LOS URREJOLA
FAMILIAS Vascos, realistas y emprendedores:
Memorias del éxodo penquista: los Urrejola de Concepción
El libro recién publicado por Eduardo Urrejola sobre la historia de esa familia en Chile puede ser visto como la evolución social más amplia de una región importante que busca su identidad y autonomía respecto del centralismo.
El Mercurio Artes y Letras Santiago de Chile
domingo 30 de enero de 2011
Actualizado a las 6:32 hrs.
Armando Cartes Montory
Un fenómeno interesante en la conformación de la sociedad chilena, que no ha sido estudiado suficientemente, es el éxodo de familias provincianas hacia Santiago. El crecimiento desmesurado de la urbe se ha nutrido, ya desde el primer siglo republicano, con el arribo de migrantes de todas las regiones del país. Llegan, en general, buscando oportunidades laborales o educativas, atraídos por la concentración creciente de poder económico y político en la capital. Desde mediados del siglo XX, el proceso se acelera, impulsado por la política de industrialización o "crecimiento hacia adentro" vigente entonces, que promovió un Estado hipertrofiado, a cuyas decisiones se ató el destino de las empresas provinciales.
En otros casos, la migración se debió a circunstancias adversas, puntuales o estructurales, que vivieron las provincias, tales como crisis económicas, desastres naturales o guerras civiles. Todo ello promovió la marcha de diversos grupos sociales, en especial, de las élites provinciales. De manera muy significativa, fue el caso de la provincia de Concepción. Otrora rival orgullosa de la capital, las guerras de independencia, que se pelearon en su territorio y sus secuelas, asestaron un duro mortal a la economía regional. Nunca se recuperaría totalmente. Sus orgullosos comerciantes que se relacionaban directamente con Lima, pasaron a depender de Santiago o del incipiente comercio inglés de Valparaíso. El bandolerismo, las incursiones indígenas y la llamada "Guerra a muerte" retardan la reactivación económica hasta la década de los 30... cuando un gran terremoto con salida de mar -"La Ruina", ocurrida el 20 de febrero de 1835- echa por tierra los sueños sureños de recobrar su pasado poderío. En la segunda mitad del siglo, luego del auge del comercio triguero, que llevó a la harina salida de los puertos de Talcahuano o Tomé hasta Australia y California, la provincia inicia un temprano ciclo de desarrollo industrial.
La malograda participación provincial en la Revolución de 1851, en que las fuerzas del Gobierno, encabezadas por Manuel Bulnes, baten a las del general José María de la Cruz -su primo, ambos penquistas- privan en adelante a Concepción de toda participación decisiva en la política nacional. La atomización de su territorio, con la creación de varias provincias, reduce su esfera de influencia geográfica. Ya en el siglo XX, los terribles terremotos de 1939 y 1960 borran los restos de la ciudad colonial. Surge, en las décadas siguientes, una ciudad modernista y pujante, con una economía de base industrial, pesquera y forestal; pero que hoy presenta lamentables rezagos en el concierto nacional.
El éxodo de la élite regional
Cada uno de esos episodios se ha traducido en la pérdida irreparable de una porción de la élite regional. Muchos de aquéllos que fueron capaces de fundar un banco -más bien varios, pues los hubo en Rere, Chillán, Angol y Concepción- levantar un gran teatro y fundar una Universidad, ya no viven en los márgenes del Biobío. Es el sino del sur de Chile. Así ocurre también en la Araucanía. En Cañete, Lota o Arauco, por ejemplo, los vascos franceses, como los Larroulet, Duhart, Montory o Cigarroa, que desarrollaron grandes tiendas de ultramarinos y curtiembres, hicieron fundos y trajeron el progreso agrícola, ya han partido. Basta revisar la guía de teléfonos para comprobarlo.
Un listado de familias santiaguinas con orígenes penquistas, o con ramas de ese origen, sería demasiado extensa. A modo de referencia, mencionemos a los Del Río, Pradel, Alemparte, De la Cruz, Vial, Eguiguren, Hurtado, Serrano, Bulnes, Zañartu o Prieto. Más atrás en el tiempo, comenzando el siglo XVIII, en épocas de gran amistad entre las coronas española y francesa, llegaron muchos franceses a Penco e hicieron allí su vida: Letelier, Pinochet, Morandé, Caux (Coó) y tantos otros. Fueron estudiados por Fernando Campos H., en su libro "Veleros Franceses en el mar del sur". La mayoría se encuentra en Santiago y ha olvidado su pasado pencón o itatense. En estos tiempos, no obstante, a la vez centralistas y globalizados, conviene recordar las raíces regionales, que dan identidad y enriquecen el acervo familiar.
