Sergio Villalobos, Premio Nacional de Historia escribe sus MEMORIAS
No es común en nuestro medio leer memorias de historiadores. Ellos son, en su mayoría, profesionales muy apegados a su trabajo científico y académico, poco familiarizados con los géneros literarios. Sergio Villalobos, Premio Nacional de Historia, autor que ha logrado a través de algunas de sus publicaciones y, especialmente, de sus actuaciones públicas, trascender el círculo cerrado de los lectores especializados, intenta aquí romper esa inercia del gremio y se atreve a dejar de lado por un momento el prurito de la objetividad factual que le exige su trabajo para internarse con mayor o menor éxito en el mundo de la experiencia subjetiva relatando su propia vida.
No siempre las memorias deben atenerse a un orden cronológico exhaustivo de una vida, pues el género permite saltos, olvidos, o una selección de episodios vitales que se consideran esenciales y a los cuales se les dedica una mayor profundización. Una memoria puede diferir en ello de una autobiografía, que supone una reseña ordenada de hechos biográficos que no deje ningún vacío temporal, otorgándoles la misma importancia a los recuerdos de infancia, la adultez o los años postreros. En ese sentido, Villalobos se atiene más bien a este último estilo, que suele ser menos subjetivo y más apegado a dejar constancia clara de los hechos públicos que ordenaron, en este caso particular, una carrera profesional exitosa.
Lo anterior no desmiente en nada la actitud franca, distendida y jovial con que el autor se propone reseñar su vida entera, lo que hace de su lectura una experiencia amena. Su niñez, y especialmente, el relato del origen modesto de su familia y su sostenido progreso hasta alcanzar con la generación de su padre y la de él una sólida posición social, le otorga al libro un cierto fondo que reivindica el espíritu de esfuerzo, orgullo y autopromoción de un sector de la sociedad chilena durante el siglo XX, impulsor de parte sustancial de nuestro progreso.
En la extensa reseña de los logros alcanzados en su carrera académica y como funcionario público, hay un acento muy ilustrativo en recordar y detallar la personalidad de algunas figuras relevantes de la cultura nacional y que marcaron su formación como historiador, destacándose en este caso el interesante perfil de su mentor, Guillermo Feliú Cruz, y el de sus discípulos que, junto con el autor, formaron una brillante generación de historiadores que renovaron el oficio en Chile. Se deja entrever, por último, y el lector resiente de ello, una tendencia bien marcada a dejar constancia detallada de las rencillas en las relaciones personales -por lo demás, habituales en cualquier trayectoria profesional extensa como la de Villalobos- que desmerecen un tanto la jovialidad general, aunque no la franqueza, con que están escritas estas memorias.
Hay un acento muy ilustrativo en recordar y detallar la personalidad de algunas figuras relevantes de la cultura nacional y que marcaron su formación como historiador.
No siempre las memorias deben atenerse a un orden cronológico exhaustivo de una vida, pues el género permite saltos, olvidos, o una selección de episodios vitales que se consideran esenciales y a los cuales se les dedica una mayor profundización. Una memoria puede diferir en ello de una autobiografía, que supone una reseña ordenada de hechos biográficos que no deje ningún vacío temporal, otorgándoles la misma importancia a los recuerdos de infancia, la adultez o los años postreros. En ese sentido, Villalobos se atiene más bien a este último estilo, que suele ser menos subjetivo y más apegado a dejar constancia clara de los hechos públicos que ordenaron, en este caso particular, una carrera profesional exitosa.
Lo anterior no desmiente en nada la actitud franca, distendida y jovial con que el autor se propone reseñar su vida entera, lo que hace de su lectura una experiencia amena. Su niñez, y especialmente, el relato del origen modesto de su familia y su sostenido progreso hasta alcanzar con la generación de su padre y la de él una sólida posición social, le otorga al libro un cierto fondo que reivindica el espíritu de esfuerzo, orgullo y autopromoción de un sector de la sociedad chilena durante el siglo XX, impulsor de parte sustancial de nuestro progreso.
En la extensa reseña de los logros alcanzados en su carrera académica y como funcionario público, hay un acento muy ilustrativo en recordar y detallar la personalidad de algunas figuras relevantes de la cultura nacional y que marcaron su formación como historiador, destacándose en este caso el interesante perfil de su mentor, Guillermo Feliú Cruz, y el de sus discípulos que, junto con el autor, formaron una brillante generación de historiadores que renovaron el oficio en Chile. Se deja entrever, por último, y el lector resiente de ello, una tendencia bien marcada a dejar constancia detallada de las rencillas en las relaciones personales -por lo demás, habituales en cualquier trayectoria profesional extensa como la de Villalobos- que desmerecen un tanto la jovialidad general, aunque no la franqueza, con que están escritas estas memorias.
Hay un acento muy ilustrativo en recordar y detallar la personalidad de algunas figuras relevantes de la cultura nacional y que marcaron su formación como historiador.
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