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Chile, fértil provincia, y señalada / en la región antártica famosa, / de remotas naciones respetada / por fuerte, principal y poderosa, / la gente que produce es tan granada, / tan soberbia, gallarda y belicosa, / que no ha sido por rey jamás regida, / ni a extranjero dominio sometida. La Araucana. Alonso de Ercilla y Zúñiga

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Editor: Neville Blanc

Friday, October 01, 2010

MAGALLANES


"La Magallanidad de Chile". Discurso de Mateo Martinic. 2006

[Nota: El siguiente texto es transcripción del originalmente publicado en el diario La Prensa Austral, de Punta Arenas, edición 9-XI-2006.]
Fuente: http://www.nuestro.cl/notas/noticias/entrega_premio_bicentenario_2006_4.htm

Discurso pronunciado por Mateo Martinic durante la ceremonia de entrega del Premio Bicentenario 2006.

La Magallanidad de Chile


"El verdadero Chile está en Magallanes. No hay porqué asustarse. Chile nació en el Sur y fue bautizado en el Norte.
En rigor de justicia, así como América debería llamarse Colombia, en la misma forma Chile debería llamarse Magallania; y Magallanes, Chile.
Pues la palabra Chile en aymará significa: donde termina la tierra, y en quechua: donde hace frío. Que todo eso es Magallanes.
Magallanes por lo tanto debería ser el verdadero nombre de Chile, y viceversa."

Así escribía hace sesenta años monseñor Pedro Giacomini en una obrita de divulgación que tituló Copitos de Nieve, reafirmando –debiera decir remachando, pues tal era su insistencia– los conceptos que solía utilizar cuando se dirigía a nosotros, alumnos del colegio “San José” de Punta Arenas, para motivarnos en el amor por lo vernáculo, toda una expresión cabal de la tenacidad educadora de los Salesianos, de la que tantos frutos destacados ha recibido la Nación Chilena.

En nuestra despreocupada adolescencia de entonces, aquel mensaje de singular contenido no caló suficientemente como para ser debidamente aquilatado y recogido. Ello vendría con la reflexión propia de la madurez y el transcurso del tiempo. De tal modo, corriendo los años y en la medida que crecía y se profundizaba nuestro interés personal por cuanto se refería al pasado y a la geografía de la región patagónica, recordé ocasionalmente aquella repetida aseveración, la valoricé paulatinamente y la comprendí en plenitud, y cavilé acerca de la necesidad de hacerla conocer fuera de las fronteras regionales.

Aquí estoy, pues, para revivir y reafirmar los dichos del antiguo y admirado maestro salesiano.

Con este necesario preámbulo quiero dar inicio a estas palabras con las que deseo agradecer, sincera y profundamente, el galardón que se me ha otorgado en la forma del Premio Bicentenario 2006, por parte de la Corporación Patrimonio Cultural de Chile, la Universidad de Chile y la Comisión Bicentenario del Gobierno de Chile. Agradezco, asimismo, a cuantas autoridades, organismos, instituciones y personas promovieron y apoyaron mi postulación y se empeñaron en que la misma tuviera éxito.

Así, entonces, creo que esta ocasión es la oportunidad apropiada para resaltar más que la chilenidad de Magallanes, la magallanidad de Chile.

En efecto, la región meridional extrema de la República ostenta la primacía del origen geográfico e histórico de la Patria, uno y otro con ocurrencia simultánea en el tiempo de la penetración descubridora del capitán general Fernando de Magallanes, el insigne lusitano al servicio del Reino de Castilla, el 21 de octubre de 1520 –pasado el medio día para más señas-, acontecimiento trascendente que, lo reitero, puso al futuro Chile –por el sur- en la geografía y en la historia de las naciones, y, por si faltara, añado que allí se erigió por primera vez la Cruz Cristiana, se rezaron los primeros oficios de nuestra fe y se pronunciaron las primeras palabras en nuestra hermosa lengua española. ¡Qué honrosa primacía, por cierto indisputable!

La región austral, además, tiene el privilegio exclusivo de haber estado en el pensamiento íntimo de los dos personajes señeros de nuestra nacionalidad: Pedro de Valdivia, el fundador por antonomasia del nuevo reino hispano en los dominios sudoccidentales y australes de América, y de Bernardo O´Higgins, el Libertador y Padre de la Patria, organizador inicial del Estado republicano.

Para el primero, lo fue en el tiempo de la decisión conquistadora y fundacional cuando reclamó la correspondiente jurisdicción territorial, y que habiéndole sido concedida de forma menguada según sus aspiraciones, sólo entre los grados 27 y 41 de latitud austral, aunque con una anchura de cien leguas españolas, la reiteró ampliada y dilatada hasta el estrecho de Magallanes, con extensión de océano a océano, lo que consiguió al cabo de prolongado y tenaz empeño años después cuando el Emperador Carlos V ratificó la concesión original y la alargó hasta el paso magallánico, señalando así el sólido origen histórico y jurídico de la soberanía territorial chilena.

