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Editor: Neville Blanc

Tuesday, January 01, 2013

Las reflexiones de León Tolstoi sobre la muerte

230

CIENCIA ergo sum, Vol. 17-3, noviembre 2010-febrero 2011. Universidad Autónoma del Estado de México, Toluca, México. Pp. 230-238.

Recepción: 9 de febrero de 2010

Aceptación: 26 de mayo de 2010


Introducción



El destacado filólogo norteamericano George Steiner considera

que la

Torá y el Talmud, los libros sagrados de los judíos,

sirvieron no sólo como una “guía espiritual” sino también

como un instrumento de supervivencia y consolidación de

los eternos errantes dispersos en los diferentes rincones del

globo terráqueo por los caprichos del destino histórico. Desde

el punto de vista de Steiner, para la diáspora judía, su morada

fue la “Casa del Libro”, y la escritura ha sido su principal

patrimonio espiritual.


“El texto es el hogar, cada comentario, un regreso. Cuando lee,

cuando en virtud del comentario convierte su lectura en un

diálogo y en un eco vivificador, el judío es, hurtando la imagen

de Heidegger, el pastor del ser” (Steiner, 2001: 351).


Precisamente ese “pastor” del ser de la individualidad singular

e irrepetible del hombre, irreducible a la fatuidad de la razón

y al igualitarismo de la “omnitud”, en mi opinión, fue León

Shestov,

1 por su espíritu el más judío entre toda la cohorte

de los pensadores rusos de la época prerrevolucionaria. La

filosofía de Shestov es una “casa de hermenéutica y exégesis”


Las reflexiones de León Tolstoi sobre la muerte

en la hermenéutica existencial


de León Shestov


Mijaíl Málishev*


*Facultad de Humanidades

, Universidad Autónoma

del Estado de México, México.

Correo electrónico: mijailmalychev@yahoo.com.mx


Resumen.


Se analizan dos obras artísticas de

León Tolstoi a la luz de la hermenéutica del

filósofo ruso León Shestov, la cual muestra

que los seres humanos, puestos en las

situaciones-límite, cambian radicalmente sus

convicciones habituales y se convierten en los

jueces implacables de sus propios valores y

orientaciones existenciales que anteriormente

guiaron sus vidas.


Palabras clave:


muerte, razón, enfermedad,

situación-límite, convicciones.


The Reflections of Leo Tolstoy about the


Death in the Existential Hermeneutics of


Leo Shestov


Abstract.


The author analyses two artistic

works of Leo Tolstoy in the light of

hermeneutics of Russian philosopher Leo

Shestov; which shows that human beings, in

extreme situations, may drastically change their

usual convictions and become the implacable

judges of their own values and existential

orientations that used to guide their lives.


Key words:


death, reason, illness, limitsituation,

convictions.


1. León Shestov (seudónimo de Lev Isaakovich Shwartzman) nació en Kiev en 1866 en

una familia de un rico fabricante judío. En 1889 terminó los estudios en la Facultad de

Derecho de la Universidad de Moscú. A pesar de que León ayudaba a su padre en

los asuntos de la fábrica, sin embargo, se quedaba interiormente ajeno al mundo de

negocios y a los problemas específicos de la diáspora judía. Desde 1895 se definió

su vocación filosófica y literaria, cuyo testimonio es la publicación de su primer libro

titulado Shakespeare y su crítico Brandes. Entre 1895 y 1901 vivió en elextranjero en

donde preparó dos libros: La doctrina del bien en Tolstoi y Nietzsche y Dostoievski y

Nietzsche. En 1905 publicó su libro más controvertido Apoteosis de la sinrazón. En

1910 el filósofo se trasladó a Suiza, donde se sumergió en el estudio de la filosofía medieval,

de los místicos alemanes y Lutero. Regresó a su país en vísperas de la I Guerra

Mundial hasta 1920. En 1920 abandonó Rusia, esta vez para siempre. Desde 1922

hasta su muerte vivió en Paris ocupando la cátedra de literatura rusa en la Sorbona. En

1928, por el consejo de su amigo y antípoda filosófico Edmund Husserl, descubrió los

trabajos de Kierkegaard, cuyas ideas le sorprendieron mucho por su similitud con su

propio ideario. El filósofo ruso murió en Paris en 1938. Los trabajos más significativos

de su último periodo son: Potestas clavium (1923), En la balanza de Job (1929), Parménides

sujeto (1932), Kierkegaard y la filosofía existencial (1936) Atenas y Jerusalem

(1938). Algunos trabajos, compuestos de los ensayos inéditos, fueron publicados sólo

después de su muerte: Especulaciones y revelaciones (1964) y Sólo fide (1966).


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construida no tanto en la plataforma de los textos sagrados,

que el filosofo ruso conoció bastante bien, sino sobre el

fundamento del pensamiento de los grandes clásicos del

pasado y no menos destacados pensadores de su época. Con

algunos de ellos, principalmente con los filósofos de la línea

racionalista que afirmaban la primacía de la razón, del orden

y de la necesidad, (Platón, Aristóteles, Descartes, Spinoza,

Kant, Hegel y Husserl) Shestov polemizaba apasionadamente,

mientras que con otros, que negaban reducir la existencia

humana sólo a la razón y a la necesidad, (Lutero, Pascal, Kierkegaard,

Nietzsche, Dostoievski y Tolstoi) los consideraba

sus aliados y en sus obras buscaba la base conceptual para

afianzar su credo existencialista. Para ser justos, vale la pena

destacar que Shestov no sólo “obligaba” a otros pensadores

a aducir los argumentos a favor de sus propias afirmaciones,

sino también, a veces, él mismo trataba de pensar por ellos,

intercalando los conceptos de su propio cuño en la tela de

planteamientos de sus oponentes o sus aliados.

