HOPPER EN NUEVA YORK
Gran muestra reúne lo mejor de Hopper y sus contemporáneos
Modern life: Edward Hopper and his time está en el Whitney Museum de Nueva York hasta abril.
por Juan Manuel Vial
La Tercera 19 de febrero de 2011
A principios del siglo XX, las academias artísticas de Estados Unidos se caracterizaban por un conservadurismo extremo y por fomentar la creación de ciertos temas llamados aristocráticos, con el fin de satisfacer el gusto, o el mal gusto, de una clase compuesta por riquísimos industriales. Ellos, muy bien dispuestos a gastar fortunas en alhajar sus palacetes, admiraban especialmente todo lo que viniera de Europa y, en consecuencia, despreciaban a los pintores locales. La experimentación y la búsqueda de nuevas formas de expresión estaban vetadas en aquellas escuelas de arte y, en cierta forma, allí primaban los patrones estéticos impuestos por el dinero. Eso hasta que Gertrude Vanderbilt Whitney, la heroína de esta historia, arriesgase su prestigio, su patrimonio y su reputación al apoyar a una generación de pintores jóvenes que se rebelaron en contra de la academia. Entre ellos estaba Edward Hopper, el más grande de los modernistas americanos.
Sin el mecenazgo de la dama aludida, es difícil imaginar que el movimiento modernista hubiese realmente llegado a establecerse como lo hizo. La fundación en Nueva York del Whitney Museum, en el año 1931, significó un espaldarazo para los jóvenes artistas y fue crucial en el desarrollo de sus carreras. Es por eso que la actual exhibición en el Whitney, llamada Modern life: Edward Hopper and his time (Vida moderna: Edward Hopper y su época), tiene una importancia especial, además de ser francamente fenomenal: fue este mismo museo el que adquirió más de 2.500 obras de Hopper cuando él murió, en 1967, y fue en el embrión del museo actual, llamado en ese entonces Whitney Studio Club, en donde Hopper montó su primera exposición individual, el año 1920.
Modern life abarca un período de cuatro décadas, desde 1900, año en que Hopper arribó a la escena artística neoyorkina, hasta los albores de la Segunda Guerra Mundial. La muestra consiste en alrededor de 85 trabajos -mayoritariamente pinturas, aunque también se exhiben algunas fotografías, unos pocos grabados y una que otra escultura-, los cuales dan cuenta de una época gloriosa en la historia del arte estadounidense. Dividida en cuatro secciones separadas entre sí, Modern life revela cómo fue que algunos artistas afines consiguieron recrear el paisaje de una era especialmente dinámica tal cual lo veían desenvolverse ante sus ojos: sin filtros, sin concesiones optimistas y sin edulcorados ornamentos, la modernidad americana, tanto la citadina como la rural, quedó por primera vez plasmada en esas telas.
La sección inicial de Modern life muestra el trabajo temprano de Hopper junto al de algunos de los artistas que formaron parte de la célebre Escuela Ashcan. Este grupo se caracterizó por representar de manera bastante osada, y por lo general con una paleta de colores oscura, el caótico ambiente de los barrios bajos de Nueva York. Durante la primera década del siglo XX, Hopper estudió con Robert Henri y John Sloan, dos de los miembros más distinguidos del conglomerado Ashcan. De ellos aprendió lecciones imperecederas: la necesidad de pintar a diario, aunque fuesen temas cotidianos, y la pasión por capturar efectos de luz dramáticos.