Los Urrejola: de Santiagueños a Santiaguinos
Una de las familias más destacadas, en esta diáspora intermitente, son los Urrejola. Llegados a Chile con Alejandro de Urrejola, a mediados del siglo XVIII, vivieron dos siglos largos en Concepción, en medio de las vicisitudes de la Independencia. Algunos permanecen, pero la mayoría ha abandonado el Biobío para asentar sus reales, hace una o ya varias generaciones, a orillas del río Mapocho, menos épico y caudaloso, pero aparentemente más soleado y fructífero.
Varios estudios habían dado cuenta del devenir de esta familia. Faltaba, sin embargo, un trabajo más definitivo, que diera cuenta del devenir de esta familia, desde la lejana Álava, hasta su actual situación, a horcajadas entre dos provincias.
Los Urrejola de Concepción. Vascos, realistas y emprendedores, casi sin proponérselo, logran mucho más que la exposición completa y ordenada del devenir de una familia. El relato ilustra grandes procesos de la historia del país, desde la perspectiva microhistórica de una familia de la élite penquista, ya casi completamente santiaguinizada. Su autor, el abogado Eduardo Urrejola Montenegro, profesional de intenso ejercicio y ajeno, por lo mismo, a los estudios históricos o a los trabajos académicos, ha producido, sin embargo, una obra del mayor interés. En sus 483 páginas, escritas con pluma suelta y no exenta de ingenio, entrega un ingente volumen de datos, anécdotas y agudas observaciones, que rectifican y completan los trabajos previos. El libro se apoya en una investigación de siete años, en archivos españoles y chilenos, decenas de entrevistas y la "inspección personal" del autor a las raíces de su propia historia, en especial a las tierras de Cucha-Cucha, a orillas del Itata.
El libro comienza revisando los orígenes vascos de la familia, en la península. En jornadas semiperdidas en la bruma del tiempo, viene a América Esteban de Urrejola, el fundador de la familia en este continente. Desde Santiago del Estero, décadas más tarde, en un viaje a España que jamás completará, llega a Concepción Alejandro de Urrejola y Peñalosa. Casa con Isabel Leclerc de Bicourt, hija de un francés llegado a Penco con el viajero Frézier. Así se inicia una historia sureña, que culminará dos siglos más tarde, con el traslado de Eduardo Urrejola González, padre del autor, el 20 de noviembre de 1964, a vivir a Santiago. Es el camino que siguieron muchos antiguos penquistas. "Triste efecto de la centralización capitalina, dice el autor, que en apenas un puñado de años, los primeros del siglo XX, despojó a la provincia de gente valiosa y con raíces". Se refiere, con estas palabras, a la familia de Eduardo Urrejola Lecaros, recordado miembro de la sociedad penquista, muerto en 1958. Fue el único de sus 12 hermanos que nunca abandonó Concepción; con excepción de Jorge, que se estableció en Arauco, los otros 10 se trasladaron a Santiago.
Los defensores del Rey
Los Urrejola de Concepción son recordados como realistas impenitentes, durante las Guerras de Independencia. Luis y Agustín Urrejola fueron diputados al primer Congreso Nacional, en 1811, por la provincia de Concepción. Sufrieron por ello persecución y sus tierras fueron confiscadas. La hacienda Cucha- Cucha, (ver recuadro) predio principal de la familia, fue entregada a Ramón Freire, por los servicios prestados a la patria. Fue recuperada después de un largo pleito, que duró casi cuarenta años. Las persecuciones fueron tales, que una rama de la familia debió huir a Lima y luego a España, donde se han multiplicado. El libro también los trata.
Agustín, en su exilio, llega todavía más lejos: se le ofrece el Obispado de Cebú, en Filipinas. Nunca llega a asumir, pero su hermano Luis, en cambio, logra convertirse en Superintendente de Hacienda en aquellas lejanas posesiones de la Corona. Fueron enemigos jurados del tribuno patriota Martínez de Rozas, al punto que éste juró "exterminar el apellido Urrejola". Paradojas de la vida, 88 años después, su bisnieta Mercedes Rozas, casó con Rafael Urrejola Mulgrew ¡y contribuyó con diez hijos a perpetuar el apellido!