A pesar de que León Shestov formalmente pertenece a

los pensadores del Renacimiento filosófico-religioso ruso de

inicios del siglo

xx, y su modo del pensar, (original, sarcástico,

lejos de los cánones académicas y siempre preocupado por la

búsqueda de las cuestiones últimas de la existencia humana)

lo vincula con el círculo de las ideas de Dmitri Merezkovski,

Vasili Rózanos, Nikolai Berdiaev, Serguei Bulgakov, Alexei Remezov,

Semion Frank, no se inscribe totalmente en el cauce de

la tradición filosófíca rusa: indudablemente, Shestov compartía

con los otros pensadores de su país algunas características,

pero sus ideas paradójicas, su actitud irónica que frecuentemente

se balanceaba al borde del nihilismo y su desdén hacia

la razón, le hacían sentir solitario y ajeno a cualquier corriente

existente en aquella época. En su libro de aforismos

Apoteosis

de la sinrazón

, Shestov exhorta “a remover la tierra prensada

y muerta del pensamiento contemporáneo” y “de una vez y

para siempre acabar con todos los principios que los grandes

y no tan grandes fundadores de los sistemas filosóficos nos

imponen con obsesión incomprensible”. (Shestov, 1991: 35,

54) A este espíritu, libre de dogmatismos que no se frena ante

ninguna autoridad, Shestov trató de ser fiel en toda su obra

posterior.

Algunos investigadores de su filosofía se han planteado:

¿es legítimo buscar los orígenes de su pensar en la cultura

rusa? El mismo Shestov contestó a esta pregunta sin ambages.

Según su opinión, lo más original del pensamiento ruso

radica no tanto en la filosofía de corte académico que surgió

bajo influencia de la filosofía alemana, sino en la literatura

artística presentada, en primer lugar, por Pushkin, Gogol,

Dostoievski, Tolstoi y Chejov. Indudablemente, Shestov fue

uno de los primeros filósofos que descubrió la dimensión

existencial en la experiencia artística de la gran literatura rusa

del siglo

xix. Ésta le daba una profunda atención al hombre

sufriente, extraño, olvidado y “pequeño”, que, a pesar de

todos los contratiempos de su miserable vida, quisiera afirmar

la dignidad de su ser. A los literatos rusos les interesaba,

básicamente el destino del hombre cuando éste se subleva

contra el mundo, se aparta de las costumbres y rompe con sus

ideas predilectas y sentimientos tradicionales. Ellos someten

a sus protagonistas a un experimento espiritual, situándoles

en condiciones excepcionales, despojándoles de cuanto les

cubre, de todo lo acostumbrado y lo banal; les arrojan al

purgatorio de las contradicciones existenciales. La literatura

clásica rusa nunca se cerraba en un mundo poético de la imaginación

pura, rechazaba la belleza liberada de sus vínculos

con el humanismo. En este sentido, toda la obra de Tolstoi

y de Dostoievski representa una fenomenología del espíritu

artístico. Incluso, me atrevería a afirmar que toda la filosofía

de Shestov es un intento de someter a prueba el contenido de

la filosofía occidental a la luz de aquellas revelaciones acerca

del hombre que fueron inherentes a la gran literatura clásica

rusa y que tanto asombro provocó posteriormente entre los

pensadores europeos. Para confirmar este enunciado es suficiente

referirse a la autoridad del ya citado George Steiner.

En su opinión, Tolstoi y Dostoieski son “figuras señeras” del

florecimiento de la novela rusa del siglo

xix.

“Este florecimiento[…] representa uno de los tres momentos

de triunfo en la historia de la literatura occidental; los otros dos

corresponden a los tiempos de la tragedia griega y Platón, y a la

época de Shakespeare. En los tres, el pensamiento occidental saltó

hacia delante desde las tinieblas mediante la intuición poética; en

ellos se reunió mucha de la luz que poseemos sobre la naturaleza

del hombre” (Steiner, 2002: 18).


Toda su vida Shestov estudiaba la filosofía, sumergiéndose

en los textos de los grandes clásicos, y sin embargo, hablar de

la concepción de su propio cuño es bastante difícil, ya que la

idea principal que inspiraba al pensador y que la puso en el

fundamento de toda su obra, se reduce a una lucha apasionada

y frenética contra la razón que, según su opinión, deseca el ser

del hombre, le quita libertad y le somete a la necesidad, una

necesidad que se le impone tanto desde fuera, de la naturaleza

externa, como desde dentro, de su propia naturaleza. La razón

piensa habitualmente con silogismos: basta fijar un punto de

partida y el resto se despliega de un modo automático, lo cual

significa que nosotros no pensamos, sino que hay otro –

automoton

spirituale

– que piensa por nosotros. Pero la filosofía, y

sobre todo aquella que tiene algo que ver con el ser humano,

desde el punto de vista del pensador ruso, no debe tener nada


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iencias Humanas y de la Conducta

en común con la lógica coercitiva de nuestro intelecto. La

filosofía de corte existencialista es un arte del pensamiento

intuitivo, destinado a romper la cadena de los silogismos para

entrar ahí en donde todo es igualmente posible. Si la razón

tiende a demostraciones indiscutibles, si aspira a verdades irrefutables

y busca bases sólidas evitando todo lo problemático,

indeterminado, aleatorio e irrepetible, entonces, este tipo de

razón no puede y no debe tener nada que ver con las verdades

existenciales que se le atañan al ser del hombre, pues sólo en lo

problemático, lo azaroso y lo irrepetible estas verdades adquieren

su justificación auténtica. Lo problemático, lo caótico, lo

indeterminado nos suele asustar, nos parecen fuentes de todas

las desdichas que amenazan a la misma vida. Pero, en opinión

de Shestov, esto no es así: en realidad, el caos es la falta de

cualquier orden y, por lo tanto, de aquel orden que excluye la

posibilidad de la vida. El caos no es una posibilidad limitada

sino algo diametralmente opuesto: una posibilidad ilimitada.

Es un concepto que nos permite pensar lo impensable, lo cual

significa no dejar nunca de dudar en lo que parece evidente

y definitivo de por sí, sospechar siempre que pudiera haber

“otro aspecto” en aquello que consideramos como inmutable y

fidedigno, y esto nos recuerda que hay problemas y situaciones

que están más allá del horizonte de la razón.

