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Chile, fértil provincia, y señalada / en la región antártica famosa, / de remotas naciones respetada / por fuerte, principal y poderosa, / la gente que produce es tan granada, / tan soberbia, gallarda y belicosa, / que no ha sido por rey jamás regida, / ni a extranjero dominio sometida. La Araucana. Alonso de Ercilla y Zúñiga

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Editor: Neville Blanc

Thursday, March 25, 2010

NUESTROS SOCIOS OPINAN: DAVID GALLAGHER


David Gallagher
El Mercurio Viernes 12 de Marzo de 2010
Un país con temple


Voy rumbo a Toronto, para hablar allá de la minería chilena, esa minería que, incrustada en los duros suelos de la cordillera, resistió tan bien al terremoto. Voy triste de dejar el país, aunque sea por unos días. Triste y culposo, como si me estuviera arrancando de las réplicas, al irme de este país de Sísifos que somos, de Sísifos corriendo detrás de las rocas que se nos caen, para levantarlas una y otra vez.

Es el sábado 6 y en el avión van muchos reporteros extranjeros. Subestiman las réplicas, porque suponen que ya no hay más noticias. Son expertos en catástrofes y no saben cuál es la próxima que les va a tocar. Estuvieron en Katrina, en Haití, en Constitución. Hablan bien de Chile, si bien dicen que nos encontraron mucho más pobres de lo que creían. A los saqueos no les atribuyen tanta importancia. “Como en Katrina”, me dice mi vecino, de NBC. Tratan de detenerse en actos de heroísmo que vieron, y en personas que se salvaron por milagro. “Si no creyéramos en la Providencia”, me explica el vecino, “no podríamos cubrir tantas tragedias”. Sí les asombró que no tuviéramos un aeropuerto seguro, y en general la inoperancia del Gobierno. La ven simbolizada en el famoso fax. Les impresiona mucho el cuento del fax, y que no hubieran renunciado de inmediato el Comandante en Jefe de la Armada y la directora de la Onemi.

En el avión recuerdo con dolor intenso las pérdidas de vidas. Pienso también en el patrimonio derrumbado: el fin de una era. Cristóbal, nuestro sobrino, nos llevó a recorrer la casa patronal destruida en Chépica. Él logró salir a tiempo. Su cama estaba cubierta de escombros. Minutos después del terremoto, apareció Guillermo, el cuidador, y empezó a barrer. Los 60 años que llevaba despejando los desórdenes de la familia en esa casa le impedían ver que esta vez barrer era inútil, porque el desorden era definitivo. Pienso también en las escenas de saqueo, cuando parecía tan frágil nuestro Estado de Derecho, tan propenso a desembocar en un estado de naturaleza, de guerra de todos contra todos. Pero me consuelan las palabras de mi vecino en el avión, y razono que, en realidad, no se puede esperar otra cosa, si en semejante catástrofe los gobernantes atrasan las medidas, mientras estudian si les conviene tomarlas.

Pero lo que más impresiona del terremoto es lo bueno. En especial, el insólito temple de los chilenos. Es un temple que está en nuestra herencia genética, porque todos los que han emigrado hacia acá sabían a lo que venían. O si no lo sabían, lo supieron pronto, y se quedaron. Se produjo entonces una suerte de selección natural de ciudadanos con temple. En realidad, es increíble que, a través de incontables generaciones, tanta gente viva feliz en un país tan explosivo. A un país así, uno lo quiere en forma muy especial. Con el amor desesperado que uno le tiene a lo efímero, a lo que mañana puede no estar. Con ese amor porfiado que nos conduce una y otra vez a levantar lo derrumbado.

Este país con temple, que ayer, entre réplicas feroces, acogió a un nuevo Presidente, se merece cosas mejores que el episodio del fax. Los terremotos, como las inundaciones de invierno, pero mucho más, desnudan la realidad en Chile. Muestran que no es tan brillosa como la hacen aparecer los gobernantes. Nos recuerdan las tareas que, por desidia o temor, se han evitado. Por eso nos hacen indignarnos contra quienes confunden gobernar con aparentar. Por eso la gente quiere que ahora haya un gobierno más verdadero. Uno en que en el “segundo piso” estén dedicados, no a fabricar las frases que creen van a complacer a la gente, sino a componer frases aptas para explicar lo que de verdad hay que hacer.

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