ULTIMAS CARTAS DE MORO
Tomás Moro: caída, muerte y liberación de un mártir
Llega Ultimas cartas, con las misivas finales del político inglés ejecutado en 1535 tras entrar en conflicto con Enrique VIII.
por Juan Ignacio Brito
Llega Ultimas cartas, con las misivas finales del político inglés ejecutado en 1535 tras entrar en conflicto con Enrique VIII.
por Juan Ignacio Brito
La Tercera sábado 26 de febrero de 2011
El hombre estaba a punto de perder la cabeza, pero conservó el humor. Le rogó a su verdugo que le ayudara a subir al cadalso, "porque para bajar, podré valérmelas por mí mismo". Así dejó este mundo, el 6 de julio de 1535, Tomás Moro: santo mártir de la Iglesia Católica, amante padre, esposo y abuelo, destacado político, jurista, poeta, sabio filósofo y culpable de haber violado el Acta de Traición de 1534.
La sanción por desafiar al rey era la muerte. El castigo era brutal: al condenado lo ahorcaban y, mientras aún vivía, le cortaban los miembros, lo castraban, lo abrían, le extraían las entrañas (las que eran quemadas ahí mismo) y, finalmente, lo degollaban. En un gesto de clemencia, Enrique VIII accedió a que Moro sólo lo decapitaran. Como escarnio, la cabeza fue expuesta durante un mes. Luego debía ser lanzada al río Támesis, pero Margaret Roper, la hija más querida de Moro, la recuperó tras sobornar a un guardia.
La historia de Tomás Moro es la de una caída y un triunfo liberador. Trayecto que queda elocuentemente reflejado en Ultimas cartas (1532-1535). Además de las misivas entre Moro y sus familiares, amigos y autoridades, el traductor y editor Alvaro Silva ha incluido una muy lúcida introducción y notas que entregan el contexto en el que se produce el intercambio epistolar.
El 6 de mayo de 1532, Enrique VIII aceptó la renuncia de Moro a su cargo de Lord Canciller de Inglaterra. El epistolario abre con una carta escrita un mes después por el político retirado a su amigo Erasmo de Rotterdam. Se muestra feliz porque, dice, siempre había querido verse "eximido de todos los deberes oficiales" y "ser, por fin, capaz de dedicar algún tiempo a Dios y a mí mismo". Esperaba gozar de la compañía de su esposa, hijos y nietos en la espléndida casa que se había construido en Chelsea, en las afueras de Londres.
No sería, sin embargo, posible. Aunque Moro escribió a Erasmo que su dimisión se debió a motivos de salud, es obvio que estaba muy incómodo con la conducta de Enrique VIII. El monarca, nombrado en 1521 defensor de la fe católica por el Papa León X, había roto con Roma debido a su caprichoso deseo de anular su matrimonio con Catalina de Aragón, la hija de los Reyes Católicos de España repudiada tras el encandilamiento del rey con la cortesana Ana Bolena. Ante la negativa del Pontífice a acceder a la aspiración de Enrique VIII, éste desafió la autoridad papal y se declaró cabeza de la Iglesia de Inglaterra. En 1533 se casó con Ana Bolena (la segunda de sus seis bodas), convirtiéndola en reina. Aunque Tomás Moro se cuidó de no censurar en público el enlace, no asistió a la coronación, detalle que no pasó inadvertido en la corte.
De ahí en más, todo fue caída para un hombre que, pese a no tener origen noble, había logrado ascender hasta lo más alto, ocupando importantísimos cargos de confianza del soberano inglés desde 1518. En abril de 1534 se le exigió jurar lealtad al rey y al acta que declaraba nulo y "contrario a las leyes de Dios" el matrimonio entre Enrique VIII y Catalina de Aragón. Como rehusó hacerlo, fue enviado a la Torre de Londres. Desde ahí mandó una carta a su hija Margaret, en la que señalaba que no actuaría en contra de su conciencia, pues "no podía aceptar el juramento que ahí se me ofrecía sin poner mi alma en peligro de condenación eterna". Puesto en la encrucijada de elegir entre el rey temporal y el Rey Eterno, Tomás Moro supo escoger. "No estoy obligado a cambiar mi conciencia para conformarla con el consejo de un reino que se halla en contra del consejo general de la cristiandad", escribió.
Moro mantuvo su férrea voluntad basado en su fe y en la reflexión profunda. En agosto de 1534, Margaret Roper remitió una larga carta (la más famosa de las 30 que reproduce el libro, y que dio pie al Diálogo de la fortaleza contra la tribulación, escrito por Moro en su celda de la Torre de Londres) a Alice Alington, hijastra de Moro. En ella reproducía una extensa conversación, llena de amor y respeto, en la que Margaret trataba infructuosamente de persuadir a su padre de ceder y él le exponía sus razonados argumentos para no hacerlo.
