SOCIEDAD DE BIBLIÓFILOS CHILENOS, fundada en 1945

Chile, fértil provincia, y señalada / en la región antártica famosa, / de remotas naciones respetada / por fuerte, principal y poderosa, / la gente que produce es tan granada, / tan soberbia, gallarda y belicosa, / que no ha sido por rey jamás regida, / ni a extranjero dominio sometida. La Araucana. Alonso de Ercilla y Zúñiga

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Editor: Neville Blanc

Saturday, April 03, 2010

De eso se trata este libro.


Sol Serrano
El Mercurio Sábado 12 de Diciembre de 2009
Un libro para veinte años más

Esta es la primera página del libro que –Dios mediante, como dicen en el campo– escribiré en veinte años más sobre la historia que empieza mañana:

Las elecciones son implacables, unos ganaron y otros perdieron. Lo que esa noche del domingo del 13 de diciembre del año 2009 fueron triunfos y fracasos estampados en cifras absolutas, el significado de triunfo y fracaso se hizo, con los años, cada vez más y más relativo. Todo se desordenó bastante. El candidato de la Coalición y el candidato de la Concertación corrieron a buscar los votos de alrededor de un cuarto de electores para la segunda vuelta, en el mes de enero, y que eran los únicos que de verdad volvían a escoger Presidente. Como ese cuarto, aunque incierto y transversal, tendía a ser más de izquierda, uno volcó su estrategia a buscar el voto nómade, mientras el otro fue a las tiendas sedentarias de tres generaciones que habitaban un campamento amplio, cuyos pastizales comunes tuvo que redefinir.

El Presidente elegido hizo su tarea. Aquella que, finalmente, el electorado más o menos esperaba. No hubo grandes sorpresas; hubo, sin embargo, nuevos temas que enfrentar. El principal fue crear nuevos empleos y crecer poniendo una gigantesca imaginación tecnológica en las ventajas comparativas que el país ya tenía, pero creando otras nuevas. Como en la primera antigüedad, la energía lo dominó todo y nuestros desiertos y nuestros hielos se transformaron en polos de dinamismo, así como nos disparamos en servicios de una sociedad gigantescamente más educada.

No daba lo mismo quien ganara esa noche. Al contrario, como los hechos lo demostraron tan luego, las coaliciones políticas se movieron, pero se movieron sobre una capa teutónica que las había movido antes, esa compuesta por los millones de electores que ese domingo fueron a las urnas. Por eso, los movimientos –aunque tuvieron no poco de audacia– tenían un espacio de acción más bien menor a la hora de gobernar. Los derechos sociales que la gente esperaba y que los gobernantes buscaban, requerían más crecimiento para financiarlos. Crecimiento nuevo, fresco, mayor que aquel que habían permitido juntar esas sabias y prudentes reservas, que le habían permitido al país sortear una crisis que por primera vez –ningún historiador ni de país rico ni de país pobre creyó jamás que lo diría– afectó a los grandes más que a los chicos.

Los países chicos habían probado, en esos años, no pocas cosas. Que en los márgenes de los grandes vaivenes podían moverse; que el destino, como por tantos siglos se creyó, no estaba escrito para que quienes habían llegado tarde al banquete de la civilización, porque el tarde o temprano ya no era una categoría. La tecnología, especialmente de las comunicaciones, la había hecho trizas. Había, sin embargo, que hacerlo bien, con efectividad y sobriedad. Con credibilidad y confianza. Con aquello que finalmente sólo construye la política.

La principal derrota de aquel 13 de diciembre no fueron los éxitos y fracasos de los candidatos, fueron los dos millones y medio de jóvenes que no quisieron votar. Se creyó entonces que ello podía socavar las bases de la democracia chilena. Y aunque en estos veinte años los jóvenes votan más y son menos, los que entonces no votaron no se sentían por ello menos ciudadanos. Más bien, privilegiaban su participación en la “cosa pública” desde otros espacios. Sin embargo, esa marginación de los derechos políticos era también una licencia para que la clase política se hiciera cada vez más particular y menos pública. Quizás ésa fue la principal incertidumbre de aquel 13 de diciembre de 2009, cuando el cambio ya no era heroico y no tenía por qué serlo, sino urgente de una nueva manera. Sólo desde la política se podía construir la urgencia de la innovación que hiciera posible una sociedad igualitaria. La pregunta era si la política estaría a la altura de su propia reforma.

Esos veinte años se iniciaron, sin estridencia alguna, en un día simbólico. El que conmemoraba las elecciones de veinte años antes, las que dieron inicio a un periodo brillante de Chile, que permitía pensar, con optimismo, que en los próximos veinte se daría el salto crucial en el cual quedaría atrás esa parte oscura y muy larga de nuestra historia de pobreza, de injusticia y de mediocridad. Curiosamente, o no tanto, era en esas elecciones del 13 de diciembre de 2009 en las que se jugaron los veinte años por venir, porque el éxito logrado tenía latente su propio fracaso. De eso se trata este libro.

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