ASESINATO DE: PÉREZ ZUJOVIC
Miércoles 2 de Octubre del 2013
MARISI REVIVE EL ASESINATO DE SU PADRE: PÉREZ ZUJOVIC
Escribe Lillian Calm:
“Son escalofriantes las páginas en que relata el asesinato. El automóvil que manejaba Pérez Zujovic —Marisi iba en el asiento del copiloto—, fue interceptado en plena comuna de Providencia. Doce proyectiles terminaron con su vida”.
“Son escalofriantes las páginas en que relata el asesinato. El automóvil que manejaba Pérez Zujovic —Marisi iba en el asiento del copiloto—, fue interceptado en plena comuna de Providencia. Doce proyectiles terminaron con su vida”.
Por fin leí un libro del Chile de hace unos 40 años que me ha hecho pisar tierra firme, y si digo tierra firme es porque a través de sus páginas he podido comprobar que lo que yo viví durante los tres años de la Unidad Popular fue real y no producto de mi imaginación. Había llegado a dudar de mis propios recuerdos ante la cansadora conmemoración que se hizo, especialmente por radio y televisión, de un aniversario redondo de los años setenta, en que —me imagino que debido a la actual campaña presidencial— se adoleció de la más elemental objetividad.
No había leído en la prensa mayores comentarios de esta publicación, hasta que personas que me merecen fe me instaron con un “no dejes de leer el libro de Marisi Pérez, la hija de Edmundo Pérez Zujovic”.
Y lo leí por varias razones: primero, porque ese crimen de un connotadísimo político demócrata cristiano me sacudió fuertemente en mis primeros años de ejercicio profesional; segundo, porque entrevisté, poco tiempo después, a su viuda, a doña Lidia (Lala) Yoma de Pérez Zujovic; porque conozco, y puedo decir que bastante, al hermano mayor de la autora: a Edmundo, quien fuera ministro de Estado (recuerdo, hasta el día de hoy, haber ido a su casa a darles el pésame a él y a Paz Vergara, su señora); y aunque con Marisi no me he encontrado nunca —sí había oído hablar de ella—, me interesa muchísimo leer a otros periodistas.
Y, ¿qué mejor que “La gran testigo”, que no sólo es el acertado título del libro, sino la dolorosísima experiencia que a ella le correspondió vivir? Relata que “…el 8 de junio de 1971 algo se quebró en mi interior. No sé por qué razones del destino, me tocó presenciar cómo mataban a mi padre. Desde ese momento, me convertí en esa ‘gran testigo…’”.
Son 250 páginas, que se leen rapidísimo, y en las que se incluyen desde la historia de su familia hasta elocuentes fotografías que también ayudan muy bien a recordar.
Evoca la elección presidencial de Eduardo Frei Montalva en 1964 (ojo, nuevas generaciones, no es Eduardo Frei Ruiz-Tagle, sino su padre…¡no confundirlos!), al describir la felicidad de Edmundo Pérez Zujovic (que había sido un gran puntal de la campaña), y contrasta “la alegría de ese 56%” con “la frustración y amargura de Allende y sus partidarios. Dijeron que Frei había ganado por sus compromisos con la reacción y el imperialismo norteamericano (…) Los parlamentarios del FRAP —comunistas y socialistas— se negaron a asistir a la sesión del Congreso Pleno que tenía que proclamarlo como Presidente”.
En diciembre de 1965 Pérez Zujovic asumiría la cartera de Obras Públicas y, luego, las de Economía e Interior. Fue también vicepresidente de la República.
La hija relata que “las crítica a su gestión eran permanentes, especialmente a la hora de hacer valer la seguridad ciudadana”. Describe cómo va enrareciéndose el clima político y explica que el partido de Allende, “el socialista, se declaró abiertamente marxista-leninista y siguiendo la doctrina de los comunistas, aceptó explícitamente en el Congreso de Chillán de 1967 la vía violenta para alcanzar el poder. Dos años antes, había surgido el MIR…”.
