SOCIEDAD DE BIBLIÓFILOS CHILENOS, fundada en 1945

Chile, fértil provincia, y señalada / en la región antártica famosa, / de remotas naciones respetada / por fuerte, principal y poderosa, / la gente que produce es tan granada, / tan soberbia, gallarda y belicosa, / que no ha sido por rey jamás regida, / ni a extranjero dominio sometida. La Araucana. Alonso de Ercilla y Zúñiga

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Editor: Neville Blanc

Saturday, January 12, 2013

DE NUESTROS SOCIOS: ROBERTO AMPUERO

Roberto Ampuero
El Mercurio Jueves 10 de Enero de 2013
Enfermedades que son musas


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En el notable poema “Tarde en el hospital”, de Carlos Pezoa Véliz, terminé pensando esta semana en un hospital de Ciudad de México: “Y pues solo en amplia pieza / yazgo en cama, yazgo enfermo / para espantar la tristeza / duermo”. Algunos sostienen que el poeta, que murió en 1908, a los 29 años, pobre y solo, sin haber publicado un libro, escribió el poema en un cuartucho en Santiago. Otros opinan, en cambio, que lo hizo en el desaparecido Hospital Alemán de Valparaíso, en el Cerro Alegre. Para el caso da lo mismo. Lo cierto es que, de pronto, pese a la distancia y el tiempo, me sentí muy cerca de Pezoa Véliz y de ese poema suyo creado, me gustaría creer, en mi ciudad natal.

Hospitalizado, aislado, recuperándome penosamente de uno de esos riesgosos contagios virales que cada vez son más frecuentes en líneas aéreas y —por lo que leo— en cruceros de placer, pensé en ese poema mientras contemplaba por la ventana los edificios de la capital mexicana y observaba la interminable y apretada secuencia de aviones que aterrizan en el aeropuerto internacional Benito Juárez. Pensé también en que es la enfermedad extrema la que en rigor nos hace valorar profundamente lo que es estar sano, en que ella nos recuerda que somos transitorios y frágiles, y en que hay que aprender a disfrutar las cosas sencillas de la vida lo más joven. Pienso en Pezoa Véliz y en que con el desarrollo actual de la salud hoy habría superado con creces los 30 años, y que yo, en su época, con influenza, ya estaría muerto.

Pienso también, mientras escribo esto, en artistas que elaboraron una obra determinada a partir de un quebranto de salud de envergadura. Pienso, por ejemplo, en el impacto que tuvo en el Premio Nacional de Literatura, Oscar Hahn, el desprendimiento de retina en Iowa City, cuando enseñaba en la universidad estadounidense. De ello ha hablado con la prensa. En Estados Unidos me contó entonces que de pronto aprendió a revalorar todo cuanto había visto en su vida, tuvo conciencia de que debía almacenar esas imágenes, y que temió perder la visión. Sospecho que los títulos de los magníficos poemarios “En un abrir y cerrar de ojos” y “La primera oscuridad” no están exentos del influjo de esa experiencia.

La última novela de Lina Meruane, “Sangre en el ojo”, que obtuvo el prestigioso Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2012, de México, aborda un tema similar al que preocupó a Hahn. Tanto en la novela como en la vida real. Trata de una mujer que, a través de un derrame ocular, pierde la capacidad de vincularse de modo regular con la realidad, lo que tendrá efectos en su forma de ver las apariencias y esencias del mundo, y en la misma prosa. Entiendo, por entrevistas, que Lina enfrentó una situación parecida, que fue la que la llevó a escribir su novela, una que nos enseña cuánto nos cuesta mirar y ver.

Abundan ejemplos de seres que se convirtieron porque una enfermedad en la infancia los dejó postrados en cama y no tuvieron más que ponerse a leer novelas. Fue allí donde descubrieron la literatura y se propusieron escribir un día. “Memorias del subsuelo”, novela de Fiodor Dostoievski, que comienza con “Soy un hombre enfermo… Un hombre malo... Creo que padezco del hígado”, fue escrita cuando su autor se hallaba enfermo y en crisis económica. En verdad, quien da, como personaje, inicio a la gran novela moderna no es otro que un personaje que al parecer pierde el sano juicio de tanto leer novelas de caballería. Yo, mientras, desde mi cuarto, veo cómo cae el día sobre Ciudad de México y pienso en el poema de Carlos Pezoa Véliz en su hospital porteño que ya no existe.

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