Un miedo paralizante recorrió las vidas de muchos intelectuales hasta que Stalin murió en marzo de 1953.
Stalin (derecha) y Nikolai Ezhov, instigadores del Gran Terror de 1937
Mijaíl Bulgákov, autor de El maestro y Margarita
Una recreación gráfica de Evgeni Zamiatin, autor de Nosotros
A Satán, atentamente, sus víctimas
Editadas las cartas de los escritores Mijaíl Bulgákov y Evgeni Zamiatin a Stalin
JOAQUÍN ESTEFANÍA
Una recreación gráfica de Evgeni Zamiatin, autor de Nosotros
A Satán, atentamente, sus víctimas
Editadas las cartas de los escritores Mijaíl Bulgákov y Evgeni Zamiatin a Stalin
JOAQUÍN ESTEFANÍA
El Pais - Madrid - 13/02/2010
Sorprende en el protagonista de la película El círculo del poder, de Andréi Konchalovski, su ingenuidad en el tratamiento al poder omnímodo de Stalin en los albores de la II Guerra Mundial y al final de los grandes procesos de Moscú contra la oposición de izquierdas y de derechas: el tiempo del Gran Terror en la URSS. Algo de esa ingenuidad y relación masoquista hay también en la correspondencia que establece Mijaíl Bulgákov, el autor de la extraordinaria novela El maestro y Margarita, con Stalin, que encabeza con el familiar saludo "¡Muy estimado Iósif Visarionovich!", en la que le pide angustiado que cese la persecución que padece y le deje volver a sus novelas, a sus obras de teatro, porque para él no poder escribir equivale a ser enterrado vivo.
Los dos autores sufrieron un calvario a manos del régimen estalinista
"No poder escribir es lo mismo que ser enterrado vivo", se lamenta Bulgákov
Sorprende en el protagonista de la película El círculo del poder, de Andréi Konchalovski, su ingenuidad en el tratamiento al poder omnímodo de Stalin en los albores de la II Guerra Mundial y al final de los grandes procesos de Moscú contra la oposición de izquierdas y de derechas: el tiempo del Gran Terror en la URSS. Algo de esa ingenuidad y relación masoquista hay también en la correspondencia que establece Mijaíl Bulgákov, el autor de la extraordinaria novela El maestro y Margarita, con Stalin, que encabeza con el familiar saludo "¡Muy estimado Iósif Visarionovich!", en la que le pide angustiado que cese la persecución que padece y le deje volver a sus novelas, a sus obras de teatro, porque para él no poder escribir equivale a ser enterrado vivo.
Los dos autores sufrieron un calvario a manos del régimen estalinista
"No poder escribir es lo mismo que ser enterrado vivo", se lamenta Bulgákov
Aparecen publicadas ahora estas cartas, así como las del escritor Evgeni Zamiatin (Cartas a Stalin, Editorial Veintisiete Letras), años después de la inmensa labor que hiciera el investigador Vitali Shentalinski, en su extraordinaria trilogía (Esclavos de la libertad, Crimen sin castigo y Denuncia contra Sócrates. Nuevos descubrimientos en los archivos literarios del KGB. Galaxia Gutenberg) contra la amnesia histórica.
Cuando la perestroika abrió en Rusia los primeros horizontes de libertad, Shentalinski se encerró para hacer un estudio de la historia de los escritores durante el periodo soviético que se inicia en 1917. Entró en la Lubianka, sede del KGB en la última reencarnación de los servicios de seguridad soviéticos, y abrió su caja negra para descubrir informes clasificados, documentos que se creían perdidos, obras inéditas de los represaliados: cerca de tres millares de intelectuales.
Lo primero que sorprende en las cartas de Bulgákov y Zamiatin -muy distintas, las del primero más dubitativas; las de Zamiatin más directas- es que apenas piden por su supervivencia, a pesar de que pasan pobreza, frío y privaciones ("los escritores rusos están acostumbrados a pasar hambre", escribe Zamiatin), sino el cese de las persecuciones y el silencio al que son sometidos por parte de las autoridades, los editores, sus propios camaradas del mundo de la cultura.
