NUESTROS CONSOCIOS OPINAN: JUAN EDUARDO VARGAS CARIOLA
Crisis
Los hechos de 1973 tenían para el historiador profundas raíces doctrinarias, sociales y políticas, que se originaban en el siglo XIX.
Obra
El período de Arturo Alessandri alcanzó a ser cubierto en su Historia General.
SU OBRA MAGNA Su análisis de la crisis del país:
La Historia de Chile contada y juzgada por Gonzalo Vial
La crisis de 1973 había tenido su inicio, según el historiador, en la década de 1870, con la ruptura de la "unidad nacional", lo que importó el fin de tres consensos básicos: el doctrinario religioso, el político y el consenso social o la decadencia de la "clase dirigente".
El Mercurio Artes y Letras 1 de noviembdre de 2009
Juan Eduardo Vargas Cariola
Con una gran esperanza en el valor de la historia como maestra del presente y del futuro, Gonzalo Vial inició lo que, sin ninguna duda, puede calificarse como su obra magna: la llamó, simplemente, Historia de Chile, y a través de ella quiso cubrir la etapa que se iniciaba en 1891 y se cerraba -él creía- en 1973. Si se lee el prólogo del primer volumen, que apareció en 1982, se advierte que su propósito fue responder a la pregunta siguiente: ¿Por qué fracasó en Chile el régimen democrático en 1973?
Esa interrogante era -en sus palabras- una "cuestión vital", y su esfuerzo de investigación, notable para un hombre solo. Apuntó a iluminar el proceso a través del cual la democracia chilena "desarrolló una enfermedad congénita, oculta y fatal,... (que) llevaba hacia la muerte y no nos dábamos cuenta...". Una tarea que, a su vez, estimó moralmente ineludible, dado que "ahora, cuando queremos y buscamos constituir otra democracia, (es preciso) saber qué enfermedad mató a la primera".
Se trataba, qué duda cabe, de una meta ambiciosa, que por desgracia no pudo culminar y que, después del quinto volumen, le había permitido abarcar sólo hasta 1938. En su prólogo anunciaba que el "profundo cambio (que había experimentado) la sociedad chilena", en las décadas de 1920 y 1930, lo trataría en el volumen sexto, si bien él mismo se interrogaba, con una mezcla de ironía y premonición, si "llegaría a haberlo". Los 35 años que no alcanzó a concluir dejan en cierto modo en la penumbra el problema que se planteó, aunque los volúmenes aparecidos le permiten al lector, en primer lugar, conocer las causas que, según Gonzalo Vial, comenzaron a gestar la crisis que culminó en 1973, y algunos de los obstáculos que impidieron resolverla; y, por otra parte, tener a mano cinco volúmenes que, por los variados temas que toca, deben ser la más sugerente visión sobre los años que trascurren entre 1891 y 1938.
Perfiles históricos
Su fina inteligencia y su notable capacidad de trabajo le permitieron a Gonzalo Vial abordar casi todos los ángulos y rincones del siglo XX. En algunos casos, ordenó lo conocido, con el cuidado de ofrecer, cuando le era posible, miradas diferentes y puntos de vista interesantes. En otros, entró de lleno a campos poco explorados, iluminándolos con aproximaciones sorprendentes y llenas de profundidad. En torno a la educación, economía, cultura, relaciones exteriores, vida política y protagonistas sociales desenvuelve buena parte de su historia, con la precaución de apoyarse -en contra de la prédica de muchos historiadores- en personajes que le sirven para dar vida a cada uno de esos temas. Sin ellos, los hechos que analiza transcurrirían en medio del gris monótono y tedioso de las fuerzas anónimas y los procesos ineluctables.
