EL CENTENARIO EN CHILE
El Centenario en Chile (1910). Relato de una fiesta
de Soledad Reyes del Villar
de Soledad Reyes del Villar
Por Catalina Siles, en Bicentenario. Revista de Historia de Chile y América, vol. 7, nº1, 2008
En una ponencia, el profesor Alfonso de Toro de la Universidad de Leipzig[1], citaba la siguiente frase, que no deja de llamarnos la atención por su certeza: “El que no sabe describir una sociedad del pasado no puede dominar una del presente o futuro”. Bajo esta perspectiva y cada vez más cerca del Bicentenario de la Independencia de Chile, resulta interesante volver la mirada atrás, hacía el año 1910, cuando se celebraban solo cien años de este gran suceso. No solo por un simple interés histórico, que no deja de tenerlo considerando la relevancia de este acontecimiento, sino también por lo imprescindible que resulta para una sociedad el estudio y conocimiento de su identidad cultural en vistas a su desarrollo.
Soledad Reyes Del Villar toma este desafío en su libro El Centenario de Chile (1910) Relato de una fiesta. A diferencia de su estudio anterior sobre esta materia[2], en el que pretende hacer un análisis sociocultural bastante amplio de lo que significó este acontecimiento en la historia de Chile, esta nueva publicación se centra sobretodo en las festividades del Centenario, bajo las perspectivas de las celebraciones y obras públicas, y al mismo tiempo, de los sucesos ocurridos en esa fecha y que de alguna forma u otra pudieron afectar el gran evento de 1910 (p.11). Deja de lado, por tanto, los temas relacionados, y solo hace mención de ellos para enmarcar a los protagonistas de su obra: las celebraciones, la clase alta y Santiago.
El relato se divide en cuatro partes. En la primera, la autora hace una breve contextualización del periodo en torno al Centenario, señalando sus elementos más importantes, sin entrar a una mayor profundización. Por una parte, analiza los cambios producidos en la sociedad chilena a raíz del auge del salitre: las transformaciones en la clase dirigente, nuevos integrantes, estilo de vida, costumbres, los valores basados en la riqueza, lujo y ostentación, la creciente influencia europea, particularmente francesa, y el aislamiento de este sector del resto de la sociedad. En contraste con lo anterior, el surgimiento de la llamada “cuestión social”, producto de la enorme migración campo-ciudad, las miserables condiciones materiales y morales en las que vivían algunos grupos en la capital, las denuncias que se hicieron y la insistencia en que la clase alta de Santiago tomara medidas al respecto. En el campo político, hace una caracterización de lo que fue el parlamentarismo en Chile: “el juego político de la clase dirigente” (p.24), señalando los siguientes puntos: desplazamiento de la población rural, la polarización de las clases sociales y particularmente, el debilitamiento del Poder Ejecutivo a favor de las figuras partidistas.
Según Reyes del Villar, el Centenario se convirtió en un momento especial para denunciar la situación política y social existente, para “revisar la trayectoria del país y analizar la situación presente” (p.25). Una fuerte crítica por parte de diversos autores como Enrique Mac Iver, Luis Emilio Recabarren y Alejandro Venegas, de nivel social y tendencia política distinta, se hizo presente durante los años inmediatos al Centenario y durante 1910. Acusaban a la clase dirigente de la “crisis nacional”; su decadencia y relajación moral eran la causa de los problemas que afectaban a Chile en esos momentos y que mantenían el país estancado. Este debate social y político definiría el escenario intelectual de la primera mitad del siglo XX. El Centenario, como concluye la autora, se convierte entonces en un hito en la historia de las ideas y de la cultura en Chile.
A partir del segundo capítulo, entramos ya en el objeto central de este libro. Soledad Reyes del Villar hace una descripción de uno de los grandes protagonistas de esta celebración: la ciudad de Santiago que, para 1910 –como lo es hoy en día- constituía el principal escenario político, social, cultural y económico de Chile. En efecto, la capital se convirtió en el centro de atención para la Comisión del Centenario, encargada de organizar todos los eventos. Para la sociedad santiaguina, “el Centenario se constituiría como el mejor momento para mostrar una ciudad moderna ante el resto del mundo” (p.42); especialmente ante las delegaciones extranjeras que vendrían a la conmemoración de los cien años de la Independencia nacional. Se construyeron grandes mansiones al estilo francés, paseos públicos, parques, nuevos edificios como el Museo de Bellas Artes y la Estación Mapocho. Hubo una mejora notable en los servicios públicos como la iluminación, vías públicas, el alcantarillado, entre otros. Santiago iba adquiriendo una nueva fisonomía urbana, en consonancia con los “aires modernos” presentes en ese momento y que se manifestaban en el arte, la cultura y el progreso, según los cánones europeos. El Centenario, por tanto, dejó un importante legado material para los años posteriores.
