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Editor: Neville Blanc

Sunday, September 05, 2010

BERNARDINO BRAVO

El maestro y sus discípulos Él miércoles, cuando se enteró de su premio, Bernardino Bravo se encontraba con sus ayudantes trabajando en su próxima investigación: una historia sobre los cuatrocientos años de la judicatura en Chile.



Entrevista Habla el nuevo Premio Nacional de Historia
Bernardino Bravo: "Estamos hastiados de quemar incienso a los próceres"

Convencido de que el período independentista "fue perjudicial" y de que el Bicentenario es "una cosa sin sentido", Bravo apuesta por reconocer la unidad cultural de Hispanoamérica, heredada de los gobiernos virreinales de América entre los siglos XVI y XVIII.

Juan Ignacio Rodríguez Medina

El Mercurio Artes y Letras Santiago de Chile
domingo 5 de septiembre de 2010
Actualizado a las 11:09 hrs.



Bernardino Bravo Lira estaba en su oficina en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, trabajando con sus ayudantes en la labor que lo ocupa por estos días: una historia de los cuatrocientos años de la judicatura chilena. Un llamado telefónico lo interrumpió: había ganado el Premio Nacional de Historia 2010.

Bravo es historiador del derecho (reconoce como maestros a Gonzalo Vial, a Héctor Herrera y al historiador alemán Karl Hauck). Por eso al recibir el galardón destacó que fuera la primera vez que se distinguía a dicha rama. Mencionó a Alamiro de Ávila Martel y a Antonio Dougnac (miembro de la Academia de la Historia) como las bases de un edificio del que él se siente el techo; y recordó a Vial como quien debió ganar antes que él. Ahora, en una de las bibliotecas de la Facultad de Derecho, con una imagen de Ávila Martel a sus espaldas, insiste: "De toda la producción historiográfica chilena había más de un tercio que nunca había sido considerada".

Bravo se interesó por la historia del derecho cuando estudiaba derecho en la Universidad Católica y era alumno de Gonzalo Vial: "Leí la afirmación de un historiador alemán, Heinrich Metteiz, quien decía que la historia del derecho es la puerta adecuada para entrar a las demás ramas de la historia, porque cuando un historiador empieza a trabajar una materia se encuentra con un caos de datos que hay que ordenar de alguna manera, y esa ordenación muchas veces es bastante arbitraria; en cambio -en materia jurídica-, el derecho es en sí mismo una estructura, y no hay más que reconstruir la estructura y no construir una. Eso me fascinó".

-Sin esa conciencia jurídica, ¿la historia es incompleta?

"No, no. Es lo que dice Metteiz: es un muy buen acceso a la historia. Los otros pueden llegar, y llegan a menudo a tener excelentes resultados, pero es un camino increíble y con mucha suerte".

-¿No es eso un sesgo?

"No. Esos sesgos son los que emplean los historiadores generales. Porque el historiador del derecho, como reconstruye algo que ya está, no necesita sesgos ni anda aterrado por ellos. En cambio, los otros se manean. No digo que no sean buenos historiadores, pero que ser historiador del derecho es una gran ventaja para hacer historia, eso sí lo digo".

En su último libro ("Constitución y reconstitución. Historia del Estado en Iberoamérica 1511-2009"), Bravo plantea que, tras la Independencia, en América se produce, a contrapelo del período anterior, una dispersión en la que las facciones luchan por imponer distintas constituciones. Habla de una "euforia" constitucional, seguida desde mediados del siglo XIX (con la aparición de los partidos políticos), de una "furia": "En ambos momentos la idea era demoler lo que había y encontrar cualquier otra cosa distinta. Se mataban por eso".

-Al parecer usted cuestiona las constituciones liberales...

