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Editor: Neville Blanc

Friday, December 04, 2009

LA CALAMINA

VIVIENDA Y DECORACIÓN
El Mercurio Sábado 20 de Enero de 2007
Carlos Alberto Cruz muestra su casa porteña
Como "La Calamina" bautizó el arquitecto y coleccionista la propiedad que tiene en Valparaíso. Ambientada según las pautas y el refinamiento del siglo XIX, esta reliquia frente al Pacífico, en el Paseo Gervasoni, es también un ejemplo de conservación patrimonial de primera categoría.
Texto, Soledad Villagrán Varela Producción, Paula Fernández T. Fotografías, Gonzalo López V.
El olor a galleta que guardaba esta vivienda más que centenaria, lo sedujo a él y a sus hijos cuando vinieron a visitarla, hace trece años. Encumbrada en el cerro Concepción, también los cautivó por la proximidad del mar y la fabulosa vista panorámica que asegura un escenario "siempre cambiante". Para el arquitecto y coleccionista Carlos Alberto Cruz esta es su casa más preciada, "la quiero, todo es lindo acá", declara. Y quizás su encantamiento con ella es obra de lo inesperado. No pensaba hacerse asiduo del puerto, pero la proposición de Thierry Dardel, quien se encarga del parque de cinco hectáreas donde vive, hizo que se embarcara allí en toda una aventura de rescate patrimonial.- Me llamó para ofrecerme el terreno de su familia que era el jardín Pumpin, que hoy es de la Universidad Adolfo Ibáñez. Le dije que no quería tener un sitio grande porque en Santiago ya tenía uno, y que costaba ya bastante, con mis conocimientos, mantenerlo decente. Él me ofreció buscarme una casa en Valparaíso. "Estupendo", le dije yo, creyendo que jamás llegaría con una oferta, porque se trataba de un acto de gentileza. Pero él, muy suizo, (es frances, nota del editor) me llamó para decirme que ésta estaba a la vista un domingo en la mañana- , recuerda.
A pesar de que al verla se sintió fascinado, no hizo "más avances" porque no tenía ninguna intención de comprarla; ya contaba con una en Zapallar, para veranear. Sin embargo, partió de Chile a Indonesia y, antes de viajar, le dio instrucciones a su abogado de que si le hablaban de nuevo de la venta "en tal precio sería simpático comprarla". En Bali, recibió un escueto cable que decía "casa comprada". Y él, en pleno paseo, no podía acordarse de qué se trataba el asunto "porque todo esto había sido muy precario, pero mi palabra estaba comprometida, así que asumí".
Y ahora, al escucharlo contar la historia del inmueble, no se diferencia de ningún apasionado porteño que explica las bondades de habitar una de las ciudades más fascinantes de Chile.- Después de 1850, cuando el puerto de Valparaíso va adquiriendo una importancia grande, los países de Europa comienzan a presentar consulados y delegaciones, instalándose en residencias arriba del cerro para poder "darles bandera" a los barcos que la pedían desde una distancia un poco mayor a las tres leguas marinas porque si no los podían cañonear. Ésta fue de la delegación danesa, y antes había pertenecido a inmigrantes del mismo país europeo. Durante las tres últimas generaciones fue propiedad de la familia Gentillon- relata Cruz.
Aunque la compró en marzo de 1994, recibió la casona en junio, e inmediatamente se fijó la misión de acondicionarla para celebrar allí el próximo Año Nuevo con unos amigos norteamericanos.
Para la habilitación contó con los servicios de una firma constructora de la que era socio el anterior dueño de la propiedad, Carlos Gentillon, quien manejaba datos cruciales. "Sabía muy bien por dónde pasaban los ratones, por dónde entraba el viento y cómo funcionaban los distintos alcantarillados. Cosas muy importante de saber en una casa, sobre todo cuando es vieja, porque las cosas no son lo que parecen ser", cuenta desplegando su humor personal.