Barros Arana
Las figuras que jalonan su obra, en cambio, que recrea tanto con las fuentes como con su (a veces) desbordante intuición, hacen posible que el lector sienta la época y olfatee sus matices y complejidades. Así, por citar algunos ejemplos, Barros Arana le sirve para ilustrar el tono que adquirió el sectarismo en el siglo XIX. Don Diego, a través de su pluma, se nos presenta como "un guerrero en tenida bélica, ansioso de dar mandobles, rebosando pasiones sin medida y odios sin freno. La lengua delicada volvíase viperina; se evaporaba el respeto por la ajena vida privada; y hasta (sus) dos grandes y nobles vocaciones -la historia y la enseñanza- pasaban a ser armas". El retrato, sin embargo, no lo concluye ahí. Sería falsearlo o limitarlo a algunos colores, porque el notable historiador -afirma Vial- también hacía gala de "una infatigable laboriosidad, una pasmosa aptitud para la investigación documentaria y para la reconstitución histórica, y un interés apasionado por la ciencia moderna..." La anécdota de que "pocas horas antes de morir explicaba a una visita... la diferencia entre el termómetro y el barómetro...", la emplea para pintar su profunda vocación de profesor, a la que se unía "una bondad instintiva..." y un patriotismo que no tenía otros límites que el bien de Chile.
Thomas North
El tema de la "desnacionalización" del salitre, fatigoso por los vericuetos cuantitativos del mismo, adquiere ritmo a través del retrato que hace de John Thomas North, "el rey del salitre". Se pregunta Gonzalo Vial al respecto si "fue un hombre peligroso para nosotros", y se responde que "verdaderamente lo fue..., pero desde un ángulo más político que económico. Imbuidos como estamos en la interpretación economicista de la Historia -apunta-, nos cuesta concebir que un personaje muy rico pueda ser nocivo por razones distintas de sus caudales. North era ante todo un aventurero, cuya audacia no reconocía límites; un especulador, un jugador capaz de arriesgarlo todo a una sola carta; un parvenue ansioso de renombre, figuración y homenajes. La riqueza era en él sólo un instrumento para conseguir el poder y, mediante éste, la exaltación personal. Así, North venía a ser profundamente representativo del implacable, pero sobrio, serio, capitalismo inglés del siglo XIX".
Alessandri
El retrato de Alessandri, en fin, nos sitúa de lleno en el alma del político y en lo que es su máxima ambición: el poder. Cuenta al respecto que este rasgo estaba presente en dicha figura "embrionariamente en su niñez y juventud. Necesitaba ser el primero, cosechar todas las medallas doradas de los Padres Franceses, y todas las coloradas de los exámenes legales, para llevarlas al padre inválido y a la madre sufriente e iluminar con ellas sus vidas mutiladas". Un recuerdo del colegio -anota Vial- nos muestra a "un estudiante Alessandri que se encarniza con otro muchacho, más pequeño, golpeándolo, derribándolo, sólo por no haberle dado éste su voto en la elección de presidente de la Academia Literaria". De esta manera, el lector se empapa del León de Tarapacá y aprecia que todo (o casi todo) lo que será a partir de 1915 -un político de tomo y lomo- ya estaba presente cuando vestía uniforme escolar y jugaba, sin barruntar su destino, en los patios de su establecimiento educacional.
La pérdida de los consensos
Gonzalo Vial estaba consciente de que su Historia de Chile no era una obra definitiva. Sabía bien que tenía debilidades, como por lo demás él mismo lo reconoció cuando explicó, en el prólogo del primer volumen, que su "método era limitado, porque se fundaba en impresos" y sólo "ocasionalmente aprovechaba el rico material que yace en los archivos particulares de personas y entidades". Así y todo, lo que él reconstruyó tiene solidez suficiente como para ser una base desde la cual otros historiadores continúen enriqueciendo los estudios sobre el siglo XX. Por lo demás, era lo que deseaba cuando indicaba que las futuras generaciones, aprovechando la documentación de los archivos, "corregirían y ampliarían esta investigación". Las historias siempre están sujetas a revisiones y rectificaciones, y la suya, desde luego, no sería una excepción.
