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Editor: Neville Blanc

Sunday, June 12, 2011

BERTRAND RUSSELL

AUTOBIOGRAFÍA Bertrand Russell, Edhasa/Océano, 2010, $32.500.



NATURALEZA Bertrand Russell en su casa de Penrhyndeudraeth, en Gales. Según confiesa, la naturaleza fue uno de los elementos que lo "salvaron de un total abatimiento".

Ludwig Wittgenstein, filósofo austríaco.




Memorias Pensamiento y compromiso políticos
Bertrand Russell: los ideales de un positivista

Está en Chile el volumen que reúne las tres partes de la autobiografía del intelectual británico. Filósofo, activista, amante. El autor entrega en más de mil páginas un informe sobre sus motivos públicos y privados.

Juan Ignacio Rodríguez Medina
El Mercurio Artes y Letras Santiago de Chile
domingo 12 de junio de 2011
Actualizado a las 6:29 hrs.

Tres afanes guiaron la vida de Bertrand Russell, tres ideales si se quiere: el conocimiento, el amor y la piedad. "El amor y el conocimiento, en la medida en que ambos eran posible, me transportaban hacia el cielo. Pero siempre la piedad me hacía volver a la tierra", escribe en su "Autobiografía" (Edhasa/Océano). Reeditada en 2010 y llegada recientemente a Chile, esta nueva versión tiene la gracia de reunir en un solo volumen lo que antes estaba publicado en tres.

Si hemos de creer en sus palabras, la vida del filósofo británico fue una lucha por conciliar esos afanes, su vida pública con sus obligaciones privadas, la preocupación por el andar de la humanidad con sus intereses filosóficos. Es al menos lo que se destila en sus memorias. En un tono muy propio de su estilo -directo, claro, fluido y argumentativa y lógicamente impecable (no hay que olvidar que ganó el Nobel de literatura en 1950)-, Russell nos entrega un verdadero informe de su vida: desde 1872, año de su nacimiento, hasta 1967, tres años antes de su muerte. Una vida de 1.017 páginas que transita desde el optimismo y tal vez candidez del siglo XIX pre Primera Guerra Mundial, hasta el desencanto y la lucha por la sobrevivencia en la era atómica. Una mente nacida en el mundo de ayer -la tranquila Europa de la que habla Stefan Zweig en sus memorias- a la que le tocó vivir en el mundo de hoy.

Conocimiento

"Necesitaba la certeza del mismo modo que la gente necesita la fe religiosa". Y a esa tarea dedicó Russell su vida hasta los 38 años, el prurito escéptico lo llevó a poner en duda todo conocimiento. Ya a los quince años comenzó una "investigación sistemática sobre los supuestos argumentos racionales de las creencias cristianas fundamentales". Y así fue perdiendo su fe: primero cayó el libre albedrío a favor de las leyes de la dinámica y luego la vida después de la muerte.

Dios todavía vivía, gracias al argumento de la primera causa. Hasta que a los dieciocho leyó la "Autobiografía" de Stuart Mill, donde éste pregunta quién hizo a Dios: "Durante el largo período de duda religiosa, la gradual pérdida de la fe me había hecho muy desgraciado, pero, cuando se completó el proceso, descubrí sorprendido que estaba contentísimo por haberme desembarazado de todo aquello".

Muerto Dios, Russell encontró su fuente de felicidad y certeza en las matemáticas, afán que alcanzó su cumbre con la publicación, junto a Whitehead, de los "Principia Mathematica". Pero para Russell, de 38 años, no fue suficiente: "Después de veinte años de muy arduos esfuerzos llegué a la conclusión de que yo no podía hacer nada más para conseguir que el conocimiento matemático fuera indudable. Entonces llegó la Primera Guerra Mundial y mis pensamientos se concentraron en la locura y la miseria humana". Si bien todavía en los 40 publicó "Una historia de la filosofía occidental" y "La filosofía del atomismo lógico", el gran acicate para Russell sería el activismo político, pero también las mujeres.

Amor

Lo de marido amante podría aplicarse a Russell: tuvo cuatro esposas y "queridas" varias. En el verano de 1889, a los diecisiete años, conoció a Alys Pearsall Smith, de quien se enamoró "en el primer instante". Claro que recién un año después, ya mayor de edad, dejó la pura "admiración a distancia" y comenzó el acercamiento: "Aunque estaba profundamente enamorado", escribe Russell, "no experimentaba ningún deseo consciente en cuanto al establecimiento de relaciones físicas. En realidad, sentí que mi amor había sido profanado cuando una noche tuve un sueño sexual en el que el amor tomó una forma menos etérea. Gradualmente, sin embargo, la naturaleza se encargó de ese asunto".

Bertrand y Alys se casaron el 13 de diciembre de 1894, contra los deseos de los Russell, especialmente por la decisión del matrimonio de no tener hijos ("el control de la natalidad se veía con ese horror que ahora solamente inspira a los católicos", se lee en la primera parte del texto, redactada en 1951), cuestión de la que finalmente se encargó la naturaleza, pues resultó que ella era estéril. El amor duró hasta el otoño de 1901: "Había salido a dar un paseo en bicicleta cuando, de pronto, mientras pedaleaba por una carretera rural, comprendí que ya no amaba a Alys".

Aún casado con ella, Russell conoció en 1910 a Ottoline Cavendish-Bentinck, mujer de un político liberal al que él respaldaba, con quien inició una relación: "Por razones externas y accidentales, no tuve aquella noche relaciones plenas con Ottoline, pero acordamos convertirnos en amantes tan pronto como fuera posible". Y lo fueron hasta 1916. Entremedio Russell tuvo un amorío con una joven poeta norteamericana, pero más importante fue lo que ocurrió en 1915: en medio de la I Guerra Mundial y cuando su lazo con Ottoline declinaba, Russell salió a buscar: "Anduve en busca de otra mujer que aliviase mi infelicidad, pero no tuve éxito hasta que conocí a Colette".