Dice Bulgákov que la lucha contra la censura, cualquiera que sea y cualquiera que sea el poder que la detente, representa su deber de escritor, así como la exigencia de una prensa libre: "Si algún escritor intentara demostrar que la libertad no le es necesaria, se asemejaría a un pez que asegurara públicamente que el agua no le es imprescindible". Por su parte, Zamiatin, militante del partido bolchevique y autor de la novela Nosotros (1920), que prefigura la contrautopía sobre el gran hermano de Orwell en 1984, fue apartado de la vida pública como un apestado por los camaradas que lucharon con él contra la dictadura zarista y que creyeron en la versión oficial de que era un enemigo del pueblo. Zamiatin pide a Stalin la expulsión del país, que le concede, y lo argumenta del siguiente modo. "Sé que aquí, debido a mi costumbre de escribir según mi conciencia y no por mandato alguno, se me considera un escritor de derechas; mientras que allí, por esa misma causa, tarde o temprano me tildarán probablemente de bolchevique. Pero incluso bajo esas condiciones, allí no me condenarán a guardar silencio, tendré la posibilidad de escribir y de publicar, aunque no sea en ruso".
Gracias a la intercesión de Gorki, Zamiatin saldrá de la URSS y no volverá nunca. Morirá cinco años después en París, tras haber adaptado a su protector, Máximo Gorki, en Los bajos fondos, y haber colaborado con el director de cine Jean Renoir. En cambio, Bulgákov permanecerá en el exilio interior y sufrirá prohibiciones, insultos, amenazas, retiradas de sus obras del cartel, manipulación de sus textos y el robo de sus manuscritos, lo que le llevará al borde de la locura.
En una de sus cartas, Bulgákov habla a Stalin de las críticas de sus obras publicadas en la prensa soviética: de ellas, tres son laudatorias y 298 hostiles e injuriosas; por ejemplo, se le describe como un barrendero de la literatura ocupado de recoger las sobras de una mesa después de haber vomitado en ella una docena de invitados. Por ello, el autor de El maestro y Margarita o La guarda blanca suplica a Stalin que le autorice a abandonar la URSS con su mujer, ya que para él "no poder escribir es lo mismo que ser enterrado vivo".
En abril de 1930, suena el teléfono del domicilio de Bulgákov; es el propio Stalin. Aparentemente, éste convence al escritor de que un intelectual ruso no puede vivir fuera de su patria y le proporciona trabajo en el Teatro del Arte; en la conversación, Bulgákov, profundamente impresionado por su interlocutor, no se atreve a reiterar su petición de exiliarse del país. Stalin termina diciéndole: "Tendríamos que reunirnos para hablar", pero esa conversación no se producirá nunca y Bulgákov sobrepasará la depresión y la demencia ante las continuas duchas escocesas a las que le someten las autoridades soviéticas, sin duda por orden de su secretario general.
Bulgákov termina de escribir su obra maestra, una de las novelas más importantes del siglo XX, en 1940, semanas antes de su muerte, pero sólo en 1989, con la perestroika de Gorbachov, se publicará en la URSS su versión definitiva, más de dos décadas después de su edición en Occidente. Nunca conocerá los efectos de la analogía que hay en El maestro y Margarita entre Satán y Stalin.
En la relación epistolar aparecida ahora en España se estima la posibilidad de que algunas cartas de Bulgákov probablemente fuesen cartas comenzadas, proyectadas y nunca enviadas. Las firmaba con el seudónimo de Tarzán y trataba de establecer lazos personales con Stalin. El antólogo se pregunta: "¿Se trata de ingenuidad, de adulación servil, de masoquismo o de fascinación? Sin duda, todo a la vez".
Un miedo paralizante recorrió las vidas de muchos intelectuales hasta que Stalin murió en marzo de 1953. Estas cartas reflejan ese miedo y la necesidad de huir de él. Quizá porque como Konchalovski hace decir a Stalin en El círculo del poder: "Yo lo sé todo. Todo de todo el mundo". Esta película, las investigaciones de Shentalinski o las cartas a Stalin ayudan a comprender la naturaleza del estalinismo y la banalización del Mal, con mayúsculas.
Cuando la perestroika abrió en Rusia los primeros horizontes de libertad, Shentalinski se encerró para hacer un estudio de la historia de los escritores durante el periodo soviético que se inicia en 1917. Entró en la Lubianka, sede del KGB en la última reencarnación de los servicios de seguridad soviéticos, y abrió su caja negra para descubrir informes clasificados, documentos que se creían perdidos, obras inéditas de los represaliados: cerca de tres millares de intelectuales.