"No, eso es completamente erróneo. Un historiador que cuestiona es un periodista. Lo que hace un historiador es reconstruir lo que pasó y uno ve que en toda Hispanoamérica cada país tuvo su propia constitución que fue puliéndose hasta que el Estado de Derecho llegó a su apogeo en siglo XVIII, en la época de la Monarquía ilustrada, y tras la Independencia se desmontó. La gente no lo sabe, pero eso es así: tenían los recursos y funcionaba. Después de la Independencia el derecho hispanoamericano cambió porque ya no protegió, o sea, declaró iguales a todos los habitantes. De una plumada, O'Higgins decretó que los indígenas eran ciudadanos chilenos. Se quedaron sin protección, sin garantía, sin privilegios y se los comieron los chilenos. Y uno ve que en pleno siglo XVI hay recursos para reclamar contra los abusos de gobierno".

-¿En qué queda el Bicentenario?

"Estamos haciendo una cosa sin sentido. ¿Es el Bicentenario de las juntas de gobierno? No, porque la de Quito fue en 1809 y en otros países ni hubo. ¿De las constituciones? No, porque la primera fue en 1911 en Venezuela. ¿De la Independencia? El primero que la declaró fue Venezuela; Argentina lo hizo en 1816; Chile en el 18.

-Es decir, es algo artificial.

"Habría un modo de salvarlo. Definiéndolo como la crisis del mundo hispánico: unos se pegaron la estampida y se llaman héroes y próceres y no se qué; es una visión centrífuga. Otros, producida la estampida, dijeron que había que preservar lo común; es una faceta centrípeta. La cumbre de ese Bicentenario centrípeto es Andrés Bello, quien escribe su gramática para evitar que este mundo que habla una sola lengua se disperse como les ocurrió a los pueblos que sucedieron al imperio romano; y que cuando hace el Código Civil dice: 'comprenderéis que no estamos en el caso de copiar ningún código extranjero'. Es la visión que triunfa en el siglo XX, cuando se recupera en gran parte el acervo común: los hispanoamericanos no quieren ser yankees , no quieren ser europeos. Aparecen Rubén Darío y una generación de ¡cincuenta poetas hispanoamericanos! Es el momento en que ya estamos hastiados de seguir quemando incienso a los próceres, a la Independencia, a los libertadores. Todas esas son cosas ridículas".

-¿No hay nada que celebrar?

"Fue un momento de división y de problematización que naturalmente perjudica: el que renuncia a su propio pasado se condena a imitar a otros, ése es el problema del Bicentenario, y eso conviene recordarlo, pues contribuye a tener conciencia del peligro de caer en eso, en una dispersión que sólo beneficia a las potencias extranjeras".

-¿Ve ese peligro ahora?

"Estamos sumidos en eso. ¿Cristina, la de al lado, anda preocupada de lo que pasa en el continente? No tiene idea. O Dilma Rousseff, del Brasil, ¿está desvelada por el porvenir del continente? También están Evo, Correa y la moda de Chávez de las asambleas constituyentes. Entonces, cada cual tiene su personalidad, pero ninguno mira al continente en absoluto. Y los que van a la OEA están pensando en ser candidatos en su propio país y no se preocupan del continente. Si se preocuparan, lo primero que deberían hacer es sacar la OEA de Estados Unidos y ponerla en un país civilizado".

-¿EE.UU. no lo es?

"Todavía no. Son bárbaros, no entienden las cosas. Los ingleses hacen los desaguisados más grandes, pero saben salir de ellos, no se meten en camisas de once varas. Los yankees son unos maestros para manejar sus propios asuntos, pero cada vez que intervienen en los del mundo la cosa empeora en términos exponenciales, porque son bárbaros. Pueden comprar lo que quieran, pero no pueden comprar madurez ni antigüedad porque no la tienen".

Un poco de su obra
La primera obra de Bernardino Bravo es "Régimen de gobierno y partidos políticos en Chile" (1978). Además ha escrito, entre otros, "De Portales a Pinochet" (1985), "El estado de derecho en la historia de Chile" (1996), "El juez entre el derecho y la ley" (2006) y "Constitución y reconstitución" (2010). En prensa está "Grandes visiones de la Historia" .

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