CHILE UN PAISAJE
Roberto Ampuero
El Mercurio Jueves 02 de Julio de 2009
Las palabras y la realidad
Cada vez que vengo a Chile me encuentro que al país lo abruman o estimulan nuevas obsesiones. Sospecho que estamos sufriendo de una suerte de personalidad múltiple. En cuanto desembarco en Pudahuel, compruebo que somos los mismos de siempre, aunque, al mismo tiempo, otros. En mi viaje anterior éramos latinoamericanistas, estábamos blindados ante la crisis económica mundial y nos considerábamos pésimos para el fútbol. Ahora, meses después, nos creemos los mejores futbolistas latinoamericanos, nos comienza a acongojar la recesión y nos vemos aleccionando a Barack Obama en la economía y su relación con el continente.
Hace un par de semanas, en una señal internacional de la televisión chilena, me tocó ver al ministro de Salud afirmar que, en materia de influenza humana, aquí todo se hallaba bajo control y estábamos preparados como nadie en la región para enfrentar la pandemia. Su mensaje tranquilizador fue decisivo para que yo pensara que era un buen momento para iniciar una gira literaria desde Chile. No hago más que lle- gar a esta tierra y compruebo que exhibimos la progresión más rápida de contagios en el mundo, un ele- vado número de víctimas y que los consultorios no dan abasto. En veinte semanas transitamos del no problem al perfect storm .
De algún modo esto se me asemeja a la actitud frente a la crisis económica mundial. Por meses se ha sugerido aquí que como hemos hecho bien las tareas en la etapa de las vacas gordas, la crisis no nos afectará. Mientras el mundo asume la crisis y busca cómo enfrentarla, aquí se anestesia a la gente sugiriéndole que el Estado ya hizo lo que correspondía. Se termina así por adormecer la decisiva iniciativa personal. Delicado, pues básico para superar una crisis es asumirla. Me temo que al final, en materia de empleo, ocurra lo mismo que con la influenza.
Supongo que esta conducta de minimizar ciertos problemas y de "pasarse películas" con algunas posibilidades -estamos en Sudáfrica, somos desarrollados, aconsejamos a Obama- se nutre de algo que nos halaga, pues suple los déficits de nuestra identidad: la supuesta excepcionalidad chilena. Por ello tendemos a creer que los males ocurren en otros países, no en el nuestro. Algo parecido acaeció con la delincuencia: en los años 90 pensábamos que los asaltos a residencias con sus ocupantes dentro, el robo de autos a mano armada, los secuestros y las balaceras entre bandas de narcotraficantes pertenecían a México, Centroamérica o Colombia, y jamás llegarían a Chile. Pues bien, ahora eso es acá pan nuestro de cada día.
Tal vez parte de esto se debe a una concepción mágica del universo, es decir, a la convicción de que las palabras pueden alterar la realidad al menos por un tiempo.
Se advierte esto también ante los integrantes de la selección de fútbol, a quienes entrevistadores ya hacen sentir en Sudáfrica, mientras Marcelo Bielsa, consciente de que tendemos a confundir las palabras con la realidad, nos recuerda que aún no se gana nada.
Creo que no sólo en la selección hacen falta el realismo, la modestia y la perseverancia de Bielsa. Sobre todo, conviene imitar su tozuda voluntad de habitar entre los hechos y no entre las palabras.
Cada vez que vengo a Chile me encuentro que al país lo abruman o estimulan nuevas obsesiones. Sospecho que estamos sufriendo de una suerte de personalidad múltiple. En cuanto desembarco en Pudahuel, compruebo que somos los mismos de siempre, aunque, al mismo tiempo, otros. En mi viaje anterior éramos latinoamericanistas, estábamos blindados ante la crisis económica mundial y nos considerábamos pésimos para el fútbol. Ahora, meses después, nos creemos los mejores futbolistas latinoamericanos, nos comienza a acongojar la recesión y nos vemos aleccionando a Barack Obama en la economía y su relación con el continente.
Hace un par de semanas, en una señal internacional de la televisión chilena, me tocó ver al ministro de Salud afirmar que, en materia de influenza humana, aquí todo se hallaba bajo control y estábamos preparados como nadie en la región para enfrentar la pandemia. Su mensaje tranquilizador fue decisivo para que yo pensara que era un buen momento para iniciar una gira literaria desde Chile. No hago más que lle- gar a esta tierra y compruebo que exhibimos la progresión más rápida de contagios en el mundo, un ele- vado número de víctimas y que los consultorios no dan abasto. En veinte semanas transitamos del no problem al perfect storm .
De algún modo esto se me asemeja a la actitud frente a la crisis económica mundial. Por meses se ha sugerido aquí que como hemos hecho bien las tareas en la etapa de las vacas gordas, la crisis no nos afectará. Mientras el mundo asume la crisis y busca cómo enfrentarla, aquí se anestesia a la gente sugiriéndole que el Estado ya hizo lo que correspondía. Se termina así por adormecer la decisiva iniciativa personal. Delicado, pues básico para superar una crisis es asumirla. Me temo que al final, en materia de empleo, ocurra lo mismo que con la influenza.
Supongo que esta conducta de minimizar ciertos problemas y de "pasarse películas" con algunas posibilidades -estamos en Sudáfrica, somos desarrollados, aconsejamos a Obama- se nutre de algo que nos halaga, pues suple los déficits de nuestra identidad: la supuesta excepcionalidad chilena. Por ello tendemos a creer que los males ocurren en otros países, no en el nuestro. Algo parecido acaeció con la delincuencia: en los años 90 pensábamos que los asaltos a residencias con sus ocupantes dentro, el robo de autos a mano armada, los secuestros y las balaceras entre bandas de narcotraficantes pertenecían a México, Centroamérica o Colombia, y jamás llegarían a Chile. Pues bien, ahora eso es acá pan nuestro de cada día.
Tal vez parte de esto se debe a una concepción mágica del universo, es decir, a la convicción de que las palabras pueden alterar la realidad al menos por un tiempo.
Se advierte esto también ante los integrantes de la selección de fútbol, a quienes entrevistadores ya hacen sentir en Sudáfrica, mientras Marcelo Bielsa, consciente de que tendemos a confundir las palabras con la realidad, nos recuerda que aún no se gana nada.
Creo que no sólo en la selección hacen falta el realismo, la modestia y la perseverancia de Bielsa. Sobre todo, conviene imitar su tozuda voluntad de habitar entre los hechos y no entre las palabras.
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