NUESTROS CONSOCIOS OPINAN: DAVID GALLAGHER
David Gallagher
El Mercurio Viernes 18 de Junio de 2010
Variedades de fe
El revuelo provocado por el Padre Berríos antes de partir para Burundi, demuestra que hay distintas formas de concebir y vivir el catolicismo. Por la gigantesca influencia que tiene la Iglesia en Chile, cabe analizarlas, con todo el profundo respeto que se le debe a creencias y enfoques en que la gente se juega la vida.
Para algunos, el mensaje de Cristo estaría en lo que Berríos llama la “buena noticia” del Evangelio. Cristo ha venido al mundo para redimirnos, para perdonar y para que aprendamos a amar. A amar a Dios y a nuestro prójimo, y de la única forma en que se puede amar: no urgidos, no obligados, sino desde la libertad, en pleno ejercicio del libre albedrío. También para que aprendamos a usar nuestra consciencia, nuestra capacidad de discernimiento, sin apresurarnos a juzgar a los demás, antes de haber primero cumplido con nuestro deber de juzgarnos a nosotros mismos. De allí que el que esté sin pecado tire la primera piedra.
Para estos católicos, no sólo la consciencia vale: como dice tajantemente Berríos, “en los dogmas tenemos que estar todos de acuerdo”. Pero como dice él también, “la Iglesia no es una dictadura”. No está para avasallarnos. No sólo eso: la adhesión a sus dogmas no es suficiente, y no nos exime de la obligación de aplicar nuestra consciencia a todos nuestros actos.
Para otros católicos, al otro extremo —aunque quepa señalar que la mayoría puede estar a mitad de camino—, lo más importante es aferrarse al magisterio. Seguir con rigurosidad las reglas, ir a misa, recibir los sacramentos, rezar, obedecer. Entre éstos, hay quienes parecen tener una particular preocupación por los preceptos de la Iglesia en materia sexual y reproductiva.
No creo que nadie tenga el derecho de juzgar a un tipo de católico u otro. No lo quiero hacer yo. Pero tengo mis preferencias.
Debo decir que no me gustó todo lo que dijo Berríos. El ataque al obispo González me pareció contrario a su propia forma de ser cristiano. Pero me gustó mucho lo de la buena noticia que trae el Evangelio y eso de que la Iglesia no es una dictadura. Será que uno de mis abuelos era protestante, y que heredé algunos de sus genes de hereje.
Me parece que una Iglesia, o un movimiento de la Iglesia, de fieles que se ciñen ciegamente a las reglas, y simplemente acatan, no está exenta de riesgos, para ella misma y, si es muy influyente, para la sociedad entera. Hay el riesgo de que algunos crean que por ceñirse a reglas, no tienen que aplicar su consciencia moral a sus actos. Es así que hay personas, tenidas por religiosísimas, que a menudo mienten o engañan. Este mundo de adhesión ciega a las reglas, sin discernimiento, este mundo en que el resquicio puede llegar a prevalecer sobre la moral, se parece, creo yo, al de los fariseos que Cristo critica tanto, y no es casual la antipática superioridad que sus adherentes a veces parecen creer tener sobre los demás, a pesar de que el mensaje de Cristo apunta tanto a la humildad, y al hecho de que si bien no todos somos iguales en este mundo, sí lo somos ante Dios.
Por otro lado, donde sólo se acata, emerge un mundo totalitario, donde es fácil que cobre indebida ascendencia un caudillo carismático. Lo hemos visto recientemente, más de una vez, y no hace falta recordar los casos. Lo que no se ha estudiado tanto es el efecto devastador que se produce cuando el caudillo falla, cuando resulta que era un hipócrita: el efecto fulminante, sobre todo en los jóvenes, que en su inocencia albergan un sano amor por la honestidad y la verdad. Si a esos jóvenes se les hubiera permitido no sólo acatar, sino también pensar y discernir, las consecuencias de la desilusión serían menos terribles.
