LOS CAMINOS DE LA CONQUISTA ESPIRITUAL
Arte, piedad y muerte en la Colonia
Una de las metas de la Comisión Bicentenario es escribir la historia de la fe católica en Chile. Una investigación monumental que rescata el lado más íntimo de la religiosidad desde los tiempos coloniales.
por María Josefina Poblete
Una de las metas de la Comisión Bicentenario es escribir la historia de la fe católica en Chile. Una investigación monumental que rescata el lado más íntimo de la religiosidad desde los tiempos coloniales.
por María Josefina Poblete
La Tercera Cultura - 02/04/2010 - 12:12
Despunta el sol en Santiago y, los que no duermen, ven a fray Antonio Correa marchar cuesta arriba por el cerro Santa Lucía seguido de cuatro jóvenes mapuches. El mercedario se había dado cuenta de que los instrumentos de aire despertaban admiración en ese pueblo y eligió a los más hábiles para educarlos. "Con ellos, como señuelos añagosos, atraía a aquellos rústicos que, hechizados con el sonoro canto, se iban tras él absortos", versaría luego Tirso de Molina. Así, no fueron pocos los que despertaron, en pleno siglo XVI, con la doctrina cantada.
Anécdotas como ésta y otros testimonios del proceso de evangelización dan vida a En los caminos de la conquista espiritual, primer volumen de los cinco que componen la colección Historia de la Iglesia en Chile. "No existía un estudio de esta envergadura en el país. Las grandes publicaciones han dejado de lado el valor que ha tenido la Iglesia en la elaboración de nuestra historia", señala el historiador Marcial Sánchez Gaete, director del proyecto. Con la participación de 70 investigadores, la colección forma parte de los proyectos con que la Iglesia Católica celebra el Bicentenario.
Temáticas como la metodología misional en Chile, la compleja pacificación de La Araucanía o el papel de las artes en la Colonia se incluyen en este primer tomo. Encargado a distintos intelectuales, entre los que se cuenta el P. Gabriel Guarda (Premio Nacional de Historia, 1984), En los caminos de la conquista espiritual profundiza en aspectos reveladores del imaginario colonial, como la aspiración popular a una "buena muerte" o la sensibilidad religiosa frente a los desastres naturales.
Artes y fe
En la ciudad de Concepción, otro hombre emprendía en 1598 una misión similar a la de fray Antonio Correa. "La escuela es como ánima de todo un pueblo", afirmaría fray Luis Jerónimo de Oré, lanzándose a escribir un catecismo indígena en siete cánticos y promoviendo la poesía y la música en el pueblo mapuche. Esta última disciplina, una de las asignaturas más enseñadas en esa época, contaba además con escuelas especializadas en los conventos de San Francisco, Santo Domingo, La Merced y San Agustín. Los jesuitas, en tanto, daban vida en Chiloé a un repertorio musical que sobreviviría al paso del tiempo.
"Las artes son, hasta el día de hoy, elementos de evangelización. Este primer volumen nos invita a conocer aspectos poco conocidos del asentamiento espiritual de nuestro país", comenta Sánchez.
Tal es el caso de las artes dramáticas. Hasta su prohibición hacia fines del siglo XVII, los monasterios de monjas fueron escenario de numerosas representaciones, comedias y auto sacramentales; éstos últimos, herencia del teatro medieval. En el de las Agustinas, por ejemplo, se les permitía a las educandas que no superasen los 10 años "hacer algún divertimiento o concierto, con modestia", cerrando la puerta durante el día para no ser vistas. Entonando villancicos, las jóvenes bailaban alrededor del pesebre, acompañando su danza con guitarras y castañuelas.
Una recopilación de descripciones de terremotos y maremotos, en los que es complejo diferenciar realidad y ficción, da fe del impacto de los desastres naturales en un imaginario sensible al poder de su Creador. Con oraciones como "Aplaca, Señor, tu ira,/tu justicia y tu rigor;/déjame salir p'a ajuera/y después siga el temblor", se afirmaba la certeza de que el movimiento no era sino producto del enojo de Dios. Tras un terremoto en 1730, sólo en Santiago entre julio y agosto "se ejecutó el casamiento de 400 personas que vivían en mal estado", según una carta del obispo Alonso del Pozo y Silva.
El tópico de la muerte es otro de los aspectos más reveladores de la sensibilidad religiosa colonial. Velorios y funerales llenos de drama, donde el arriendo de "lloronas", el número de campanadas y el lujo de la procesión eran indicadores de estatus. Tratándose de un individuo de clase acomodada, era común que el cuerpo fuera amortajado con el hábito de su orden preferida, previo pago de limosna, según relata Barros Arana.
En consonancia con el barroco europeo, el "buen morir" se convertiría en un ideal para los creyentes. La actitud del que partía debía ser serena, sin mayor agitación ni dolor, ya que se aproximaba a su encuentro con Dios. Casi una puesta en escena que se perpetuaba en el recuerdo de las generaciones venideras.