Para el segundo, bien se sabe, las tierras patagónicas y fueguinas conformaron la obsesión de su existencia durante la época de su voluntario exilio peruano -singularizadas en la expresión postrera ¡MAGALLANES…! -, y los planes de ocupación y colonización correspondientes manifestaron su excepcional y personalísima visión geopolítica con las que procuró motivar a sus contemporáneos, inspiración feliz que hizo posible en 1843 la ocupación definitiva de esos territorios y su incorporación al dominio soberano de la República.

Convengamos, pues, que títulos como los expuestos bastan para proclamar la singularidad de la chilenidad magallánica, pero también, con no menor fuerza, la magallanidad de Chile.

Ha de saberse, además, que no obstante la preocupación inicial del ilustre Presidente Manuel Bulnes, el mandato o´higginiano permaneció insatisfactoriamente cumplido durante largo tiempo por causa de diferentes avatares y circunstancias, y sólo pudo cobrar proporciones y permanencia con la tarea colonizadora a contar de los años de 1870.

Fue esa la gesta admirable del esfuerzo creador protagonizado por los pioneros, gentes laboriosas de diversas procedencias acogidos bajo el amparo protector de la bandera patria, que nada pidieron al Estado, como no fuera el poder vivir en paz y seguridad, y el mantenimiento de las garantías mínimas de libertad económica que hiciera posible el desarrollo autogenerado con resultado del surgimiento de un territorio nuevo en la organización administrativa del país, poblado, productivo, rico inclusive.

El crecimiento y transformación de Magallanes, de misérrima colonia que había sido, en un emporio de vida y riqueza, constituye un fenómeno singular que mucho tuvo de milagroso en su fase fundamental. Porque milagro fue ver surgir en el extremo del mundo, allí donde la tierra se acaba, lejos de toda civilización, una comunidad que en pocos decenios alcanzó niveles de desarrollo social, espiritual y económico sorprendentes, tal vez sin paralelo en la historia de Chile, habidas consideraciones del tiempo, medio geográfico y circunstancias en que se realizó. Ello fue la obra exclusiva del empuje de dos o tres generaciones de hombres y mujeres pertenecientes a muchas etnias, sin más recursos que su genio creador, fe en el esfuerzo propio y en las posibilidades de la tierra, y una tenacidad y trabajo llevados a extremos tales que maravillan.

Y conste que ello sucedió en una región de geografía hostil y dura; en una tierra cuyos habitantes originarios fueron incapaces de legar culturas superiores; en un lugar donde fracasó el empeño colonizador del Imperio Español en momentos culminantes de su poderío; en un sitio, en fin, condenado y relegado a la condición de infierno del orbe creado, que así se afirmó de él.

Portento o milagro, califíqueselo como se quiera, el surgimiento de Magallanes fue un triunfo magnífico del hombre, y la epopeya pacífica de su esfuerzo el acervo histórico más preciado para sus habitantes, que han contemplado y contemplan con satisfacción tan asombroso pasado, encontrando en él su más fuerte estímulo para encaminarse con alegre y confiada esperanza hacia un porvenir de bienestar y ventura.

Tal proceso sorprendente, todavía hizo posible otra circunstancia excepcional en la vida nacional: la de contribuir al poblamiento y desarrollo económico y civilizador de los territorios argentinos vecinos de Santa Cruz y Tierra del Fuego, sobre los que por largo tiempo Magallanes ejercería una benéfica hegemonía supraterritorial integradora, algo que no tenía precedentes ni tendría repetición en la historia chilena.

¡Un acervo informativo así de valioso y significativo merecía ser rescatado y conocido a lo largo y ancho del país, y aún más allá de sus fronteras!

Así las cosas, según avanzaba el tiempo y mi propia preocupación cobraba forma y expresiones escritas, asumí más involuntariamente que de manera deliberada la misión de difundir el conocimiento sobre cuanto había acontecido en el teatro geográfico meridional desde la más remota antigüedad –milenios- hasta nuestros días, poniendo de relieve la singularidad de una historia diferente, digna y enaltecedora ocurrida sobre una geografía con mucho de áspera, rigorosa y poco acogedora; además del acervo patrimonial correspondiente, de la riqueza de sus tradiciones y las características definitorias de la identidad regional. Todo ello para información de los propios habitantes, primero, para la reafirmación de sus sentimientos de regionalidad y de nacionalidad, y del resto de los chilenos, después, para su conocimiento y para sustentar los requerimientos de atención preferente que merece la Patagonia chilena. Al final, casi sin darme cuenta, me encontré inmerso en una campaña personal, sostenida y sistemática, a modo de cruzada de difusión e información, asumida con pasión y convicción.