Al año siguiente conoció a la que sería su segunda esposa, Dora Black, a quien comenzó a cortejar cuando aún estaba con Colette. Tras divorciarse de Alys se casó con ella en 1921 y tuvieron dos hijos: John y Katharine. Desde entonces se casaría dos veces más, en 1936 con Patricia (o Peter) Helen Spence, con quien tuvo a su último hijo, Conrad, y en 1952 con Edith Finch. Confiesa Russell: "Quizás el divorcio fácil cause menos infelicidad que cualquier otro sistema, pero ya no me siento capaz de ser dogmático respecto de asuntos de matrimonio".

Piedad

Ya lo decía Russell, con la Primera Guerra Mundial sus pensamientos se dirigieron a la locura y la miseria humana. Algunos dirán que ya había exprimido la cuota de genio que la naturaleza le dio para explicar el giro desde la filosofía y la lógica a los asuntos humanos; de hecho, él mismo habla de un agotamiento intelectual.

Lo cierto es que desde 1914 Bertrand Russell comienza progresivamente a volcar su atención y esfuerzos hacia la política internacional. ¿Quién podía seguir preocupado del moderno afán de fundar un conocimiento cierto cuando el Viejo Mundo se sumía en la miseria? Al menos Russell no. Su oposición a la Primera Guerra y el apoyo a los objetores de conciencia le costó estar cinco meses en prisión en 1918. Pero como él se encarga de aclarar en el libro, lo suyo no era pacifismo, y por eso entendió que no había otra alternativa para frenar a Hitler que la Segunda Guerra Mundial, conflicto que siguió desde Estados Unidos.

Vencido el nazismo, su gran preocupación fueron las armas nucleares. Entre otras acciones, fundó y presidió la Campaña para el Desarme Nuclear y luego el Comité de los Cien, un movimiento que llamaba a la desobediencia civil, en cuya primera "sentada" logró reunir a veinte mil personas frente al Ministerio de Defensa británico y que le costó a Russell una segunda estadía en la cárcel, en 1961, esta vez junto a su esposa: "Todavía creo que la desobediencia civil masiva sigue siendo uno de los medios más efectivos de atacar la actual política internacional", confiesa.

Todo ese activismo -que incluyó su oposición a Vietnam, a la guerra preventiva, al macartismo y a la política exterior estadounidense- decantó en la creación, en 1963, de la Fundación Bertrand Russell para la Paz. Un afán, la piedad, que lejos de conducirlo contra la razón, lo reafirmaron en su amor (no dogmático) al conocimiento. Preocupado por el aumento del poder humano gracias a la ciencia, escribe hacia el final de sus memorias: "No es por medio de la oración y de la humildad que uno consigue que las cosas sean como uno desea, sino por medio del conocimiento de las leyes de la naturaleza". "Que otros triunfen donde mi generación ha fracasado".

Los mil amigos de Russell


Primero una crítica. Dado el grandísimo número de nombres que pasan por las diez centenas de páginas de la autobiografía de Russell, se extraña mucho un índice onomástico. Especialmente por la envergadura de muchos de esos nombres. Y es que entre los amigos, conocidos y corresponsales del británico se cuentan, anote: Lenin , Einstein, Aldous Huxley, Niels Bohr, T.S. Eliot , D. H. Lawrence, Sartre, Keynes, Bernard Shaw, Joseph Conrad, Emma Goldman, H.G. Wells , entre otros. ¿Algunas opiniones? Escribe Russell en un juicio que junto a Einstein , incluye a Kurt Gödel y W.E. Pauli: "Tenían una tendencia germánica hacia la metafísica" . Y sobre Sartre: "A pesar de nuestras diferencias en cuestiones filosóficas, yo admiraba mucho su coraje". Para Keynes una buena y otra mala: "El intelecto de Keynes era el más agudo y claro que he conocido jamás" ; "la profunda convicción de que el Tratado de Versalles auguraba un desastre despertó de tal modo al grave moralista que había en él, que se olvidó de ser inteligente..., sin dejar por ello, no obstante, de serlo". Menos dadivoso es con Lawrence : "Había desarrollado toda una filosofía fascista antes de que los políticos pensaran en ella" ; "Lawrence, aunque la mayoría de la gente no se percatara, era el corifeo de su mujer. Él poseía la elocuencia y ella las ideas". Un dato: para más opiniones sobre famosos, se puede leer, del mismo Russell, "Retratos de memoria y otros ensayos" .

Otro de sus conocidos, quizás amigo, fue Ludwig Wittgenstein. En una carta del 13 de marzo de 1919, enviada desde una prisión en Italia, Wittgenstein le escribe a Russell: " Finalmente, creo haber resuelto nuestros problemas... Terminé el libro en agosto de 1918 y dos meses después caí prigioniere . Tengo el manuscrito aquí conmigo. Me gustaría hacer una copia para usted, pero es bastante largo y no tengo una forma segura de enviárselo. Además, no lo entendería sin unas explicaciones previas, pues está escrito en frases muy breves". La obra no es otra que el "Tractatus Logico-Philosophicus" , al que muchos califican como la principal obra de filosofía del siglo XX, junto a "Ser y tiempo", de Martin Heidegger: "Tal vez él haya sido" , escribe Russell sobre Wittgenstein, "el ejemplo más perfecto que jamás he conocido del genio tal como uno se lo imagina tradicionalmente: apasionado, profundo, intenso y dominante".

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