La colección, pensada "para todo tipo de público, creyentes y no creyentes, compatriotas y extranjeros", afirma su director, contará con un segundo tomo entre julio y agosto. Con el título de La Iglesia en tiempos de la independencia, analizará el comportamiento el pueblo católico hasta la aceptación de la emancipación nacional por la Santa Sede, en 1840.
Despunta el sol en Santiago y, los que no duermen, ven a fray Antonio Correa marchar cuesta arriba por el cerro Santa Lucía seguido de cuatro jóvenes mapuches. El mercedario se había dado cuenta de que los instrumentos de aire despertaban admiración en ese pueblo y eligió a los más hábiles para educarlos. "Con ellos, como señuelos añagosos, atraía a aquellos rústicos que, hechizados con el sonoro canto, se iban tras él absortos", versaría luego Tirso de Molina. Así, no fueron pocos los que despertaron, en pleno siglo XVI, con la doctrina cantada.
Anécdotas como ésta y otros testimonios del proceso de evangelización dan vida a En los caminos de la conquista espiritual, primer volumen de los cinco que componen la colección Historia de la Iglesia en Chile. "No existía un estudio de esta envergadura en el país. Las grandes publicaciones han dejado de lado el valor que ha tenido la Iglesia en la elaboración de nuestra historia", señala el historiador Marcial Sánchez Gaete, director del proyecto. Con la participación de 70 investigadores, la colección forma parte de los proyectos con que la Iglesia Católica celebra el Bicentenario.
Temáticas como la metodología misional en Chile, la compleja pacificación de La Araucanía o el papel de las artes en la Colonia se incluyen en este primer tomo. Encargado a distintos intelectuales, entre los que se cuenta el P. Gabriel Guarda (Premio Nacional de Historia, 1984), En los caminos de la conquista espiritual profundiza en aspectos reveladores del imaginario colonial, como la aspiración popular a una "buena muerte" o la sensibilidad religiosa frente a los desastres naturales.
Artes y fe
En la ciudad de Concepción, otro hombre emprendía en 1598 una misión similar a la de fray Antonio Correa. "La escuela es como ánima de todo un pueblo", afirmaría fray Luis Jerónimo de Oré, lanzándose a escribir un catecismo indígena en siete cánticos y promoviendo la poesía y la música en el pueblo mapuche. Esta última disciplina, una de las asignaturas más enseñadas en esa época, contaba además con escuelas especializadas en los conventos de San Francisco, Santo Domingo, La Merced y San Agustín. Los jesuitas, en tanto, daban vida en Chiloé a un repertorio musical que sobreviviría al paso del tiempo.
"Las artes son, hasta el día de hoy, elementos de evangelización. Este primer volumen nos invita a conocer aspectos poco conocidos del asentamiento espiritual de nuestro país", comenta Sánchez.
Tal es el caso de las artes dramáticas. Hasta su prohibición hacia fines del siglo XVII, los monasterios de monjas fueron escenario de numerosas representaciones, comedias y auto sacramentales; éstos últimos, herencia del teatro medieval. En el de las Agustinas, por ejemplo, se les permitía a las educandas que no superasen los 10 años "hacer algún divertimiento o concierto, con modestia", cerrando la puerta durante el día para no ser vistas. Entonando villancicos, las jóvenes bailaban alrededor del pesebre, acompañando su danza con guitarras y castañuelas.
Una recopilación de descripciones de terremotos y maremotos, en los que es complejo diferenciar realidad y ficción, da fe del impacto de los desastres naturales en un imaginario sensible al poder de su Creador. Con oraciones como "Aplaca, Señor, tu ira,/tu justicia y tu rigor;/déjame salir p'a ajuera/y después siga el temblor", se afirmaba la certeza de que el movimiento no era sino producto del enojo de Dios. Tras un terremoto en 1730, sólo en Santiago entre julio y agosto "se ejecutó el casamiento de 400 personas que vivían en mal estado", según una carta del obispo Alonso del Pozo y Silva.
El tópico de la muerte es otro de los aspectos más reveladores de la sensibilidad religiosa colonial. Velorios y funerales llenos de drama, donde el arriendo de "lloronas", el número de campanadas y el lujo de la procesión eran indicadores de estatus. Tratándose de un individuo de clase acomodada, era común que el cuerpo fuera amortajado con el hábito de su orden preferida, previo pago de limosna, según relata Barros Arana.
En consonancia con el barroco europeo, el "buen morir" se convertiría en un ideal para los creyentes. La actitud del que partía debía ser serena, sin mayor agitación ni dolor, ya que se aproximaba a su encuentro con Dios. Casi una puesta en escena que se perpetuaba en el recuerdo de las generaciones venideras.
La colección, pensada "para todo tipo de público, creyentes y no creyentes, compatriotas y extranjeros", afirma su director, contará con un segundo tomo entre julio y agosto. Con el título de La Iglesia en tiempos de la independencia, analizará el comportamiento el pueblo católico hasta la aceptación de la emancipación nacional por la Santa Sede, en 1840.
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