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Editor: Neville Blanc

Tuesday, December 20, 2011

La enorme librería de Héctor Muñoz Tortosa

LA TERCERA EDICION IMPRESA martes 20 de diciembre de 2011
El laberinto de los libros
A la librería "Muñoz Tortosa, libros de ocasión" se llega por dato o curiosidad, porque no tiene letrero. Sin embargo, el enorme salón que recuerda a las cotizadas bibliotecas subterráneas neoyorquinas reúne a los amantes de las lecturas más rebuscadas del barrio San Diego.

La enorme librería de Héctor Muñoz Tortosa ha resistido dos de los terremotos más grandes del último tiempo, pero el descalabro que dejó el de febrero de 2010 aún mantiene una sección de su tienda en mantención. Volver a organizar los 50 mil volúmenes de sus estanterías es un trabajo tan titánico como borgiano, porque a medida que vende sus libros, le llegan embarques completos para clasificar. "A este ritmo espero tenerlo listo para el tricentenario", ríe Héctor, de 80 años, mientras recorre la media cuadra que ocupa su colección babeliana.

El dueño de "Muñoz Tortosa, libros de ocasión", llegó a este lugar de la calle San Diego en 1980, luego de haber funcionado por casi 30 años en una librería que instaló en su casa, en el barrio Carmen. Después decidió a comprar el actual espacio a los dueños de las bodegas de Espasa Calpe, donde se quedó definitivamente. Hoy cuenta con un pequeño grupo de ayudantes y con su hija, Patricia, para que lo secunden en organizar la colección. "A ella, además, se le ocurren cosas distintas. Como por ejemplo, regalar bolsas de género en vez de las bolsas tradicionales", dice con orgullo.

Por estar dentro de una bodega, el local podría ser oscuro. Pero al centro existe un enorme tragaluz, que permite ver cómo se agolpan filas interminables de libros, revistas, manuales, antigüedades y discos de vinilo que componen este laberinto de textos equivalente al Pageant Print and Book Stores, del East Village de Manhattan. Ese donde Michael Cane trataba de seducir a la protagonista de Hannah y sus Hermanas, de Woody Allen.

Lo que hace que el stock de Muñoz sea "de ocasión" son los textos antiguos, como las primeras ediciones de textos clásicos, relatos de viajes, biografías desconocidas, poesía rusa o murallas completas de ciencia ficción. "Creo que he tenido libros de todos los idiomas. No tengo cómo asegurarlo, pero la experiencia me ha mostrado páginas y temáticas en inglés, francés, italiano, árabe, ruso y otros alfabetos que no sabría identificar. Siempre hay clientes interesados en esos idiomas, sobre todo académicos e investigadores. También vienen ladrones a robarme", celebra mientras sube el volumen a unas grabaciones de clavicordio de Carl Emmanuel Bach que inundan todo el espacio.

Héctor cultiva su oficio desde que iba a la escuela. De pequeño vendía libros de cowboys a profesores y compañeros, cuando estas lecturas eran tan populares como lo son hoy las láminas de Pokémon. "El día de pago los maestros hacían una fila para comprarme libros. En esa época eran igual de caros que hoy y yo me conseguía unos para leer yo primero y después los revendía para comprar otros", recuerda.

Y aunque ejerció 22 años como profesor de matemáticas, el librero cuenta que no podría hacer una ecuación para calcular cuántos títulos tiene en su tienda. "A los que tengo habría que sumar los otros miles que acumulo en una bodega en Blanco Encalada", dice. Lo que sí puede hacer es guiar a los clientes con gustos particulares, que van desde profesores universitarios de ciencias duras, hasta alumnos tesistas, dramaturgos y lectores en general que se encuentran de improviso con este paraíso del libro.

De lunes a sábado llega todo tipo de clientes. Arriban temprano a revolver los textos repartidos en pasillos y las cajas de vinilos donde comparten catastro LP de rock progresivo, tangos, la discografía completa de Barbra Streisand y música del mundo. Varias de estas carátulas vienen autografiadas y valen menos de lo que cuesta un CD en oferta. El local incluso cuenta con un inventario de óperas clásicas en ese incomprendido formato que fue el disco láser. También mantiene cuadros, jarrones, monedas, botellas, sombreros y muebles antiguos en este amplio giro de anticuario que, asegura, es parte de una "simbiosis" de librero.

Muñoz se abastece a través de avisos en diarios e internet. Personas que desean deshacerse de colecciones de libros lo contactan para obtener un buen precio por bibliotecas enteras. Hay tres motivos por los cuales la gente vende sus libros, enumera. "La primera es cuando fallece el dueño de la colección. Pocas veces se encuentra alguien interesado en perpetuarla y a la gente los libros le estorban. El segundo motivo es cuando alguien se cambia de casa o se va de viaje, pero el tercero es el que menos me gusta. Es cuando alguien vende sus libros porque tiene hambre. He visto llorar a personas que venden sus libros por enfermedad o deudas", revela. El conflicto que le causa ofrecer un precio que se acerque al valor sentimental de alguien que atesora un libro lo llevó a consultar a un sacerdote, pese a que no es católico. "El cura me aconsejó que cuando comprara tomos, ofreciera siempre el mejor precio de mercado, pero cuando estuviera ante alguien que se deshacía con dolor de su biblioteca, fuera generoso". Explica que por esa misma razón (la posibilidad de tener que deshacerse de sus libros) es que nunca quiso tener una biblioteca particular: "Los libros no son para acapararlos, sino para que todo el mundo los lea", dice.

Anécdotas ha tenido varias. Recuerda una en particular. "Después del golpe militar pasó por mis manos un libro que me encargó vender un médico que se iba al exilio: un manual de medicina ilustrado con grabados del siglo XV. Un coleccionista argentino se lo llevó por tres mil dólares de entonces".

Héctor cree que quejarse por el precio de los textos siempre va a ser una excusa para no leer más. "Todos tienen derecho a pataleo por los precios actuales, pero también es cierto que una gran cantidad de personas no leerían aunque el libro esté botado de barato". El grafica la situación con uno de sus más fieles clientes: un recolector de cartones que pasa religiosamente cada dos semanas, estaciona afuera su triciclo para revolver durante media hora el cajón de los libros de oferta, donde hay clásicos de Melville, Dostoievski, obras completas de Stendhal, diferentes versiones de Charles Dickens y otras novelas chilenas. "Siempre se lleva algo. Qué mejor prueba".

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