La segunda parte examina la relación de Hopper con los artistas que representaron la bullente vida urbana durante "los locos años veinte". Tipos como George Bellows, famoso por sus cuadros de boxeo, o Guy Pène du Bois, autor de una serie de hombrunas mujeres divirtiéndose, habían sido también alumnos de Henri. Pero se habían alejado de los brochazos sueltos que proponía la estética Ashcan. Aunque no tan estilizadas como las composiciones de Bellows o Du Bois, las obras de Hopper de este período evidencian un punto de vista similar al de ellos: Hopper no estaba interesado en el bullicioso mundo social retratado por muchos de sus colegas, pero compartía el interés por capturar momentos de soledad y por utilizar formas simples para dar a sus escenas una monumentalidad dramática. Early sunday morning (Domingo temprano en la mañana), una de las pinturas más famosas de Hopper, da cuenta de lo recién dicho.
La siguiente sección de Modern life está dedicada a los temas rurales que pintó Hopper en los 30, en un contexto similar al de otros artistas que se retiraron al campo para escapar de la ruidanga urbana. En 1930 Hopper y su mujer comenzaron a vacacionar en Cape Cod, y ahí fue donde él comenzó a plasmar en sus cuadros el paisaje costero y el de los pequeños pueblos que visitaba. Junto a Charles Burchfield, Hopper fue la cara visible del movimiento conocido como Paisaje Americano. Ambos artistas extrajeron de la arquitectura tradicional de los pueblos un distinguible ánimo de desolación y melancolía, en parte debidas al rápido abandono que los habitantes de esos lugares emprendían hacia las grandes ciudades durante la Gran Depresión.
La exposición concluye en una serie de obras que Hopper pintó durante los años 30, pero esta vez en la ciudad. Junto a los suyos, se exhiben aquí los trabajos de los Realistas Sociales, grupo que formaron Reginald Marsh, Paul Cadmus y los hermanos Soyer. Si bien Hopper demostró amistad y cercanía con ellos, y tal vez por eso mismo en la época se le consideró como parte del círculo, sus imágenes difieren de las del resto en algunos puntos llamativos: Hopper, avanzado ya en lo que llegaría a ser la clave de su magnífica propuesta pictórica, utilizó la ciudad como un medio para explorar una obsesión lancinante, la de capturar momentos únicos de soledad, transformando ciertas escenas de la vida cotidiana en seductoras meditaciones acerca de la condición humana.
RR
Modern life: Edward Hopper and his time está en el Whitney Museum de Nueva York hasta abril.
por Juan Manuel Vial
La Tercera 19 de febrero de 2011
A principios del siglo XX, las academias artísticas de Estados Unidos se caracterizaban por un conservadurismo extremo y por fomentar la creación de ciertos temas llamados aristocráticos, con el fin de satisfacer el gusto, o el mal gusto, de una clase compuesta por riquísimos industriales. Ellos, muy bien dispuestos a gastar fortunas en alhajar sus palacetes, admiraban especialmente todo lo que viniera de Europa y, en consecuencia, despreciaban a los pintores locales. La experimentación y la búsqueda de nuevas formas de expresión estaban vetadas en aquellas escuelas de arte y, en cierta forma, allí primaban los patrones estéticos impuestos por el dinero. Eso hasta que Gertrude Vanderbilt Whitney, la heroína de esta historia, arriesgase su prestigio, su patrimonio y su reputación al apoyar a una generación de pintores jóvenes que se rebelaron en contra de la academia. Entre ellos estaba Edward Hopper, el más grande de los modernistas americanos.
Sin el mecenazgo de la dama aludida, es difícil imaginar que el movimiento modernista hubiese realmente llegado a establecerse como lo hizo. La fundación en Nueva York del Whitney Museum, en el año 1931, significó un espaldarazo para los jóvenes artistas y fue crucial en el desarrollo de sus carreras. Es por eso que la actual exhibición en el Whitney, llamada Modern life: Edward Hopper and his time (Vida moderna: Edward Hopper y su época), tiene una importancia especial, además de ser francamente fenomenal: fue este mismo museo el que adquirió más de 2.500 obras de Hopper cuando él murió, en 1967, y fue en el embrión del museo actual, llamado en ese entonces Whitney Studio Club, en donde Hopper montó su primera exposición individual, el año 1920.
