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Editor: Neville Blanc

Sunday, August 26, 2012

DE NUESTROS SOCIOS: ROBERTO AMPUERO

LA TERCERA EDICION IMPRESA | domingo 26 de agosto de 2012
EL SEMANAL

Un escritor diplomático en el DF

Tomó la decisión luego de una llamada del Presidente Piñera. El escritor Roberto Ampuero llegó a México en enero, y en febrero asumió como embajador. Se viste con terno, tiene chofer y oficina en un piso 18, arma redes con políticos e intelectuales. Lo han criticado por trabajar para un gobierno de centroderecha; él se defiende. Estuvimos en el DF con él para ver su transformación.
por Patricio De la Paz
 


Roberto Ampuero está sobre su trotadora. En su casa en Iowa, en el medio oeste norteamericano. Corre concentrado.
Entonces aparece su mujer, Ana Lucrecia, con su iPhone en la mano y le dice que lo llama el Presidente Piñera.
-Aló, Presidente.
-¿Cómo estás? Nosotros tenemos una conversación pendiente.
-Sí, lo sé.
-Y tengo una tarea que podrías cumplir bien.
Ampuero sabía que esa llamada llegaría. Mientras participaba en la campaña de Sebastián Piñera, en 2009, el candidato ya le había dicho que lo quería trabajando para su gobierno. Pero el escritor le había repetido que no podía tomar un cargo. Sus hijos Jimena e Ignacio aún vivían con él y su esposa en Iowa y no querían dejarlos solos. Prefería esperar a que los chicos partieran a la universidad y dejaran la casa. Piñera le había preguntado cuándo sucedería eso. Y Ampuero se lo había repetido también: en dos años más.
Por eso, esa llamada durante el segundo semestre de 2011 -Ampuero no recuerda la fecha exacta- era para cobrarle la palabra. El plazo estaba cumplido. El Presidente le dijo que lo quería a cargo de la embajada en México.
-Me gustaría, Presidente, conversarlo con mi señora y mis hijos. Le pido una semana.
-Perfecto, mañana entonces espero tu respuesta.
Roberto Ampuero cuenta esa historia sentado en su oficina de embajador, en el barrio Polanco, en Ciudad de México. Se instaló aquí el 16 de enero. El proceso fue rápido. Luego de esa conversación con Piñera, siguieron un par de reuniones con el canciller Alfredo Moreno. A fines de noviembre se supo públicamente que sería embajador. El gobierno mexicano dio su beneplácito unas semanas después. Ampuero llegó en enero, y a fines de febrero presentó sus cartas credenciales. El escritor se vestía de diplomático.
“Eso no es raro aquí -dice-. México es un país con larga tradición de diplomáticos intelectuales. Sergio Pitol, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Amado Nervo... Hay aquí una escuela, una tradición y una sensibilidad favorable a eso. Mandar un embajador escritor a México es mandar un mensaje de que en Chile entendemos lo que ellos han proyectado en política exterior: tener intelectuales dentro de la diplomacia”.
***
La oficina del embajador está en el piso 18 de un edificio que también alberga ejecutivos de empresas. El Estado chileno compró ese piso en verde, y lo inauguró en 1997, cuando José Miguel Insulza era Canciller. El despacho del embajador tiene vista espectacular: un muro transparente -son 20 ventanas de piso a cielo- deja ver el bosque de Chapultepec, el Auditorio Nacional y el terreno verde del Campo Marte, donde se hacen actos de gobierno. “Aterrizan helicópteros”, cuenta Ampuero.
Sobre su escritorio hay un computador y papeles con actividades del día y los siguientes. “Todo cambia , es una ciudad intensa. De lo planificado, haces un 30%; el resto aparece de improviso”, dice. Mientras ordena sus documentos, repara en un pequeño calendario. “Esto no ayuda a la vida sana”, comenta, riéndose. El calendario, distribuido por la Cancillería, muestra los sándwich chilenos. Uno por mes. Agosto es el de la mechada. Y diciembre es del sándwich Presidente Piñera, de la Confitería Torres: salmón ahumado, rúcula, queso filadelfia.
Poco más allá hay un living con tres sillones y una mesa de centro. Al costado, un enorme estante de libros. Da curiosidad hurguetear el librero de un embajador escritor. Pero el resultado decepciona: mucho libro turístico sobre ciudades mexicanas, compendios empastados de revistas como Vuelta, los mensajes presidenciales desde el 2002, las memorias anuales de la Cancillería… En medio, un solo libro de Ampuero: El caso Neruda. “En esta oficina hay herencia de muchos embajadores que no se llevaron sus libros”, se excusa.
-¿Los suyos quedaron en Iowa?
-Sí. Arrendé una bodega donde guardé bajo condiciones ideales los libros antiguos, las primeras ediciones, mis novelas, todo en cajas especiales contra la humedad. Todo eso lo dejé allá, igual que mi casa y mi auto viejo.
