EL ESCRITOR QUE ESCRIBA
Escribir en Chile
Una de las cosas que más les preocupan a los chilenos es saber cómo son... los chilenos.
En eso sí que somos insulares.
Y si se es escritor, peor aún.
El Mercurio Revista de Libros Por Mauricio Electorat
En esta misma página, el domingo pasado, mi amigo Rafael Gumucio se despacha a gusto, escribiendo en torno a la flojera de la intelligentsia nacional, la falta de un canon o jerarquía literaria, en fin, la chata provincia de chismosos e irracionales que somos. Creo que, en general, no yerra. Nadie en su sano juicio, escritor o no, puede pensar que vivir en Chile es igual que vivir en Madrid, París o Buenos Aires. Lo curioso es que Rafael Gumucio le reproche a Raúl Zurita su opinión devastadora sobre la literatura nacional y, en general, sobre Chile, para hacer, a renglón seguido, exactamente lo mismo: quejarse amargamente de 1) los intelectuales chilenos, 2) la condición del escritor en Chile. Perdonen que les cuente intimidades, pero yo he vivido veinticinco años fuera de Chile y hay una cosa que me ha llamado bastante la atención en los cuatro años que llevo en esta "isla desierta": en ninguna otra parte he visto tanta amarga elucubración, tanta crítica desesperada sobre el propio país como en Chile. Una de las cosas que más les preocupan a los chilenos es saber, aprehender (y, a lo mejor, aprender) cómo son... los chilenos. En eso sí que somos insulares. En islas como el Reino Unido, Japón, o Australia, seguramente se miran menos al ombligo que aquí. Y si se es escritor, peor aún. Rara vez he dado una entrevista a algún medio nacional en la que no me hayan preguntado por mis colegas. Por mis colegas vivos, entiéndase. Lo que se le pide al "plumífero" entrevistado es que allí, micrófono en mano, descuere a sus pares y, con suerte, deje alguno vivo. Esa insistencia en hacerlo subir a uno al ring del barrio es más que elocuente sobre nuestro aislamiento intelectual. En otros países se les pregunta a los escritores por su formación, su filiación, su estética; aquí se espera que le pegue al vecino, punto. Dicho esto, en Chile se escribe a lo mejor tanto o más que en otras partes. En comparación con las décadas que Gumucio menciona (1973, 1983), es manifiesto que hay una floración de publicaciones, más o menos marginales, de editores independientes, de narradores jóvenes, como nunca ocurrió en los años de la dictadura. Mi impresión es que hay ansias de leer y hasta de escribir (prueba de ello es la cantidad de escuelas de literatura que han surgido y la soprendente demanda de talleres literarios). Por lo demás, Rafael Gumucio parece añorar el reinado de críticos como Alone y Valente. "Una lectura", reclama. Yo pienso, más bien, que el crítico único le hace tanto bien a la literatura como el partido único a la política. Una lectura será siempre parcial. Y lecturas hay tantas como críticos. La época del crítico omnipotente, por muy acertado y probo que fuese, corresponde también a una época mucho más pobre de nuestra vida intelectual. No creo que en los años 50 ni en los 60 haya habido más debate y jerarquía intelectual en Chile. Sin contar con que el escritor, entonces, tenía que existir en el canon del crítico único, de lo contrario, estaba condenado al ostracismo (se era "ángel" o "demonio"). Por fortuna, la época del crítico tirano desapareció, lo que no significa que todos los discursos críticos sean válidos, sino que dicho discurso se ha democratizado. El problema es más de fondo. Y es que la condición del escritor, chileno o neoyorquino, es la soledad. Quien dice soledad dice silencio. Aunque escribe para los lectores, el escritor no los conoce (salvo excepciones). Aunque, por el solo hecho de publicar, se somete a la crítica, el escritor, cuyo texto es el pan de los críticos, no vive para ellos. En otros países, claro, hay libros de bolsillo (el formato que más debería existir en Chile), no hay presentaciones entre amigos, sino firmas en colegios, centros culturales, librerías, hay programas de televisión, de radio, revistas dedicadas únicamente a los libros. El libro es mucho más barato, más democrático y el escritor, consecuentemente, menos rara avis. Y aunque está igualmente solo, puede tener la sensación de que su esfuerzo no cae, tan magníficamente, en el vacío. Santos lectores, intercedan por nosotros, escritores chilenos de Chile.
<< Home