En uno de sus ensayos sobre Dostoievski, Shestov aduce

una leyenda judaica según la cual a un hombre, antes de su fin

terrenal, le visita el ángel de la muerte para separar el alma de

su cuerpo. Este ángel está totalmente cubierto de ojos. ¿Por qué

tiene tantos ojos este ser celestial? Lo que pasa es que el ángel a

veces llega demasiado temprano, cuando la trayectoria terrenal

del mortal todavía no está terminada. En este caso, el mensajero

de Dios deja a la persona que está al borde de la muerte un par

de sus innumerables ojos. Y ella ve, además de lo que ven los

otros y de lo que ella misma vería con sus ojos naturales, cosas

extrañas y nuevas; y las ve diferentes a la de antes, no como las

ven los seres humanos, sino como las ven los seres extraterrestres;

es decir, tales cosas existen para ella no necesariamente, sino

libremente, son y al mismo tiempo no son, aparecen, cuando

desaparecen y desaparecen cuando aparecen.


“El testimonio de los antiguos ojos naturales, de los ojos de “todo

el mundo” contradicen completamente el de los ojos dejados por

el ángel[…] Por consiguiente, se produce una lucha entre las dos

visiones, lucha cuyo final es tan problemático y tan misteriosos

como sus comienzos” (Shestov 2, 1993: 130).


Se puede decir, sin riesgo de equivocarse, que el mismo

Shestov aspiraba a cultivar esta visión extraña y nueva, luchando

contra el poder de las evidencias de la razón y del sentido

común. Por eso me parece correcto el intento de caracterizar

el modo de filosofar de Shestov como una especie de “docta

ignorancia”, una actitud que “coloca lo incomprensible… en el

fundamento de la orientación primordial del hombre hacia el

mundo” (Ajutin y Pactos, Shestov 1, 1993: 410). Esta actitud,

cuyas raíces se remontan a Sócrates, le otorga a la filosofía

del pensador ruso no sólo la característica hermenéutica, sino

también mayéutica: Shestov plantea preguntas a los autores

de los textos analizados y luego las replantea en las respuestas

que da según su propia visión.


1. Iván Ilich ante el tribunal de su propia conciencia



En esta línea de reflexión, la conciencia de la muerte es la esfera

más íntima y misteriosa de la experiencia del ser humano, porque

apela a aquello que lo hace único e irrepetible. Precisamente

en virtud de la muerte, mi existencia es verdaderamente mía; es

la posibilidad más peculiar de mi vida y la reivindica en lo que

tiene de singular. A pesar de que la llegada de la muerte es sabida

por todos los seres humanos, sin embargo, no les es accesible,

porque, según las palabras de Epicuro, somos incompatibles

con ella: cuando estamos, la muerte no está, y cuando la muerte

llega, ya no estamos. La muerte es una posibilidad singular e

íntima, porque toca la misma existencia del ser humano, le

vuelve a sí mismo, le obliga a concientizar su propio yo fuera de

cualquier máscara de su rol social, aunque a veces en una forma

imparcial de reconocimiento de este yo como algo mediocre e

inane. Para el pensador ruso sólo el presentimiento de la muerte

produce una verdadera comunión del hombre consigo mismo.

El sentido de esta comunión se podría expresar así: Tu vida

pertenece sólo a ti y nunca, en el transcurso eterno del tiempo

ni en parte alguna del universo, aparecerá otro ser idéntico a

ti. Shestov trataba de mostrar que la revelación de la muerte,

la tragedia, la desesperación y la angustia arrojan luz sobre un

“error fundamental”, inherente al ser del hombre. En pos de

Kierkegaard, Shestov entendía este error como una caída, cuya

fuente radica en la razón que inculca al hombre la desconfianza

en la libertad divina y que le incita a ocupar el lugar de Dios. Y

sólo la segunda dimensión de la razón –la fe libre– le podría

otorgar una nueva visión a la existencia humana, la cual se

produce en los momentos raros de la revelación de la muerte

cuando el hombre se juzga a sí mismo y espera, con el temor

y el temblor, su último veredicto.

André Maurois dijo alguna vez que “la muerte convierte

la vida en destino”. Y es así, ya que la mayoría de los seres

humanos ignoran la fecha de su fin. Pero cuando la vida lleva

al hombre a un callejón sin salida y no le da ninguna esperanza

para superar los obstáculos, él se resigna o emprende un

intento desesperado de convertir lo imposible en posible: si

no se puede salvar, por lo menos intentará aplazar la llegada


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iencias Humanas y de la Conducta

de lo irremediable. Justamente en estas circunstancias, cuando

el hombre ya no puede estar seguro en los esfuerzos de su

propia voluntad para limitar o poner fin a la arbitrariedad

de su destino impredecible, empieza involuntariamente a

reflexionar sobre el sentido de su vida. Precisamente en tales

situaciones desesperadas León Tolstoi coloca a sus personajes

de la noveleta la

Muerte de Iván Ilich y el relato Amo y criado

y les convierte en jueces imparciales de su propia vida y de

sus propias convicciones.

La historia triste de la enfermedad, los sufrimientos y la

muerte del juez Iván Ilich Golovin empieza desde el momento

en que subió la escalera para indicarle al tapicero dónde

debía colgar una cortina; perdió el equilibrio, pero no llegó a

caerse, tan sólo se dio un golpe en costado contra el marco

de la ventana. Al principio, Iván Ilich no prestó atención a

este acontecimiento que le provocó una ligera punzada en su

costado. Pero trascurrieron los días y el dolor no pasaba, sino

se intensificaba y le acarreaba sufrimiento. Como sucede en

esos casos, al enfermo le llevaron varios médicos, le dieron la

atención necesaria para tales circunstancias, pero el dolor no

disminuía. El enfermo se hizo muy irritable, puesto que le era

imposible engañarse sobre la gravedad de sus males.


“Algo horrible, nuevo y tan importante como jamás le había

sucedido, se estaba realizando dentro de su ser. Y él era el único

que lo sabía; los que lo rodeaban no lo comprendían o no querían

comprenderlo, y pensaban que todo seguía igual que siempre”

(Tolstoi, 1991: 806).


Eso era lo que más le hacía sufrir a Iván Ilich: no sólo el

dolor incesante provocado por el malestar siniestro afligía

su vida, sino también la conciencia de que el proceso que le

acercaba a la muerte fue reducido por sus colegas y familiares

a nivel de un accidente casual, hasta indecencia, desde el punto

de vista de la gente que cultiva y adora la decencia y ante la

cual hasta hace poco él mismo se reverenciaba.

