GUIA DE LIBRERIAS DE ANTICUARIADO EN BUENOS AIRES
ALBERTO CASARES
Libros antiguos, un mundo porteño
La pasión por la bibliofilia y el coleccionismo alimentan un circuito de librerías donde, a veces, es posible encontrar auténticas joyas.
Hoy aumenta el interés por los libros que hablan del pasado argentino.
Buenos Aires tiene una larga tradición de librerías de anticuario y "de viejo", hoy son al menos cuarenta y las más renombradas están en el centro porteño. No se habla mucho de ellas, pero el conocedor sabe donde encontrar esa joya que está buscando. Por eso en el ambiente se habla ya de "el barrio" para referirse -por ejemplo- a la zona de Esmeralda al 800 (donde están "Poema 20", "Helena de Buenos Aires" y "L'Amateur"), la calle Suipacha al 500 ("Alberto Casares"), Tucumán al 700 ("Fernández Blanco"), Libertad al 1200 ("The Antique Bookshop"), Arroyo al 900 ("Imago Mundi") y Maipú al 800 ("Luis Figueroa"). El templo de las librerías "de viejo" -hay más de diez- es el sótano de la Galería Buenos Aires, en Florida al 800. Hacia el sur, en la esquina de Bolívar y Alsina está "Librería de Avila", atendida por Miguel Avila y repleta de textos de historia. Hacia el norte, en Santa Fe al 1600, "Del Plata" de Ernesto Fullone, paraíso de los que buscan la literatura de antiguos viajeros europeos a Sudamérica. Y más allá, en Las Heras al 2100 está "Victor Aizenman", el anticuario más exquisito de la ciudad.
Buenos Aires tiene una larga tradición de librerías de anticuario y "de viejo", hoy son al menos cuarenta y las más renombradas están en el centro porteño. No se habla mucho de ellas, pero el conocedor sabe donde encontrar esa joya que está buscando. Por eso en el ambiente se habla ya de "el barrio" para referirse -por ejemplo- a la zona de Esmeralda al 800 (donde están "Poema 20", "Helena de Buenos Aires" y "L'Amateur"), la calle Suipacha al 500 ("Alberto Casares"), Tucumán al 700 ("Fernández Blanco"), Libertad al 1200 ("The Antique Bookshop"), Arroyo al 900 ("Imago Mundi") y Maipú al 800 ("Luis Figueroa"). El templo de las librerías "de viejo" -hay más de diez- es el sótano de la Galería Buenos Aires, en Florida al 800. Hacia el sur, en la esquina de Bolívar y Alsina está "Librería de Avila", atendida por Miguel Avila y repleta de textos de historia. Hacia el norte, en Santa Fe al 1600, "Del Plata" de Ernesto Fullone, paraíso de los que buscan la literatura de antiguos viajeros europeos a Sudamérica. Y más allá, en Las Heras al 2100 está "Victor Aizenman", el anticuario más exquisito de la ciudad.
Pero éste es sólo un primer mapa sentimental del libro antiguo, quienes quieran más datos deberían escribirle a ALADA, la asociación de libreros anticuarios que preside Alberto Casares (alada@sinectis.com.ar).
Por cierto, a ese mapa se agregan ciertas casas de subastas -como Bullrich, Saráchaga, Naón, Martín Saráchaga- que rematan bibliotecas venerables. En 2007 fue el turno de las bibliotecas de Zorraquín Becú, Dodero, Anchorena, Zavalía y Carlos Pueyrredón. En esas subastas, otro sitio de encuentro para los conocedores, se abastecen todos los que pueden pagar mil dólares, cinco mil o a veces mucho más por un libro. Los subastadores insisten en que "los remates transparentan precios en este mercado". Los libreros, en confianza, dicen que "a veces en las subastas se pagan precios disparatados". Es eterna la discusión entre ambos.Como sea, la pasión que recorre el circuito del libro antiguo en Buenos Aires es la bibliofilia. Una pasión que, en palabras del librero Aizenman, incluye a señores "fetichistas y sabios -aunque a veces no es así- muy ávidos de sorprender y atesorar todo cuanto en el libro más se aproxime a la idea de un origen: el manuscrito del autor, el primer esbozo del ilustrador, la primera edición de un texto culturalmente significativo, la primera tirada de un grabado, la encuadernación de época". Al coleccionista "se le debe a veces el descubrimiento, rescate y conservación de obras ignoradas o subestimadas", dice Aizenman.
