LOS COLECCIONISTAS, ENTRE OTROS
Pedro Gandolfo
El Mercurio Sábado 10 de Enero de 2009
Los pontífices
En el vasto ámbito de las artes y las letras suelen tener un justo y merecido protagonismo dos actores: los que crean y los que disfrutan lo creado. Los bienes culturales se desplazan entre esos dos polos que se requieren a tal punto, que muchos postulan la existencia de una complicidad casi incestuosa entre ambos: el compositor y el auditor, el escritor y el lector, el cineasta y su público, el artista visual y su audiencia, el pensador y quien cavila lo pensado por aquél, el cantante y quien lo escucha, el poeta y quien busca el sentido y la música de sus versos, el diseñador y constructor de edificios y el hombre que los habita y contempla no se pueden concebir el uno sin el otro. A la persistencia y comunicación de estas dos figuras, el hombre le debe obras magníficas en belleza y verdad que lo llenan de orgullo.
No obstante, ese encuentro sería casi imposible y, desde luego, no tan fructífero, sin la labor menos visible de otro grupo que opera como intermediario o mediador: los docentes, los traductores, los guardianes (bibliotecarios, archiveros en general), los restauradores y conservadores, los diseñadores, encuadernadores, los editores, los grandes conversadores, los mecenas y coleccionistas, los estudiosos y comentaristas. Me gustaría llamar a este grupo como "pontífice", el que "hace puentes". Piense, lector, en los docentes. Conozco algunos que, como dicen los pedantes, "no tienen obra" o tienen poca y, con todo, ¡qué influencia extraordinaria y benéfica han llevado a cabo para generaciones de chilenos! Y, conceptualmente, el docente es el eslabón esencial entre la creación y el hallazgo, de un lado, y su gozo y recepción, del otro. Es por ello que no hay política cultural sin educación y no hay política educacional sin estímulo para la formación de docentes. O considere a los editores, especialmente a aquellos que publican prolija y dignamente a quien otros desechan, abren espacios, se arriesgan en sus preferencias, practican en los hechos el pluralismo. A su vez, los traductores (toda traducción es un acto de civilización) construyen puentes entre la obra creada en un idioma y el propio lenguaje, aproximándola a nosotros y liberándola de su soledad. También es digna de inmensa gratitud la tarea de aquellos que, a la vera de las obras de las artes y las letras, se empeñan en cuidarlas, restaurarlas, conservarlas, estudiarlas, mantenerlas en la mejor disposición para que otros puedan acceder a ella. Y los mecenas y coleccionistas. ¡No habrá llegado la hora de premiarlos con mayores beneficios!
Los pontífices elaboran sin aspavientos el terrero sobre el cual crece la cultura. Merecen muchísimo más.
En el vasto ámbito de las artes y las letras suelen tener un justo y merecido protagonismo dos actores: los que crean y los que disfrutan lo creado. Los bienes culturales se desplazan entre esos dos polos que se requieren a tal punto, que muchos postulan la existencia de una complicidad casi incestuosa entre ambos: el compositor y el auditor, el escritor y el lector, el cineasta y su público, el artista visual y su audiencia, el pensador y quien cavila lo pensado por aquél, el cantante y quien lo escucha, el poeta y quien busca el sentido y la música de sus versos, el diseñador y constructor de edificios y el hombre que los habita y contempla no se pueden concebir el uno sin el otro. A la persistencia y comunicación de estas dos figuras, el hombre le debe obras magníficas en belleza y verdad que lo llenan de orgullo.
No obstante, ese encuentro sería casi imposible y, desde luego, no tan fructífero, sin la labor menos visible de otro grupo que opera como intermediario o mediador: los docentes, los traductores, los guardianes (bibliotecarios, archiveros en general), los restauradores y conservadores, los diseñadores, encuadernadores, los editores, los grandes conversadores, los mecenas y coleccionistas, los estudiosos y comentaristas. Me gustaría llamar a este grupo como "pontífice", el que "hace puentes". Piense, lector, en los docentes. Conozco algunos que, como dicen los pedantes, "no tienen obra" o tienen poca y, con todo, ¡qué influencia extraordinaria y benéfica han llevado a cabo para generaciones de chilenos! Y, conceptualmente, el docente es el eslabón esencial entre la creación y el hallazgo, de un lado, y su gozo y recepción, del otro. Es por ello que no hay política cultural sin educación y no hay política educacional sin estímulo para la formación de docentes. O considere a los editores, especialmente a aquellos que publican prolija y dignamente a quien otros desechan, abren espacios, se arriesgan en sus preferencias, practican en los hechos el pluralismo. A su vez, los traductores (toda traducción es un acto de civilización) construyen puentes entre la obra creada en un idioma y el propio lenguaje, aproximándola a nosotros y liberándola de su soledad. También es digna de inmensa gratitud la tarea de aquellos que, a la vera de las obras de las artes y las letras, se empeñan en cuidarlas, restaurarlas, conservarlas, estudiarlas, mantenerlas en la mejor disposición para que otros puedan acceder a ella. Y los mecenas y coleccionistas. ¡No habrá llegado la hora de premiarlos con mayores beneficios!
Los pontífices elaboran sin aspavientos el terrero sobre el cual crece la cultura. Merecen muchísimo más.
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