Celebramos el trabajo de Eduardo Urrejola Montenegro, pues representa tanto un esfuerzo intelectual como una muestra de amor filial. Ha abordado con decisión la ardua tarea de desenredar la intrincada historia de su familia, en la cual los nombres y los apellidos se repiten infinitamente. Con ello, entrega pistas para seguir la larga estela de los Urrejola, ya no realistas ni pencones, aunque siempre vascos y católicos; pero, sobre todo, aporta claves para entender la evolución de la sociedad chilena: de rural a urbana y de provinciana a santiaguina.
La hacienda Cucha-Cucha
Memorias del éxodo penquista: los Urrejola de Concepción
El libro recién publicado por Eduardo Urrejola sobre la historia de esa familia en Chile puede ser visto como la evolución social más amplia de una región importante que busca su identidad y autonomía respecto del centralismo.
El Mercurio Artes y Letras Santiago de Chile
domingo 30 de enero de 2011
Actualizado a las 6:32 hrs.
Armando Cartes Montory
Un fenómeno interesante en la conformación de la sociedad chilena, que no ha sido estudiado suficientemente, es el éxodo de familias provincianas hacia Santiago. El crecimiento desmesurado de la urbe se ha nutrido, ya desde el primer siglo republicano, con el arribo de migrantes de todas las regiones del país. Llegan, en general, buscando oportunidades laborales o educativas, atraídos por la concentración creciente de poder económico y político en la capital. Desde mediados del siglo XX, el proceso se acelera, impulsado por la política de industrialización o "crecimiento hacia adentro" vigente entonces, que promovió un Estado hipertrofiado, a cuyas decisiones se ató el destino de las empresas provinciales.
En otros casos, la migración se debió a circunstancias adversas, puntuales o estructurales, que vivieron las provincias, tales como crisis económicas, desastres naturales o guerras civiles. Todo ello promovió la marcha de diversos grupos sociales, en especial, de las élites provinciales. De manera muy significativa, fue el caso de la provincia de Concepción. Otrora rival orgullosa de la capital, las guerras de independencia, que se pelearon en su territorio y sus secuelas, asestaron un duro mortal a la economía regional. Nunca se recuperaría totalmente. Sus orgullosos comerciantes que se relacionaban directamente con Lima, pasaron a depender de Santiago o del incipiente comercio inglés de Valparaíso. El bandolerismo, las incursiones indígenas y la llamada "Guerra a muerte" retardan la reactivación económica hasta la década de los 30... cuando un gran terremoto con salida de mar -"La Ruina", ocurrida el 20 de febrero de 1835- echa por tierra los sueños sureños de recobrar su pasado poderío. En la segunda mitad del siglo, luego del auge del comercio triguero, que llevó a la harina salida de los puertos de Talcahuano o Tomé hasta Australia y California, la provincia inicia un temprano ciclo de desarrollo industrial.
La malograda participación provincial en la Revolución de 1851, en que las fuerzas del Gobierno, encabezadas por Manuel Bulnes, baten a las del general José María de la Cruz -su primo, ambos penquistas- privan en adelante a Concepción de toda participación decisiva en la política nacional. La atomización de su territorio, con la creación de varias provincias, reduce su esfera de influencia geográfica. Ya en el siglo XX, los terribles terremotos de 1939 y 1960 borran los restos de la ciudad colonial. Surge, en las décadas siguientes, una ciudad modernista y pujante, con una economía de base industrial, pesquera y forestal; pero que hoy presenta lamentables rezagos en el concierto nacional.
El éxodo de la élite regional
Cada uno de esos episodios se ha traducido en la pérdida irreparable de una porción de la élite regional. Muchos de aquéllos que fueron capaces de fundar un banco -más bien varios, pues los hubo en Rere, Chillán, Angol y Concepción- levantar un gran teatro y fundar una Universidad, ya no viven en los márgenes del Biobío. Es el sino del sur de Chile. Así ocurre también en la Araucanía. En Cañete, Lota o Arauco, por ejemplo, los vascos franceses, como los Larroulet, Duhart, Montory o Cigarroa, que desarrollaron grandes tiendas de ultramarinos y curtiembres, hicieron fundos y trajeron el progreso agrícola, ya han partido. Basta revisar la guía de teléfonos para comprobarlo.
Un listado de familias santiaguinas con orígenes penquistas, o con ramas de ese origen, sería demasiado extensa. A modo de referencia, mencionemos a los Del Río, Pradel, Alemparte, De la Cruz, Vial, Eguiguren, Hurtado, Serrano, Bulnes, Zañartu o Prieto. Más atrás en el tiempo, comenzando el siglo XVIII, en épocas de gran amistad entre las coronas española y francesa, llegaron muchos franceses a Penco e hicieron allí su vida: Letelier, Pinochet, Morandé, Caux (Coó) y tantos otros. Fueron estudiados por Fernando Campos H., en su libro "Veleros Franceses en el mar del sur". La mayoría se encuentra en Santiago y ha olvidado su pasado pencón o itatense. En estos tiempos, no obstante, a la vez centralistas y globalizados, conviene recordar las raíces regionales, que dan identidad y enriquecen el acervo familiar.