Lo primero que sorprende en las cartas de Bulgákov y Zamiatin -muy distintas, las del primero más dubitativas; las de Zamiatin más directas- es que apenas piden por su supervivencia, a pesar de que pasan pobreza, frío y privaciones ("los escritores rusos están acostumbrados a pasar hambre", escribe Zamiatin), sino el cese de las persecuciones y el silencio al que son sometidos por parte de las autoridades, los editores, sus propios camaradas del mundo de la cultura.
Dice Bulgákov que la lucha contra la censura, cualquiera que sea y cualquiera que sea el poder que la detente, representa su deber de escritor, así como la exigencia de una prensa libre: "Si algún escritor intentara demostrar que la libertad no le es necesaria, se asemejaría a un pez que asegurara públicamente que el agua no le es imprescindible". Por su parte, Zamiatin, militante del partido bolchevique y autor de la novela Nosotros (1920), que prefigura la contrautopía sobre el gran hermano de Orwell en 1984, fue apartado de la vida pública como un apestado por los camaradas que lucharon con él contra la dictadura zarista y que creyeron en la versión oficial de que era un enemigo del pueblo. Zamiatin pide a Stalin la expulsión del país, que le concede, y lo argumenta del siguiente modo. "Sé que aquí, debido a mi costumbre de escribir según mi conciencia y no por mandato alguno, se me considera un escritor de derechas; mientras que allí, por esa misma causa, tarde o temprano me tildarán probablemente de bolchevique. Pero incluso bajo esas condiciones, allí no me condenarán a guardar silencio, tendré la posibilidad de escribir y de publicar, aunque no sea en ruso".
Gracias a la intercesión de Gorki, Zamiatin saldrá de la URSS y no volverá nunca. Morirá cinco años después en París, tras haber adaptado a su protector, Máximo Gorki, en Los bajos fondos, y haber colaborado con el director de cine Jean Renoir. En cambio, Bulgákov permanecerá en el exilio interior y sufrirá prohibiciones, insultos, amenazas, retiradas de sus obras del cartel, manipulación de sus textos y el robo de sus manuscritos, lo que le llevará al borde de la locura.
En una de sus cartas, Bulgákov habla a Stalin de las críticas de sus obras publicadas en la prensa soviética: de ellas, tres son laudatorias y 298 hostiles e injuriosas; por ejemplo, se le describe como un barrendero de la literatura ocupado de recoger las sobras de una mesa después de haber vomitado en ella una docena de invitados. Por ello, el autor de El maestro y Margarita o La guarda blanca suplica a Stalin que le autorice a abandonar la URSS con su mujer, ya que para él "no poder escribir es lo mismo que ser enterrado vivo".
En abril de 1930, suena el teléfono del domicilio de Bulgákov; es el propio Stalin. Aparentemente, éste convence al escritor de que un intelectual ruso no puede vivir fuera de su patria y le proporciona trabajo en el Teatro del Arte; en la conversación, Bulgákov, profundamente impresionado por su interlocutor, no se atreve a reiterar su petición de exiliarse del país. Stalin termina diciéndole: "Tendríamos que reunirnos para hablar", pero esa conversación no se producirá nunca y Bulgákov sobrepasará la depresión y la demencia ante las continuas duchas escocesas a las que le someten las autoridades soviéticas, sin duda por orden de su secretario general.
Bulgákov termina de escribir su obra maestra, una de las novelas más importantes del siglo XX, en 1940, semanas antes de su muerte, pero sólo en 1989, con la perestroika de Gorbachov, se publicará en la URSS su versión definitiva, más de dos décadas después de su edición en Occidente. Nunca conocerá los efectos de la analogía que hay en El maestro y Margarita entre Satán y Stalin.
En la relación epistolar aparecida ahora en España se estima la posibilidad de que algunas cartas de Bulgákov probablemente fuesen cartas comenzadas, proyectadas y nunca enviadas. Las firmaba con el seudónimo de Tarzán y trataba de establecer lazos personales con Stalin. El antólogo se pregunta: "¿Se trata de ingenuidad, de adulación servil, de masoquismo o de fascinación? Sin duda, todo a la vez".
Un miedo paralizante recorrió las vidas de muchos intelectuales hasta que Stalin murió en marzo de 1953. Estas cartas reflejan ese miedo y la necesidad de huir de él. Quizá porque como Konchalovski hace decir a Stalin en El círculo del poder: "Yo lo sé todo. Todo de todo el mundo". Esta película, las investigaciones de Shentalinski o las cartas a Stalin ayudan a comprender la naturaleza del estalinismo y la banalización del Mal, con mayúsculas.
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