La vivienda, sin embargo, no requería modificación alguna, porque estaba en buen estado. Pero según precisa Cruz, resultaba óptima para el estilo de vida de 1850 y no para el de hoy, por lo que prefirió hacerle pequeños cambios. Por ejemplo, en el segundo piso, se botó algo de tabiquería de las habitaciones principales para reciclarlas instalando allí otro living, un comedor y un espacio de estar, integrados a la única pieza que se conservó en este nivel, territorio personal del dueño. "La idea era calefaccionar y ocupar en invierno sólo este piso, pero no resultó. Siempre que vengo la abro entera".
Otro de los "agrados" que sumó a la casa, fue una pequeña piscina en el patio interior y la biblioteca en la mansarda, hasta ese momento convertida en bodega y sólo accesible por el entretecho. Al lugar se llega ahora por un escalera que diseñó él mismo, siguiendo el estilo de una que admiró en una iglesia cercana. "Cuando los carpinteros tenían dudas de cómo seguir iban a ver la de allá".
Aunque reconoce que las construcciones de Valparaíso del siglo XIX nunca se caracterizaron por un estilo arquitectónico determinado ni por el lujo de su alhajamiento, "eran más bien eclécticas y bastante modestas", Carlos Alberto Cruz quiso ambientar ésta muy en el espíritu "de lo que podría haber sido", tomando en consideración el auge decimonónico del puerto.
Con esa idea en mente, compró en Londres papeles floreados de la exclusiva marca William Morris, para cubrir las paredes. "Morris fue un artista muy revolucionario, entre comillas, para su época, que trató de crear arte para los pobres y estos papeles están dentro de esa línea. Eran pliegos baratos que contaban con un solo pase de rodillo y hecho en un material menos elaborado. Tuvieron un éxito enorme y todavía se hacen".
Hay "casi certeza" de que gran parte del mobiliario adquirido en Valparaíso, fue fabricado en el puerto en la misma época que se buscó recrear. "Aparecían en las revistas y publicaciones de ese tiempo, realizados por mueblistas escandinavos". También escogió muebles en el Parque de los Reyes y en anticuarios santiaguinos.
Para decorar compró, además, unas cincuenta piezas de cerámica de Lota. "Tomé conocimiento en forma sorpresiva para mí, de la existencia de esta loza hecha en el siglo XIX y comienzos del siglo XX. Ayuda a caracterizar muy bien esa época".
Cuando llegó el momento de analizar qué colgar en los muros, decidió sacar a la luz su colección de dibujos chilenos, "una de las más importantes que se conoce", con autores como Pérez Rosales, Monvoisin, Rugendas, Philippi; y la de pintura nacional, con obras que van de 1810 a 1910.
El experto en estética asegura que la curiosa empresa decorativa que implicó ambientar la casa, no le significó ninguna dificultad.
"Me lo sabía de memoria, no necesité libros. Es bastante fácil, si ves todas esas películas como "My fair lady", que han tenido mucho esfuerzo en la producción, se convierten en verdaderas enciclopedias. Ves cómo se vestían los mozos, cómo se servía la comida, y uno después reinterpreta, es una cosa fascinante".
En general, encuentra que toda la vivienda ­a la que bautizó como "La Calamina", en honor a las planchas de metal onduladas, que la recubren­ es de lo más acogedora, partiendo por "el antejardín simpático" y luego porque "está organizada con una estupenda cocinera. Mando mi menú el día martes, y hasta el viernes se preocupan ­la aludida, la ama de llaves y también el mozo­ de conseguir las especialidades, las carnes, los pescados".
Riéndose declara que su cama es el lugar que más disfruta de la casa. "Aquí hay un ambiente somnífero, de total descanso". Y también de ensueño, por la preciosa vista al puerto, el sonido de los violines que llega del paseo Gervasoni, y el recorrido de turistas que llegan a visitar el museo de Lukas que está al lado. "Es divertido, tanta actividad afuera le da vida a esto".

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