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Editor: Neville Blanc

Saturday, March 19, 2011

JORGE EDWARDS


Jorge Edwards: "Este Montaigne del libro soy yo"
El autor celebra 80 años con La muerte de Montaigne, cruce de novela y ensayo.

por Roberto Careaga

LA TERCERA EDICION IMPRESA sábado 19 de marzo de 2011

Son las seis de la tarde en París. En la embajada chilena, a pocas cuadras de la Torre Eiffel, Jorge Edwards se prepara para salir a cenar. No va en función oficial como embajador de Chile en Francia; va a ponerse al día con un viejo amigo, el pintor Eduardo Arroyo. Han sido meses de reencuentro: en los 60 el escritor trabajó varios años como diplomático en París, coincidiendo con los días de fiesta del boom latinoamericano. En los 70, después de un paso por Cuba que lo marcaría de por vida, volvió a París a ponerse a las órdenes del embajador Pablo Neruda. "Estoy cerrando un ciclo", dice.

Edwards habla desde un despacho más o menos clave en su vida: ahí fue donde le contó a Neruda de su encontrón con Fidel Castro. Le dijo que quería escribir un libro. Le adelantó Persona non grata. "Neruda me dijo: 'Tienes que escribir ese libro, pero no lo vayas a publicar antes de que yo te diga'. Si le hubiera hecho caso todavía estaría inédito", cuenta.

No todo es nostalgia. "Nunca he trabajado más en la vida", dice. Es así: se despierta a la 6 de la mañana, escribe hasta las 8 y media, luego sube un piso y entra a la embajada. Se pone al tanto de lo que ha pasado en el mundo, recibe mensajes e innumerables peticiones. "Piden financiar proyectos impresionantes. No tenemos ni un centavo", asegura. Tiene almuerzos de trabajo, otros con amigos. Sigue el papeleo por la tarde y al anochecer suele aparecerse por un cóctel diplomático. "Muchas visitas de cortesía", apunta. El miércoles pasado, por ejemplo, estuvo con el nuevo embajador de Colombia en Francia. "La gente cree que en las embajadas no se hace nada. Espero que no me haga mal a la salud", dice.

Antes de instalarse en París, Edwards terminó en Santiago un libro inequívocamente francés: La muerte de Montaigne. A medio camino entre la novela y el ensayo, es un recorrido por los últimos días del célebre ensayista galo del siglo XVI. Edwards echa luz sobre la intimidad de Michael de Montaigne, sobre su relación con la joven Marie de Gournay y, de fondo, relata la sangrienta guerra civil entre hugonotes y católicos. Cada vez que puede, Edwards echa mano de algún recuerdo personal.

A tres meses de cumplir 80 años, el Premio Cervantes se toma la edad con calma. "Me parece que hasta aquí aguanto bien", dice. Quiere celebrar. Alrededor del 29 de junio, el día de su cumpleaños, lanzará en Chile La muerte de Montaigne. "Mi idea es lanzar el libro tarde, como un regalo de cumpleaños que me doy", cuenta.

¿Cuando empezó su pasión por Montaigne?

Cuando era un adolescente leía mucho a la generación del 98 española. Unamuno, Baroja, etc. Todos mencionaban a Montaigne. Luego llegué a él. Lo he leído poco sistemáticamente, pero ese es su estilo: acepta la digresión, se va por los ramas, a veces no vuelve a la materia principal. Dice algo para mí fundamental: "Yo escribo ensayos, no resultados".

Más que novelista, ¿usted se siente un ensayista que intenta registrar su época?
El novelista cronista, el novelista memorialista, eso es lo que siempre me ha interesado. Me acuerdo cuando discutía con el joven Vargas Llosa, aquí en París, en 1963. A mí me gustaban mucho las conjeturas de Rousseau y los escritos íntimos de Stendhal. Y Mario, en cambio, leía a Flaubert y a Alejandro Dumas: vibraba con Los tres mosqueteros. A mí me gustaba la correspondencia de Flaubert.
Como la obra de Montaigne, esta es una novela mestiza que cruza géneros.
Quién sabe qué es una novela. Es el único género que aún está en evolución. Pero sí, es una novela un poco híbrida. Me he identificado con Montaigne en lecturas de años. Acuérdese de una cosa, Flaubert dijo: "Madame Bovary soy yo". Yo podría decir: "Montaigne soy yo". Este Montaigne del libro soy yo. De tanto leerlo, puedo entrar en el personaje y salir.

¿Hasta qué punto se identifica con su personaje?

Montaigne es uno de los personajes de la literatura que representa una mayor libertad. Eso siempre me ha atraído. La estética de Montaigne podría ser definida en una de sus frases: "La materia de mis libros soy yo". Yo me identifico mucho con eso: siempre he estado abierto a la autobiografía.

Y ¿políticamente hablando?

El decía, para los Güelfos soy Gibelino y para los Gibelinos soy Güelfo, haciendo alusión a las peleas de la Divina Comedia. Yo he sentido siempre en mi vida esa imposibilidad de adscribirme completamente a un partido. De estar en un partido y ser mirado con sospecha. Estoy en la izquierda y dicen este gallo es medio de derecha. En la derecha piensan que soy de izquierda. Eso es uno de los móviles de la novela.

¿Desde que apoyó a Piñera y tras ser nombrado embajador, ha tenido fricciones con escritores de izquierda?

Con escritores no, ni con españoles ni chilenos. Pero la colonia chilena en Francia, que tiene sectores medio tirados para la punta, hizo una declaración muy divertida: me declararon persona non grata. Otra vez. Pero después invité a los dirigentes de la colonia a la fiesta del 18 en la embajada y vinieron casi todos.

Un costo mínimo del cargo.
Es inevitable. Yo fui diplomático de carrera y me echó Pinochet. Le dije a la Concertación que me restauraran la carrera y lo hicieron en la época de Frei. A Piñera no le pedí nada. La verdad es esta: Sebastián Piñera me ofreció esta embajada, si me hubiera ofrecido cualquier otra digo que no, pero yo no puedo rechazar París.

La muerte de Montaigne también es el retrato de un momento muy crudo en la historia de Francia.

Montaigne vive y escribe en una época de guerra interna, entre hugonotes y católicos. Y yo he vivido en una época muy parecida: de divisiones, no reconciliación. En sus años, Montaigne cumplió una función literaria, pero también diplomática.

Y usted justamente es diplomático

Bueno, sí... No soy un loco que se cree Montaigne.

¿Cómo ha sido volver a París?

Ha sido curioso. Es un ciclo que se cierra. París no es el mismo de antes, pero en fin, siempre queda algo. Ahora mi experiencia tiene un aspecto literario: estoy escribiendo un libro de memorias casi todas las mañanas.

¿Cómo va ese libro?

Van a ser tres volúmenes, más bien cortos. De unas doscientas y tantas páginas. Uno hasta mis 20 años, que ya terminé y estoy corrigiendo. Después seguiré hasta el final de Allende. Y el último hasta hoy. Es un libro ambicioso. Todas las mañanas estoy en el Colegio San Ignacio, la calle Huérfanos, en el Parque Forestal. Es una higiene mental. Me ayuda a sobrevivir.

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