RG
Purgatorio chilensis
Revista de Libros El Mercurio
Pocas cosas puede haber más cómodas que ser un escritor raro en Chile. Cualquier capilla apartada del camino encuentra entre nosotros feligreses fanáticos que reinterpretan la historia de la literatura mundial a los ojos de su héroe olvidado.El deporte favorito de los pocos chilenos que leen es descubrir un escritor que nadie más que ellos conocen. Si empieza a ser popular, deja instantáneamente de interesarles. Así, pocas cosas puede haber más cómodas que ser un escritor raro en Chile. Desde Juan Emar, pasando por Teófilo Cid, Miguel Serrano, José Santos González Vera, Luis Cornejo, Gómez Morel, Enrique Araya, Eduardo Anguita o Rosamel del Valle, cualquier capilla apartada del camino encuentra entre nosotros inmediatamente feligreses fanáticos que reinterpretan la historia de la literatura mundial a los ojos de su héroe olvidado.Algunos merecen con creces el homenaje, otros menos, otros nada, da lo mismo. Salvados por igual surrealistas chilenos o hiper-realistas criollos, no hay manuscrito de mil páginas, ni edición olvidada en un anaquel polvoriento que no reciba inmediatamente un amanuense dispuesto a sacrificar su vida para completar las obras incompletas del poeta, del novelista, del mago que podría haber sido, pero que por culpa de Neruda, el golpe de Estado, o la simple neurosis personal, no fue.La máxima representación de esta cultura de lo que pudo ser no es otra que el poeta Molina, el escritor que casi nunca escribió. Ya en Huidobro teníamos un poeta que tenía mejores anécdotas que poemas; ahora tenemos un escritor cuya única obra son sus anécdotas. Un personaje típico de la literatura inglesa, portador, sin embargo, de una desesperación completamente criolla. Porque la castración literaria del Chico Molina no es sólo suya, sino que es parte de una tradición de incompletud y frustración que recorre toda la literatura nacional.El culto a lo raro, a lo excéntrico, nace de la idea de que ése es el lugar que nos cabe en la cultura mundial. Ser los raros, los que vienen de demasiado lejos para ser creíbles. Un filósofo chileno, de apellido castícimo, me explicó una vez cómo sólo se podía filosofar en griego y en alemán. Dedicaba así su vida, el pobre profesor, a algo que no podía hacer en su idioma materno. Acallado de entrada, ¿cómo podía siquiera pretender ser parte de un debate filosófico importante? Si no se daban cuenta de su acento, muy luego repararían en su falta de constancia y lectura, constancia y lectura que su profesor -consciente él también de ser sólo un meteco- no le enseñó en la escuela. No le quedaba a éste, o a cualquier otro profesor, más que convertirse en una rareza que habla de otras rarezas. Lejos Hegel o Nietzsche o Platón, sólo podía aspirar a glosar a algún tío que se encerró en la playa a escribir jeroglíficos sobre el fin del mundo.La filosofía, piensa el profesor, es algo que ocurre en otra lengua. La lengua, la nuestra, aseguran asimismo no pocos lectores chilenos, no tiene por qué pensar. El pensamiento es privilegio de otros. La simple modestia de terminar un libro, de contar quién es uno y a dónde va nos parece de mal gusto. A nuestra cultura no le queda otra que ser excéntrica porque nuestra élite no lee, porque nunca ha leído demasiado. El culto a lo raro, a lo que no fue, a lo que alguna vez pudo ser nos recuerda nuestro lugar en el mundo, pero también nuestro lugar en nuestra propia piel. Desarraigados y temerosos, salimos a la calle vestidos de gurú o vestidos de funcionario. No se nos ocurre siquiera que la grandeza de Tolstoi es hija de la humildad con que se describe a sí mismo en su diario de vida, sin decorar ni exagerar nada. No es vedado ser simplemente, sin decorado o mitología. París en el Mapocho, o Nueva York, o Barcelona de donde fuimos o seremos expulsados, las obras incompletas no sólo nos recuerdan que el intento es siempre vano, que el murmullo se acaba siempre en silencio; que el exceso de audacia, de talento o de luz es siempre castigado. No nos importa que muchas veces ese homenaje que enaltece el fracaso en vez del logro, sea la parte más terrible de ese castigo. Ese purgatorio chilensis que quiere hacernos creer que el infierno no importa y que el paraíso no existe.
<< Home