En la Argentina, la bibliofilia arranca en el siglo XIX con los nombres de Pedro de Angelis, Andrés Lamas, Manuel Trelles y Bartolomé Mitre, continuándose en el siglo XX con Teodoro Becú, Antonio Santamarina, Eduardo Bullrich, Oliverio Girondo, Guillermo Furlong, Alejo González Garaño, Alfredo Hirsch, Miguel Angel Cárcano y Federico Vogelius.
La Feria del Libro Antiguo concretada en 2004, 2005 y 2007 instaló a esta actividad en la agenda cultural porteña, pero ¿qué libros son hoy los más buscados?, ¿cómo se fija un precio y quiénes son los compradores? En este pequeño mundo, la regla es ser discretos. Pero algunos libreros confiesan que los compradores que realmente mueven el mercado no serían más de trescientos. Entre ellos puede haber empresarios como Pedro Blaquier, Horacio Porcel y Eduardo Costantini, celebridades como Antonio Carrizo, algunos industriales y estancieros, pero también representantes de instituciones -la Biblioteca Nacional- o de fundaciones privadas y universidades extranjeras. "Hoy se extraña a un público de clase media y a personalidades como Vogelius -creador de la revista "Crisis"- que atesoraba manuscritos y libros americanos", dice el coleccionista Arturo Eiras. Sin embargo, el rematador Enrique Bullrich asegura que "hay un público joven y lo veo en las subastas. Está renaciendo el interés por el documento histórico y el libro argentino. Hace poco vendimos en 27.000 pesos -al Archivo General de la Nación- un documento firmado por Saavedra y Moreno. Se revaloriza a los viajeros europeos que en el siglo XIX describieron el país, también se buscan los libros que salieron de nuestras primeras imprentas, y las ediciones de las vanguardias literarias, con Borges a la cabeza". Se habla ya de "incunables rioplatenses" para referirse a los escasos libros impresos por los Jesuitas aquí en el siglo XVIII y a aquellos de la Imprenta de los Niños Expósitos -nació en 1780 en Buenos Aires- donde se publicaron los primeros periódicos y, por caso, la traducción que Moreno hizo de "El contrato social" de Rousseau. En cuanto a los precios, explica el librero Diran Sirinian -dueño de "Poema 20", especializada en fotografía antigua- siempre están "en directa relación con la rareza del ejemplar y con sus características". Mucho depende de si el libro conserva su encuadernación original, si está dedicado o no por el autor, si se trata de una tirada para bibliófilos -hecha en papeles especiales y con ilustraciones, el caso de "Interlunio" (1937) de Girondo con dibujos de Spilimbergo- o, en fin, si es una primera edición inhallable. En el anticuariado los libros son bienes escasos y el precio, un juego de estrategia. Es difícil decir cuánto vale la primera edición del "Quijote" de Cervantes hecha por Juan de la Cuesta en 1605, hace años que no se ve una. Es difícil cotizar una primera edición del "Facundo" de Sarmiento que conserva anotaciones manuscritas de Juan Manuel de Rosas.
Ser librero anticuario es un oficio angustioso a veces. "Siempre que vendo una pieza única me pregunto si volveré a verla y sé que es prácticamente imposible", dice Elena Padín Olinik, la dueña de "Helena de Buenos Aires", que hace poco vendió un ejemplar único de "España en el corazón" de Pablo Neruda, editada en París en 1936. Los anticuarios se abastecen intercambiando libros con colegas europeos y americanos, pero fundamentalmente compran bibliotecas: la pesadilla es que algún día se acaben. María del Carmen Rúa, la vendedora más experta de "L'Amateur", admite que "aún vivimos de las bibliotecas que se formaron en la Argentina en la primera mitad del siglo XX, la época en que Giselle Shaw, Antonio Larreta, Girondo, Matías Errázuriz y otros importantes coleccionistas se abastecían en Europa y no faltaban encuadernaciones de artistas como Paul Bonet". Sin melancolía, Alberto Casares destaca que "el destino de los libros es pasar de un dueño a otro. Los coleccionistas son personas reservadas, sólo entre pares muestran sus tesoros, pero me consta que aún hay argentinos que compran importantes libros en Europa, así como hay libreros y coleccionistas europeos que visitan Buenos Aires dos veces por año". Inevitablemente uno recuerda aquello que Pedro de Angelis le escribía en 1856 a Manuel Trelles: "el sentimiento que naturalmente tengo de separarme de la parte más preciosa de mi biblioteca queda en gran parte atemperado por la idea de que los nuevos poseedores son personas inteligentes, y que saben apreciarla".
09-12-2007 Fuente: Clarín.com
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