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Edwards, Jorge
La Segunda Viernes 27 de Julio de 2012
Llamado a la concordia
La Segunda Viernes 27 de Julio de 2012
Llamado a la concordia
Entre el
Llamado a la concordia
de estos días y la declaración
pacifista de vísperas del centenario de la Guerra del Pacífico, de hace nada
menos que treinta y tres años, hay diferencias abismantes. Hemos conversado
sobre el asunto con Mario Vargas Llosa y nos hemos quedado pensativos. La
historia puede cambiar, y lo más notable de todo es que puede cambiar para
mejor. En 1979 nuestros países estaban bajo dictaduras. Los aires belicistas,
ultranacionalistas, en algunas declaraciones oficiales del régimen militar
peruano, eran francamente alarmantes. Y eran años en que las guerras locales,
así como las guerras y guerrillas internas, estaban a la orden del día: años
negros, peligrosos, en los que la conciencia internacional, dentro del ambiente
letal de la Guerra Fría, se encontraba todavía medio adormecida, anestesiada por
la división de los bloques mundiales.
Ahora hemos
redactado un texto breve y optimista, con sentido de futuro, entre firmantes de
países democráticos, gente heterogénea, diversa, pero unida por consensos
esenciales, por una adhesión general a una filosofía política de fondo
humanista, con todos los matices que ustedes quieran. Es decir, el Llamado es un texto propuesto por un grupo de personas que aman la
paz y la libertad, más allá de diferencias partidarias legítimas, y que han
tenido, esta vez, el privilegio de expresarse en condiciones de respeto a las
libertades y a los derechos humanos. Se dice en pocas líneas, pero no es poca
cosa. El texto de ahora, abierto a todos, donde todas las firmas son
indispensables, pero no excluyentes, sólo podía publicarse en democracias
recuperadas y en proceso de desarrollo. Si se piensa bien, nunca las relaciones
entre Perú y Chile, desde que los redactores y firmantes del Llamado tenemos conciencia, habían sido mejores: nunca hubo
más encuentros, mayores intereses comerciales e inversiones recíprocas, más
intercambios universitarios, culturales, de todo orden.
Lo
anterior podría ser la expresión de una verdad que no debemos olvidar y que
quizá es propia del siglo XXI: las sociedades democráticas, modernas, libres, en
procesos vigorosos de desarrollo, respetuosas de los derechos fundamentales,
abren la posibilidad de alcanzar relaciones normales, de interés mutuo, entre
diferentes países. Es otra confirmación que parece simple, pero que tiene una
seria y difícil complejidad. ¿Podríamos decir que entender estas cosas,
captarlas en profundidad, es propio de una diplomacia moderna? Quizá sí, o quizá
la diplomacia es una profesión del pasado, y que se ejerce mejor fuera de sus
cauces habituales.
Las
declaraciones favorables, amistosas, de los ministros de Defensa del Perú y de
Chile han sido inéditas, propias de un período enteramente nuevo, inesperadas y
bienvenidas. Alguien, desde una radio de Lima, me pregunta por el peso de la
historia. ¿No pienso yo que el peso de la historia, inevitablemente, no nos va a
permitir doblar la página? Pues bien, el razonamiento, la cuestión previa, se
puede invertir. El peso de la historia, con su carga pétrea, reductora, nos
obliga, precisamente, a doblar la página de una vez por todas. ¿Qué habría
sucedido, por ejemplo, en Francia y Alemania, después de la Segunda Guerra
Mundial, si hubieran seguido paralizados por un determinismo histórico?
Nosotros, ahora, como países ya maduros, y guardadas todas las proporciones,
debemos dar un paso imaginativo y parecido. En resumidas cuentas, pasar del
siglo XIX, con sus visiones nacionalistas, locales, anquilosadas, al siglo XXI.
Nos conviene a todos, a tirios y troyanos, y es una necesidad de todos. ¿Vamos a
seguir rumiando dramas antiguos, o vamos a abrir las ventanas y permitir que
entre aire fresco?
Ya conté
en Madrid que uno de los firmantes chilenos, al contestar con su adhesión y con
una carta personal, me dio una razón contundente: me contó que viajaba con
frecuencia al Perú y que “lo amaba”. Nadie puede creer hoy, en nuestro tiempo,
que amar al Perú implique una traición a la patria chilena. El sentimiento
nacional tiene que suponer un sentimiento universal, un humanismo amplio. De lo
contrario, se convertirá en un sentimiento equivocado, en una
xenofobia.
Las adhesiones
al Llamado a la
concordia en la red (llamado a la concordia.com) han sido un fenómeno
revelador. Tres horas después de la rueda de prensa del miércoles 25 de julio
había trescientos ochenta y tantas inscripciones. Soy un perfecto ignorante en
nuevas tecnologías, pero me mostraron las firmas en una pantalla. Ese mismo
miércoles, a las diez y media de la noche, ya se habían reunido más de dos mil
adhesiones. En otras palabras, el deseo de reconciliación, de paz verdadera,
tenía mayores raíces de las que uno se podía imaginar. Antes hablaban los
gobernantes, los periodistas profesionales, los políticos. Ahora hablan a través
de la red los que antes no tenían voz, y llegan mucho más lejos. Me siento
reconfortado, y me reconcilio, de paso, con estas nuevas y misteriosas
tecnologías.
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