LIBRO ELECTRONICO Y PAPEL
Beltrán Mena
Ordenando libros
Artes y Letras. El Mercurio
Ordenando libros
Artes y Letras. El Mercurio
Una reciente mudanza me ha vuelto a enfrentar al viejo problema de cómo ordenar los libros. Cortar una repisa acarrea consecuencias inesperadas, como que Goethe cambie de pared y amanezca junto a un manual de gasfitería. El efecto a veces es feliz -como que Petronio quede junto a Henry Miller- pero al final hay que reordenar todo y algunas decisiones toman varios minutos. Las decisiones gruesas son siempre fáciles, es en las fronteras donde surgen los problemas: un ensayo de Zweig sobre Balzac, ¿va en Zweig o va en Balzac? Al final todo es un juego y volver a pensar donde colocar un libro nos hace recuperar ese libro.Pero cuando se trata de más libros que los de una biblioteca doméstica, el asunto requiere oficio. El problema central de la bibliotecología es que un libro tiene infinitas propiedades, pero un sólo ejemplar. ¿Dónde colocarlo? Existen varios sistemas de clasificación y aprenderlos ocupaba buena parte de la formación de un bibliotecario. Ya no. Las bases de datos permiten ubicar el ejemplar en cualquier parte y buscarlo por cualquiera de sus propiedades. El oficio de bibliotecario está cambiando.Pero eso no es todo. Google está publicando en Internet bibliotecas enteras a gran velocidad. Hoy podemos buscar en el texto completo de esos libros, lo extraordinario es que las páginas que nos entrega son imágenes del libro original, con su tipografía, sus timbres y manchas... su dedicatoria, todo. Todo menos el libro.¿Qué sentido tiene entonces acceder al ejemplar físico? Aparte del placer de la posesión (que confieso), y de la cuestionable voluptuosidad que algunos entusiastas atribuyen al libro (el olor parece que les gusta mucho), no hay duda de que el ejemplar original tiene siempre la posibilidad de la sorpresa, porque la realidad es siempre más que el relato. En este sentido no se me ocurre un mejor ejemplo que la historia de un investigador de apellido Kennedy, que estudiaba a Van Leeuwenhoek, pionero del microscopio (el primero en ver microbios, glóbulos rojos, espermatozoides, polen y otras minúsculas maravillas). Los estudios y dibujos de Van Leeuwenhoek están todos publicados, pero Kennedy insistía en acceder a los originales. Reticentes, los bibliotecarios le permitieron ver los cuadernos, con guantes blancos. Él no sabía qué buscaba, examinaba sobre todo aquello que las imágenes no muestran: el papel, una nota en el lomo, la encuadernación... Entonces notó que el canto de la tapa posterior tenía una fina ranura hecha con navaja. Al separarla con su cortaplumas cayeron sobre la mesa 20 especímenes que el mismísimo Leeuwenhoek colocó allí en el siglo 17... pétalos de flores, pequeños insectos, tejidos... El atónito investigador pudo observar, consiguiendo en un museo los microscopios originales, los mismos objetos de Leeuwenhoek, tal como él los observó. Pudo descubrir así cuales de las observaciones del científico podían atribuirse a la distorsión del primitivo aparato. El mundo digital, como tantos monstruos de dos cabezas, nos da y nos quita. Pone libros a nuestro alcance al tiempo que les da el golpe de gracia. Nos regala su imagen y nos quita su materia. Nos abre secretas bibliotecas y nos aleja de los pétalos ocultos de la realidad.
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