BODA REAL: WILLIAM Y KATE
Por BBC Mundo, BBC Mundo, actualizado: 14/04/2011
Boda real: la "utilidad" de la monarquía
Ante la inminencia de dos bodas reales y la celebración del jubileo de oro de la reina, hay quienes ven la monarquía como un elemento clave en la democracia moderna. Uno de ellos es el filósofo Phillip Blond.
Cuando pensamos en la monarquía inmediatamente nos viene a la mente la imagen de algo anacrónico que pertenece a la historia. En el mejor de los casos, algo encantador pero un poco ridículo, definitivamente kitsch pero que atrae turistas.
Los progresistas sonríen indulgentemente para no ofender a los monárquicos, pero se alegran de que finalmente se han descartado esas nociones tan poco democráticas y representativas, reduciendo a los reinados a oficios puramente ceremoniales.
Pero una reflexión más profunda lleva a pensar que la monarquía ni es del pasado, ni está pasada de moda.
Después de todo, hoy en día todavía tenemos reyes, aunque los llamemos de otra manera. Un rey o una reina es una persona a la que se le confiere autoridad soberana sobre un territorio y un pueblo, con el derecho a gobernar una nación.
Según esos parámetros, un presidente o un primer ministro también es un monarca; la única diferencia es la manera como es elegido para ocupar ese cargo.
A pesar de lo que algunos puedan decir, no somos gobernados por las masas. El pueblo nunca elige gobernar, lo que hace es elegir a alguien que lo gobierne.
Así que no hemos reemplazado la monarquía con la democracia, lo que hemos hecho es sustituir reyes hereditarios con monarcas elegidos.
No importa cuán plural sea el proceso de selección, alguien siempre termina de líder, siempre hay un poder hegemónico y ese poder siempre está encarnado en una persona.
El bien común
En el Reino Unido hay una diferencia entre el poder que ostenta el monarca (en la actualidad, la reina Isabel II) y el primer ministro.
A primera vista se pensaría que el premier es quien mantiene a raya las posibles arbitrariedades del soberano, pero en realidad es al revés. ¿Acaso el monarca ideal no defiende un bien más alto y principios más fundamentales que un político promedio?
Al personificar a la nación, el rey o la reina impone el bien común sobre el partidismo de las organizaciones políticas, protege del extremismo y del fundamentalismo de aquellos que sólo se aferran a sus creencias.
Lo estoy sugiriendo aquí es una paradoja: la democracia por sí sola no es suficiente para asegurar su propia continuidad. Debe haber poderes dentro del sistema político que representen otros intereses que no sean los de una mayoría temporal, que muchas veces es manipulada.
De lo contrario se corre el riesgo de terminar dominados por concursos de superioridad electoral y por el poder ilimitado de los que triunfan. También deberíamos recordar que muchos gobiernos recientes ni obtuvieron la mayoría de aquellos que votaron, ni cuentan con el respaldo de las masas que no acudieron a las urnas.
Como un referí
Se podría alegar que si resulta electa una tiranía de la mayoría, ésta es contrarrestada con la división de poderes. Pero se trata de un argumento cuestionable, pues la separación del Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial a menudo no sirve para distribuir el poder ni para protegernos de su concentración.
Algo que puede, en parte, limitar ese poder es una monarquía constitucional, que combina el gobierno de muchos (la masa), con el de pocos (los políticos votados) y el de uno (el monarca), que ayuda a sostener el proceso democrático.
La monarquía, el gobierno de un individuo, actúa como una especie de referí para evitar que la democracia se socave y de algún modo promueve la equidad.
En la lista de Naciones Unidas de los mejores países del mundo en términos de calidad de vida, siete de los primeros diez y 16 de los primeros 20 son monarquías constitucionales.
Esto a pesar de que hay cuatro veces más repúblicas que monarquías en el mundo.
El Reino Unido es una monarquía constitucional que, como otras 40 en el mundo, claramente observa procesos constitucionales. Los países con este sistema están entre los más desarrollados, ricos, transparentes y progresistas del mundo.
