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Editor: Neville Blanc

Sunday, September 20, 2009

ORLANDO FIGES




"La revolución rusa (1891-1924)" La obra del historiador inglés Orlando Figes ya está disponible en Chile


Revolución rusa: la historia como tragedia


Orlando Figes ha escrito una de las más logradas historias de la revolución rusa. "La mejor interpretación de la revolución rusa que conozco", según Eric Hobsbawm.


El Mercurio Artes y Letras 20 de septiembre de 2009


FRANCISCO JOSÉ FOLCH
Ha llegado a nuestro país la versión en español de la más reciente obra de referencia sobre la revolución rusa, que Figes considera "uno de los acontecimientos mayores de la historia del mundo. Al cabo de una generación del establecimiento del poder soviético, una tercera parte de la humanidad estaba viviendo bajo regímenes modelados sobre éste. La revolución de 1917 ha definido la configuración del mundo contemporáneo, y sólo ahora estamos emergiendo de su sombra".
Enorme por sus dimensiones y la vastedad de la investigación en que se funda -con datos obtenidos de la consulta de archivos inaccesibles mientras existió la Unión Soviética-, su fluidez narrativa tiene la fuerza de una gran tragedia en el sentido más clásico: sobrecoge observar la marcha al abismo de todos los protagonistas y también del coro -el pueblo-. Ya mucho antes de las revoluciones de 1905 o de las dos de 1917 se habían ido sucediendo, una tras otra, las decisiones y los hechos cuyas consecuencias estallarían tan cruentamente.
Con la delectación de la mirada retrospectiva -"el lujo de los historiadores", según el autor-, el apasionante relato va revelando hechos y explicaciones nuevos. Y estremece advertir cómo habría todo podido ser diferente para las generaciones protagonistas -y sus sucesoras hasta hoy- si tan sólo éste o aquel actor hubiera, en su hora, comprendido mejor y obrado de modo diferente.
Por ejemplo, las ilustradas reformas de Alejandro II, de no haber sido interrumpidas por su asesinato en 1881 ni revertidas por su autocrático sucesor, Alejandro III -a quien Occidente suele mirar con cierta simpatía algo paradójica, tal vez porque lo asocia con el célebre puente parisino-, quizá habrían podido cambiar el curso de los acontecimientos. Pero también ellas surtieron efectos no previstos que su malogrado impulsor habría estado lejos de desear.
Y si Alejandro III no hubiera fallecido repentina y prematuramente, quizás -más allá de su irrealizable sueño de revivir el espíritu de la Moscovia originaria, y apoyar en él ¡a fines del siglo XIX! un régimen imperial que se quería europeo- habría abierto un margen de tiempo para que emergieran capas preparadas para sostener una monarquía constitucional -que, sin embargo, Alejandro III rechazaba-. Y si Nicolás II hubiera tenido alguna capacidad de entender la realidad que lo ahogaría en sangre a él, a su dinastía y a su imperio, no habría ignorado las oportunidades que, quizá, habrían podido ahorrar su muerte y la de millones.
Juguetes de la tormenta
Parecidas consideraciones valen para los políticos de todas las corrientes, cuyos esfuerzos -allende el eventual realismo o delirio de sus aspiraciones- fracasaron una y otra vez en desviar a Rusia del camino al despeñadero. De allí lo certero del título "La tragedia de un pueblo": todos están ciegos al destino, y los que lo ven, no logran modificarlo.
Desde luego, el zar, la familia imperial, la nobleza, cometiendo todos los errores posibles -algunos criminales, como el recurso de algunos al antisemitismo para sostener al régimen, con el solo efecto de socavarlo aun más-. La Iglesia ortodoxa que, sin advertir la necesidad de dejar atrás el modelo bizantino de asociación con el autócrata, combatió todos los intentos de reformas liberales, y pagó su error con ocho décadas de persecución. Los liberales y reformistas moderados, incapaces de aunarse en algún movimiento que pudiera sustentar un cambio menos cruento. Los anarquistas, utopistas, y revolucionarios de todos los matices, que concluyeron aplastados por un sistema peor que el que destruyeron. Incluso Lenin, el genio político triunfador mediante la masacre, resulta también una figura trágica, cuando la realidad y sus consecuencias se prueban muy otras que las que su voluntad soñara, y concluye pidiendo repetidamente veneno para suicidarse. Todos ellos juguetes de la tormenta que pensaron controlar. Todos culpables, todos víctimas, como corresponde a una buena tragedia.
Hasta donde la objetividad exista, ella rige estas páginas, que dan razonable asidero al lector que demande hechos para formarse su propio juicio. Decepcionará a quienes esperen hagiografías de una u otra tendencia -ni siquiera se concede Figes escribirla respecto del notorio objeto de su simpatía: el pueblo ruso.
Retratos descarnados
