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Editor: Neville Blanc

Saturday, May 21, 2011

SKARMETA/SHAKESPEARE



El País.com.co
Cali, Colombia - Sábado 21 de Mayo


Shakespeare está metido en América, dice el escritor Antonio Skármeta



“En mi obra literaria he tratado -como en El Cartero de Neruda - que el corazón íntimo de mis personajes, el mío propio y el de mi sociedad, pulsen al mismo ritmo”, dice el escritor chileno, a quien le han traducido sus libros a 35 idiomas.



Por: Margarita Vidal
Domingo, Mayo 22, 2011
Elpais.com.co

A este escritor chileno, nacido en Antofagasta y graduado en Filosofía en la Universidad de Chile y en Literatura en la Universidad de Columbia, en Nueva York, le han traducido sus libros a 35 idiomas. Amante del teatro, de la literatura, de la música, de los viajes de aventuras y de la poesía, fue amigo del gran vate chileno Pablo Neruda.

Su libro, llamado inicialmente Ardiente Paciencia, y luego El Cartero de Neruda, tuvo un éxito editorial rotundo y su versión cinematográfica mereció cinco nominaciones al Oscar de la Academia.

Antonio Skármeta ha ganado numerosos premios en su país y en el exterior, entre ellos el Prix Médicis, el Grizane Cavour, el Casa de Las Américas, el Elsa Morante, el Bocaccio Internacional, la Medalla Goethe, el Premio Mundial de Literatura Infantil de la Unesco y dos premios Planeta con: ‘El Baile de la Victoria’ y ‘Los Días del Arco Iris’. Este último lo acaba de lanzar en la Feria del Libro de Bogotá.

¿Cuándo empezó su vocación literaria?
A los 9 años me dejaba encantar por la poesía y sus imágenes. Me gustaba la que expresaba sentimientos románticos o altruistas, hasta que en Buenos Aires me encontré con ‘Martín Fierro’ que me sedujo tanto que llegué a aprendérmelo de memoria. Aún hoy, si usted me aprieta un botón, se lo digo. Risa.

¿Tuvo oposición familiar para dedicarse a la literatura?
No, tuve la fortuna inmensa de que mi padre me preguntó qué quería hacer en la vida y yo le contesté que escritor. Mi viejo, en vez de mandarme al siquiatra, me dijo: “Hijo, me parece una idea fantástica, pero para ser escritor de verdad tienes que escribir por lo menos un cuento a la semana”. Así salió mi primer libro de cuentos que nunca edité porque era demasiado joven, pero ya entonces mi vocación estaba decidida.

¿Cómo se llama su primer libro?
El Entusiasmo. Escribir era esa sensación de admiración, de placer, de excitación de estar vivo en el mundo, pasara lo que pasara, y que representa, en últimas, la maravilla de vivir.

Y, según veo, todavía lo llena de entusiasmo, porque se transforma cuando habla de aquellas épocas...
Bueno, pongamos la cosa así: yo sigo siendo un chico ‘pop’ con un cuerpo que no me conviene. Risa.

Por esa misma época usted tuvo un deslumbramiento con Machu Picchu, en Perú; ¿hay alguna conexión con Alturas de Macchu Pichu, de Neruda?
Sí, Machu Picchu fue algo inmenso e intenso que me condujo, después, a la obra de Neruda. Encontré la feliz amalgama de una realidad física con un imaginario poético muy potente.

¿Cómo conoció a Neruda?
Publiqué mi primer libro cuando yo era flaco, tenía pelo y era joven. Fui a casa de Neruda y le pedí que me diera una opinión. Me recibió en Isla Negra y me dijo: “Muchacho, lo leeré, vuelve en dos meses”. Dos semanas más tarde volví y me dijo: “Es un buen libro”. Yo me emocioné y tuve que poner un pie encima del otro para no comenzar a levitar.

Pero, de pronto, todo se vino abajo cuando agregó: “Eso no quiere decir absolutamente nada, porque todos los primeros libros de escritores chilenos son buenos. Esperemos al segundo”.

¿Cómo fue su relación con él?
Muy simpática porque no tuve nunca con él una actitud de quemarle incienso. Yo era un impertinente no agresivo y creo que al poeta, que estaba rodeado de aduladores, le gustaba conversar conmigo sobre cosas intrascendentes. Gozaba oyendo sobre líos sentimentales, quién andaba con quién y las rivalidades que había entre los poetas. Sobre todos esos chismes hacíamos juegos de palabras y bromas y se convirtió en un ser entrañable para mí.

¿Es cierto que usted se valió de poemas amorosos de Neruda para perder la virginidad con su primera novia?
¡Las cosas que sabe de mí! Bueno, cuando yo tenía 14 años y me enamoraba día de por medio, me ponía tembloroso y me cocinaba en un silencio inapelable. No sabía qué hacer hasta que encontré un libro de sus poesías, que tenía imágenes estimulantes y muy apropiadas para lo que yo necesitaba. Un día hice el ensayo y le recité, directo al lóbulo, uno de estos poemas a la novia de turno y vi que el efecto fue mortífero.