La tarea que abordó Gonzalo Vial, sin embargo, no estaba circunscrita a un estudio del pasado para satisfacer su vocación de historiador. En las mil tareas que emprendió, desde la educación hasta el periodismo, su norte fue siempre contribuir a construir un Chile mejor. Ese mismo propósito está presente en su Historia de Chile, toda vez que, como se dijo, lo que él pretendía finalmente era explicar la crisis de 1973, para que nunca más se experimentara una tragedia semejante y el país anduviera al tranco histórico que le correspondía. El punto de partida de la misma lo vio en la ruptura, a partir de la década de 1870, de su "unidad nacional", lo que importó el fin de tres consensos básicos: el doctrinario, es decir "la visión común de la vida, enraizada en el catolicismo tradicional de origen hispánico", que fue reemplazada por las guerras religiosas entre el liberalismo y el conservantismo; el político, que identificó con la adhesión al régimen parlamentario y que se debilitó por la "ineficacia y corrupción de ese sistema político", y, por último, el social, que correspondía a la "aceptación de que dirigiera la sociedad una clase determinada: la clase alta o aristocracia", y que desapareció cuando la "clase dirigente -enfrentada a los terribles padecimientos que la cuestión social significaba para los sectores modestos...- no tuvo más respuestas que la ceguera, la frivolidad, la desidiosa tramitación, el abuso y la violencia represiva".
Gonzalo Vial creía que un país sin unidad nacional "se paralizaba y decaía", y a modo de hipótesis planteó, en artículos que publicó a propósito de la crisis de 1973, que "todos los indicios apuntaban a que esa unidad nacional no se había reconstituido en el resto del siglo". En todo caso, sugiere que durante la "era radical" se habría estado cerca de conseguir un nuevo consenso, si bien esos acuerdos básicos no cristalizaron por el funcionamiento inadecuado de los partidos. A éstos, entre otras cosas, los acusa de haber interferido en el gobierno y la administración; de carecer de disciplina y reglas claras respecto de su financiamiento; de ser refugio, en algunos casos, de grupos de presión; de haber invadido universidades, federaciones de estudiantes, municipalidades, juntas de vecinos, sindicatos, gremios e, incluso, centros de madres y asociaciones de alumnos de enseñanza media. Lo peor de todo -añade- fue que los "vicios" indicados desprestigiaron el sistema de partidos y se convirtieron en una "amenaza mortal para el consenso político", sin que esas colectividades "adoptaran alguna medida correctora" que permitiera rectificar el rumbo equivocado en que se desenvolvían. El consenso social, por su parte, naufragó por la "existencia de un segmento de la población que llevaba una vida infrahumana" y ante el cual "nosotros mismos mostrábamos... una olímpica ceguera... No hay -agrega- ninguna estabilidad político-social, ningún consenso viable, con el 20% de la población sumido (lo decía en 1984) en la miseria física y moral del marginado". Su situación, por lo demás, nacía de su ningún poder de presión y, "a causa de ello, no tienen influjo político ni -en consecuencia- partidos que los interpreten y amparen". El consenso doctrinario, por último, se frustró por la aparición de las planificaciones globales y el intento de "imponerlas por gobiernos social y políticamente minoritarios"; y también por la influencia que la revolución cubana ejerció en los sectores de izquierda, convenciéndolos de la "inutilidad de los métodos pacíficos y la inevitabilidad del enfrentamiento armado", y abriendo las puertas al "resurgimiento de la intolerancia, no ya religiosa sino ideológica".
Juicio a los partidos políticos
Es cierto que en su análisis Gonzalo Vial menciona otras "concausas" para comprender la crisis de 1973. Pero insiste en que las más significativas fueron "el régimen de partidos, la marginación social y la desaparición de la tolerancia en el debate público". En estas últimas -insiste- está el nudo del problema, y no vacila en afirmar que "los partidos políticos son actores principales del drama nacional", y que su comportamiento, con sus vicios y virtudes, influyó en los sucesos de 1973. Mirado con perspectiva, puede sugerirse que su análisis es eminentemente político. Quizás sin repararlo, lo que hizo en los volúmenes que alcanzó a publicar de su Historia de Chile, y en los libros y artículos que escribió sobre el siglo XX, fue historia política, convencido de que las grandes explicaciones de la vida de los pueblos nacen y terminan en lo que sus políticos son -o no son- capaces de hacer.