En la confrontación con sus familiares, Iván Ilich no cesaba

de reprocharles que estuvieran involuntariamente contentos de

tener buena salud, y, a la vez, que estaban obligados a esconder

su terrible situación de ser moribundo detrás de una mentira

piadosa. Él no quería mentir, pero tampoco quería que le

mintieran, diciéndole que su muerte era algo indefinido y por

lo tanto, carente de importancia. Como comenta Shestov:


“a los familiares les era insuficiente no reconocer lo serio que le sucedía

a Iván Ilich. Ellos exigían, en nombre de la razón, poseedor

de las verdades obligadas para todos, que Iván Ilich no lo considere

como algo serio, pues no pueden existir dos verdades: una para

todos y otra para Iván Ilich, quien quisiera que ellos reconozcan,

en pos de él, aquello nuevo e inusitado que le sucedió como algo

muy importante que acontece en este mundo y en aras de esto

nuevo, dejara, olvidara y, a la vez, se atreviera a sublevarse contra

el orden existente del mundo. Y a su vez, continuaba pensando

que si tiene razón, entonces, esta razón debe obligarles a apoyarlo.

La razón no reconocida, no apoyada por nadie no la necesita y en

general, ¿acaso es una razón?”(Shestov, 1993: 130).


A pesar de que Iván Ilich reconocía lo irremediable de

su muerte, sin embargo, interpretaba su situación a través

del prisma de su estatus perdido, a través de las representaciones

del pasado y, simultáneamente, experimentaba la

enajenación de ellas e inconscientemente intentaba reestablecer

lo perdido.

Por una parte, Iván Ilich quisiera que sus familiares reconozcan

lo que está claro para él, pero, por otra, entiende

que es imposible detener el correr habitual de la vida sólo

porque alguien considere que algo extraño está sucediendo

en su cuerpo. La gente que le rodea hace lo que puede para

mantener un orden habitual agradable para todos, incluso para

él. Sin embargo, la gente no puede, si quisiera, trasladarse a la

conciencia de Iván Ilich, y desde dentro comprender su estado

de ánimo y además, no tiene la disponibilidad de compasión,

como el mismo Iván Ilich no la tenía antes de su enfermedad.

Así que no hay manera de expresar ni de explicar sus nuevas

sensaciones y pensamientos a los otros. Empero, desde el

momento de su enfermedad, el moribundo sabe que los

hombres no sólo se mienten unos a otros, sino que también

se engañan a sí mismos y que el mismo Iván Ilich no es una

excepción de esas reglas casi universales.

El enfermo entiende que para sus familiares y colegas de

trabajo el proceso de morir es un azar, una desviación de la

norma habitual que hace falta aceptar con condescendencia y

no otorgarle gran importancia, pues ante el orden y la razón

esta casualidad, provocada por el malestar, este dolor que no le

deja en paz y que le impone su impronta siniestra en el presente,

le amenaza con la muerte en un futuro cercano. Pero hasta

ahora –y en esta paradoja radica una antinomia trágica– Iván

Ilich internamente sigue considerando que la razón no la tiene

él, sino sus familiares.


“Y es por eso, según Shestov, que odia tanto a la gente que le rodea

que siente la razón y la fuerza, que legitima esta razón de lado

de ellos. Si hubiera podido, con gran alegría visitaría el tribunal,

jugaría

whist, hablaría de política, etc, y de repente todo eso le está

prohibido. El mismo orden que desde su nacimiento apoyaba y al

cual honestamente servía, de repente se volvió contra él y no se

avergüenza de esta vil traición ni considera necesario aducir, para

su justificación, explicaciones algunas” (Shestov, 1993: 131-132).


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Málishev M. Las reflexiones de León Tolstoi sobre la muerte en la hermenéutica existencial de León Shestov

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iencias Humanas y de la Conducta

La inercia del pluscuamperfecto (hubiera podido) obliga a Iván

Ilich a dudar que el cambio que sucedió con él hiciera irreversible

su existencia anterior. A veces le parece que su enfermedad es

un fantasma, una pesadilla o un sueño siniestro y que pronto

despertará y regresará al modo de vida habitual y agradable. Pero

este mismo pluscuamperfecto se enfrenta con la verdad severa

del presente, con su dolor roedor que no soporta las quimeras

del “hubiera podido” que le regresaría al pasado. Todo lo que

antes enmascaraba y expulsaba de su conciencia la imagen de la

muerte, ahora, en la luz de la realidad implacable del dolor roedor,

perdió su efecto anestésico. El presentimiento de la cercanía del

final cortaba mil invisibles hilos que vinculaba al moribundo

con sus prójimos, con su futuro e, incluso, con su pasado. Al

principio de su malestar, Iván Ilich trataba de conservar el ánimo,

ahuyentar la idea de la muerte y regresar al cauce habitual de los

pensamientos de antaño, “pero ésta se erguía ante él y lo miraba.

Iván Ilich quedaba petrificado se apagaba el brillo de sus ojos y

empezaba a preguntarse, de nuevo: ¿Será posible que sólo ella

sea la verdad? (Tolstoi, 1991: 811). Y cuando esa verdad penetró

profundamente en su conciencia, sintió que le trastornaba

el fundamento de su visión del mundo. Iván Ilich ya no podía

resistirse a la vivencia de lo irremediable de su final cercano y sin

embargo, todavía quería comprender: ¿para qué vivía?

El dolor y el miedo ante la muerte despertaron y sacudieron

al juez Golovin: se enfrentó a solas con su enfermedad y con

mil pensamientos que se suscitaron en él y contra él.


“Sin la enfermedad, Iván Ilich, espíritu ordinario, realmente no

tendría ningún relieve, ninguna consistencia. Es ella quien, al

destruirlo, le confiere una dimensión de ser. Pronto ya no será

nada; antes de ella tampoco era nada; él existe solamente en el

intervalo entre el vacío de la salud y la muerte, sólo es mientras

se está muriendo” (Cioran, 1988: 113).


