Giordano Bruno a sus verdugos
Poema de Giordano Bruno a sus verdugos.
En cada hombre, en cada individuo, se contempla un mundo, un universo.- Giordano Bruno
Giordano Bruno, filósofo, astrónomo, poeta y religioso italiano, fue condenado por la Inquisición por herejía y ejecutado en la hoguera en el Campo dei Fiori de Roma el 17 de febrero de 1600. Bruno se había adherido a la teoría heliocéntrica de Nicolás Copérnico y se había atrevido además a plantear la infinitud del universo y la posibilidad de la existencia de otros mundos como la Tierra.
Decid, ¿cual es mi crimen? ¿lo sospecháis siquiera?
Y me acusáis, ¡sabiendo que nunca delinquí!
Quemadme, que mañana, donde encendáis la hoguera,
levantará la historia una estatua para mí.
Yo sé que me condena vuestra demencia suma.
¿Por qué?… Porque las luces busqué de la verdad.
No en vuestra falsa ciencia, que el pensamiento abruma
con dogmas y con mitos robados a otra edad,
sino en el libro eterno del Universo mundo,
que encierra entre sus folios de inmensa duración
los gérmenes benditos de un porvenir fecundo,
basado en la justicia, fundado en la razón.
Y bien sabéis que el hombre, si busca en su conciencia
la causa de las causas, el último porqué,
ha de trocar muy pronto la Biblia por la ciencia,
los templos por la escuela, la razón por la fe.
Yo sé que esto os asusta, como os asusta todo,
todo lo grande, y quisierais poderme desmentir.
Más aún, vuestras conciencias, hundidas en el lodo
de un servilismo que hace de lástima gemir…
aún allá, en el fondo, bien saben que la idea,
es intangible, eterna, divina, inmaterial…
Que no es ella el Dios y la religión vuestra
sino la que forma con sus cambios, la historia universal.
Que es ella la que saca la vida del osario,
la que convierte al hombre, de polvo, en creador;
la que escribió con sangre la escena del Calvario,
después de haber escrito con luz, la de Tabor.
Mas sois siempre los mismos, los viejos fariseos,
los que oran y se postran donde los puedan ver,
fingiendo fe sois falsos llamando a Dios, ateos,
¡chacales que un cadáver buscáis para roer!…
¿Cual es vuestra doctrina? Tejido de patrañas;
vuestra ortodoxia, embuste; vuestro patriarca, un rey;
leyenda vuestra historia, fantástica y extraña;
vuestra razón, la fuerza; y el oro vuestra ley.
Tenéis todos los vicios que antaño los gentiles,
tenéis las bacanales, su pérfida maldad;
como ellos sois farsantes, hipócritas y viles,
queréis, como quisieron, matar a la verdad;
Mas… ¡Vano es vuestro empeño!… Si en esto vence alguno,
soy yo, porque la historia dirá en lo porvenir:
“Respeto a los que mueren como muriera Bruno”
Y en cambio vuestros nombres… ¿quién los podrá decir?
Y me acusáis, ¡sabiendo que nunca delinquí!
Quemadme, que mañana, donde encendáis la hoguera,
levantará la historia una estatua para mí.
Yo sé que me condena vuestra demencia suma.
¿Por qué?… Porque las luces busqué de la verdad.
No en vuestra falsa ciencia, que el pensamiento abruma
con dogmas y con mitos robados a otra edad,
sino en el libro eterno del Universo mundo,
que encierra entre sus folios de inmensa duración
los gérmenes benditos de un porvenir fecundo,
basado en la justicia, fundado en la razón.
Y bien sabéis que el hombre, si busca en su conciencia
la causa de las causas, el último porqué,
ha de trocar muy pronto la Biblia por la ciencia,
los templos por la escuela, la razón por la fe.
Yo sé que esto os asusta, como os asusta todo,
todo lo grande, y quisierais poderme desmentir.
Más aún, vuestras conciencias, hundidas en el lodo
de un servilismo que hace de lástima gemir…
aún allá, en el fondo, bien saben que la idea,
es intangible, eterna, divina, inmaterial…
Que no es ella el Dios y la religión vuestra
sino la que forma con sus cambios, la historia universal.