En ese punto tuvo muchos adherentes. No así en los descarnados juicios que formuló sobre algunos temas, o en sus "conclusiones..., eminentemente provisorias", como él mismo las consideró. Se le reprochó al respecto escribir más como un severo juez que como un (si fuera posible) equilibrado historiador, cuyo código para castigar o perdonar a los protagonistas fue su propio "imago mundi". Es posible que este punto de vista explique la dureza con que trató a ciertos personajes o clases sociales. Así, refiriéndose a la aristocracia (no a toda, es cierto) de comienzos de siglo, por citar un ejemplo, subrayó con mil detalles lo que llamó su "vida inútil" y el "vacío del alma", que no era otra cosa que el "nihilismo anímico, naufragio en el cual flotaban, como restos dispersos, prejuicios y principios sin fundamento lógico". Su crítica social es aguda, extrema, incluso exagerada. No se detiene ante nada y pareciera nacer de su deseo de castigar (intelectualmente) a quienes, por su vida ociosa, no habrían desempeñado la función rectora que él estimaba que les correspondía en la sociedad.
Las controversias que surgieron a raíz de su visión del siglo XX, sin embargo, pusieron de manifiesto que su negra reconstrucción de nuestro pasado no era compartida por todos y, por otra parte, mostraron que la historia, al admitir interpretaciones diversas, carecía de la fuerza "científica" necesaria para servir de guía a quienes pretendían construir el presente y delinear el futuro. Gonzalo Vial creía lo contrario, y publicó su investigación para que los políticos, aprendiendo del pasado, no cayeran en los errores que habían conducido al abismo de 1973, y pudieran, en unión con el resto de la clase dirigente, edificar un país sin las oscuridades y dolores del siglo XX.
Esa fue su esperanza, su esperanza política e histórica.
Gonzalo Vial publicó su investigación para que los políticos, aprendiendo del pasado, no cayeran en los errores que habían conducido al abismo de 1973, y pudieran, en unión con el resto de la clase dirigente, edificar un país sin las oscuridades y dolores del siglo XX.
Con una gran esperanza en el valor de la historia como maestra del presente y del futuro, Gonzalo Vial inició lo que, sin ninguna duda, puede calificarse como su obra magna: la llamó, simplemente, Historia de Chile, y a través de ella quiso cubrir la etapa que se iniciaba en 1891 y se cerraba -él creía- en 1973. Si se lee el prólogo del primer volumen, que apareció en 1982, se advierte que su propósito fue responder a la pregunta siguiente: ¿Por qué fracasó en Chile el régimen democrático en 1973?
Esa interrogante era -en sus palabras- una "cuestión vital", y su esfuerzo de investigación, notable para un hombre solo. Apuntó a iluminar el proceso a través del cual la democracia chilena "desarrolló una enfermedad congénita, oculta y fatal,... (que) llevaba hacia la muerte y no nos dábamos cuenta...". Una tarea que, a su vez, estimó moralmente ineludible, dado que "ahora, cuando queremos y buscamos constituir otra democracia, (es preciso) saber qué enfermedad mató a la primera".
Se trataba, qué duda cabe, de una meta ambiciosa, que por desgracia no pudo culminar y que, después del quinto volumen, le había permitido abarcar sólo hasta 1938. En su prólogo anunciaba que el "profundo cambio (que había experimentado) la sociedad chilena", en las décadas de 1920 y 1930, lo trataría en el volumen sexto, si bien él mismo se interrogaba, con una mezcla de ironía y premonición, si "llegaría a haberlo". Los 35 años que no alcanzó a concluir dejan en cierto modo en la penumbra el problema que se planteó, aunque los volúmenes aparecidos le permiten al lector, en primer lugar, conocer las causas que, según Gonzalo Vial, comenzaron a gestar la crisis que culminó en 1973, y algunos de los obstáculos que impidieron resolverla; y, por otra parte, tener a mano cinco volúmenes que, por los variados temas que toca, deben ser la más sugerente visión sobre los años que trascurren entre 1891 y 1938.
