NUESTROS SOCIOS ESCRIBEN: ROBERTO AMPUERO
Columnistas
El Mercurio
Jueves 21 de marzo de 2013
Lecciones de Guanajuato
Guanajuato nos enseña a rescatar, restaurar y conservar la historia y la identidad cultural, a unir esfuerzos locales y centrales, privados y públicos. Pero nada de eso es posible si la propia ciudadanía no ama ni cuida lo suyo...
Una característica de los mexicanos es que manifiestan sin empacho lo que admiran de los otros países. Lo hacen a partir de una modestia que surge de una conjunción peculiar: la conciencia de su cultura de proyección internacional, el lúcido aprovechamiento de la tensión entre tradición y cambio, y una vocación de liderazgo. Afincados en sus tradiciones y aportes culturales, no tienen problemas en celebrar a otro. Esa actitud se expresa con particular nitidez en ensayos de sus intelectuales que han sido diplomáticos, como Octavio Paz, Carlos Fuentes, Sergio Pitol, Juan Villoro, Alfonso Reyes o Manuel Maples Arce, por nombrar algunos. A nosotros, en cambio, nos cuesta más expresar admiración, no frente a países desarrollados, pero sí frente a los de la región. Consideramos erróneamente que a estas alturas, por ejemplo, solo podemos aprender de algunos países. Olvidamos que estar sinceramente dispuestos a aprender de los demás es una gran forma de beneficiarse y ganar amigos y aliados.
Recientemente, aprovechando un fin de semana largo, visité la bella ciudad de Guanajuato, situada en el centro de México. Tiene alrededor de 170 mil habitantes y ha crecido sobre cerros, y está protegida por una cadena de montes áridos. Su topografía y también su arquitectura la asociamos de inmediato con Valparaíso. Allí están las pintorescas casas en lo alto, las estrechas callejuelas y los misteriosos pasajes, el ambiente de pueblo y comunidad que se recrea en cada cerro, las antiguas tiendas y los almacenes, los turistas que recorren felices calles enrevesadas, la sorpresa visual que espera al doblar una esquina o subir escaleras. Allí está la ciudad que es muchas ciudades, porque a cada paso cambia drásticamente de paisaje y perspectiva.
Guanajuato nos recuerda Valparaíso. Pero asimismo nos causa una sana envidia. Es cierto, no es puerto, no cuenta con bahía, no es un anfiteatro cuyo escenario es el océano, pero tiene una belleza espectacular. Su casco histórico es colonial: monumentales iglesias, teatros y palacios de los siglos XVII y XVIII. Es colonial por su historia, aunque por su trazado irregular de calles estrechas y sinuosas parece una ciudad medieval europea. Debe ser la más europea de las ciudades mexicanas. Tiene además una característica única en América Latina: los vehículos circulan por túneles bajo la ciudad. Fueron construidos para evitar inundaciones, pero quien los aprovechó y formó la red vial subterránea merece reconocimiento eterno, pues creó una ciudad tranquila, sin polución, a la medida del peatón, sin los embotellamientos ni el ruido que causan los vehículos.
Además, Guanajuato ha sabido integrarse a la cultura mundial. Celebra cada año el Festival Internacional Cervantino, en honor al autor de Don Quijote, uno de los mayores encuentros culturales del continente. También cuenta con el festival internacional de cine y el de música de cámara. En Guanajuato no solo hay turistas, sino también conciencia del aporte de estos a su prosperidad, una conciencia que comparten autoridades y ciudadanía. Se trata de gente afable y comunicativa con el visitante, que mantiene limpia la ciudad y está orgullosa de ella, que conserva pintadas las casitas y coloca maceteros con flores en las ventanas. Es una ciudad universitaria con plazas bien cuidadas, con bancas para que la gente se siente, con esculturas y arte en la vía pública. Nadie raya ni destruye nada. Es una ciudad segura. Los locales no "aforran el palo" al turista, y abundan, como en Valparaíso, hoteles, restaurantes y cafés boutique que unen historia, restauración, arte y libros.
Guanajuato es una lección para nosotros. Nos enseña a rescatar, restaurar y conservar la historia y la identidad cultural, a preservar una ciudad como patrimonio de la humanidad, a unir esfuerzos locales y centrales, privados y públicos, para crear un mejor entorno para la gente. Pero lo más importante: muestra que nada de eso es posible si la propia ciudadanía no ama ni cuida lo suyo.
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