Suecia y el Reino Unido, por ejemplo, alimentaron la idea de la democracia mucho antes que la llegada de las revoluciones republicanas.
Una fórmula duradera
Las repúblicas, por su parte, frecuentemente son el producto de rebeliones, masacres y derramamiento de sangre que luego se adhieren, como sucedió con Estados Unidos, a una serie de prácticas estáticas precisamente porque no pueden ajustarse a los cambios.
Las monarquías protegen contra la ideología y aceptan la transformación porque, en primer lugar, tienen que asumir el interés de todos y no pueden ignorar a las minorías. El rey o la reina es el mediador de todos estos intereses a través del tiempo.
Consideremos a Europa antes de la Segunda Guerra Mundial, cuando las democracias republicanas del continente se fundían en el fascismo o el comunismo, en parte porque la política en esas naciones fue consumida por ideologías extremas que no veían más allá de sus propias inclinaciones.
Las tiranías del siglo XX abandonaron el legado de constituciones mixtas. Tanto el comunismo como el fascismo son ejemplos de cómo la democracia, considerada autosuficiente, degeneró en una tiranía.
Eso no sucedió con el Reino Unido, pues siempre se consideró que, por encima de los deseos de una mayoría, hay absolutos que no fueron inventados por la voluntad humana pero que ésta, individual o colectivamente, puede reinterpretar constantemente.
Instituciones heredadas -el rey, los lores y la iglesia, representando al individuo, los pocos y lo trascendente- han velado por la noción del bien común y objetivo. No se sublevaron contra la democracia, sino que la apoyaron.
En otras palabras, para defender a la democracia se necesita más que la democracia.
El Reino Unido, con su política orgánica y plural, reconoce que si hay un sólo principio de legitimidad sólo habría un poder y eso sería incompatible con una sociedad libre de perspectivas diversas.
La democracia representativa concentra todo el poder en un centro y aleja la influencia del pueblo de su entorno inmediato. No es la "democracia pura", sino la monarquía constitucional la que explica la relativa estabilidad política y equidad que se ha vivido en el país durante cientos de años.
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Boda real: la "utilidad" de la monarquía
Ante la inminencia de dos bodas reales y la celebración del jubileo de oro de la reina, hay quienes ven la monarquía como un elemento clave en la democracia moderna. Uno de ellos es el filósofo Phillip Blond.
Cuando pensamos en la monarquía inmediatamente nos viene a la mente la imagen de algo anacrónico que pertenece a la historia. En el mejor de los casos, algo encantador pero un poco ridículo, definitivamente kitsch pero que atrae turistas.
Los progresistas sonríen indulgentemente para no ofender a los monárquicos, pero se alegran de que finalmente se han descartado esas nociones tan poco democráticas y representativas, reduciendo a los reinados a oficios puramente ceremoniales.
Pero una reflexión más profunda lleva a pensar que la monarquía ni es del pasado, ni está pasada de moda.
Después de todo, hoy en día todavía tenemos reyes, aunque los llamemos de otra manera. Un rey o una reina es una persona a la que se le confiere autoridad soberana sobre un territorio y un pueblo, con el derecho a gobernar una nación.
Según esos parámetros, un presidente o un primer ministro también es un monarca; la única diferencia es la manera como es elegido para ocupar ese cargo.
A pesar de lo que algunos puedan decir, no somos gobernados por las masas. El pueblo nunca elige gobernar, lo que hace es elegir a alguien que lo gobierne.
Así que no hemos reemplazado la monarquía con la democracia, lo que hemos hecho es sustituir reyes hereditarios con monarcas elegidos.
No importa cuán plural sea el proceso de selección, alguien siempre termina de líder, siempre hay un poder hegemónico y ese poder siempre está encarnado en una persona.
El bien común
En el Reino Unido hay una diferencia entre el poder que ostenta el monarca (en la actualidad, la reina Isabel II) y el primer ministro.
A primera vista se pensaría que el premier es quien mantiene a raya las posibles arbitrariedades del soberano, pero en realidad es al revés. ¿Acaso el monarca ideal no defiende un bien más alto y principios más fundamentales que un político promedio?