Perfiles históricos
Su fina inteligencia y su notable capacidad de trabajo le permitieron a Gonzalo Vial abordar casi todos los ángulos y rincones del siglo XX. En algunos casos, ordenó lo conocido, con el cuidado de ofrecer, cuando le era posible, miradas diferentes y puntos de vista interesantes. En otros, entró de lleno a campos poco explorados, iluminándolos con aproximaciones sorprendentes y llenas de profundidad. En torno a la educación, economía, cultura, relaciones exteriores, vida política y protagonistas sociales desenvuelve buena parte de su historia, con la precaución de apoyarse -en contra de la prédica de muchos historiadores- en personajes que le sirven para dar vida a cada uno de esos temas. Sin ellos, los hechos que analiza transcurrirían en medio del gris monótono y tedioso de las fuerzas anónimas y los procesos ineluctables.
Barros Arana
Las figuras que jalonan su obra, en cambio, que recrea tanto con las fuentes como con su (a veces) desbordante intuición, hacen posible que el lector sienta la época y olfatee sus matices y complejidades. Así, por citar algunos ejemplos, Barros Arana le sirve para ilustrar el tono que adquirió el sectarismo en el siglo XIX. Don Diego, a través de su pluma, se nos presenta como "un guerrero en tenida bélica, ansioso de dar mandobles, rebosando pasiones sin medida y odios sin freno. La lengua delicada volvíase viperina; se evaporaba el respeto por la ajena vida privada; y hasta (sus) dos grandes y nobles vocaciones -la historia y la enseñanza- pasaban a ser armas". El retrato, sin embargo, no lo concluye ahí. Sería falsearlo o limitarlo a algunos colores, porque el notable historiador -afirma Vial- también hacía gala de "una infatigable laboriosidad, una pasmosa aptitud para la investigación documentaria y para la reconstitución histórica, y un interés apasionado por la ciencia moderna..." La anécdota de que "pocas horas antes de morir explicaba a una visita... la diferencia entre el termómetro y el barómetro...", la emplea para pintar su profunda vocación de profesor, a la que se unía "una bondad instintiva..." y un patriotismo que no tenía otros límites que el bien de Chile.
Thomas North
El tema de la "desnacionalización" del salitre, fatigoso por los vericuetos cuantitativos del mismo, adquiere ritmo a través del retrato que hace de John Thomas North, "el rey del salitre". Se pregunta Gonzalo Vial al respecto si "fue un hombre peligroso para nosotros", y se responde que "verdaderamente lo fue..., pero desde un ángulo más político que económico. Imbuidos como estamos en la interpretación economicista de la Historia -apunta-, nos cuesta concebir que un personaje muy rico pueda ser nocivo por razones distintas de sus caudales. North era ante todo un aventurero, cuya audacia no reconocía límites; un especulador, un jugador capaz de arriesgarlo todo a una sola carta; un parvenue ansioso de renombre, figuración y homenajes. La riqueza era en él sólo un instrumento para conseguir el poder y, mediante éste, la exaltación personal. Así, North venía a ser profundamente representativo del implacable, pero sobrio, serio, capitalismo inglés del siglo XIX".
