Patricia Arancibia Clavel
María Antonieta, Macarena y Patricia Arancibia Clavel: "A morir con las botas puestas"
Aprendieron la fortaleza de su madre, que quedó viuda con 10 hijos y salió a vender pelotas a la feria, "pero con las pulseras de oro", cuentan las hijas, haciendo gala del humor que está en su ADN, y que les ha permitido enfrentar las más duras vicisitudes.
por: Por Lilian Olivares/La Segunda
sábado, 01 de diciembre de 2012
EN EL JARDIN de la casa de la historiadora.
Desafiantes, tres de sus exponentes deciden aparecer en la foto fumando, sin temor a la corriente ciudadana que cada vez persigue más a los consumidores de tabaco. "Es nuestro sello, y además al aire libre", dice una de ellas, la que siempre ha hecho lo que ha querido, según una de las hermanas. Más adelante la identificaremos...
La más conocida es Patricia, la historiadora, que participa en este artículo junto a sus hermanas María Antonieta y Macarena. Pero ninguna pasa inadvertida. Cada una ha destacado en su área.
Es que las Arancibia Clavel son singulares. Y se hacen respetar. A tal punto que cuando uno de sus hermanos fue asesinado en Argentina en abril del año pasado, mientras se encontraba en libertad vigilada después de 11 años de prisión, condenado como partícipe necesario en el crimen del general (R) Carlos Prats, la numerosa familia Arancibia Clavel recibió muestras de solidaridad desde los más diversos sectores políticos. Eso las ayudó a amortiguar el dolor de la pérdida, y el efecto de algunos tuits de gente que escribió mensajes como "quien a hierro mata, a hierro muere".
Dicen que en la familia predominó el matriarcado.
Una vitrina con soldaditos de plomo
La madre, Violeta Clavel Fuller, es clave en la manera de pararse en la vida que han tenido las Arancibia Clavel. El bisabuelo Fuller (un apellido inglés) llegó a Chile a comienzos del siglo 19, después de pelear en la Batalla de Trafalgar en contra de Napoleón.
Siendo adolescente, Violeta vivió en Punta Arenas, donde conoció al teniente de la Marina Enrique Arancibia Hidalgo, cuya familia era de La Cruz, una localidad al lado de Quillota.
Recién terminada la II Guerra Mundial, y como capitán de Fragata, fue enviado a la Misión Naval en Washington, a participar de la compra de algunos buques, entre ellos, el O'Higgins. Allá nació la primera hija de los 10 herederos que llegó a tener el matrimonio.
Se quedaron por dos años en el país del norte. El marino se empapó ahí de las nuevas tecnologías y, a su vuelta, introdujo la computación en la Armada. Se retiró de la institución cuando se dio cuenta que los hijos seguirían llegando y que, con tamaño batallón familiar, los recursos no alcanzarían.
Decidió instalarse en la Avenida Bulnes 122, en el centro de Santiago, con un "Service" de IBM. Arrendó unas 10 máquinas perforadoras y tabuladoras, y comenzó a llevar las cuentas computarizadas a varias empresas grandes; entre ellas, Chilectra. En el mismo local, puso una librería, que es otro de los sellos de familia: todos tienen nutrida biblioteca en sus casas.
Las hijas recuerdan que para el 19 de septiembre y el 21 de mayo el papá decoraba la vitrina de su negocio con tanques, buques y soldaditos de plomo en miniatura, representando diversas batallas y combates de la historia.
El tema militar estaba en el ADN de la familia.
Quiénes son los 10 hermanos
Los 5 hijos varones estudiaron en los Padres Franceses de Alameda. Las 5 niñas, en el Jeanne D'Arc.
Primero nació Enrique, quien en sus comienzos siguió los pasos de su padre y entró a la Escuela Naval, pero salió pronto y optó por estudiar Ingeniería y Arquitectura en la Universidad Católica. No alcanzó a titularse, porque se involucró en el activismo político de los virulentos años 70.
El segundo hijo fue Jorge, hoy almirante en retiro, asesor de empresas en el ámbito portuario. Luego llegó Roberto, ex jefe de Estado Mayor General del Ejército, general (R), doctor en Historia. Actualmente es vicepresidente ejecutivo de la Corporación de Patrimonio Cultural del Ejército.
La cuarta fue Violeta, doctora en Sicología de la Universidad de Gales, directora del Centro de Perfeccionamiento del Magisterio y ex directora del programa Penta de la Universidad Católica, dirigido a niños talentosos de escasos recursos.
A continuación vino Patricia, la conocida historiadora, doctora en Historia de la Universidad Complutense, creadora del programa de TV "Cita con la Historia", fundadora del Centro de Investigación y Documentación de la Universidad Finis Terrae (CIDOC), autora de 33 libros, panelista de Radio Cooperativa y entrevistadora en el diario Financiero.
La sexta fue María Antonieta, quien, además de ser la artista de la familia, estudió Comercio Exterior y lleva más de 30 años asesorando a las personas en cómo proteger sus ingresos. Trabaja como capacitadora de la Compañía Chilena Consolidada y docente de la Escuela de Seguros.
El séptimo hijo es Daniel, ascendido en octubre a general de división del Ejército, doctorado en Educación en la Universidad Católica.
La octava es Gloria, sicóloga y sexóloga radicada en España. Ha escrito varios libros sobre su especialidad: "Placer y sexo en la mujer" y el último, "Vaginismo", que dejan en evidencia su feminismo.
Noveno es Felipe, que acaba de ascender a general de Brigada del Ejército y es candidato a doctor en Relaciones Internacionales. La menor de todos se llama Macarena y, como abogada, es la primera mujer oficial de Justicia del Ejército.
La "Maca" tenía dos años cuando murió el padre de los Arancibia Clavel.