Los Urrejola: de Santiagueños a Santiaguinos
Una de las familias más destacadas, en esta diáspora intermitente, son los Urrejola. Llegados a Chile con Alejandro de Urrejola, a mediados del siglo XVIII, vivieron dos siglos largos en Concepción, en medio de las vicisitudes de la Independencia. Algunos permanecen, pero la mayoría ha abandonado el Biobío para asentar sus reales, hace una o ya varias generaciones, a orillas del río Mapocho, menos épico y caudaloso, pero aparentemente más soleado y fructífero.
Varios estudios habían dado cuenta del devenir de esta familia. Faltaba, sin embargo, un trabajo más definitivo, que diera cuenta del devenir de esta familia, desde la lejana Álava, hasta su actual situación, a horcajadas entre dos provincias.
Los Urrejola de Concepción. Vascos, realistas y emprendedores, casi sin proponérselo, logran mucho más que la exposición completa y ordenada del devenir de una familia. El relato ilustra grandes procesos de la historia del país, desde la perspectiva microhistórica de una familia de la élite penquista, ya casi completamente santiaguinizada. Su autor, el abogado Eduardo Urrejola Montenegro, profesional de intenso ejercicio y ajeno, por lo mismo, a los estudios históricos o a los trabajos académicos, ha producido, sin embargo, una obra del mayor interés. En sus 483 páginas, escritas con pluma suelta y no exenta de ingenio, entrega un ingente volumen de datos, anécdotas y agudas observaciones, que rectifican y completan los trabajos previos. El libro se apoya en una investigación de siete años, en archivos españoles y chilenos, decenas de entrevistas y la "inspección personal" del autor a las raíces de su propia historia, en especial a las tierras de Cucha-Cucha, a orillas del Itata.
El libro comienza revisando los orígenes vascos de la familia, en la península. En jornadas semiperdidas en la bruma del tiempo, viene a América Esteban de Urrejola, el fundador de la familia en este continente. Desde Santiago del Estero, décadas más tarde, en un viaje a España que jamás completará, llega a Concepción Alejandro de Urrejola y Peñalosa. Casa con Isabel Leclerc de Bicourt, hija de un francés llegado a Penco con el viajero Frézier. Así se inicia una historia sureña, que culminará dos siglos más tarde, con el traslado de Eduardo Urrejola González, padre del autor, el 20 de noviembre de 1964, a vivir a Santiago. Es el camino que siguieron muchos antiguos penquistas. "Triste efecto de la centralización capitalina, dice el autor, que en apenas un puñado de años, los primeros del siglo XX, despojó a la provincia de gente valiosa y con raíces". Se refiere, con estas palabras, a la familia de Eduardo Urrejola Lecaros, recordado miembro de la sociedad penquista, muerto en 1958. Fue el único de sus 12 hermanos que nunca abandonó Concepción; con excepción de Jorge, que se estableció en Arauco, los otros 10 se trasladaron a Santiago.
Los defensores del Rey
Los Urrejola de Concepción son recordados como realistas impenitentes, durante las Guerras de Independencia. Luis y Agustín Urrejola fueron diputados al primer Congreso Nacional, en 1811, por la provincia de Concepción. Sufrieron por ello persecución y sus tierras fueron confiscadas. La hacienda Cucha- Cucha, (ver recuadro) predio principal de la familia, fue entregada a Ramón Freire, por los servicios prestados a la patria. Fue recuperada después de un largo pleito, que duró casi cuarenta años. Las persecuciones fueron tales, que una rama de la familia debió huir a Lima y luego a España, donde se han multiplicado. El libro también los trata.
Agustín, en su exilio, llega todavía más lejos: se le ofrece el Obispado de Cebú, en Filipinas. Nunca llega a asumir, pero su hermano Luis, en cambio, logra convertirse en Superintendente de Hacienda en aquellas lejanas posesiones de la Corona. Fueron enemigos jurados del tribuno patriota Martínez de Rozas, al punto que éste juró "exterminar el apellido Urrejola". Paradojas de la vida, 88 años después, su bisnieta Mercedes Rozas, casó con Rafael Urrejola Mulgrew ¡y contribuyó con diez hijos a perpetuar el apellido!