Al personificar a la nación, el rey o la reina impone el bien común sobre el partidismo de las organizaciones políticas, protege del extremismo y del fundamentalismo de aquellos que sólo se aferran a sus creencias.
Lo estoy sugiriendo aquí es una paradoja: la democracia por sí sola no es suficiente para asegurar su propia continuidad. Debe haber poderes dentro del sistema político que representen otros intereses que no sean los de una mayoría temporal, que muchas veces es manipulada.
De lo contrario se corre el riesgo de terminar dominados por concursos de superioridad electoral y por el poder ilimitado de los que triunfan. También deberíamos recordar que muchos gobiernos recientes ni obtuvieron la mayoría de aquellos que votaron, ni cuentan con el respaldo de las masas que no acudieron a las urnas.
Como un referí
Se podría alegar que si resulta electa una tiranía de la mayoría, ésta es contrarrestada con la división de poderes. Pero se trata de un argumento cuestionable, pues la separación del Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial a menudo no sirve para distribuir el poder ni para protegernos de su concentración.
Algo que puede, en parte, limitar ese poder es una monarquía constitucional, que combina el gobierno de muchos (la masa), con el de pocos (los políticos votados) y el de uno (el monarca), que ayuda a sostener el proceso democrático.
La monarquía, el gobierno de un individuo, actúa como una especie de referí para evitar que la democracia se socave y de algún modo promueve la equidad.
En la lista de Naciones Unidas de los mejores países del mundo en términos de calidad de vida, siete de los primeros diez y 16 de los primeros 20 son monarquías constitucionales.
Esto a pesar de que hay cuatro veces más repúblicas que monarquías en el mundo.
El Reino Unido es una monarquía constitucional que, como otras 40 en el mundo, claramente observa procesos constitucionales. Los países con este sistema están entre los más desarrollados, ricos, transparentes y progresistas del mundo.
Suecia y el Reino Unido, por ejemplo, alimentaron la idea de la democracia mucho antes que la llegada de las revoluciones republicanas.
Una fórmula duradera
Las repúblicas, por su parte, frecuentemente son el producto de rebeliones, masacres y derramamiento de sangre que luego se adhieren, como sucedió con Estados Unidos, a una serie de prácticas estáticas precisamente porque no pueden ajustarse a los cambios.
Las monarquías protegen contra la ideología y aceptan la transformación porque, en primer lugar, tienen que asumir el interés de todos y no pueden ignorar a las minorías. El rey o la reina es el mediador de todos estos intereses a través del tiempo.
Consideremos a Europa antes de la Segunda Guerra Mundial, cuando las democracias republicanas del continente se fundían en el fascismo o el comunismo, en parte porque la política en esas naciones fue consumida por ideologías extremas que no veían más allá de sus propias inclinaciones.
Las tiranías del siglo XX abandonaron el legado de constituciones mixtas. Tanto el comunismo como el fascismo son ejemplos de cómo la democracia, considerada autosuficiente, degeneró en una tiranía.
Eso no sucedió con el Reino Unido, pues siempre se consideró que, por encima de los deseos de una mayoría, hay absolutos que no fueron inventados por la voluntad humana pero que ésta, individual o colectivamente, puede reinterpretar constantemente.
Instituciones heredadas -el rey, los lores y la iglesia, representando al individuo, los pocos y lo trascendente- han velado por la noción del bien común y objetivo. No se sublevaron contra la democracia, sino que la apoyaron.
En otras palabras, para defender a la democracia se necesita más que la democracia.
El Reino Unido, con su política orgánica y plural, reconoce que si hay un sólo principio de legitimidad sólo habría un poder y eso sería incompatible con una sociedad libre de perspectivas diversas.
La democracia representativa concentra todo el poder en un centro y aleja la influencia del pueblo de su entorno inmediato. No es la "democracia pura", sino la monarquía constitucional la que explica la relativa estabilidad política y equidad que se ha vivido en el país durante cientos de años.
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