Alessandri
El retrato de Alessandri, en fin, nos sitúa de lleno en el alma del político y en lo que es su máxima ambición: el poder. Cuenta al respecto que este rasgo estaba presente en dicha figura "embrionariamente en su niñez y juventud. Necesitaba ser el primero, cosechar todas las medallas doradas de los Padres Franceses, y todas las coloradas de los exámenes legales, para llevarlas al padre inválido y a la madre sufriente e iluminar con ellas sus vidas mutiladas". Un recuerdo del colegio -anota Vial- nos muestra a "un estudiante Alessandri que se encarniza con otro muchacho, más pequeño, golpeándolo, derribándolo, sólo por no haberle dado éste su voto en la elección de presidente de la Academia Literaria". De esta manera, el lector se empapa del León de Tarapacá y aprecia que todo (o casi todo) lo que será a partir de 1915 -un político de tomo y lomo- ya estaba presente cuando vestía uniforme escolar y jugaba, sin barruntar su destino, en los patios de su establecimiento educacional.
La pérdida de los consensos
Gonzalo Vial estaba consciente de que su Historia de Chile no era una obra definitiva. Sabía bien que tenía debilidades, como por lo demás él mismo lo reconoció cuando explicó, en el prólogo del primer volumen, que su "método era limitado, porque se fundaba en impresos" y sólo "ocasionalmente aprovechaba el rico material que yace en los archivos particulares de personas y entidades". Así y todo, lo que él reconstruyó tiene solidez suficiente como para ser una base desde la cual otros historiadores continúen enriqueciendo los estudios sobre el siglo XX. Por lo demás, era lo que deseaba cuando indicaba que las futuras generaciones, aprovechando la documentación de los archivos, "corregirían y ampliarían esta investigación". Las historias siempre están sujetas a revisiones y rectificaciones, y la suya, desde luego, no sería una excepción.
La tarea que abordó Gonzalo Vial, sin embargo, no estaba circunscrita a un estudio del pasado para satisfacer su vocación de historiador. En las mil tareas que emprendió, desde la educación hasta el periodismo, su norte fue siempre contribuir a construir un Chile mejor. Ese mismo propósito está presente en su Historia de Chile, toda vez que, como se dijo, lo que él pretendía finalmente era explicar la crisis de 1973, para que nunca más se experimentara una tragedia semejante y el país anduviera al tranco histórico que le correspondía. El punto de partida de la misma lo vio en la ruptura, a partir de la década de 1870, de su "unidad nacional", lo que importó el fin de tres consensos básicos: el doctrinario, es decir "la visión común de la vida, enraizada en el catolicismo tradicional de origen hispánico", que fue reemplazada por las guerras religiosas entre el liberalismo y el conservantismo; el político, que identificó con la adhesión al régimen parlamentario y que se debilitó por la "ineficacia y corrupción de ese sistema político", y, por último, el social, que correspondía a la "aceptación de que dirigiera la sociedad una clase determinada: la clase alta o aristocracia", y que desapareció cuando la "clase dirigente -enfrentada a los terribles padecimientos que la cuestión social significaba para los sectores modestos...- no tuvo más respuestas que la ceguera, la frivolidad, la desidiosa tramitación, el abuso y la violencia represiva".
Gonzalo Vial creía que un país sin unidad nacional "se paralizaba y decaía", y a modo de hipótesis planteó, en artículos que publicó a propósito de la crisis de 1973, que "todos los indicios apuntaban a que esa unidad nacional no se había reconstituido en el resto del siglo". En todo caso, sugiere que durante la "era radical" se habría estado cerca de conseguir un nuevo consenso, si bien esos acuerdos básicos no cristalizaron por el funcionamiento inadecuado de los partidos. A éstos, entre otras cosas, los acusa de haber interferido en el gobierno y la administración; de carecer de disciplina y reglas claras respecto de su financiamiento; de ser refugio, en algunos casos, de grupos de presión; de haber invadido universidades, federaciones de estudiantes, municipalidades, juntas de vecinos, sindicatos, gremios e, incluso, centros de madres y asociaciones de alumnos de enseñanza media. Lo peor de todo -añade- fue que los "vicios" indicados desprestigiaron el sistema de partidos y se convirtieron en una "amenaza mortal para el consenso político", sin que esas colectividades "adoptaran alguna medida correctora" que permitiera rectificar el rumbo equivocado en que se desenvolvían. El consenso social, por su parte, naufragó por la "existencia de un segmento de la población que llevaba una vida infrahumana" y ante el cual "nosotros mismos mostrábamos... una olímpica ceguera... No hay -agrega- ninguna estabilidad político-social, ningún consenso viable, con el 20% de la población sumido (lo decía en 1984) en la miseria física y moral del marginado". Su situación, por lo demás, nacía de su ningún poder de presión y, "a causa de ello, no tienen influjo político ni -en consecuencia- partidos que los interpreten y amparen". El consenso doctrinario, por último, se frustró por la aparición de las planificaciones globales y el intento de "imponerlas por gobiernos social y políticamente minoritarios"; y también por la influencia que la revolución cubana ejerció en los sectores de izquierda, convenciéndolos de la "inutilidad de los métodos pacíficos y la inevitabilidad del enfrentamiento armado", y abriendo las puertas al "resurgimiento de la intolerancia, no ya religiosa sino ideológica".