Margaret le pide encontrar una salida que, "siendo del gusto de Dios, pueda también dar contento y gusto al rey". Moro responde que no es un asunto que haya "mirado ligeramente, sino que por muchos años lo he estudiado y consultado", pero que "mi conciencia se interpone". La hija replica que muchos hombres sabios se han sometido, pero él retruca que "no me propongo prender mi alma con un alfiler a la espalda de otro hombre". Tampoco se muestra dispuesto a acatar una ley inocua ni menos a dejarse llevar por el miedo.
Varios calificaron la actitud de Moro de terca. "Ojalá tu padre no fuera tan escrupuloso de conciencia", le dijo a Alice Alington el Lord Canciller Thomas Audley, según contaba ésta en una desesperada misiva dirigida a Margaret Roper. A quien quiso convencerlo de aceptar el juramento, Moro le explicó que no podía traicionar su conciencia y defraudar a Dios. Sabía bien que la acusación que pesaba sobre él podía costarle la vida y no la miró con frivolidad. Su postura no fue fruto de la obstinación y el prejuicio, sino expresión de consecuencia y meditación acabada. Es eso lo que le da valor universal a la prueba que enfrentó el mártir inglés y que lo convierte en un ejemplo recordado hasta hoy. La fe verdadera no es un impulso sentimental, sino una reflexión seria y consciente que hace elegir a Dios, porque quien opta por El "puede ser decapitado y aun así no sufrir daño alguno".
En mayo de 1535 Moro eludió pronunciarse ante la exigencia de Enrique VIII de expresar opinión acerca del acta de fundación de la Iglesia Anglicana, la cual declaraba al soberano "la sola cabeza suprema en la tierra de la Iglesia de Inglaterra". Las evasivas indignaron al rey y sellaron la fortuna de Moro, quien fue condenado a muerte. En la víspera de su ejecución escribió a Margaret Roper, despidiéndose de ella y del resto de su familia: "Ve con Dios, querida hija, y reza por mí, y yo rezaré por ti y por todos tus amigos, para que nos reunamos alegremente en el cielo".
Detrás de la correspondencia
La cabeza de Moro
Fue degollado en 1535 por haber desafiado el rey Enrique VIII. Su cabeza sería lanzada al río Támesis, pero su hija la recuperó mediante un soborno,
Misiva clave
El Diálogo de la fortaleza contra la tribulación, escrito por Moro poco antes de morir, fue gatillado por una carta de su hija incluida en este volumen.
Cartas y contexto
Además de la correspondencia de los últimos años de su vida, el libro incluye una lúcida introducción de Alvaro Silva, que contextualiza las cartas.
El hombre estaba a punto de perder la cabeza, pero conservó el humor. Le rogó a su verdugo que le ayudara a subir al cadalso, "porque para bajar, podré valérmelas por mí mismo". Así dejó este mundo, el 6 de julio de 1535, Tomás Moro: santo mártir de la Iglesia Católica, amante padre, esposo y abuelo, destacado político, jurista, poeta, sabio filósofo y culpable de haber violado el Acta de Traición de 1534.
La sanción por desafiar al rey era la muerte. El castigo era brutal: al condenado lo ahorcaban y, mientras aún vivía, le cortaban los miembros, lo castraban, lo abrían, le extraían las entrañas (las que eran quemadas ahí mismo) y, finalmente, lo degollaban. En un gesto de clemencia, Enrique VIII accedió a que Moro sólo lo decapitaran. Como escarnio, la cabeza fue expuesta durante un mes. Luego debía ser lanzada al río Támesis, pero Margaret Roper, la hija más querida de Moro, la recuperó tras sobornar a un guardia.
La historia de Tomás Moro es la de una caída y un triunfo liberador. Trayecto que queda elocuentemente reflejado en Ultimas cartas (1532-1535). Además de las misivas entre Moro y sus familiares, amigos y autoridades, el traductor y editor Alvaro Silva ha incluido una muy lúcida introducción y notas que entregan el contexto en el que se produce el intercambio epistolar.
El 6 de mayo de 1532, Enrique VIII aceptó la renuncia de Moro a su cargo de Lord Canciller de Inglaterra. El epistolario abre con una carta escrita un mes después por el político retirado a su amigo Erasmo de Rotterdam. Se muestra feliz porque, dice, siempre había querido verse "eximido de todos los deberes oficiales" y "ser, por fin, capaz de dedicar algún tiempo a Dios y a mí mismo". Esperaba gozar de la compañía de su esposa, hijos y nietos en la espléndida casa que se había construido en Chelsea, en las afueras de Londres.