Sólo durante el malestar mortal Iván Ilich comprendió

que la muerte, que contemplaba y que lo contemplaba, es su

propia muerte y no el destino genérico de un hombre como

todos, y esta muerte le otorga el sentimiento de su irrepetible

singularidad. Es su muerte que, al destruirlo, le confiere la

conciencia de que su vida anterior era falsa e ilusoria. Es su

muerte la que, a fin de cuentas, lo convierte en un verdadero

juez de sí mismo, según criterios estrictos e imparciales.

Antes de la enfermedad, su vida, como le parecía a Iván Ilich,

corría según un orden habitual: “cómoda y decentemente”,

como le sucedía a la mayoría de la gente de su estrato social:


‘‘[...]se ascendía en escalera jerárquica del trabajo, se obtenían

oficios lucrativos, se adquirían cosas de valor para la casa y la

familia, y se divertía, jugando

whist. Pero ahora tal vida le parecía

terriblemente trillada y vacía, porque esa existencia banal enmascaraba

la ausencia de intereses espirituales significativos y de un

sentido elevado. Ahora, cuando la conciencia de lo irreversible

de su muerte prendió raíces profundas en su psique, él miraba

con horror y perplejidad su pasado que, en opinión de Shestov,

se convirtió en un “monstruo terrible”.


Cuando empezó la época que dio por resultado al Iván Ilich

de ahora, todo le pareció insignificante e incluso vil.


“Su matrimonio […]tan imprevisto, y la desilusión, el mal aliento

de su mujer, el sentimentalismo y la afectación! Y aquel trabajo

muerto, aquellas preocupaciones pecuniarias por espacio de uno,

dos, diez, veinte años[…] ¡Siempre lo mismo! Y cuanto más

avanzaba, tanto más muerto era todo aquello” (Tolstoi, 1991:

819-820).


Por supuesto, que no todo lo del pasado del juez Golovin

era moralmente inútil e incapaz de justificarse ante el juicio de

su propia conciencia, al cual Shestov lo compara con el “Juicio

Final”. En su infancia encontró muchas cosas realmente

agradables con las que podría volver a vivir. Y en la juventud

hubo momentos de alegría, sinceridad y esperanzas[…]. Y

sin embargo, hubo poco, muy poco del bien verdadero en la

vida del juez moribundo, quien se juzga a sí mismo según los

criterios estrictos e imparciales de un tribunal moral. Sin duda,

había algunas veleidades a la nobleza anímica y a los ideales elevados

que hubieron podido ser auténticos y que con ellos Iván

Ilich quiso corroborar su autojustificación, pero súbitamente

se dio cuenta de la inconsistencia de sus argumentos y luego

empezó a considerar su vida en el pasado como malgastada y

que ya era tarde de remediar. Y cuando por la mañana vio a sus

familiares y al doctor, sus conductas le confirmaron la terrible

verdad que se le había revelado en la noche anterior. Como en

un espejo vio en ellos su propia imagen y entendió que su vida

en el pasado así como la vida de su familia, en el presente, era

un enorme engaño. Y cuando lo entendió plenamente, volvió

a la pared y sintió una soledad terrible.

Según el comentario de León Shestov, “esta soledad absoluta,

la cual nadie soporta y en la cual se ahogan todos los

“valores” y “razones”, es decir, todas las “esencias ideales” es,

por su naturaleza, la condición y el principio de la transformación

del alma humana” (Shestov, 1993: 136-137). Pero, como

luego se esclarece, en opinión del filósofo ruso, esta soledad

existencial no está vinculada con los criterios morales de la

gente que la vivencia. Shestov de repente afirma que:


“ni la vida honorable del funcionario común, –que fue la vida de

Iván Ilich–, ni el martirio difícil del padre Sergio, les ayudarán en


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iencias Humanas y de la Conducta

el Juicio Final. Al contrario, agravarán las cosas enormemente.

Los dos tendrán que abdicarse de sus “méritos” y todas sus

esperanzas no deberán abrigarse en los méritos realizados en el

pasado ni en las “acciones” futuras, sino en una casualidad benévola

y creadora, la cual la razón común con desprecio rechaza”

(Shestov, 1993: 137).


Se puede estar de acuerdo con Shestov de que la soledad “ante

la cara de la muerte” destrona muchas cosas convencionales, así

como las reglas de la decencia adscritas por la “razón común” a

los seres mortales, aunque esta misma razón también cambia de

una época a otra. Pero es difícil comprender de qué manera los

méritos morales, si son realmente auténticos, pueden agravar la

culpa de sus portadores. El mismo Tolstoi alguna vez escribió

en su diario: “El miedo a la muerte es mayor cuando la vida

es peor y viceversa. Cuando la vida es muy mala el miedo a la

muerte es terrible[…]” (Tolstoi: 1955, 75). Pero entonces, ¿cómo

entender la “casualidad benévola y creadora” que trastorna no

sólo los méritos falsos de Iván Ilich, sino también el martirio

noble del padre Sergio? ¿Y por qué Shestov considera la vida

de Iván Ilich “honorable”, si antes la denominó un “monstruo

terrible” Quizás, estas inconsistencias se pueden explicar porque

Shestov, en su lucha contra el poder de las evidencias de

la razón, con el fin de humillarla, no se detiene ante la mística

de la irracionalidad religiosa. ¿Se puede suponer que hablando

sobre la necesidad de retractarse de los méritos ante el “Juicio

Final”, el filósofo tiene en consideración

Sola Fide de Martin

Lutero, esto es, la justificación y la salvación sólo en virtud de la

fe, a pesar de las obras buenas? Y más adelante, Shestov plantea

otras preguntas que se quedan sin respuestas.


“La soledad, el abandono, las tinieblas lóbregas, el caos, la imposibilidad

de prever y la incertidumbre absoluta: ¿el hombre

puede aceptar todo esto? ¿Quien vio con sus propios ojos lo

que sobrevivió Iván Ilich puede abrigar esperanzas y seguir

adelante?” (Shestov, 1993: 138).