Juicio a los partidos políticos
Es cierto que en su análisis Gonzalo Vial menciona otras "concausas" para comprender la crisis de 1973. Pero insiste en que las más significativas fueron "el régimen de partidos, la marginación social y la desaparición de la tolerancia en el debate público". En estas últimas -insiste- está el nudo del problema, y no vacila en afirmar que "los partidos políticos son actores principales del drama nacional", y que su comportamiento, con sus vicios y virtudes, influyó en los sucesos de 1973. Mirado con perspectiva, puede sugerirse que su análisis es eminentemente político. Quizás sin repararlo, lo que hizo en los volúmenes que alcanzó a publicar de su Historia de Chile, y en los libros y artículos que escribió sobre el siglo XX, fue historia política, convencido de que las grandes explicaciones de la vida de los pueblos nacen y terminan en lo que sus políticos son -o no son- capaces de hacer.
En ese punto tuvo muchos adherentes. No así en los descarnados juicios que formuló sobre algunos temas, o en sus "conclusiones..., eminentemente provisorias", como él mismo las consideró. Se le reprochó al respecto escribir más como un severo juez que como un (si fuera posible) equilibrado historiador, cuyo código para castigar o perdonar a los protagonistas fue su propio "imago mundi". Es posible que este punto de vista explique la dureza con que trató a ciertos personajes o clases sociales. Así, refiriéndose a la aristocracia (no a toda, es cierto) de comienzos de siglo, por citar un ejemplo, subrayó con mil detalles lo que llamó su "vida inútil" y el "vacío del alma", que no era otra cosa que el "nihilismo anímico, naufragio en el cual flotaban, como restos dispersos, prejuicios y principios sin fundamento lógico". Su crítica social es aguda, extrema, incluso exagerada. No se detiene ante nada y pareciera nacer de su deseo de castigar (intelectualmente) a quienes, por su vida ociosa, no habrían desempeñado la función rectora que él estimaba que les correspondía en la sociedad.
Las controversias que surgieron a raíz de su visión del siglo XX, sin embargo, pusieron de manifiesto que su negra reconstrucción de nuestro pasado no era compartida por todos y, por otra parte, mostraron que la historia, al admitir interpretaciones diversas, carecía de la fuerza "científica" necesaria para servir de guía a quienes pretendían construir el presente y delinear el futuro. Gonzalo Vial creía lo contrario, y publicó su investigación para que los políticos, aprendiendo del pasado, no cayeran en los errores que habían conducido al abismo de 1973, y pudieran, en unión con el resto de la clase dirigente, edificar un país sin las oscuridades y dolores del siglo XX.
Esa fue su esperanza, su esperanza política e histórica.
Gonzalo Vial publicó su investigación para que los políticos, aprendiendo del pasado, no cayeran en los errores que habían conducido al abismo de 1973, y pudieran, en unión con el resto de la clase dirigente, edificar un país sin las oscuridades y dolores del siglo XX.
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