PARRA 100 AÑOS
La década en que Parra conquistó a Chile
Inapelable a días de los 100 años, los agitados años 70 tensionaron la vida de Parra: de paria para la izquierda, pasó al ostracismo tras el Golpe, del que salió reinventando su poesía y atacando la dictadura.
por Roberto Careaga C. -
La Tercera Cultura 30/08/2014 - 08:30
Filmando la escena estaba Guillermo Cahn, cineasta del MIR que usaría el material para el documental Cachureo. Cahn escuchaba a Parra inquieto. Asustado. A estas alturas de la dictadura, aún eran ilegales reuniones de tanta gente y peligroso hablar de derechos humanos. Sentado entre el público, el poeta Raúl Zurita miraba interesado: aunque era “un evento de la socialité”, era importante. Iba a ser un hito de la resistencia cultural al gobierno militar, que viniendo de Parra era especialmente significativo: odiado por la izquierda tras la famosa taza de té con Pat Nixon, el antipoeta desandaba el camino que lo había llevado a terminar la Unidad Popular alineado con la Junta Militar. Ahí, en la Galería Epoca, oficializó su lugar contra la dictadura.
Fueron pesados los 70 para Parra. Acostumbrado a la ironía, le cayó encima la gravedad política de los tiempos que corrían y tuvo que pelear. Acostumbrado a moverse entre grises, el escritor, que había liberado a la poesía de la solemnidad (ver columna), tuvo que definirse durante la UP. Después, tuvo que hacerlo de nuevo. Pero al final, bordeando los 65 años, entró a la década de los 80 como uno de los autores chilenos más respetados, literaria y políticamente. El más transversal.
Todo partió en EE.UU. La leyenda habla de té, pero lo que Parra recibió de manos de la mujer de Richard Nixon fue un libro de la poeta Elizabeth Bishop. En ese momento, la Guerra de Vietnam ardía. Fue el 15 de abril de 1970, mientras junto a un grupo de escritores invitados por la Biblioteca del Congreso visitaba la Casa Blanca. La imagen que registró el momento encendió la hoguera: desde Cuba le retiraron instantáneamente la invitación para ser jurado del Premio Casa de las Américas.
“Apelo a la justicia revolucionaria. Solicito rehabilitación urgente. Viva la revolución cubana”, dijo Parra en un cable que envió a Cuba. No hubo caso. Peor, en Chile trapearon con él: “Se vende Parra/ tratar con Nixon/ o más bien con la señora”, escribió Carlos Droguett, mientras el presidente de la Sociedad de Escritores de Chile, Luis Merino Reyes, lo trata de “hippie sexagenario” y organiza el Juicio a Parra que, inesperadamente, terminó cuando llegó el maestro del absurdo, Eugene Ionesco.
“El presidente de la Sech es el Gran Dictador de la Literatura Chilena. ¡Abajo con él!”, replicó Parra y trató de cerrar el tema con un artefacto: “Hasta cuándo van a seguir fregando la cachimba/ yo no soy derechista ni izquierdista/ yo simplemente rompo con todo”. Paralelamente, sacaba su escritorio a los patios del Pedagógico con un letrero que decía: “Doy explicaciones”. Ninguna sirvió demasiado. Avanzada la UP, Parra publicó los Artefactos y la izquierda siguió mirándolo como un opositor. “Fue una agresión brutal”, dice Zurita. “La cosa fue empujar y empujar a un tipo que es de izquierda, hasta que lo colocan al otro lado. Y ahí dicen: ‘¿Ven? Se desenmascaró’”.
Efectivamente, llegó a estar del otro lado. Pocos días después del Golpe, Parra aceptó ser decano de la Facultad de Física y Matemáticas de la Universidad de Chile. “Pero al mes dejó el cargo”, cuenta el poeta Jaime Quezada, que lo frecuentaba y sabía de sus tribulaciones con el tema: Parra le temía más a la “vieja derecha chilena” que a Hitler. “Después volvió a refugiarse en La Reina. Fue uno de sus períodos más retirados y solitarios. El autoostracismo”, agrega.
En 1975, Parra empieza a salir a flote al unirse al departamento de Estudios Humanísticos de la Escuela de Ingeniería de la U. de Chile. Su particular estilo como profesor se convertirá en leyenda. Ahí también vuelve a publicar: ese año el departamento publicó Manuscritos, una revista en la frontera de la literatura con la plástica, y que traía los textos y artefactos News from nowhere y rescató sus Quebrantahuesos, sus collages noticiosos de 1952 junto a Lihn y Jodorowsky. El editor de la revista, Ronald Kay, los llama “happenings textuales” y, así, sitúa a Parra como antecedente del arte conceptual local.
Pero vida pública aún no. Parra deambula entre sus casas en La Reina e Isla Negra y la Chile. Zurita lo recuerda aún resentido; también que las pocas invitaciones del exterior que le llegaban, pocos días después le eran retiradas. La cita con la Nixon aún rondaba. Años después, le va a decir a Leonidas Morales que la situación que inaugura el Golpe del 73 lo conduce a asumir la voz del Cristo de Elqui: “Necesitaba una máscara por razones de supervivencia personal, a través de la cual decir algo”. Y es así como llega a la Galería Epoca en abril del 77, para clamar por los derechos humanos envu elto en la voz de un loco. Amplía el campo de batalla hacia lo cultural. “Sacaba la voz de todos”, recuerda Quezada.
Tras el lanzamiento de Sermones y prédicas del Cristo de Elqui, Parra asoma definitivamente la cabeza, participa en foros, da recitales, publica libros, etc. Esa ruta culmina al aceptar una invitación de Quezada para volver a la Sech. Temeroso de las viejas rencillas políticas, llega el jueves 5 de noviembre de 1981 para dar un recital ante un salón atestado y, según anotará Luis Sánchez Latorre, “los aplausos de la masa enfervorizada irrumpen a cada minuto la lectura”. Las paces están hechas. Luego vendrá su cruzada ecológica, poemas a Eduardo Frei Montalva, publicaciones en inglés, viajes a Colombia, EE.UU., España, India, los premios, el mundo, etc. Luego, Parra desafía al tiempo.
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