Que es ella la que saca la vida del osario,
la que convierte al hombre, de polvo, en creador;
la que escribió con sangre la escena del Calvario,
después de haber escrito con luz, la de Tabor.
Mas sois siempre los mismos, los viejos fariseos,
los que oran y se postran donde los puedan ver,
fingiendo fe sois falsos llamando a Dios, ateos,
¡chacales que un cadáver buscáis para roer!…
¿Cual es vuestra doctrina? Tejido de patrañas;
vuestra ortodoxia, embuste; vuestro patriarca, un rey;
leyenda vuestra historia, fantástica y extraña;
vuestra razón, la fuerza; y el oro vuestra ley.
Tenéis todos los vicios que antaño los gentiles,
tenéis las bacanales, su pérfida maldad;
como ellos sois farsantes, hipócritas y viles,
queréis, como quisieron, matar a la verdad;
Mas… ¡Vano es vuestro empeño!… Si en esto vence alguno,
soy yo, porque la historia dirá en lo porvenir:
“Respeto a los que mueren como muriera Bruno”
Y en cambio vuestros nombres… ¿quién los podrá decir?
¡Ah!… Prefiero mil veces mi muerte a vuestra suerte;
morir como yo muero… no es una muerte ¡no!
Morir así es la vida; vuestro vivir, la muerte.
Por eso habrá quien triunfe, y no es Roma ¡soy yo!
Decid a vuestro Papa, vuestro señor y dueño,
decidle que a la muerte me entrego como un sueño,
porque es la muerte un sueño que nos conduce a Dios…
Más no a ese Dios siniestro, con vicios y pasiones
que al hombre da la vida y al par su maldición,
sino a ese Dios-Idea, que, en mil evoluciones,
da a la materia forma y vida a la creación.
No al Dios de las batallas, sí al Dios del pensamiento,
al Dios de la conciencia, al Dios que vive en mí,
al Dios que anima el fuego, la luz, la tierra, el viento,
al Dios de las bondades, no al Dios de ira sin fin.
Decidle que diez años, con fiebre, con delirio,
con hambre, no pudieron mi voluntad quebrar;
que niegue Pedro al Maestro Jesús, que a mí ante el martirio,
de la verdad que sepa, no me haréis apostatar.
¡Mas basta!… ¡Yo os aguardo! Dad fin a vuestra obra.
¡Cobardes! ¿Qué os detiene?… ¿Teméis al porvenir?
¡Ah!… Tembláis… Es porque os falta la fe que a mí me sobra…
Miradme… Yo no tiemblo… ¡Y soy quien va a morir!.
morir como yo muero… no es una muerte ¡no!
Morir así es la vida; vuestro vivir, la muerte.
Por eso habrá quien triunfe, y no es Roma ¡soy yo!
Decid a vuestro Papa, vuestro señor y dueño,
decidle que a la muerte me entrego como un sueño,
porque es la muerte un sueño que nos conduce a Dios…
Más no a ese Dios siniestro, con vicios y pasiones
que al hombre da la vida y al par su maldición,
sino a ese Dios-Idea, que, en mil evoluciones,
da a la materia forma y vida a la creación.
No al Dios de las batallas, sí al Dios del pensamiento,
al Dios de la conciencia, al Dios que vive en mí,
al Dios que anima el fuego, la luz, la tierra, el viento,
al Dios de las bondades, no al Dios de ira sin fin.
Decidle que diez años, con fiebre, con delirio,
con hambre, no pudieron mi voluntad quebrar;
que niegue Pedro al Maestro Jesús, que a mí ante el martirio,
de la verdad que sepa, no me haréis apostatar.
¡Mas basta!… ¡Yo os aguardo! Dad fin a vuestra obra.
¡Cobardes! ¿Qué os detiene?… ¿Teméis al porvenir?
¡Ah!… Tembláis… Es porque os falta la fe que a mí me sobra…
Miradme… Yo no tiemblo… ¡Y soy quien va a morir!.
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