Modern life abarca un período de cuatro décadas, desde 1900, año en que Hopper arribó a la escena artística neoyorkina, hasta los albores de la Segunda Guerra Mundial. La muestra consiste en alrededor de 85 trabajos -mayoritariamente pinturas, aunque también se exhiben algunas fotografías, unos pocos grabados y una que otra escultura-, los cuales dan cuenta de una época gloriosa en la historia del arte estadounidense. Dividida en cuatro secciones separadas entre sí, Modern life revela cómo fue que algunos artistas afines consiguieron recrear el paisaje de una era especialmente dinámica tal cual lo veían desenvolverse ante sus ojos: sin filtros, sin concesiones optimistas y sin edulcorados ornamentos, la modernidad americana, tanto la citadina como la rural, quedó por primera vez plasmada en esas telas.
La sección inicial de Modern life muestra el trabajo temprano de Hopper junto al de algunos de los artistas que formaron parte de la célebre Escuela Ashcan. Este grupo se caracterizó por representar de manera bastante osada, y por lo general con una paleta de colores oscura, el caótico ambiente de los barrios bajos de Nueva York. Durante la primera década del siglo XX, Hopper estudió con Robert Henri y John Sloan, dos de los miembros más distinguidos del conglomerado Ashcan. De ellos aprendió lecciones imperecederas: la necesidad de pintar a diario, aunque fuesen temas cotidianos, y la pasión por capturar efectos de luz dramáticos.
La segunda parte examina la relación de Hopper con los artistas que representaron la bullente vida urbana durante "los locos años veinte". Tipos como George Bellows, famoso por sus cuadros de boxeo, o Guy Pène du Bois, autor de una serie de hombrunas mujeres divirtiéndose, habían sido también alumnos de Henri. Pero se habían alejado de los brochazos sueltos que proponía la estética Ashcan. Aunque no tan estilizadas como las composiciones de Bellows o Du Bois, las obras de Hopper de este período evidencian un punto de vista similar al de ellos: Hopper no estaba interesado en el bullicioso mundo social retratado por muchos de sus colegas, pero compartía el interés por capturar momentos de soledad y por utilizar formas simples para dar a sus escenas una monumentalidad dramática. Early sunday morning (Domingo temprano en la mañana), una de las pinturas más famosas de Hopper, da cuenta de lo recién dicho.
La siguiente sección de Modern life está dedicada a los temas rurales que pintó Hopper en los 30, en un contexto similar al de otros artistas que se retiraron al campo para escapar de la ruidanga urbana. En 1930 Hopper y su mujer comenzaron a vacacionar en Cape Cod, y ahí fue donde él comenzó a plasmar en sus cuadros el paisaje costero y el de los pequeños pueblos que visitaba. Junto a Charles Burchfield, Hopper fue la cara visible del movimiento conocido como Paisaje Americano. Ambos artistas extrajeron de la arquitectura tradicional de los pueblos un distinguible ánimo de desolación y melancolía, en parte debidas al rápido abandono que los habitantes de esos lugares emprendían hacia las grandes ciudades durante la Gran Depresión.
La exposición concluye en una serie de obras que Hopper pintó durante los años 30, pero esta vez en la ciudad. Junto a los suyos, se exhiben aquí los trabajos de los Realistas Sociales, grupo que formaron Reginald Marsh, Paul Cadmus y los hermanos Soyer. Si bien Hopper demostró amistad y cercanía con ellos, y tal vez por eso mismo en la época se le consideró como parte del círculo, sus imágenes difieren de las del resto en algunos puntos llamativos: Hopper, avanzado ya en lo que llegaría a ser la clave de su magnífica propuesta pictórica, utilizó la ciudad como un medio para explorar una obsesión lancinante, la de capturar momentos únicos de soledad, transformando ciertas escenas de la vida cotidiana en seductoras meditaciones acerca de la condición humana.
RR
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