Chile atravesó por una insólita situación durante 1910: cuatro Presidentes se sucedieron en el mando de la República en menos de cinco meses. Pedro Montt Montt, Elías Fernández Albano, Emiliano Figueroa y Ramón Barros Luco. Aunque ni uno de estos se destacó políticamente, el hecho no deja de tener relevancia en el marco del Centenario, ya que puso de manifiesto –según afirma Reyes del Villar- la indiferencia de los ciudadanos respecto al cargo de Presidente de la República, denotando el poder e influencia bastante limitada que tenía el Jefe de Estado sobre los asuntos de la Nación durante el régimen parlamentario. Sin embargo, ante la mirada extranjera este caso fue objeto de gran admiración por la “madurez cívica” que demostraba del pueblo chileno ante los cambios presidenciales, que no interrumpieron en ningún momento los preparativos para los festejos de Septiembre.
Finalmente, en la parte más extensa de este trabajo, la autora hace una descripción bastante detallada y un análisis de las celebraciones del Centenario; los preparativos, fiestas, ceremonias y discursos, las delegaciones oficiales de distintos países, que formaron parte de este magno evento, que comenzó el día 12 de septiembre y se prolongó hasta el 30 del mismo mes. Fue una celebración a la medida de la clase alta capitalina: ajetreada y ostentosa. Sólo se refiere brevemente a los acontecimientos en regiones y en los sectores populares, que en su momento no tuvieron mayor trascendencia. El país quedó satisfecho y orgulloso con su papel en la celebración de los cien años de la Independencia, exhibiendo una nación estable y desarrollada, aunque en cierta forma fuera sólo una apariencia. Según opinión de la autora, esto contribuyó a apaciguar la conciencia de crisis generalizada presente en ese momento y manifestada por numerosos sectores críticos, aunque fuera sólo por un tiempo.
Las fuentes en las que se basa su trabajo son principalmente periódicos, revistas y folletos de la época. Además, las memorias de figuras presentes en los sucesos de 1910 tienen particular importancia en este estudio, como las de Joaquín Edwards Bello y Carlos Morla Lynch. Tanto la prensa como los relatos de estos personajes le dan a la obra mayor vivacidad y cercanía. También utiliza bibliografía secundaria, sobretodo como base para la contextualización de los festejos.
Por último, queremos recalcar que esta publicación, El Centenario de Chile (1910) Relato de una fiesta, resulta ser una obra interesante, con un estilo sencillo y dinámico, que da una visión, a nuestro parecer, bastante ilustrativa de lo que fue el Centenario, basado en tres puntos concretos: la clase dirigente, Santiago y las celebraciones. Ideal para un público general.
Catalina Siles
En una ponencia, el profesor Alfonso de Toro de la Universidad de Leipzig[1], citaba la siguiente frase, que no deja de llamarnos la atención por su certeza: “El que no sabe describir una sociedad del pasado no puede dominar una del presente o futuro”. Bajo esta perspectiva y cada vez más cerca del Bicentenario de la Independencia de Chile, resulta interesante volver la mirada atrás, hacía el año 1910, cuando se celebraban solo cien años de este gran suceso. No solo por un simple interés histórico, que no deja de tenerlo considerando la relevancia de este acontecimiento, sino también por lo imprescindible que resulta para una sociedad el estudio y conocimiento de su identidad cultural en vistas a su desarrollo.
Soledad Reyes Del Villar toma este desafío en su libro El Centenario de Chile (1910) Relato de una fiesta. A diferencia de su estudio anterior sobre esta materia[2], en el que pretende hacer un análisis sociocultural bastante amplio de lo que significó este acontecimiento en la historia de Chile, esta nueva publicación se centra sobretodo en las festividades del Centenario, bajo las perspectivas de las celebraciones y obras públicas, y al mismo tiempo, de los sucesos ocurridos en esa fecha y que de alguna forma u otra pudieron afectar el gran evento de 1910 (p.11). Deja de lado, por tanto, los temas relacionados, y solo hace mención de ellos para enmarcar a los protagonistas de su obra: las celebraciones, la clase alta y Santiago.
El relato se divide en cuatro partes. En la primera, la autora hace una breve contextualización del periodo en torno al Centenario, señalando sus elementos más importantes, sin entrar a una mayor profundización. Por una parte, analiza los cambios producidos en la sociedad chilena a raíz del auge del salitre: las transformaciones en la clase dirigente, nuevos integrantes, estilo de vida, costumbres, los valores basados en la riqueza, lujo y ostentación, la creciente influencia europea, particularmente francesa, y el aislamiento de este sector del resto de la sociedad. En contraste con lo anterior, el surgimiento de la llamada “cuestión social”, producto de la enorme migración campo-ciudad, las miserables condiciones materiales y morales en las que vivían algunos grupos en la capital, las denuncias que se hicieron y la insistencia en que la clase alta de Santiago tomara medidas al respecto. En el campo político, hace una caracterización de lo que fue el parlamentarismo en Chile: “el juego político de la clase dirigente” (p.24), señalando los siguientes puntos: desplazamiento de la población rural, la polarización de las clases sociales y particularmente, el debilitamiento del Poder Ejecutivo a favor de las figuras partidistas.
