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Editor: Neville Blanc

Sunday, January 29, 2012

EVELIO ROSERO

29 Ene 2012 - 1:00 am
La carroza de Bolívar
Por: Armando Montenegro

En su última novela, La Carroza de Bolívar (Tusquets, 2012), Evelio Rosero presenta una historia sobre el sentimiento de culpa y la voluntad colectiva de olvidar.

Al final de 1966, al comienzo del Carnaval de Pasto, un ginecólogo cincuentón, historiador amateur, que había fracasado en su intento de escribir una biografía crítica de Bolívar, ordena, sin mayor entusiasmo, la construcción de una carroza para el desfile del 6 de enero, el Día de Blancos. En ella, Bolívar aparecería coronado de emperador, conduciendo un carromato, halado por doce ninfas. Y a los lados se presentarían estampas alusivas a la traición a Miranda, el asesinato de Piar, la muerte de Padilla, el asesinato de los doce “capuchinos” y los errores militares del Libertador.

Ni siquiera en el carnaval —donde la realidad se pone “patas arriba”, se borran las jerarquías, la moral se va de vacaciones y se ridiculiza a la autoridad— se toleraría una burla contra Bolívar.

El alcalde dice que los pastusos no permitirán que se exhiba la carroza porque han olvidado su historia: “ya nadie recuerda en Pasto... Los han incorporado eficazmente a la buena historia de Colombia, con toda su retahíla de héroes y santos”. El obispo, el coronel, la esposa y los amigos, todos, concuerdan.

Y una célula guerrillera, integrada por fanáticos universitarios, decide destruir la carroza y castigar a su promotor. Piensan que Bolívar es un líder revolucionario que no puede ser irrespetado. Esos mismos estudiantes, años atrás, habían logrado que se cancelara un curso en el que su profesor atacaba a Bolívar, de acuerdo con los escritos periodísticos de Marx y las ideas de José Rafael Sañudo, un pastuso conservador, autor de un famoso estudio crítico de la vida y la obra del “mal llamado Libertador”.

Al final del libro, cuando la carroza ya está perdida, los comandos guerrilleros, entre la muchedumbre, en medio de la música y el jolgorio, avanzan disfrazados de asnos (un símbolo de la estupidez de la autoridad en los estudios de Bakhtin sobre el carnaval) en busca de su objetivo. Y desde otro lado, el médico borracho, vestido de simio, se aproxima a su destino.

Cuando el alcalde señalaba que “ya nadie recuerda en Pasto”, se refería a los asesinatos, violaciones, incendios perpetrados por el Ejército Libertador en las guerras de Independencia. Entre esos eventos terribles, sobresale la Navidad Negra, la masacre cometida por el batallón Rifles, a órdenes de Sucre, el 24 de diciembre de 1822, que dejó un saldo de decenas (¿centenares?) de muertos (un evento que en la vida de Pasto tiene una carga emotiva comparable con la de la matanza de las bananeras en la Costa Caribe).

A los personajes de la ciudad tampoco se les escapaba la continuidad y la semejanza entre las masacres, la violencia y los abusos del poder de la época de la Independencia con los de nuestros días (esa misma continuidad también existe entre éste y los demás libros de Rosero).

Con el tiempo se sabrá si la reflexión inducida por el libro de Rosero —un homenaje a José Rafael Sañudo— fue sólo un último vistazo crítico del pasado, una pausa en la ruta de Pasto hacia la modernidad y su homogeneización con el resto de Colombia, inmediatamente antes de cruzar definitivamente el umbral que conduce, sin remedio, hacia un futuro aligerado del peso de una historia que muchos han querido olvidar.

Elespectador.com

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