-¿Qué acordó con la Universidad de Iowa, donde ha trabajado una década?
-Pedí un permiso especial, inicialmente por dos años. El rector me dijo adelante. Es updating y perfeccionamiento de un profesor que no le cuesta un centavo a la universidad.
-¿Conocía bien México?
-Mi relación con México eran viajes turísticos: DF, Cancún, Guadalajara. Por otro lado, las giras por mis libros. Y hay otro elemento: la presencia de México en mi vida. Viví en Cuba, donde México ha sido y es un referente, porque fue el único país latinoamericano que no rompió con ellos. Mi esposa nació en Guatemala, por lo que aprendí a ver a México a través de la percepción centroamericana, donde es un gran vecino. Y desde EE.UU., México es un gran tema. En la universidad se enseña su influencia, su cultura. Esa suma de diversidades va formando a un embajador político.
Ampuero mira su reloj. Debe partir a un almuerzo, que aquí en México -como él explicaría después- es una ceremonia, una pieza clave en el quehacer diplomático. Fuera de su oficina, a pocos metros de su puerta, está el último detalle de los dominios del embajador en este piso 18: un ascensor privado que lo lleva directo al estacionamiento, donde lo espera su chofer en un Cadillac negro.
***
En las librerías del DF no es tan fácil encontrar un libro de Ampuero. Sí de Bolaño o Marcela Serrano. En la librería Gandhi del centro, le preguntamos a la vendedora Estela Ortega si tienen sus novelas. Pone cara de desconcierto.
-¿Ubica a Roberto Ampuero?
-Mmmm… alguito- dice, y busca en el computador. No les queda ningún libro de él.
En la librería El Péndulo, en el barrio cool de La Condesa, la vendedora Claudia Castro lo ubica perfecto. Y dice que le quedan ejemplares de El último tango de Allende. Poco después, a esta librería de dos pisos, con mesitas y sofisticada música ambiental, llega el embajador Ampuero. Con terno oscuro, resultado de su fashion emergency diplomático. “Antes de salir de EE.UU. debí correr a Brooks Brothers. A la universidad iba de jeans, zapatillas. Nada de lo que tenía de la informalidad de la academia norteamericana me servía”. Además de cambiar el closet, dice que apenas recibió la llamada de Piñera se puso a leer sobre México.
-¿Le pasaron una carpeta también, como a los ministros?
-(Se ríe) No… Ocupé mucha información que había en la universidad, empecé a seguir los diarios. Política, negocios, tratados, cultura y personalidades, porque es un país de personalidades. Cuando se acerca la etapa de asumir, uno debe llevar ideas, conocimiento, porque estamos hablando de un aliado estratégico.
Que su mujer haya sido embajadora -en los 80 en Alemania, en los 90 en Chile y en Suecia- también le sirvió. “Haberla seguido de cerca fue una gran escuela. Participé en cenas y reuniones. Además, la conocí en Alemania, donde yo era director de una revista y corresponsal, función que corre muy cerca de la vida diplomática: debía moverme entre ese mundo, los políticos, los empresarios”. A esa experiencia hoy suma lecturas que comenta en twitter. Así uno sabe, por ejemplo, que está leyendo El Viaje, donde Sergio Pitol cuenta su periplo como embajador a la Unión Soviética.
Ampuero dice que sus días de embajador empiezan temprano, porque siempre ha sido madrugador. Parte a las 6 a.m. leyendo diarios. Los mexicanos en papel, los extranjeros en su kindle. Luego del desayuno -le gusta el café en su tacita de diseño Alessi-, el chofer lo lleva a la oficina. En el trayecto, por tráfico, tardan una hora. El aprovecha de twittear en su iPhone. En su despacho recibe desde enviados de otros estados mexicanos a directivos de medios. Sale a reuniones. Hace llamados, como cuando le dio la bienvenida a México al futbolista Esteban Paredes, quien llegó al Atlante. En las tardes la rutina es similar. Antes, eso sí, está el almuerzo. El almuerzo largo.
“Para el mexicano, almorzar es compartir. Por eso, los almuerzos de trabajo implican tiempo. No sólo es intercambio de información. Empiezan tipo 3 de la tarde. Se abre un tequila, un mezcal. Es una manera de conocerse. En esa experiencia se generan las relaciones, es una ceremonia cultural. Los viernes he tenido almuerzos en que nos paramos de la mesa a las 8 y media de la noche. Para mí, ha sido un aprendizaje. Tan distinto a mis almuerzos en EE.UU., cuando me comía un sándwich caminando de vuelta a la oficina”.