Según Reyes del Villar, el Centenario se convirtió en un momento especial para denunciar la situación política y social existente, para “revisar la trayectoria del país y analizar la situación presente” (p.25). Una fuerte crítica por parte de diversos autores como Enrique Mac Iver, Luis Emilio Recabarren y Alejandro Venegas, de nivel social y tendencia política distinta, se hizo presente durante los años inmediatos al Centenario y durante 1910. Acusaban a la clase dirigente de la “crisis nacional”; su decadencia y relajación moral eran la causa de los problemas que afectaban a Chile en esos momentos y que mantenían el país estancado. Este debate social y político definiría el escenario intelectual de la primera mitad del siglo XX. El Centenario, como concluye la autora, se convierte entonces en un hito en la historia de las ideas y de la cultura en Chile.
A partir del segundo capítulo, entramos ya en el objeto central de este libro. Soledad Reyes del Villar hace una descripción de uno de los grandes protagonistas de esta celebración: la ciudad de Santiago que, para 1910 –como lo es hoy en día- constituía el principal escenario político, social, cultural y económico de Chile. En efecto, la capital se convirtió en el centro de atención para la Comisión del Centenario, encargada de organizar todos los eventos. Para la sociedad santiaguina, “el Centenario se constituiría como el mejor momento para mostrar una ciudad moderna ante el resto del mundo” (p.42); especialmente ante las delegaciones extranjeras que vendrían a la conmemoración de los cien años de la Independencia nacional. Se construyeron grandes mansiones al estilo francés, paseos públicos, parques, nuevos edificios como el Museo de Bellas Artes y la Estación Mapocho. Hubo una mejora notable en los servicios públicos como la iluminación, vías públicas, el alcantarillado, entre otros. Santiago iba adquiriendo una nueva fisonomía urbana, en consonancia con los “aires modernos” presentes en ese momento y que se manifestaban en el arte, la cultura y el progreso, según los cánones europeos. El Centenario, por tanto, dejó un importante legado material para los años posteriores.
Chile atravesó por una insólita situación durante 1910: cuatro Presidentes se sucedieron en el mando de la República en menos de cinco meses. Pedro Montt Montt, Elías Fernández Albano, Emiliano Figueroa y Ramón Barros Luco. Aunque ni uno de estos se destacó políticamente, el hecho no deja de tener relevancia en el marco del Centenario, ya que puso de manifiesto –según afirma Reyes del Villar- la indiferencia de los ciudadanos respecto al cargo de Presidente de la República, denotando el poder e influencia bastante limitada que tenía el Jefe de Estado sobre los asuntos de la Nación durante el régimen parlamentario. Sin embargo, ante la mirada extranjera este caso fue objeto de gran admiración por la “madurez cívica” que demostraba del pueblo chileno ante los cambios presidenciales, que no interrumpieron en ningún momento los preparativos para los festejos de Septiembre.
Finalmente, en la parte más extensa de este trabajo, la autora hace una descripción bastante detallada y un análisis de las celebraciones del Centenario; los preparativos, fiestas, ceremonias y discursos, las delegaciones oficiales de distintos países, que formaron parte de este magno evento, que comenzó el día 12 de septiembre y se prolongó hasta el 30 del mismo mes. Fue una celebración a la medida de la clase alta capitalina: ajetreada y ostentosa. Sólo se refiere brevemente a los acontecimientos en regiones y en los sectores populares, que en su momento no tuvieron mayor trascendencia. El país quedó satisfecho y orgulloso con su papel en la celebración de los cien años de la Independencia, exhibiendo una nación estable y desarrollada, aunque en cierta forma fuera sólo una apariencia. Según opinión de la autora, esto contribuyó a apaciguar la conciencia de crisis generalizada presente en ese momento y manifestada por numerosos sectores críticos, aunque fuera sólo por un tiempo.
Las fuentes en las que se basa su trabajo son principalmente periódicos, revistas y folletos de la época. Además, las memorias de figuras presentes en los sucesos de 1910 tienen particular importancia en este estudio, como las de Joaquín Edwards Bello y Carlos Morla Lynch. Tanto la prensa como los relatos de estos personajes le dan a la obra mayor vivacidad y cercanía. También utiliza bibliografía secundaria, sobretodo como base para la contextualización de los festejos.
Por último, queremos recalcar que esta publicación, El Centenario de Chile (1910) Relato de una fiesta, resulta ser una obra interesante, con un estilo sencillo y dinámico, que da una visión, a nuestro parecer, bastante ilustrativa de lo que fue el Centenario, basado en tres puntos concretos: la clase dirigente, Santiago y las celebraciones. Ideal para un público general.
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