La primera parte, Rusia bajo el antiguo régimen, contiene el material quizá más conocido por el grueso público. Los retratos de los protagonistas - dramatis personae los llama Figes, en la concepción de "teatro de la historia" que alienta su vasto fresco- son descarnados. Lo es el del desventurado Nicolás II -ejemplo modélico del hombre inapropiado, en el cargo y el momento inapropiados-, cuya suerte mueve a compasión, pero cuyos desaciertos asombran hasta la incredulidad. Y lo es también el de Lenin, gigante político y patético pequeño burgués. Los archivos ahora accesibles hacen emerger con facetas novedosas a personajes que no pudieron conocerse en obras previas. No es sólo la historia de los grandes: también muchas figuras menores, casi anónimas, reemergen del olvido para aportar algunas notas a este inmenso drama coral.
La segunda parte muestra la crisis de autoridad que se inicia con la hambruna de 1891, cuando la reacción popular "provocó por primera vez un enfrentamiento con la autocracia zarista", y concluye cuando las grietas finalmente derrumban el edificio que las fuerzas encarnadas en los Romanov habían venido construyendo desde 1613. En esa marcha colectiva al despeñadero, conmueve la actitud de algunos ministros y hombres públicos que, sobreponiéndose a su propio escepticismo, quisieron salvar a la monarquía, por una lealtad abstracta más allá de los defectos de quienes la encarnaban, pero cuyos esfuerzos chocaron con la ceguera de quienes habrían debido ser los principales interesados en su éxito.
El ministro Stolypin, por ejemplo, ex post considerado a menudo la última esperanza de evitar la catástrofe -se dio por modelo a Bismarck, pero carecía de su genio-, anulado sistemáticamente por el zar, la familia imperial, la corte, la nobleza terrateniente, buena parte de la alta burocracia aristocrática de San Petersburgo, hasta caer sospechosamente asesinado en 1911, en cumplimiento de su propia previsión en la frase inicial de su testamento: "Enterradme allí donde me asesinen" (finalmente ocurrió en Kiev).
Figes prueba convincentemente su tesis de que no se trató tanto "de una sola revolución (la erupción compacta tan a menudo referida en los libros de historia) como de un complejo entero de revoluciones distintas", que incubándose y anunciándose desde 1891 "hicieron explosión a mediados de la Primera Guerra Mundial e iniciaron una reacción en cadena de más revoluciones y de guerras civiles, étnicas y nacionales".
En la tercera parte, muchas luces nuevas se arrojan sobre los meses entre las revoluciones de febrero y octubre de 1917, cuando abortaron todas las opciones de arribar a alguna fórmula que hubiera podido ahorrar al pueblo ruso y al mundo ocho décadas de totalitarismo.
La cuarta sección recorre, a su vez, los terribles años entre la toma del poder por los bolcheviques y la guerra civil (algunos pasajes sobre los horrores perpetrados por blancos y rojos no serán fáciles para lectores sensibles). Culmina con la consolidación de la dictadura de Lenin, capturada a su vez por Stalin, y se cierra con la muerte y divinización del primero -una y otra queridas y aprovechadas por el segundo.
Quienes no quieran atravesar estas 900 páginas, pueden limitarse con provecho a una veintena de ellas: el breve prefacio y las conclusiones. Bastan para sustentar varias desmitificaciones y alertar sobre errores persistentes por los que, al decir de Figes, "los fantasmas de 1917 todavía no descansan".Orlando Figes
La revolución rusa (1891-1924)
La tragedia de un pueblo
Barcelona, 2000. Tercera reimpresión, Edhasa (Océano), 2008.
989 pp., $54.800 (precio ref.).
Figes: premiado y prohibido
El destacado historiador inglés Orlando Figes (1959) es profesor de Historia en el Birkbeck College, U. de Londres y colaborador habitual de The New York Review of Books. Graduado en Cambridge, sus investigaciones han sido traducidas a 15 idiomas y se han centrado en la historia de Rusia y el Este europeo. Su libro sobre la revolución rusa recibió, entre otras distinciones, el Premio Wolfson, el NCR Book Award, el Premio literario WH Smith y el Longman/History Today Book Prize.
Edhasa también ha publicado en español "El baile de Natacha: Una historia cultural de Rusia", "Viaje a ninguna parte" y su obra más reciente "Los que susurran: La represión en la Rusia de Stalin". Este último libro no pudo publicarse en Rusia, pues la editorial Atticus canceló el proyecto -ostensiblemente bajo presión oficial-, tres meses después de un allanamiento policial a la "Sociedad de la Memoria", en San Petersburgo, que resguardaba los archivos en que se apoyó ese libro : miles de cartas, diarios y fotos escondidas por las víctimas del estalinismo y relatos de los supervivientes del período 1917-1925.

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