LA BIBLIOFILIA
Opinión: Bibliófilos, fetichistas y lectores
Los fetichistas tienen una pulsión libidinal por ciertas ediciones, firmadas o agotadas, que raya en la enfermedad. Pagan lo que sea por adquirir las obras que codician. Y no faltan los que roban.
por Matías Rivas
Los fetichistas tienen una pulsión libidinal por ciertas ediciones, firmadas o agotadas, que raya en la enfermedad. Pagan lo que sea por adquirir las obras que codician. Y no faltan los que roban.
por Matías Rivas
La Tercera.cl - 02/07/2010 - 13:42
Cada vez que me cambio de casa aparece un problema: qué hacer con la biblioteca, quién se encargará de trasladarla y cómo ordenar las pesadas cajas sin perder la paciencia. Aunque no tengo una biblioteca muy extensa, con los años he acumulado una cantidad de volúmenes que me llevan a pensar que andar acarreando libros es una grosería para con los demás. Me han dado ganas de dejar todo botado. Sobre todo, porque una biblioteca involucra ocupar espacio y porque los libros traen polvo y son pesados. Y si bien otorgan tranquilidad en la medida en que están dispuestos para recurrir a ellos, también provocan neurosis, en particular cuando se nos pierden títulos que juramos atesorar.
Para ciertas personas, tener una biblioteca es signo de estatus, una forma de representar la cultura dentro de sus hogares. Incluso se sabe de personas que compran libros en los remates con fines decorativos, para llenar las paredes de sus escritorios con empastados que jamás abrirán.
En todo caso, difiero de los bibliófilos que dicen que para un aficionado a la literatura mudarse de casa es equivalente a un incendio, por el pavor que genera el extravío de libros. Es una exageración, pero comprendo el fenómeno que sucede cuando ven los libros fuera de sus estantes: uno se siente vulnerable, ansioso, y tienen la impresión de que la cabeza no estará en paz hasta que los volúmenes vuelvan a una alineación determinada. En cierta medida, quienes trabajamos con libros creamos una atmósfera relacionada con ellos. A algunos les estimula trabajar con las referencias a mano; y otros, en cambio, buscan la ausencia de distracciones y se esconden solos, en la máxima austeridad.
Los fetichistas de los libros pertenecen a otra especie. No son necesariamente lectores ni bibliófilos. Son sujetos que tienen una pulsión libidinal por ciertas ediciones, firmadas o agotadas, que raya en la enfermedad. Pagan lo que sea por adquirir las obras que codician. Y no faltan los que roban para satisfacerse. Más que el contenido del libro, los fetichistas lo que aprecian es el objeto. En el tratado Bibliotecas llenas de fantasmas (Anagrama), el francés Jacques Bonnet se acerca a estos asuntos con el respeto de un bibliómano. Con demasiada contemplación hacia la cultura se solaza de los 20.000 volúmenes que, según él, son básicos para cualquier lector que se precie de tal.
Hace distinciones de diversa especie frente a los tipos de personalidades vinculadas a las bibliotecas. Tiene aciertos, como cuando describe a los ávidos lectores: "En cada libro que se abre por primera vez hay algo de caja fuerte forzada. Sí, es exactamente eso, el lector frenético es como un ladrón que se ha pasado horas cavando un túnel para acceder a la sala de las cajas fuertes de un banco. Y cada caja fuerte, abierta por fin, pierde su anonimato y se vuelve única".
Visto desde otro lado, hay una banalidad en juntar papel. Yo he optado por realizar limpiezas periódicas en las que regalo lo que no me interesa. He decidido acotar el tamaño de mi biblioteca a los libros sobre los que pienso volver. El resto, los leo y espero que desaparezcan. Soy de aquellos que están lejos de creer que con la llegada de los libros electrónicos las bibliotecas se acabarán o se reducirán a un aparato. Seguirán existiendo y serán más exclusivas. Los libros serán apreciados y en pocos años sus precios subirán por el culto que les rendirán las minorías.
Cada vez que me cambio de casa aparece un problema: qué hacer con la biblioteca, quién se encargará de trasladarla y cómo ordenar las pesadas cajas sin perder la paciencia. Aunque no tengo una biblioteca muy extensa, con los años he acumulado una cantidad de volúmenes que me llevan a pensar que andar acarreando libros es una grosería para con los demás. Me han dado ganas de dejar todo botado. Sobre todo, porque una biblioteca involucra ocupar espacio y porque los libros traen polvo y son pesados. Y si bien otorgan tranquilidad en la medida en que están dispuestos para recurrir a ellos, también provocan neurosis, en particular cuando se nos pierden títulos que juramos atesorar.
Para ciertas personas, tener una biblioteca es signo de estatus, una forma de representar la cultura dentro de sus hogares. Incluso se sabe de personas que compran libros en los remates con fines decorativos, para llenar las paredes de sus escritorios con empastados que jamás abrirán.
En todo caso, difiero de los bibliófilos que dicen que para un aficionado a la literatura mudarse de casa es equivalente a un incendio, por el pavor que genera el extravío de libros. Es una exageración, pero comprendo el fenómeno que sucede cuando ven los libros fuera de sus estantes: uno se siente vulnerable, ansioso, y tienen la impresión de que la cabeza no estará en paz hasta que los volúmenes vuelvan a una alineación determinada. En cierta medida, quienes trabajamos con libros creamos una atmósfera relacionada con ellos. A algunos les estimula trabajar con las referencias a mano; y otros, en cambio, buscan la ausencia de distracciones y se esconden solos, en la máxima austeridad.
Los fetichistas de los libros pertenecen a otra especie. No son necesariamente lectores ni bibliófilos. Son sujetos que tienen una pulsión libidinal por ciertas ediciones, firmadas o agotadas, que raya en la enfermedad. Pagan lo que sea por adquirir las obras que codician. Y no faltan los que roban para satisfacerse. Más que el contenido del libro, los fetichistas lo que aprecian es el objeto. En el tratado Bibliotecas llenas de fantasmas (Anagrama), el francés Jacques Bonnet se acerca a estos asuntos con el respeto de un bibliómano. Con demasiada contemplación hacia la cultura se solaza de los 20.000 volúmenes que, según él, son básicos para cualquier lector que se precie de tal.
Hace distinciones de diversa especie frente a los tipos de personalidades vinculadas a las bibliotecas. Tiene aciertos, como cuando describe a los ávidos lectores: "En cada libro que se abre por primera vez hay algo de caja fuerte forzada. Sí, es exactamente eso, el lector frenético es como un ladrón que se ha pasado horas cavando un túnel para acceder a la sala de las cajas fuertes de un banco. Y cada caja fuerte, abierta por fin, pierde su anonimato y se vuelve única".
Visto desde otro lado, hay una banalidad en juntar papel. Yo he optado por realizar limpiezas periódicas en las que regalo lo que no me interesa. He decidido acotar el tamaño de mi biblioteca a los libros sobre los que pienso volver. El resto, los leo y espero que desaparezcan. Soy de aquellos que están lejos de creer que con la llegada de los libros electrónicos las bibliotecas se acabarán o se reducirán a un aparato. Seguirán existiendo y serán más exclusivas. Los libros serán apreciados y en pocos años sus precios subirán por el culto que les rendirán las minorías.
<< Home