Hubo una vez un accidentado verano, cuando perdieron al padre
"Esta es una familia con mucho sentido del humor", dice Patricia. Marieta acota: "Humor un poquito negro".
Y Macarena, la que tenía dos años cuando murió el papá, se suma, pero advierte que ella es otra generación; que no compartió muchas cotidianeidades de sus hermanos mayores.
-Mi mamá quedó viuda a los 45 años. Estábamos veraneando. Ibamos los cinco hermanos menores en la Station grande, hacia Chiloé. Mi papá quería que conociéramos el sur de Chile. Entre Pucón y Valdivia le vino un ataque al corazón. Yo tenía 17 años -cuenta Patricia, la historiadora.
Como ninguno de los hijos sabía manejar, tampoco la mamá, el padre continuó conduciendo hasta la Clínica Alemana de Valdivia. Ahí murió al día siguiente, a las 12 de la noche.
La hermana mayor, Violeta, estaba en Europa.
Cuenta Macarena:
-La Violeta era muy cercana al papá y quedó muy afectada por mucho tiempo. En esa época no era cosa de tomar un avión y venirse, de manera que tardó un poco y llegó después del funeral. El papá nunca había estado enfermo. Le vino un infarto y se murió. Mi mamá quedó súper impactada. Además, ella era muy de su casa y no sabía hacer ni un cheque.
Explica Patricia:
-La Violeta se hizo cargo de la oficina de mi papá por un tiempo, con un tío. Pero el negocio, sin mi papá, no salió adelante.
-¿Qué hizo la mamá para mantener a toda la prole?
-Antes de todo, incluso sin ningún pudor, salió a vender pelotas en la feria, con las pulseras de oro, eso sí -responde Patricia.
Marieta acota:
-Los demás vendedores de la calle le decían: "Oiga, señora, váyase de aquí". También vendió acciones de Las Vizcachas, hizo de extra en teleseries, fue secretaria de médico, cobradora de UCV Televisión, tuvo una agencia de Polla Gol...
Macarena sólo sabe que después de un tiempo debieron abandonar la casa de la calle General del Canto, porque la arrendaron.
Y Marieta cuenta una anécdota:
-En esa casa funcionaron distintas empresas, porque era muy grande. Y también el Instituto Incacea. Yo estudié Comercio Exterior en la pieza de mi mamá. Imagínate, salía al recreo en lo que antes era mi patio...
-¿Cómo te sentías?
-Me sentía la dueña de casa.
Una bandeja con pájaros verdes, con 10 tazas
El hogar de los Arancibia Clavel era muy abierto. Donde comían 12, también podían hacerlo 20, así es que los hijos solían llegar con varios amigos, y a cualquier hora.
Cuentan las hermanas que, pese a todo el movimiento, había una clara disciplina. No eran restrictivos con los permisos de salida, siempre y cuando hubieran cumplido su obligación doméstica. Las niñas tenían que regar el parrón, las calas y rosas del jardín, lustrar los zapatos, incluso -dice Patricia- desmugrar los pañales de los hermanos menores, "incluyendo a los que hoy son generales".
Había turnos para servir el desayuno. A cada hijo le tocaba hacerlo un día de la semana -las empleadas duraban poco- y llevárselo a la cama a sus otros hermanos. Había una enorme bandeja con pájaros verdes, donde ponían las 10 tazas que subían al segundo piso. Cuando peleaban, "nos hacíamos bullying: le llevábamos el café frío y lechudo al que nos había molestado".
-Cuando murió el papá, ¿se relajó la disciplina?
-No, se puso peor -asegura Patricia.
Maca le recuerda:
-Tú, Paty, acuérdate que eres "distinta". Porque en el fondo siempre has hecho lo que te ha dado la gana El tema de la disciplina, con mi hermana Paty no funcionaba tan así.
Dicen Marieta y Macarena que Patricia era más rebelde y confrontacional. La aludida explica:
-Es que yo era la quinta hermana, casi no existía.
Marieta indica que todas intentaban, de alguna manera, llamar la atención. Y recuerda:
-Cuando una de nosotras se enfermaba, mi mamá podía pasar toda una tarde sentada al lado. Uno se convertía en el centro de atención.
Patricia evoca:
-Y mi papá llegaba con revistas o un libro.
El primero que leyó Macarena fue "55 días en Pekín", y tenía 11 años. Patricia leyó a los 8 el libro "Corazón", de Edmundo de Amicis. Y en Sexta Preparatoria le retaron porque durante una clase lloraba a mares leyendo "Exodo", de León Uris. Pero el que la marcó, cuenta, fue "Adiós al Séptimo de Línea", que la motivó a dedicar su vida a la historia. Y la llevó por caminos insospechados, como asesorar el guión de la miniserie del mismo nombre que hizo el director Alex Bowen para Mega, donde incluso tuvo un pequeño papel como prostituta, que fue mostrado en un cameo, cuenta encantada.
Marieta recuerda una Navidad en que la mamá les regaló unos libros de la colección Aguilar en papel de Biblia.
Son los momentos alegres, porque cuando rememoran el período de la muerte del padre cuentan que la madre vivió cuatro años de luto profundo y a ellas les exigió andar de negro y no escuchar música. Todo cambió con el primer viaje post duelo que hizo doña Violeta, invitada por su hijo Jorge, a Escocia. "Se fue de negro y volvió con un pañuelo de color", dice Marieta, mientras comentan que para la mamá fue un renacer.
Cuentan que doña Violeta, que enfermó de cáncer acompañando a su hijo Enrique en Argentina, y que volvió a levantarse y a reír, tiene un dicho a flor de piel, que las marcó: "Hay que morir con las botas puestas, mijita".
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