Esos almuerzos le han permitido conocer restaurantes. Su preferido es el Rosetta, dato del embajador italiano. Una casona donde ya saben que la mesa que pide el embajador chileno es la 8. En otros almuerzos, Ampuero oficia de anfitrión en el gran comedor de la residencia diplomática. Los invitados -en la mesa caben 12- comen sobre vajilla que lleva el escudo chileno. Allí, hace poco, se reunió con los escritores Héctor Aguilar Camín y Jorge Castañeda, además de Leo Zuckermann, quien conduce el programa Es hora de opinar, uno de los favoritos del embajador Ampuero.
***
Las elecciones presidenciales mexicanas tuvieron corriendo a Roberto Ampuero. Durante la campaña fue a escuchar a los candidatos para informar a Chile sobre sus planteamientos. En esa tarea, conoció al que resultaría electo presidente: Enrique Peña Nieto, del PRI. “Asistí a varias de sus presentaciones. El hacía mención a Chile como un país que sentaba un ejemplo, entonces yo me acercaba al final como embajador a agradecerle. Se fue dando una relación muy buena”. Además, en esos meses había hecho amistad con dos de sus asesores en política internacional: el ex embajador Jorge Montaño y el economista Jorge Lozoya.
El día de la elección, 1 de julio, el embajador chileno dice que se paseó por los distintos comandos. Terminó el día en el de Peña Nieto. “Me encuentro allí con mis dos asesores amigos y me hacen pasar donde estaba el candidato ganador con su círculo más estrecho. Se me acerca y me dice: ‘embajador de Chile, qué gusto’, y me da un abrazo. Yo lo felicito. En ese momento era importante para Chile demostrar respeto por la institucionalidad mexicana”. Días después, Montaño y Lozoya le contarían que Peña Nieto sigue repitiendo divertido lo que el Presidente Piñera le dijo por teléfono esa noche: “Aproveche de disfrutar usted con su esposa estos minutos, que son los más alegres y satisfactorios, porque después es otra cosa”.
Aunque su cargo le impone discreción en sus opiniones, se nota que a Ampuero le gusta la política. A los 18 años ingresa a las Juventudes Comunistas. Después del golpe, sale a la RDA. En Leipzig conoce a Margarita Flores, hija del severo fiscal de la Revolución Cubana, apodado “Charco de Sangre”, y se van a La Habana. Tienen un hijo, se divorcian, él se desilusiona del socialismo real. Renuncia en 1976 a su militancia comunista y cuenta los días para salir de la isla. En los 80 parte a Alemania -primero la del este, después la occidental-, y comienza su crítica a las ideas que antes creyó. Luego, la vida y su carrera literaria -se convertiría en uno de los best sellers chilenos- lo mueven por Santiago, Estocolmo y Iowa, donde obtiene un doctorado y enseña literatura. Cuando apareció apoyando a Piñera, de quien se declara amigo, le enrostraron falta de consecuencia y oportunismo. Críticas que se repitieron con su nombramiento en México.
“Son las acusaciones de siempre, de los mismos tipos -se defiende-. Si fuera oportunista, no rompo con el comunismo en La Habana y me quedo calladito, como la mayoría. Si fuera por acomodo, me habría quedado cerca de la Concertación, tengo buenos amigos allí, pero nunca pedí nada, nunca fui invitado en 20 años de Concertación a ninguna actividad representando a Chile. No me parecía pedir nada, pues mi distanciamiento fue in crescendo con la experiencia después del socialismo y con el silencio de la izquierda, incluso renovada, frente a los socialismos reales”.
-¿Lo afectan esas críticas?
-No me afectan. Es la misma crítica, que esconde los tiempos. Da a entender como si yo me hubiese dado vuelta ahora con Piñera o después de la caída del muro. ¡Mentira! Yo había roto con el comunismo mucho antes. La gente que hace esa crítica no aprende nada. Una cosa es muy clara: si no fuera por mis lectores, cuyo apoyo es transversal, me hubiesen liquidado. Yo creo que esa es una de las razones por las que he permanecido tanto tiempo fuera, porque en algún momento te van a enfilar los cañones. Es mejor estar fuera del alcance de la artillería enemiga.
-¿Cómo ve hoy al presidente Piñera? Las encuestas no lo tratan muy bien…
-Creo que hay muchas razones para esa baja, pero preferiría hablar en perspectiva. Los que conocen a Sebastián Piñera saben que es un tipo que parte de cero y agarra velocidad y tiene éxito. Ha sido así en todos los ámbitos. Lo de ahora es un momento, pero no es la política entera. Vamos a ir viendo un creciente apoyo de la población hacia su gestión.
-¿Votaría por otro candidato de la derecha o lo suyo es un apoyo puntual a Piñera?