A partir de ahí, mi carrera sentimental fue imparable, tanto que me propuse pagarle esa encantadora deuda a Neruda, y por eso al cabo de los tiempos escribí Ardiente Paciencia, que después pasó a ser El Cartero de Neruda.

Isla Negra es un fetiche para todos los poetas. ¿Es verdad que coleccionaba las cosas más disímiles en un gran “desorden organizado”?
Neruda viajaba muchísimo y de cada país traía cosas estrambóticas, mascarones de proa, locomotoras, cosas enormes. Cuando se enamoraba de algo comprometía a la gente para que se lo diera o se lo vendiera a como diera lugar. Se ha escrito que la casa de Neruda era un museo. Hoy la gente puede recorrerla con un guía.

Hay allí toda clase de objetos disímiles que demuestran los caprichos del poeta. Algunos, aunque tenían alguna relación emocional con el poeta, no tienen ningún valor artístico.

¿Cuál es el Neruda que más le gusta?
Me gusta el Neruda más atormentado, el poeta angustiado de Residencia en la Tierra, donde hay dos poemas que me gustan mucho: Tango del Viudo y Walking Around, el poema que comienza: “Sucede que me canso de ser hombre”.

¿Es cierto que a Neruda lo mató la tristeza por la situación de su país?
Es un modo poético de expresarlo, pero la realidad es que Neruda estaba muy enfermo, padecía una enfermedad incurable, terminal. Desde luego el impacto emocional de la derrota, del golpe a Allende, influyó mucho en su estado de ánimo y seguramente eso pudo desencadenar un estado depresivo.

¿Cuándo surge su revelación de América Latina?
Era yo muy joven y tenía una gran admiración por el cine y los escritores americanos y pensé que mi destino era Nueva York. Hice el viaje por tierra desde Santiago de Chile, con una primera parada en La Paz, Bolivia.

El tren en el que iba se detuvo en la estación de Oruro donde había carnavales y donde una chica que bailaba en el andén con su grupo, me invitó a bajar, y yo, con la imprudencia juvenil y la certeza de que son los imprevistos los que hacen la experiencia de un escritor, bajé, bebí y bailé con ellos y me quedé a vivir en la casa de esta chica, cuyos padres eran trabajadores mineros.

¿Y ese episodio qué le deparó a su experiencia?
Fue una revelación tan profunda de la belleza que hay en otro tipo de gente, distinta a la que veía en el cine y en la literatura americanos, que allí cambió mi opción de vida y no fui a Nueva York sino que me devolví a Santiago, para escribir desde mis circunstancias, desde mi Chile y desde América Latina.

Usted ha sido gran amante del teatro y ha montado diversas obras. ¿Qué le aporta el teatro a su literatura?
Algunos críticos sagaces han anotado que la manera como yo compongo mi novela tiene un origen dramatúrgico, emparentado con el teatro y, sobre todo, con Shakespeare. Quien lea mi última novela ‘Los Días del Arco Iris’ verá que Shakespeare está metido en América Latina de manera muy poderosa, y que este tipo de fusión entre la cultura cotidiana y la gran cultura del teatro clásico, es algo que caracteriza mi obra.

También fue muy dado a los viajes de aventuras, que le depararon “fuertes experiencias” que luego sirvieron de material para sus libros. ¿Cuáles?
La primera experiencia fuerte es la que entraña ser joven, no pertenecer a una familia acomodada, estar a la ventura, desprotegido de tu familia, de tus amigos, de tu entorno, de tu lenguaje. Es trasegar otros mundos en duras circunstancias que te ponen a prueba, día a día.

Para sobrevivir se requiere mucha imaginación. Mi primer viaje de aventuras fue a través de Perú y Bolivia, recorriendo con dos amigos, a dedo, todos los caminos y presentando en las pequeñas plazas de los pueblos un teatro de títeres desmontable.

Como lo hacía Lorca...
Claro, y ahora que lo dice, una de las obras del repertorio era ‘Los Títeres de Cachiporra’, de García Lorca. Yo manejaba el títere de Don Cristobita que quería casarse con Rosita, y con la otra mano manejaba el títere de la mamá, que no tenía ningún escrúpulo y le quería vender su hija a Don Cristóbal, que era un viejo gordo y voluptuoso, loco por las mujeres jóvenes. Yo tenía que afinar la voz y decir:

Esta es mi hija Rosita
Mire, mire que tiene dos tetitas
Como dos naranjitas
Un culito como un quesito
Y una urraquita que le canta
y le grita por echarse a volar!