Hay párrafos como el siguiente: “Al final, en medio de una áspera discusión, Frei pidió que el partido definiera de una vez por todas si estaba o no de acuerdo con el ritmo que llevaba el programa de gobierno. Por estrecho margen ganó la posición de Frei y de mi papá (…) Chonchol, quien incentivaba una revolución agraria “rápida, drástica y masiva”, se quedó todavía en el gobierno. Esas eran las cosas que al papá no le gustaban de Frei: que no tomara decisiones cuando todo decía que había que tomarlas…”. (Marisi lo llamaba “tío Eduardo” por la antigua amistad que existía entre los Frei-Ruiz-Tagle y los Pérez Yoma).
Otro acápite interesante del libro: “No puedo reproducir en toda su dimensión cómo se ensañaron contra mi padre. Llegó a tanto la incitación, que Víctor Jara usó su tribuna como cantautor para componer una canción infamante que no transcribo por un mínimo de respeto a la memoria del papá. Era militante comunista y debe haber recibido alguna orden de partido”.
Marisi se enteró en España de que, en 1970, Allende había ganado las elecciones presidenciales. Sus ojos se llenaron de lágrimas y le dijo a una amiga: “A mi papá lo van a matar”, y explicó “lo tienen marcado”.
Más adelante puntualiza: “…que le hubiera ido bien en su vida era algo que no le perdonaban: ser empresario era sinónimo de explotador. Les daba lo mismo que saber que había comenzado desde abajo…”.
Son escalofriantes las páginas en que relata el asesinato. El automóvil que manejaba Pérez Zujovic —Marisi iba en el asiento del copiloto—, fue interceptado en plena comuna de Providencia. Doce proyectiles terminaron con su vida.
Fue ella quien reconoció a uno de los asesinos: Ronald Rivera Calderón, uno de los fundadores de la VOP (Vanguardia Organizada del Pueblo)… Habían sido indultados por Allende, quien se había referido a ellos como “jóvenes idealistas”.
Y el funeral: “La catedral estaba llena de bote a bote (…) Allende ni nadie del gobierno estuvieron allí. No hubieran podido entrar, porque ya todos sabíamos que los asesinos eran aquellos mismos que ese gobierno había amparado, indultándolos”.
Hubo hermetismo en las investigaciones y, finalmente, los asesinos encontraron subrepticiamente la muerte. Un detective que estaba de guardia en casa de la autora le dijo: “Qué bueno, señorita, que ya mataron a los asesinos de su padre”. Ella le contestó que más bien sentía pena y rabia: “Ya no podrán hablar, los silenciaron”.
Hace una denuncia escalofriante: que había habido una reunión “de alto nivel político” en La Moneda donde se habló de matar a su padre. El propio Pérez Zujovic había informado de ello a José Musalem, Juan de Dios Carmona y Andrés Zaldívar.
Hay tanto más en este libro: el día a día, el desabastecimiento, la denominada Marcha de las Cacerolas… Aunque subjetivo (porque ella es la “gran testigo” y utiliza la primera persona), estas páginas tienen un rigor histórico también objetivo, del que adolecen muchos escritos sobre la Unidad Popular, edulcorados e inexactos.
Tal vez sea de lo mejor, lejos, que he leído en estos meses sobre ese período y quizás prueba fehaciente de ello es que el libro, como ya mencioné, no ha sido mayormente comentado.
“La gran testigo” debería ser lectura obligada para las nuevas generaciones (quizás prioritaria a las páginas de un Ernesto Sábato o de un Herman Hesse), ya que entre los jóvenes de hoy, los hay demasiados que suelen desconocer lo que realmente ocurrió o, si no, tienen una idea tergiversada de los hechos. Y no nos engañemos. Desgraciadamente para muchos, en la actualidad, el asesinato de Edmundo Pérez Zujovic no fue ni siquiera un magnicidio y su nombre sólo les suena como aquel que designa una rotonda de la comuna de Vitacura.◙
Lillian Calm
Periodista
Temas.cl
02 10 2013
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