-Yo me defino como un liberal y me siento muy cómodo en la centroderecha liberal chilena, como independiente. Pienso que en Chile, por lo que hoy está es discusión en la centroizquierda, hay una intención por izquierdizar la Concertación con vistas a un programa de gobierno, y a mí me parece que no va por ahí. Me siento más cómodo con políticas económicas serias, sólidas, y en ese sentido apoyaría a un candidato de centroderecha.
***
La residencia del embajador está en el exclusivo barrio Lomas de Chapultepec. Es una casa esquina, con muros exteriores altos. Hoy es sábado, el de la final olímpica de fútbol entre México y Brasil. Ampuero se pasea vestido de sport por esta casa inmensa, que tiene un despacho, una cocina, dos comedores, un living, una terraza, un patio grande donde hay una sala de ejercicios -en su trotadora el escritor asegura que hace ocho kilómetros cada dos días-, una escalera de mármol que lleva a un salón de eventos donde hay otra cocina y baños separados para hombres y mujeres, un tercer piso donde duerme el personal de servicio y un ala privada donde el embajador y su mujer hacen vida cotidiana. Allí están los dos esta mañana nublada, frente a la televisión encendida, mientras por sus pies se pasea Lucy, la perrita terrier que se trajeron de EE.UU. No hay hijos. Jimena estudia Sistemas Simbólicos en Stanford. Ignacio está en la Universidad de Washington, Saint Louis, siguiendo Ciencias de la Computación y Matemáticas.
México mete el primer gol a los 28 segundos. El embajador celebra. Hace comentarios técnicos. Entiende lo que pasa en una cancha. “En el colegio jugaba fútbol. Era buen delantero”, dice. En el segundo tiempo, aplaude el nuevo gol mexicano. Y con pasión futbolera, pide sus botellas de mezcal -“soy mezcalero, me gusta el humo alcohólico que sube por la nariz”-, y tacos de palta con chapulines. Sí, chapulines: saltamontes crujientes y con un toque de limón. Se los come con gusto.
Brasil mete un gol en los minutos suplementarios. “Esto es complicado”, advierte. Pero llega el fin del partido, el triunfo mexicano y Ampuero no se despega de la tele. Más tarde, se pondrá un sombrero blanco, manejará el Cadillac negro -donde pondrá un CD de Juan Gabriel-, caminará por la calle Prado Norte donde está su peluquería, Carreón; su casera de frutas, doña Guadalupe; y la tienda La Castellana, donde comprará paella. Ya de regreso a casa, hablará de literatura. Que el tiempo no le alcanza para escribir, “ése ha sido el cambio más grande”. Que lo último que escribió lo hizo en Iowa: un nuevo libro de Cayetano Brulé, ambientado en un país comunista; y otra novela que ocurre entre Nueva Orleans y Valparaíso. Que necesita instalarse un tiempo en Berlín para escribir la segunda parte de Nuestros Años Verde Olivo, cuyo título de trabajo es Detrás del muro, y que espera volver a La Habana para escribir in situ el tercer tomo.
De pronto, se acuerda de sus cuadernos. Porque sus últimas novelas las ha escrito a mano. En libretas tipo Moleskine. Esas sí las trajo y las muestra con algo de pudor. Impresiona la ausencia de borrones, su letra manuscrita inclinada a la derecha, sus dibujos. Su última libreta se llama Cuaderno de México, donde dice que “hay apuntes importantes”: conversaciones con Piñera, sus viajes diplomáticos por México... Empezó esos apuntes el 16 de enero, y aún le quedan páginas en blanco. En Iowa, las mismas libretas las llenaba en sólo cuatro días. Y eso que reconoce que México es más inspirador: “La vida de campus universitario norteamericano es cíclica, sin sorpresas, la estabilidad total. Eso da tiempo para escribir, pero en términos de nuevas experiencias para un escritor es cero. México, en cambio, es un lluvia de impulsos, de experiencias. Lo que uno vive un mes aquí es un año en una universidad de EE.UU.”. El tema es tener tiempo para escribirlo.
Las páginas manuscritas ponen nostálgico al embajador. No lo dice, pero se le nota. Porque antes de que esta tarde de sábado termine, repetirá lo que ya ha descrito días atrás como el futuro perfecto:
“No tengo claro si después de esto (ser embajador) ya es hora de retirarse solamente a escribir. Tener una pata en Valparaíso y otra en EE.UU. Siento que el tiempo va pasando -el próximo año cumplo 60- y esa es una decisión abierta. Mi mujer, que es muy sabia, dice que yo actúo como si los años no fueran a pasar y me pregunta: ¿Cuántos años nos quedan siendo aún relativamente jóvenes para poder hacer esos viajes que te sirven para escribir? Ya tengo una casa en Valparaíso, en primera fila en un acantilado en el cerro Playa Ancha, mirando el mar. Cuando la Esmeralda atraca en el muelle es como si entrara al living”.

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