12 de agosto de 2012

El pasado 21 de julio se cumplieron 125 años de la llegada del P. José Fagnano y sus tres compañeros de la Congregación, P. Antonio Ferrero, el clérigo Fortunato Griffa y el hermano coadjutor José Audisio que conformaban el grupo fundacional de la presencia de la Orden Salesiana en el territorio meridional de América. Venían enviados por el santo padre fundador Juan Bosco para iniciar una obra misionera evangelizadora y educadora en el servicio de los pueblos originarios y de la todavía escasa población civilizada.

Esa responsabilidad suponía un desafío formidable por donde se lo considerara, que los miembros del grupo fundador con Fagnano a la cabeza y cuantos al mismo se sumaron o lo sucedieron en el tiempo, incluyendo a las hermanas del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, que arribaron a Punta Arenas a partir de 1888, asumieron con decisión y gran coraje anímico. Pusieron así los cimientos de una obra admirable que abarcó los aspectos propuestos originalmente y aun los superó: la tarea abnegada del rescate, cristianización y civilización a su modo de los grupos étnicos aborígenes que enfrentaban la arremetida insuperable de gentes de otra cultura empeñadas en la conquista económica de sus tierras ancestrales; la labor educadora y formadora de la juventud en los colegios de humanidades y en las escuelas profesionales para hacer de ellos agentes dinámicos de adelanto social y moral en un territorio todavía situado en las fronteras del mundo civilizado; y, por fin, una acción encaminada al avance del conocimiento científico en los campos de las ciencias humanas, geográficas y naturales y a la preservación de los valores vernáculos y de la herencia histórica local para bien de la cultura y la humanidad.

No es fácil apreciar en un balance justiciero el significado trascendente de la presencia y acción más que seculares de la Congregación Salesiana en Magallanes, comprendiendo en ella al Instituto de las Hijas de María Auxiliadora.
Dificultoso resulta ponderar con ecuanimidad cuando el sentimiento vivo del agradecimiento resulta casi irrefrenable y puede mover a una valoración excesiva de lo que en propiedad ha sido un proceso complejo, multifacético y prolongado, atribuyéndole más mérito que el correspondiente.

Pero corriendo tal riesgo a la vista del acontecer de un siglo y cuarto del arribo histórico que se recuerda, la adjetivación que merece emplearse en la calificación ponderatoria no puede ser sino la precisa, la apropiada para juzgar una empresa sorprendente y admirable vista en su contexto de tiempo, circunstancias y lugar.

La obra de los hijos e hijas de San Juan Bosco en Magallanes ha sido simplemente colosal, magnífica y fructífera. En efecto, tarea de gigantes fue la emprendida por el puñado de pioneros y pioneras de 1887 y 1888, y proseguida por sucesivas generaciones de religiosos y religiosas en medio de esfuerzos abnegados, renunciamiento y privaciones, sacrificios y amarguras, pero también de alegrías y compensaciones anímicas, alentados invariablemente por la certeza de la bondad trascendente de la ímproba tarea, hasta darle las proporciones y consolidación conocidas. Tarea magnífica, además, por su profundidad y su grandiosidad. Fructífera por fin, porque sus resultados han sido de contenido espiritual, cultural, social y tecnológico en grado suficiente como para haber condicionado como lo ha hecho en el tiempo de manera favorable la evolución de la región que ha sido el escenario de su estupenda obra.

Definitivamente, pues, ha de afirmarse y entenderse que el progreso de Magallanes y de toda la región meridional de América de un siglo y cuarto a esta parte, no habría podido darse en la forma registrada por la historia de no haber mediado en su acontecer la participación eficaz y trascendente de la Congregación Salesiana

Mateo Martinic Beros
Consejero regional
Consejo de la Cultura y las Artes Región de
Magallanes y Antártica Chilena