¿Por qué eligió a Ortega para hacer su tesis de grado en Filosofía?
Porque lo considero un filósofo brillante. Hay una frase de él que me fascina: “La claridad es la cortesía del filósofo”. El hecho de que él haya trabajado tan intensamente con la filosofía alemana, que es de gran magnitud, abstrusa, de muchas formulaciones, que la haya conocido tan bien y que al introducir algunos conceptos de esta filosofía en la lengua española, lo haya hecho con la elegancia y las luminosas imágenes con que lo hizo, me dejó para siempre profundamente agradecido.

¿Qué le dice la famosa frase: “Yo soy yo y mis circunstancias”?
Esa famosa frase en Ortega adquiere gran profundidad y gracia en su formulación y me parece que concierne a mi propia vida, porque como escritor he sentido que soy parte de una circunstancia. En mi obra literaria he tratado -como se ve en Los Días del Arco Iris o en El Cartero de Neruda - que el corazón íntimo de mis personajes, el mío propio y el de mi sociedad, pulsen más o menos al mismo ritmo. Eso me viene de Ortega, un filósofo vital que puso el español en el mundo de la filosofía.

Luego usted obtuvo una beca para estudiar en Nueva York. Allí elaboró también una tesis sobre la narrativa de Julio Cortázar. ¿Por qué lo escogió?
Cuando leí Rayuela por primera vez, experimenté un vuelco en mi vida. Me deslumbró a tal grado que quise escribir sobre su autor. En Columbia me autorizaron cambiar el carácter de mi tesis y pasarme del departamento de Filosofía al de Literatura.

Rayuela es la obra de un artista múltiple, un intelectual con las antenas abiertas a todo: a la música –especialmente al jazz, que a mí me fascinaba- que venía de un amor a la cultura tanto francesa como Río Platense, y que era una persona abierta a la experiencia de la vida cotidiana. Era un intelectual muy intelectual, expuesto al mundo, que amaba a sus personajes que, como La Maga, eran pura sensibilidad, pura intuición.

Con ‘Desnudo en el Tejado’ usted gana el Premio Casa de las Américas. ¿Siente que con ese libro despegó para la literatura latinoamericana?
El Premio Casa de las Américas en 1969 era ‘el’ premio en lengua española, con jurados muy sólidos y con un gran entusiasmo de adhesión mundial hacia la Revolución Cubana. Eso a la larga se fue deteriorando con los múltiples conflictos y con el carácter tan autoritario que asumió la dirigencia revolucionaria. Posteriormente otros libros me dan visibilidad mundial, con traducción hasta en 35 idiomas, como El Cartero de Neruda y La Boda del Poeta, que obtuvo el Premio Médicis y, El Baile de la Victoria, que fue el Premio Planeta de 2003.

Estaba usted en París cuando se enteró del triunfo de Salvador Allende. Regresó a Chile porque estaba interesado en ser testigo de ese proceso, entre el año 70 y el 73. Con la perspectiva de los años, ¿cómo analiza hoy lo que sucedió en su país?
Creía en la posibilidad de un tránsito pacífico a un socialismo democrático.

En Italia, en Francia, en España y en muchos otros países vieron cómo, con la muerte de Allende, se derrumbaba una ilusión. Ese es un tema gigantesco y sobre él le puedo decir que Allende, siendo un marxista, trató de convencer a quienes no habían votado por él –especialmente a gente de la clase media y a todas aquellas personas tan conservadoras- que lo que él estaba haciendo era un intento de ampliar y fortalecer la democracia.

¿Era natural que, después de 16 años de dictadura y derechización del país, surgieran gobiernos como los de Lagos y Bachelet?
La tendencia mayoritaria que ha habido siempre en Chile es democrática. El país ha encontrado su centro. Algunas veces es centro-izquierda, otras centro- derecha. Esas posibilidades le han dado estabilidad y progreso al país y una buena situación en el campo internacional.

¿Y cómo ve la tendencia tan extendida en América Latina de gobiernos democráticos de Izquierda, con sus diferentes características?
Reconozco que hay una cierta sensatez lírica que recorre América Latina, de aspirar a la estabilidad y al progreso y a darle a la gente acceso a cierta igualdad de posibilidades. Las etapas conflictivas y confrontacionales han demostrado que no llevan a nada distinto del dolor y a que se impongan unos privilegios de un signo o de otro.

Esa tendencia a la que usted alude se debe a que la gente, por un lado, está harta de violencia y represión, y por el otro lado, al reconocimiento de que es desde el lado de la Izquierda donde están los valores humanistas de manera más legítima.

Pero al mismo tiempo no quieren un tipo de izquierda autoritaria, dictatorial, que en nombre de ciertas utopías o de ciertos ideales de justicia, terminen sojuzgando a la población y vulnerando sus derechos en peor forma de lo que lo hacía su contraparte.

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