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Editor: Neville Blanc

Sunday, November 29, 2009

este poncho corto, de colores fuertes UN LIBRO


Hacienda El Huique. 1920.

Archivo Museo Histórico Nacional.

Sergio Pérez Ramírez de un chamanto de Olivia Césped.

Sergio Pérez Ramírez Las dos caras de un chamanto se diferencian por el color.

"Chamantos. Artesanía y tradición del campo chileno"

Autoras: María Luisa Gruzmacher y Verónica Guajardo

Diseño y edición: Midia 116 páginas

Auspician: Entel y Ley de Donaciones Culturales



Investigación Detalles inéditos de la importancia de este apero nacional
Chamanto chileno: El mejor resumen de nuestros orígenes mestizos
Por fin un libro entrega la oportunidad de difundir un extenso material que ha estado guardado en los archivos del Fondart, del Museo de Rancagua, y de la Universidad Católica.
Artes y Letras El Mercurio domingo 29 de noviembre de 2009
Maite Armendáriz Azcárate
Hay quienes pagarían oro por lucir un chamanto de Doñihue, pero la mayoría no tiene idea de su importancia. Verónica Guajardo y María Luisa Gruzmacher sintetizan su valor patrimonial en un nuevo libro, luego que han dedicado años a investigar la historia y trascendencia de este poncho corto, de colores fuertes, de huincha ancha en su borde, decorado con listas de imágenes inspiradas en vegetales.
"Todos los aperos son relevantes", dice la técnica en conservación María Luisa Gruzmacher pero en su opinión, el textil llamado chamanto tiene mayor relevancia por ser único, y distintivo del huaso chileno: "Lo caracteriza y engalana, encierra una historia de relación con la tierra, guarda sus símbolos de pertenencia y tradición". Su compañera de investigaciones, que también trabajó durante años en el Museo Regional de Rancagua, la diseñadora Verónica Guajardo agrega que el chamanto complementa y da el toque final al traje de gala del huaso, "es lo más visible". Recuerda que es el único atuendo con colores vivos -a excepción de la faja roja-, y por esta razón es la que más destaca. "Aúna nuestras raíces precolombinas e hispanas. Es el mejor resumen de nuestros orígenes mestizos".
Ambas profesionales acaban de publicar el libro "Chamantos, artesanía y tradición del campo chileno". La obra profusamente ilustrada, editada por Midia, es como el broche oro de la investigación "Chamantos de Doñihue; restablecer una artesanía para ser proyectada al siglo XXI", estudio financiado por Fondart en 1995. Durante el estudio se recopilaron más de mil fotografías, y un extenso material de referencia bibliográfico.
La nueva publicación aclara que el poncho nace en el mundo andino precolombino, hace ya 20 siglos, y su uso ha sido sostenido hasta nuestros días. En sucesivos contactos culturales, fue adoptado por mapuches, por criollos, por españoles, por turistas de paso, extranjeros avecindados en Chile y por chilenos comunes. "En cada una de estas adaptaciones, fue modificado, y habitado con símbolos propios de la cultura adoptante".
Si el mundo andino lo ocupa largo, el huaso lo acorta para poder usarlo en la faena ganadera. En tanto, los criollos lo decoran y se lo ponen en fiestas y celebraciones.
"Sobremakuñ" lo llaman los mapuches; "el lonko gusta de este poncho, y lo lleva a su mundo en los bosques del sur. Luego, el huaso de la zona central lo vuelve a retomar, tal cual lo ve en el sobremakuñ mapuche, pero lo habita con íconos de la cultura europea imperante en la zona central".
Las chamanteras de Doñihue
El chamanto es una manta de lujo del hombre de campo, de muchas listas y distintos colores. En ellas se tejen figuras llamadas labores: flores, pájaros, iniciales del dueño, entre otros. "Este poncho corto, es único en forma, tejido y uso, en todo Chile, pues el sobremakuñ mapuche ya desapareció", aclara Verónica Guajardo. Recuerda que si el chamanto ha sido tejido en otras localidades, es porque hubo migración de chamanteras de Doñihue.
En efecto, este pueblo rodeado de fértiles suelos, situado a 22 kilómetros de Rancagua, cuyo nombre se traduce en mapuche como "lugar de arvejillas", hoy con más de 16 mil habitantes es cuna y asiento de esta forma de tejido tradicional que encierra la elaboración del chamanto. "Las tejedoras de Doñihue han sabido reconocer y traspasar esta artesanía de madres a hijas", dicen las investigadoras. En la actualidad existe un grupo de 45 tejedoras, algunas maestras y otras aprendices. Son celosas de su conocimiento y reacias a compartir detalles técnicos con afuerinos. Con sólo una mirada detectan cuando su cliente sabe lo que pide y deben llenarse de paciencia con los usuarios novatos. El color es su rasgo más reconocible
"Mucha gente creía que era un bordado de varios siglos de antigüedad, otros decían que era de origen jesuita". El nuevo libro afirma que el chamanto es del siglo XX, y se detiene en las variaciones que esta prenda ha tenido en su historia, principalmente por cambio en la materia prima y por moda, como su misma postura de la boca que varía en el tiempo.
Como el chamanto se ha hecho en hilados industriales, la herencia de los colores pardos propia de la mayoría de las artesanías, no se instaló en ellos. "No hay plantas que permitan teñir colores rojos o azules intensos".
Las autoras aclaran que un chamanto demora tres meses en ser tejido a telar. Sus dibujos son parte de esa trama, no están bordados. "Puede costar desde un millón y medio de pesos, sin embargo la mitad se gasta en materia prima".
Si bien en un comienzo su iconografía copiaba las telas europeas importadas, a medida que la prenda se fue tipificando como un poncho distinto, las chamanteras empezaron a generar su propia iconografía, tomando formas de la naturaleza de su entorno cercano, tales como guías de parra, fucsias, zarzamoras, no me olvides, tejidas en los colores saturados del algodón mercerizado.
"Quien tiene un chamanto, asegura María Luisa Gruzmacher, lo cuida y lo usa cuando se engalana, incluso se sabe de huasos bien plantados que se lo ponen encima de su ataúd cuando mueren".

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