Pero, por cierto, vistas las perspectivas de la empresa que había echado sobre mis hombros, aquello no podía ni debía quedar allí, y de esa manera, a veces deliberadamente y otras como una consecuencia lógica y natural no buscada de otras acciones, la tarea personal fue asumiendo complejidad y densidad y la misma se fue cumpliendo como una parte necesaria, y a veces única, de las diferentes responsabilidades que se me encomendaron o que fuí asumiendo tanto en el ocasional servicio público, como en la más frecuente actividad privada y académica. En todo ello ha habido, como lo hay, un objetivo definido: investigar, enriquecer, participar y difundir el conocimiento histórico y geográfico, empleando para ello todos los medios a mi alcance, tales como libros y artículos en revistas especializadas y en la prensa escrita, la cátedra universitaria, el podio de conferencias, las sesiones de congresos y seminarios, la radio y la televisión, las conversaciones personales, en fin; pero también identificar, preservar y dar a conocer el acervo patrimonial histórico y cultural, tangible e intangible; así como crear, organizar y mantener instituciones dedicadas a la tarea académica humanística y científica, otra vez como fuentes generadora del conocimiento y como factores de promoción cultural; seleccionar y sugerir la creación de áreas territoriales privilegiadas por sus condiciones ambientales excepcionales en forma de parques nacionales, monumentos y reservas, para beneficio de la ciencia, conservación de la herencia natural y para solaz de las generaciones actuales y futuras; y, al fin, soñar y hacer realidad otras diferentes acciones orientadas al progreso general, a la cultura al bienestar de los territorios patagónicos de Chile y de sus habitantes.

De esa forma, a lo largo de toda una vida ha cobrado expresión una tarea ¡qué digo!, una empresa singular, realizada desde la Región de Magallanes, para ella misma, para la Patagonia Chilena (desde Reloncaví al cabo de Hornos), y para el país. Sin habérmelo propuesto he llegado a ser la voz que desde la periferia meridional, el origen geográfico de la nacionalidad, ha proclamado y proclama sus primacías, que da cuenta de sus realidades y potencialidad, se hace eco de las aspiraciones de su gente, y se ha empeñado y empeña por hacer de Magallanes, en particular, y de la Patagonia chilena, en general, la gran región que –no nos cabe duda- contribuirá a hacer un Chile mejor y más adelantado en este siglo XXI. Basta sólo recordar en el terreno energético la magnitud de sus recursos hídricos y de carbón para entenderlo. Pero también he querido y quiero ser un heraldo que afirma desde las fronteras australes de la Patria la inmensidad y diversidad de la geografía de las regiones del país, con sus distintas riquezas naturales y económicas y con la variedad de sus gentes y de sus culturas, que en su conjunto variopinto manifiestan el mosaico de la gran Nación Chilena, para reclamar y reafirmar la necesidad de hacer de la República un Estado desconcentrado, descentralizado y –ojalá- regionalmente gobernado de manera autónoma, tal y como lo muestra exitosamente la experiencia constitucional contemporánea de naciones europeas de antigua raigambre unitaria.

¿Es esto una utopía y, si no, una demasía? Ni lo uno ni lo otro. Es una aspiración de millones de chilenos del interior y de la periferia del territorio nacional, a lo largo del tiempo, y que habrá de convertirse en feliz realidad más temprano que tarde: es la aspiración por vivir en un país cohesionado e integrado, pero con conciencia y respeto de las individualidades regionales, desarrollado con equidad, sobre la base de idénticas oportunidades según las diferentes potencialidades de cada región. Unicamente de esa manera tendremos, de verdad, el Chile grande, mejor y justo al que con razón todos aspiramos. ¡Hagámosnos la ilusión de que aquello podría ocurrir entre el Bicentenario de la República y la celebración de los quinientos años del descubrimiento de Chile que se conmemorará en 2020!. Si mi esfuerzo personal a lo largo de una vida entera ha conseguido aportar tan sólo un granito de arena para que así suceda, creo que ha valido la pena intentarlo.

Gracias, una vez más, a todos cuantos patrocinaron mi nombre para esta distinción que acepto con agrado y modestia, galardón que comparto con todos mis coterráneos, los de Magallanes y los de la diáspora regional, y a los integrantes del jurado a los que cupo discernirla. Gracias a todos ustedes por acompañarnos en un momento tan trascendente para mi esposa y para mí.

Mateo Martinic B.

9 de Noviembre de 2006

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