El Mercurio Viernes 18 de Junio de 2010
Variedades de fe
El revuelo provocado por el Padre Berríos antes de partir para Burundi, demuestra que hay distintas formas de concebir y vivir el catolicismo. Por la gigantesca influencia que tiene la Iglesia en Chile, cabe analizarlas, con todo el profundo respeto que se le debe a creencias y enfoques en que la gente se juega la vida.
Para algunos, el mensaje de Cristo estaría en lo que Berríos llama la “buena noticia” del Evangelio. Cristo ha venido al mundo para redimirnos, para perdonar y para que aprendamos a amar. A amar a Dios y a nuestro prójimo, y de la única forma en que se puede amar: no urgidos, no obligados, sino desde la libertad, en pleno ejercicio del libre albedrío. También para que aprendamos a usar nuestra consciencia, nuestra capacidad de discernimiento, sin apresurarnos a juzgar a los demás, antes de haber primero cumplido con nuestro deber de juzgarnos a nosotros mismos. De allí que el que esté sin pecado tire la primera piedra.
Para estos católicos, no sólo la consciencia vale: como dice tajantemente Berríos, “en los dogmas tenemos que estar todos de acuerdo”. Pero como dice él también, “la Iglesia no es una dictadura”. No está para avasallarnos. No sólo eso: la adhesión a sus dogmas no es suficiente, y no nos exime de la obligación de aplicar nuestra consciencia a todos nuestros actos.
Para otros católicos, al otro extremo —aunque quepa señalar que la mayoría puede estar a mitad de camino—, lo más importante es aferrarse al magisterio. Seguir con rigurosidad las reglas, ir a misa, recibir los sacramentos, rezar, obedecer. Entre éstos, hay quienes parecen tener una particular preocupación por los preceptos de la Iglesia en materia sexual y reproductiva.
No creo que nadie tenga el derecho de juzgar a un tipo de católico u otro. No lo quiero hacer yo. Pero tengo mis preferencias.
Debo decir que no me gustó todo lo que dijo Berríos. El ataque al obispo González me pareció contrario a su propia forma de ser cristiano. Pero me gustó mucho lo de la buena noticia que trae el Evangelio y eso de que la Iglesia no es una dictadura. Será que uno de mis abuelos era protestante, y que heredé algunos de sus genes de hereje.
Me parece que una Iglesia, o un movimiento de la Iglesia, de fieles que se ciñen ciegamente a las reglas, y simplemente acatan, no está exenta de riesgos, para ella misma y, si es muy influyente, para la sociedad entera. Hay el riesgo de que algunos crean que por ceñirse a reglas, no tienen que aplicar su consciencia moral a sus actos. Es así que hay personas, tenidas por religiosísimas, que a menudo mienten o engañan. Este mundo de adhesión ciega a las reglas, sin discernimiento, este mundo en que el resquicio puede llegar a prevalecer sobre la moral, se parece, creo yo, al de los fariseos que Cristo critica tanto, y no es casual la antipática superioridad que sus adherentes a veces parecen creer tener sobre los demás, a pesar de que el mensaje de Cristo apunta tanto a la humildad, y al hecho de que si bien no todos somos iguales en este mundo, sí lo somos ante Dios.
Por otro lado, donde sólo se acata, emerge un mundo totalitario, donde es fácil que cobre indebida ascendencia un caudillo carismático. Lo hemos visto recientemente, más de una vez, y no hace falta recordar los casos. Lo que no se ha estudiado tanto es el efecto devastador que se produce cuando el caudillo falla, cuando resulta que era un hipócrita: el efecto fulminante, sobre todo en los jóvenes, que en su inocencia albergan un sano amor por la honestidad y la verdad. Si a esos jóvenes se les hubiera permitido no sólo acatar, sino también pensar y discernir, las consecuencias de la desilusión serían menos terribles.
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