Quizá, como premio por todos los suplicios que sufrió

el protagonista de Tolstoi, su tránsito de la agonía a la

muerte se describe por el escritor, con plena aprobación

de Shestov, como una comunión alegre al gran misterio,

como un inconcebible y enigmático

fiat que enciende la luz

y expulsa las tinieblas. Sin embargo, este final por su tono

elevado y enternecimiento dulce, no concuerda con la lógica

del carácter del personaje principal ni con la franqueza de

sus denuncias implacables y menos aún con las aflicciones

amargas por su vida mediocre. En mi opinión, hay más

verdad en las palabras de Emil Cioran que interpreta el final

de este trabajo de Tolstoi de la siguiente manera:


“Ni esta alegría ni esta luz son convincentes, son extrínsecas, están

adheridas. Nos cuesta trabajo admitir que lograran dulcificar las

tinieblas en que se debatía el moribundo; por otra parte, nada lo

preparaba para esta jubilación sin relación con su mediocridad, ni

con la soledad a la que está reducido” (Cioran, 1988: 119).


2. La muerte como “situación-límite”



Dejemos esta evaluación del tránsito de la vida a la muerte

del juez Golovin, (no motivado lógica y conductualmente) a

la conciencia del escritor ruso y de su exegeta, y pasemos al

análisis del contenido de otro relato de Tostoi a la luz de las

revelaciones de León Shestov. En este relato, igual que en la

noveleta anterior, el filósofo correctamente resalta que “inicialmente

Tolstoi nos presenta a un hombre cuya existencia

se desarrolla en condiciones habituales, familiares y aceptadas

por todos y luego, de repente, lo arroja en aquella soledad que

no se puede encontrar ni en el fondo del mar ni por debajo

de la tierra” (Shestov, 1993: 138). En este relato actúan dos

personajes: Vasili Andréivich Brejunov, que es un hombre de

una energía incontenible en su aspiración a la riqueza, dueño

de una tienda de comestibles, dos cantinas, un molino, un

almacén, dos fincas arrendadas y una casa de tejado de metal,

con granero; y su sirviente fiel y callado llamado Nikita. La tarea

de Tolstoi es mostrar cómo estos dos hombres reaccionan ante

la llegada de la muerte inevitable e implacable que de repente

irrumpe en sus vidas en forma de ventisca.

Cuando llegó el vendaval, Nikita con su obediencia sumisa

se acuesta en el trineo, como una manera de mostrar que está

dispuesto a entregarse a los caprichos del destino, y esta resignación

confirma la opinión cínica de su amo que, para justificar

la traición del criado, antes de abandonarlo, le dice: “A

éste le da igual morir. ¿Qué vida lleva? No siente perderla; en

cambio yo, gracias a Dios, tengo de qué vivir” (Tolstoi, 1991:

853). Detrás de esta frase se esconde un sentido solapado:

si Nikita es un hombre débil, fracasado y, además, inclinado

al alcoholismo, Vasili está hecho de otro material: su energía

vital brota con gran fuerza y le ha dado frutos abundantes en

forma de riqueza acumulada. Y sin dificultad uno se puede

imaginar cuánto más podría acumular ese hombre en virtud

de su activismo multiplicado por su experiencia. ¡Tiene mucho

qué perder ahora y después!

Estas reflexiones febriles de Brejunov ante la tempestad

furiosa que le amenaza arrojarle al torbellino de la muerte,

nos recuerdan las meditaciones de Iván Ilich, que entiende

con su razón lo inevitable de su muerte, y sin embargo, en

sus vivencias, se resiste a lo irremediable del último destino,

considerando que cualquier hombre es mortal, pero él,

Iván, o él, Vasili, con sus ideas finas o con su energía vital,


236

Málishev M. Las reflexiones de León Tolstoi sobre la muerte en la hermenéutica existencial de León Shestov

C


iencias Humanas y de la Conducta

es imposible que les suceda eso. ¡No puede ser! ¡Es ilógico,

es absurdo, y sin embargo, contra todas las evidencias del

sentido común, es! Aquí existe una semejanza entre el dolor

que no deja de afligir a Iván y la ventisca que con su frío no

deja de atormentar a Vasili. Pero se puede encontrar no sólo

una analogía entre el destino de los protagonistas sino también

un contraste. Si Iván Ilich está encerrado en su recámara por

su enemiga-enfermedad mortal que desde su cuerpo frena

sus acciones, permitiéndole sólo canalizar su resistencia por

el cauce de sus ideas rebeldes, Vasili Andréivich es activo y

trata de hacer todo lo posible para librarse de su enemigo

poderoso que está fuera de él, y de cuyos brazos mortales

trata de escapar, pero que, finalmente, también le mata.

Después de entender que no hay probabilidades de

encontrar el camino, Brejunov rechaza que la borrasca,

convertida en tormenta de nieve, este enemigo implacable y

desmesuradamente más fuerte que él, pueda convertirse en

la causas de su muerte. Desde el principio de la narración,

Tolstoi hace aparecer a Vasili como un “dueño” seguro de

sí mismo, quien sale a la escalinata con un cigarrillo en la

boca, aspira la última bocanada, tira la colilla y la pisa. Es

indudablemente un hombre fuerte, convencido de su capacidad

de contraponerse a las vicisitudes del destino. Tolstoi,

como atinadamente advierte Shestov, no sólo acentúa la

riqueza, sino también la fuerza del espíritu emprendedor de

su protagonista, que, como

self made man, está obligado a

hacer uso de su propia energía y sus capacidades.


“¿De quién se habla hoy en los alrededores? De Brejunov. ¿Por

qué he llegado a eso? Porque estoy pendiente de mis asuntos y

no me tumbo a la bartola ni me entretengo en tonterías, como

hacen otros. Yo no duermo ni de noche. Si es preciso, salgo de

viaje, haya o no haya borrasca. Así es como se deben hacer las

cosas” (Tolstoi, 1991: 850).


León Shestov considera a Brejunov como un “hombre inspirado”,

cuyo talento de poseerse a sí mismo y hacerse obedecer

por los otros está dirigido sólo a su propio enriquecimiento.


