SOCIEDAD DE BIBLIÓFILOS CHILENOS, fundada en 1945

Chile, fértil provincia, y señalada / en la región antártica famosa, / de remotas naciones respetada / por fuerte, principal y poderosa, / la gente que produce es tan granada, / tan soberbia, gallarda y belicosa, / que no ha sido por rey jamás regida, / ni a extranjero dominio sometida. La Araucana. Alonso de Ercilla y Zúñiga

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Location: Santiago de Chile, Región Metropolitana, Chile

Editor: Neville Blanc

Sunday, April 12, 2009

LA SANTA SEDE Y SUS ARCHIVOS

Salida de Roma de un convoy de obras de arte y material documentario del Archivo Secreto Vaticano rumbo a París (grabado anónimo)

Segundo piso superior del Archivo Secreto Vaticano donde se conserva, en armarios del siglo XVII, la correspondencia diplomática de la Santa Sede constituida por el antiguo archivo de la Secretaría de Estado y por la documentación de varias legaciones pontificias

Vista de la segunda sala del «piso noble» con el busto marmóreo de padre Agustín Theiner, prefecto del Archivo Secreto Vaticano desde 1855 hasta 1870.
Sobre la puerta, el escudo del cardenal Scipione Borghese Caffarelli, bibliotecario de 1609 a 1618






EL ARCHIVO SECRETO VATICANO: AYER
El moderno archivo de la Santa Sede nace por iniciativa de Pablo V Borghese aproximadamente en 1610, aunque las raíces de su historia se remontan a tiempos mucho más lejanos y están relacionadas con el origen, naturaleza, actividad y desarrollo de la Iglesia romana. Desde los tiempos de los Apóstoles, los papas conservaban cuidadosamente los escritos relativos al ejercicio de su actividad. El conjunto de los mismos se conservaba en el scrinium Sanctae Romanae Ecclesiae, que normalmente siguió a los papas hasta sus distintas residencias; sin embargo, la fragilidad del papiro, utilizado habitualmente en la cancillería pontificia hasta el siglo XI, los traslados y los cambios políticos provocaron la pérdida de casi todo el material archivístico anterior a Inocencio III.
Con el papel central que asumió el romano pontífice y su curia desde el siglo XI en adelante, así como con la multiplicación de sus oficinas, aumentó también el número de archivos y en el siglo XV los documentos más valiosos se colocaron en Castel Sant’Angelo. Tras varios proyectos para crear un archivo central de la Iglesia, Pablo V ordenó trasladar a las tres salas adyacentes a la Biblioteca Secreta (las llamadas Sale Paoline) registros de bulas y breves, libros de la Cámara, así como colecciones de documentos redactados hasta el pontificado de Pío V incluido. De este modo nació un nuevo archivo «pro privata Romanorum pontificum commoditate» y «ad publicam studiorum utilitatem» compuesto por un total de poco más de tres mil unidades y cuya parte más importante eran los registros de bulas desde Inocencio III en adelante (Registra Vaticana). Este conjunto de documentos recibió el nombre de Archivo Secreto Vaticano. A lo largo del siglo XVII el Archivo conoció considerables ampliaciones, sobre todo en tiempos de Urbano VIII Barberini (bulas de Sixto IV y Pío V; los papeles de la Secretaría de Breves desde Alejandro VI hasta Pío V, la vasta documentación contenida en los Armaria XXXIX-XLV, libros de la Cámara Apostólica procedentes de Aviñón, donde habían permanecido desde el final del cisma, los papeles del Concilio de Trento); así como en tiempos de Alejandro VII, que destinó un piso de los Palacios Vaticanos a la correspondencia diplomática de la Secretaría de Estado.
En la primera mitad del siglo XVIII, durante las prefecturas de Pietro Donnino De Pretis y Filippo Ronconi, los papeles conservados en el archivo fueron ordenados por primera vez de tal manera que en el caso de muchos fondos sigue siendo válida hasta hoy. Entre 1751 y 1772 la figura de Giuseppe Garampi domina la historia del Archivo, quien, entre otras cosas, es el principal artífice del famoso Fichero que lleva su nombre. Éste realizó o solicitó numerosas adquisiciones, depósitos y transferencias de material archivístico (fondos Albani, Carpegna, Pío, así como 1.300 libros de cámara).
En 1783 se transportó al Vaticano todo lo que había quedado en Aviñón, como por ejemplo la serie de registros de bulas conocidos como Registra Avenionensia; en 1798 se trasportó también el archivo de Castel Sant’Angelo (Garampi ya había aunado ambos cargos de archivista del Archivo Secreto Vaticano y de Castel Sant’Angelo), el cual entre otras cosas contenía 81 documentos con sellos de oro (tipo lámina de oro, oro macizo, estuches dorados y plateados) entre los que destaca por su valiosa antigüedad un diploma de Federico Barbarroja del año 1164.
En 1810 los archivos de la Santa Sede fueron trasladados por orden de Napoleón a París, ciudad de la que volvieron con numerosas pérdidas entre 1815 y 1817
Tras la toma de Roma por parte de las tropas italianas en 1870, los conjuntos de documentos conservados en edificios ubicados fuera de las murallas vaticanas fueron expropiados por el recién nacido Estado italiano y constituyeron el núcleo central del archivo de Estado de Roma.
En 1881, gracias a la generosa iniciativa de León XIII, el Archivo Secreto Vaticano se abrió para que los estudiosos lo pudieran consultar libremente y convertirse así en uno de los centros de investigaciones históricas más importantes del mundo.
En 1892 se trasladó del Palacio Lateranense al Archivo Vaticano gran parte del archivo de la Dataría Apostólica con los registros de bulas de la Cancillería desde 1389 (Registra Lateranensia, el antiguo Archivum Bullarum) y los registros de súplicas desde 1417. En el siglo XX, además de la parte moderna del archivo de la Secretaría de Estado, llegaron los archivos de la Secretaría de Breves, del Tribunal de la Rota Romana, de distintas congregaciones (Consistorial, de los Obispos y Clérigos Regulares, de los Sacramentos, de los Ritos, del Concilio, etc.), del Palacio Apostólico, del Concilio Vaticano I, de varias Nunciaturas (sobre todo a partir de 1971) y de algunas familias patricias romanas ligadas a la historia de la Santa Sede (Borghese, Boncompagni, Rospigliosi, Ruspoli, Marescotti, Montoro, etc.).
En el año 2000 se depositó todo el archivo del Concilio Vaticano II, que Pablo VI abrió a los estudiosos derogando el límite establecido para la consulta de los documentos de los archivos de la Santa Sede (enero de 1922, muerte de Benedicto XV).

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