Celebramos el trabajo de Eduardo Urrejola Montenegro, pues representa tanto un esfuerzo intelectual como una muestra de amor filial. Ha abordado con decisión la ardua tarea de desenredar la intrincada historia de su familia, en la cual los nombres y los apellidos se repiten infinitamente. Con ello, entrega pistas para seguir la larga estela de los Urrejola, ya no realistas ni pencones, aunque siempre vascos y católicos; pero, sobre todo, aporta claves para entender la evolución de la sociedad chilena: de rural a urbana y de provinciana a santiaguina.
La hacienda Cucha-Cucha
Este hermoso predio, plantado de viñas y a orillas del río Itata, se asocia ancestralmente a la familia, al punto que varios Urrejola -y un pariente Eguiguren- nacieron en las antiguas casas. Cucha-Cucha fue hacienda jesuita y, tras la expulsión de la orden, en 1767, fue adquirida en remate por Alejandro Urrejola.
A través de los años, el predio ha vivido vicisitudes, como el llamado combate de Cucha-Cucha, que tuvo lugar el 23 de febrero de 1814, en que se destacó el comandante patriota Santiago Bueras. Hubo también escaramuzas en la Revolución del 91. A lo menos dos grandes sismos, "la Ruina" de 1835 y el de 1939, que destruyó Chillán, echaron por tierra sus construcciones más antiguas. Jesuitas y mapuches, científicos franceses, como el naturalista Luis Née, de la expedición Malaspina, guerrillas patriotas y realistas y sobre todo barriles de vino, muchos miles de ellos, cruzaron el campo y luego el río Itata que bordea el fundo, en las tradicionales balsas, que la modernidad se ha llevado.
En su larga historia sufrió tres expropiaciones, en distintos momentos. Primero, de manos de los jesuitas; luego, como represalia tras la independencia y, finalmente, por la reforma agraria de Allende. Otro paño no expropiado, debió ser vendido hacia 1977, cuando la liberalización de la producción de vino hizo inviable, del punto de vista económico, sus tradicionales cepas país.
A pesar de los sucesos de dos siglos y medio, una pequeña fracción de la antigua estancia permanece todavía en manos de familiares. Con los años, se conformaron tres grandes fundos, conocidos como Cucha-Menchaca, Cucha-Cox y Cucha-Urrejola, según el nombre de sus respectivos dueños. Este último fundo perteneció a Gonzalo Urrejola, fue expropiado en la reforma agraria y 500 hectáreas, apenas un cuarto de las 2 mil expropiadas, fueron devueltas a la familia recién en 1978. Allí estuvo, hasta 2007, la viña Casas de Giner, cuando el predio fue vendido al grupo Arauco, "lo que marcó el fin de una era", dice el autor.
A través de los años, el predio ha vivido vicisitudes, como el llamado combate de Cucha-Cucha, que tuvo lugar el 23 de febrero de 1814, en que se destacó el comandante patriota Santiago Bueras. Hubo también escaramuzas en la Revolución del 91. A lo menos dos grandes sismos, "la Ruina" de 1835 y el de 1939, que destruyó Chillán, echaron por tierra sus construcciones más antiguas. Jesuitas y mapuches, científicos franceses, como el naturalista Luis Née, de la expedición Malaspina, guerrillas patriotas y realistas y sobre todo barriles de vino, muchos miles de ellos, cruzaron el campo y luego el río Itata que bordea el fundo, en las tradicionales balsas, que la modernidad se ha llevado.
En su larga historia sufrió tres expropiaciones, en distintos momentos. Primero, de manos de los jesuitas; luego, como represalia tras la independencia y, finalmente, por la reforma agraria de Allende. Otro paño no expropiado, debió ser vendido hacia 1977, cuando la liberalización de la producción de vino hizo inviable, del punto de vista económico, sus tradicionales cepas país.
A pesar de los sucesos de dos siglos y medio, una pequeña fracción de la antigua estancia permanece todavía en manos de familiares. Con los años, se conformaron tres grandes fundos, conocidos como Cucha-Menchaca, Cucha-Cox y Cucha-Urrejola, según el nombre de sus respectivos dueños. Este último fundo perteneció a Gonzalo Urrejola, fue expropiado en la reforma agraria y 500 hectáreas, apenas un cuarto de las 2 mil expropiadas, fueron devueltas a la familia recién en 1978. Allí estuvo, hasta 2007, la viña Casas de Giner, cuando el predio fue vendido al grupo Arauco, "lo que marcó el fin de una era", dice el autor.
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