“Si fuera puesto por el destino más arriba, si obtuviera una educación

correspondiente, su voz con la cual engañaba a los compradores

y vendedores, sería útil para los otros asuntos[…] El secreto de

su talento radica en su capacidad de atraer a la gente, y viceversa,

el éxito, el reconocimiento constituye la condición necesaria para

el desarrollo del talento. A la gente le es necesario los líderes y los

líderes necesitan de la gente” (Shestov, 1993: 140).


Se podría suponer, con ironía advierte Shestov, que si

Brejunov hubiera recibido una educación adecuada, podría

convertirse en un pensador capaz de componer un “excelente

tratado filosófico-teológico” dirigido a la apología de

la voluntad inquebrantable.

Sea como sea, a diferencia de su criado obediente, al amo

al principio no se le ocurre reconocer la imposibilidad de superar

la fuerza de la Naturaleza: es demasiado fuerte tanto de

su cuerpo como de su espíritu, y, además, está bien vestido no

como Nikita que por su ropa vieja, tiembla por las ráfagas del

viento helado. Al principio, sólo siente un poco de asombro

por la fuerza de la borrasca de nieve. Pero poco a poco, el poderío

del viento crece y se convierte en una ventisca violenta.

Brejunov, adormecido en sus reflexiones sobre un negocio muy

provechoso por la compra de un territorio boscoso, (lo cual

explica su prisa de viajar, a pesar de la condiciones climáticas

desfavorables) de repente se despierta de un empuje fuerte de

su trineo, ve el espacio enorme de nieve, escucha el aullido del

viento recio y empieza a sentir la fuerza del frío creciente. ¿Qué

hacer, qué hacer? Pregunta inconscientemente, pero con ciertas

dosis de alarma por su propia vida. Esta pregunta natural, que

surge en cada ser humano que se encuentra ante una situación

difícil, resulta inútil porque es imposible responderla. Brejunov

es valiente y está dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias

en su lucha contra quien se atreva a atentar contra su vida.

Pero su enemigo es también poderoso, y lo más importante es

que es invisible. ¿Cómo luchar contra él?, ¿cómo defenderse?

Hace una hora, en Grishkino se sentía seguro de sí mismo y

ahora la realidad del mundo pasado pareciera que se evaporó

y junto con ella desapareció su seguridad, y por primera vez

pensó que a Nikita, su sirviente humilde y obediente, quien

nunca fue dueño de sí mismo y, por consiguiente, no podría

ser dueño de los demás, quizá, le era más fácil estar en esta

situación. Para su conciencia adormecida por el frío, el sueño

y la muerte son prácticamente iguales.

Pero, al considerar esta debilidad temporal como “tentación

maligna”, Brejunov otra vez se sintió dueño de sí mismo. Y la

primera condición de serlo es dar cuenta clara de la situación

del presente y empezar a buscar una posible solución. Vivir en

la incertidumbre significa someterse a un poder ajeno que si

quiere mata y si no indulta. Y hay muchas más probabilidades

que este poder no tenga misericordia y que muestre su rostro

de verdugo y no de salvador. En las manos de la furia de la

naturaleza, la vida humana es un simple juguete.


“Y Brejunov por última vez, al recobrar todas su fuerzas, manifiesta

su voluntad firme y declara a este silencio, a este abandono,

a esta ventisca, a este tiritando caballo llamado

Mujortnyi, a

Nikita semi-congelado, a este desierto despoblado, frío, muerto,

a este Nada enorme y vacía: no les creo para nada. En él todavía

la razón persiste, la razón que siempre le había enseñado qué


CI ENCIA ergo sum, Vol . 1 7 - 3 , nov iembre 2 0 1 0 - febrero 2 0 1 1 .

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iencias Humanas y de la Conducta

hacer y ahora lo volverá a enseñar, porque es la razón. Todavía

existe una respuesta, aunque el miedo escondido le susurra que

tiene que rendirse” (Shestov, 1993: 143).


Al montar al caballo, y abandonar a Nikita al arbitrio de su

destino, Brejunov, decidió probar suerte y tratar de encontrar

el camino. Sin embargo, la firmeza de la razón le traicionó y

ahora él titiritaba más de miedo que de frío. Cabalgaba con la

esperanza de encontrar la caseta del guarda: el caballo le llevaba

a un lado, pero el jinete le obligaba a proseguir en otra dirección.

Varías veces distinguió algo negro en la lejanía y le pareció

que eran los muros de las casas de una aldea y su corazón latía

de alegría, pero resultaba que eran unos arbustos de artemisa

que se agitaban desesperadamente y, sin poder explicárselo, se

sintió aterrorizado. Súbitamente escuchó un grito aterrador, su

caballo se estremeció, y el jinete, temblando de miedo, durante

varios minutos no pudo entender qué sucedió. Sencillamente

era un relinche del propio caballo que quiso animarse o tal vez

pedía ayuda. Pero la explicación razonable de este susto no le

trajo mucho alivio: los fantasmas que poblaron el gran espacio

blanco no desaparecieron de su imaginación y, por lo tanto, el

miedo persistió. Todo esto le obligó a evocar en su memoria

la imagen de San Nicolás a cuyo icono vendía los cirios que

después sus sirvientes le regresaban, apenas quemados y los

guardaba en un cajón, extrayendo algún lucro de la fe ingenua

de los pobres en la posibilidad del milagro. Al analizar este

episodio, Alexis Philonenko comenta:



Estar perdido es aspirar a ser perdonado[…] Quizá sería conveniente

comenzar por la pregunta de saber si uno mismo se puede

perdonar, es decir, verse directamente, sin reflexionar o sin cerrar

el ojo en el espejo de la existencia. Tolstoi no cree que esto sea

posible: no sólo la reflexión, como en cualquier espejo, no podría

ser anulada, sino que además aquí se encuentra la marca de la

finitud absoluta. Así pues, la desgracia es el lugar en donde se

despliega la sinfonía de la existencia. Esta sinfonía es la separación

de los momentos que componen a Vasili. Tolstoi lo vio como un

árbol que se desgrana; se comienza por desraizarlo, después se

le arranca la corteza y se le cortan las ramas; es entonces cuando

todo en él está muerto” (Philonenko, 2004: 127).


