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Editor: Neville Blanc

Tuesday, September 15, 2009

SIMBOLO DE LA MUJER MODERNA

ESTUDIO Tamara pintando en su taller. Rescate de un ícono Art Decó con todo el sex appeal.

ESTRELLA Tamara de Lempicka, con su desenfado y sus libertades sexuales, fue un símbolo de la mujer moderna.

TAMARA DE LEMPICKA
Una mujer fatal entre los muralistas

Dueña de una biografía tan fascinante como su obra, la artista polaca fue protagonista de una muestra multitudinaria en México, donde vivió sus últimos años. Rescate de un ícono Art Decó con todo el sex appeal.

Clarin Revista de Cultura 11 de septiembre de 2009


Por: Horacio Bilbao
Las 85 piezas de Tamara de Lempicka que pasaron por el Museo del Palacio de Bellas Artes mexicano hasta el fin de semana pasado, son tal vez la muestra más grande que jamás se montó en su honor desde que fue redescubierta en 1972 por Alain Blondel, un estudioso de su obra. Y se dio justo allí, en medio de los murales socialistas de Diego Rivera que Tamara, asociada con la aristocracia y el bon vivant, ofreció sus mejores atuendos de bohemia ajena al compromiso social. Dos caras del arte en un mismo escenario y en un país, México, que supo cobijar a trotskistas y a fieles de Coco Chanel. No se compara a las largas filas que se arman en Bellas Artes para ver cualquier retrospectiva de Frida Kahlo, pero las 200 mil personas que subieron las escalinatas de este palacete mexicano para ver a Tamara, dan muestra de su creciente impacto en el país que ella misma eligió para morir, instalada en Cuernavaca hasta el fin de sus días, en 1980. "Su biografía es fascinante pero su obra está a la par", dijo Roxana Velásquez , la directora de Bellas Artes, cuando presentó la obra. "Será difícil volver a reunir una cantidad semejante de obras sobre Tamara", sumó Blondel. Es que las 85 piezas (49 óleos, 15 obras en papel, y 21 fotografías) viajaron desde los museos más granados del mundo al Distrito Federal. "Era importante organizar esta muestra, para acercar las obras que están en Europa", le dijo a Ñ Raymundo Silva Madrid, investigador del Museo. Tamara de Lempicka nació en 1898 en Varsovia, Polonia, en un ambiente zarista, aristocrático. En 1917, con la revolución bolchevique y la consecuente transición del zarismo imperial al comunismo fue exiliada junto a su marido, el conde Tadeusz de Lempicky y su única hija, Kizette. Llegó a París, donde tomó clases de pintura con André Lothe y Maurice Denis para perfeccionar lo que ya había aprendido en San Petersburgo. Su primera exposición llegó en 1922, firmando sus obras con el nombre de su esposo, Lempicki. "Fue una artista por la forma de trabajar los temas y forjar un estilo propio; y una actriz porque toda su vida la vivió como una estrella", resumió Silva Madrid. Es que entre sus círculos de amistades estaban Jean Cocteau, Coco Chanel, Greta Garbo, André Gide y Helena Rubinstein, entre otros. Su desenfado sexual y su talento para posar frente a las cámaras la convirtieron en símbolo de la mujer moderna mientras su perfil artístico se iba emparentando con el cubismo, el futurismo el expresionismo. Tamara asimiló y admiró profundamente la tradición del Renacimiento italiano y el manierismo. "Ella necesitaba representarse ella misma como un personaje, y ese personaje era una femme fatal", explicó Silva Madrid. Llego a exhibir en la Exposición Universal de París, en 1937, donde también se mostró el Guernica , de Picasso. Estaba en su mejor momento, pero con la llegada de la Segunda Guerra Mundial, convenció a su segundo marido de mudarse a los Estados Unidos. Allí, acosada por las miserias de los refugiados cayó en un pozo depresivo que la llevó a revisar su obra y a pintar con un carácter más social. El éxito empezaba a abandonarla. En 1972 Alain Blondel rescató su obra con una gran exposición en París. Ella ya vivía en Cuernavaca, México, pero desde entonces su obra recuperó el brillo perdido. Y México acaba de honrarla con una muestra majestuosa y bien glamorosa. Ya se había hecho un pequeño homenaje en el Distrito Federal en 1980, el año de su muerte, pero nunca un esfuerzo tan grande. Y justo allí, entre los murales de Rivera, creando un contraste entre lo frívolo y el arte compromentido. "Rivera y de Lempicka son muy diferentes y contrastantes en cuanto a temas pero los motivos pictóricos tienen similitudes", dice Silva Madrid. Ambos trabajan con la figura humana en gran escala y marcando las siluetas. Rivera se dirige a temas más políticos mientras que Tamara, en apariencia, es más banal. "Esto le permitió explorar las cualidades pictóricas que ofrecen las distintas técnicas", rescató el investigador.

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