No sería, sin embargo, posible. Aunque Moro escribió a Erasmo que su dimisión se debió a motivos de salud, es obvio que estaba muy incómodo con la conducta de Enrique VIII. El monarca, nombrado en 1521 defensor de la fe católica por el Papa León X, había roto con Roma debido a su caprichoso deseo de anular su matrimonio con Catalina de Aragón, la hija de los Reyes Católicos de España repudiada tras el encandilamiento del rey con la cortesana Ana Bolena. Ante la negativa del Pontífice a acceder a la aspiración de Enrique VIII, éste desafió la autoridad papal y se declaró cabeza de la Iglesia de Inglaterra. En 1533 se casó con Ana Bolena (la segunda de sus seis bodas), convirtiéndola en reina. Aunque Tomás Moro se cuidó de no censurar en público el enlace, no asistió a la coronación, detalle que no pasó inadvertido en la corte.
De ahí en más, todo fue caída para un hombre que, pese a no tener origen noble, había logrado ascender hasta lo más alto, ocupando importantísimos cargos de confianza del soberano inglés desde 1518. En abril de 1534 se le exigió jurar lealtad al rey y al acta que declaraba nulo y "contrario a las leyes de Dios" el matrimonio entre Enrique VIII y Catalina de Aragón. Como rehusó hacerlo, fue enviado a la Torre de Londres. Desde ahí mandó una carta a su hija Margaret, en la que señalaba que no actuaría en contra de su conciencia, pues "no podía aceptar el juramento que ahí se me ofrecía sin poner mi alma en peligro de condenación eterna". Puesto en la encrucijada de elegir entre el rey temporal y el Rey Eterno, Tomás Moro supo escoger. "No estoy obligado a cambiar mi conciencia para conformarla con el consejo de un reino que se halla en contra del consejo general de la cristiandad", escribió.
Moro mantuvo su férrea voluntad basado en su fe y en la reflexión profunda. En agosto de 1534, Margaret Roper remitió una larga carta (la más famosa de las 30 que reproduce el libro, y que dio pie al Diálogo de la fortaleza contra la tribulación, escrito por Moro en su celda de la Torre de Londres) a Alice Alington, hijastra de Moro. En ella reproducía una extensa conversación, llena de amor y respeto, en la que Margaret trataba infructuosamente de persuadir a su padre de ceder y él le exponía sus razonados argumentos para no hacerlo.
Margaret le pide encontrar una salida que, "siendo del gusto de Dios, pueda también dar contento y gusto al rey". Moro responde que no es un asunto que haya "mirado ligeramente, sino que por muchos años lo he estudiado y consultado", pero que "mi conciencia se interpone". La hija replica que muchos hombres sabios se han sometido, pero él retruca que "no me propongo prender mi alma con un alfiler a la espalda de otro hombre". Tampoco se muestra dispuesto a acatar una ley inocua ni menos a dejarse llevar por el miedo.
Varios calificaron la actitud de Moro de terca. "Ojalá tu padre no fuera tan escrupuloso de conciencia", le dijo a Alice Alington el Lord Canciller Thomas Audley, según contaba ésta en una desesperada misiva dirigida a Margaret Roper. A quien quiso convencerlo de aceptar el juramento, Moro le explicó que no podía traicionar su conciencia y defraudar a Dios. Sabía bien que la acusación que pesaba sobre él podía costarle la vida y no la miró con frivolidad. Su postura no fue fruto de la obstinación y el prejuicio, sino expresión de consecuencia y meditación acabada. Es eso lo que le da valor universal a la prueba que enfrentó el mártir inglés y que lo convierte en un ejemplo recordado hasta hoy. La fe verdadera no es un impulso sentimental, sino una reflexión seria y consciente que hace elegir a Dios, porque quien opta por El "puede ser decapitado y aun así no sufrir daño alguno".
En mayo de 1535 Moro eludió pronunciarse ante la exigencia de Enrique VIII de expresar opinión acerca del acta de fundación de la Iglesia Anglicana, la cual declaraba al soberano "la sola cabeza suprema en la tierra de la Iglesia de Inglaterra". Las evasivas indignaron al rey y sellaron la fortuna de Moro, quien fue condenado a muerte. En la víspera de su ejecución escribió a Margaret Roper, despidiéndose de ella y del resto de su familia: "Ve con Dios, querida hija, y reza por mí, y yo rezaré por ti y por todos tus amigos, para que nos reunamos alegremente en el cielo".
Detrás de la correspondencia
La cabeza de Moro
Fue degollado en 1535 por haber desafiado el rey Enrique VIII. Su cabeza sería lanzada al río Támesis, pero su hija la recuperó mediante un soborno,
Misiva clave
El Diálogo de la fortaleza contra la tribulación, escrito por Moro poco antes de morir, fue gatillado por una carta de su hija incluida en este volumen.
Cartas y contexto
Además de la correspondencia de los últimos años de su vida, el libro incluye una lúcida introducción de Alvaro Silva, que contextualiza las cartas.
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