Esta muerte simbólica significa el desarraigo total de su alma

y sucede cuando Vasili regresa al mismo arbusto de Artemisa.

Para colmo de la desdicha, el caballo se hundió y Brejunov,

para ayudarle a salir del hoyo, saltó, y

Mujortnyi, relinchando,

desapareció en la neblina de la nieve. Vasili, perdido de la realidad,

como en un sueño corrió en pos del caballo: tropieza, se

cae, se levanta, otra vez se cae y se vuelve a levantar sin aliento

diciéndose a sí mismo: “no hay que desesperarse”, “no hay

que apresurarse”, repite las reglas de cordura, y sin embargo,

se atemoriza cada vez más y en lugar de seguir las reglas, estar

tranquilo y atentamente buscar el camino, se echa a correr, se

cae, se levanta, otra vez corre y pierde sus fuerzas. Así, por puro

azar, alcanza el trineo en el que está acostado Nikita.

Al enfrentarse cara a cara con su muerte inevitable, Vasili

Andréivich empieza a hacer cosas totalmente inesperadas e

incompatibles con toda la trayectoria de su pasado y con su

conciencia egocéntrica de un rico aldeano. En su alma, así

como en el alma atormentada por los dolores incesantes del

moribundo Iván Ilich, sucede una transmutación radical de

los valores: de repente con un aire decisivo se acercó a Nikita

y empezó a calentarle.


“No sólo lo tapó con la pelliza, sino con su cuerpo caliente.

Remetió los faldones entre el pescante y Nikita; y sujetó el bajo

con las rodillas, permaneciendo así, de bruces, con la cabeza en

el pescante[…] Ya ves, y tú decías que te ibas a morir. Quédate

quieto, caliéntate. Así, entre los dos empezó diciendo Vasili Andréievich.

Pero, con gran sorpresa suya, no pudo seguir hablando

porque las lágrimas brotaron de sus ojos y empezó a temblarle la

mandíbula inferior” (Tolstoi, 1991: 856-857).


Y además, empezó, aunque por un tiempo muy corto, a

comprender que el dinero, la tienda, las cantinas, las compras,

las ventas, todo eso no es lo más importante que necesita el

ser humano para vivir y morir con dignidad.


Conclusiones



Para terminar quisiera detenerme y discutir la interpretación

que ofreció León Shestov al referirse a la última metamorfosis

sucedida con el “amo” Brejunov cuando de repente empezó a

calentar a su criado Nikita. Según Shestov, la solidaridad humana,

la voz de la conciencia despertada en Brejunov no es tanto

la renovación existencial de su alma, sino los viejos hábitos de

su jactancia de “amo” y un intento de fingir tener una nobleza

del alma. “Ya ves, y tú decías que te ibas a morir”, Shestov así

comenta estas palabras de Vasili. “Ya ves”, antes eran útiles,

pero ahora, según la decisión del de repente soberano, no es

útil, aunque hubiera coronado de por sí un gran sacrificio. Hace

falta algo otro, diferente” (Shestov, 1993: 147). En el intento de

calentar a Nikita congelado, Shestov ve la aspiración todavía no

superada de Brejunov a regresar a su “elemento natural”: casi

desde el más allá, dar a entender a los demás su noble intención

de salvar a su prójimo a cambio de su propia vida. El noble

impulso de Vasili de calentar a su criado, Shestov lo interpreta

como una “comedia” del autosacrificio. Pero estas chispas de

la conciencia “fuerte” cada vez se ponían más cortas y luego


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Málishev M. Las reflexiones de León Tolstoi sobre la muerte en la hermenéutica existencial de León Shestov

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iencias Humanas y de la Conducta

se apagaron. Y si se apagaron, ¿qué quedó? Y “quedó”, según

las palabras de Shestov, una gran alegría sobre su debilidad y

libertad. “Él ya no le teme a la muerte, la fuerza le teme a la

muerte, a la debilidad le es ajeno este sentimiento. La debilidad

escucha que le llaman hacia algún lugar donde ella, perseguida y

despreciada durante tanto tiempo, encontrará por fin su último

asilo” (Shestov, 1993: 147). Pero “esta gran alegría sobre la debilidad

y la libertad” es una hipótesis no justificada del mismo

Shestov. En mi opinión, la alegría auténtica sobre libertad no

consiste en la debilidad anímica que de repente llegó a Brejunov

(explicada por su agotamiento físico durante el vagabundeo

en la búsqueda del camino), sino en la transformación moral

de su conciencia, en la abdicación sincera de sus “cantinas y

bodegas”, corroborada por su aspiración, también sincera, de

hacer el bien a su prójimo. Contrariamente a la afirmación de

Shestov, la última acción del amo Brejunov no es una “comedia”,

sino, posiblemente, una verdadera tragedia: el primer

testimonio, aunque incierto, del despertar de su conciencia,

interrumpido por su muerte intempestiva.


Bibliografía



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Observaciones

y comentarios,

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Chestov y los problemas de la filosofía

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Obras completas. Tomo 55,

Politgiz, Moscú (en ruso).


Sin embargo, Shestov observa que Tolstoi coloca a sus protagonistas

en las situaciones-límite donde ellos “pierden los

estribos”, hacen algo que está en contradicción con su vida, con

sus orientaciones, con sus valores habituales y con sus nociones

sobre la conveniencia utilitaria. Y al mismo tiempo comprenden

que no pudieron actuar de otra manera, que sus nuevas acciones

e ideas ocultan unas convicciones más fuertes que todos los

argumentos de la razón que guiaban su conducta anterior. A

través de sus nuevos pensamientos y sus actos espontáneos

se produce una especie de conversión: los valores y las metas

anteriores ahora, al borde de morir, les parecen insignificantes y

mezquinos. En esto, según interpretación de Shestov, radica la

“verdadera salvación” del hombre ante el tribunal de su muerte:

encontrar su auténtico yo, estar de acuerdo consigo mismo y

enfocar su sincera actitud hacia cada cosa. El encuentro del

hombre con su muerte le arranca de las fuerzas anónimas que le

imponen las normas y juicios anteriores y le permite trascender

más allá de una individualidad determinada por sus funcciones

sociales hacia un yo libre y auténtico.

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