenir le espera a la institución que le pidieron presidir? César Antonio Molina, que fue director del Cervantes y ministro de Cultura, cree que hubiera sido una buena idea la presencia de Vargas en ese puesto, pero que entiende su rechazo. "Ahora habría que aprovechar la idea y poner en marcha algo que dije entonces, como director del Cervantes, y luego como ministro: el Instituto debe incorporar a escritores hispanoamericanos a su estructura de centros. Hemos tenido en el Cervantes a Muñoz Molina, por ejemplo, en Nueva York, y Vargas Llosa le hubiera dado un gran prestigio a la institución. Pero la idea es buena: hay que hacer que en el Cervantes se sientan partícipes los intelectuales de nuestra lengua que no sean españoles".
Darío Villanueva, secretario de la Academia, que dio recientemente un curso sobre la obra de Vargas Llosa en Estados Unidos, cree "que Mario hubiera sido un gran embajador del Cervantes. ¡Pero ya lo era, y lo seguirá siendo! Es un intelectual al que se le escucha en todas partes". Ahora bien, esta institución, cree Villanueva, mueve un enorme potencial burocrático, "y precisa de una gestión muy exigente. Incorporar a una personalidad como la de Mario, y puede haber otros, no muchos, como él, obliga a una reestructuración que debe hacerse muy responsablemente".
Emilio Lledó va más al centro del español: "Hay que defenderlo, y el Instituto Cervantes puede, desde la humildad de la palabra, sin alharacas; la lengua es un tesoro escondido y cuidado; a eso debe tender la institución que la divulgue".
José Manuel Blecua apunta: "Era una buena idea. Mario tiene la dimensión de un gran embajador de la lengua; tiene empuje, simboliza la defensa de la lengua allá donde va. Y tiene un encanto especial para ganar voluntades. Pero entiendo su reacción. Yo trabajé en el Cervantes. Es una labor dura, diaria, constante, y llena de preocupaciones. Y Mario tiene muchos compromisos, aparte de su vocación. Y no lo veo haciendo de figura decorativa, dejando que las cosas se hagan sin su participación".
Vargas Llosa dijo que no. El factor humano pudo más que la tentación audaz.
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